Por: Víctor Montoya.
H ace tiempo que tenía pensado conocer este centro minero
que, como tantos otros desparramados en nuestra extensa cordillera, me llamó la
atención desde el día en que leí un testimonio que daba cuenta de una masacre
perpetrada por el régimen dictatorial del general René Barrientos Ortuño.
La cuenca de Milluni se encuentra aproximadamente a una hora de viaje desde la
ciudad de El Alto, siguiendo por la ruta pedregosa y polvorienta que conduce en
dirección a Chacaltaya. En el trayecto es posible divisar, a través del
parabrisas y las ventanillas laterales del vehículo, el imponente paisaje de la
cordillera, con sus montañas de picos nevados, donde se alza como el rey de
reyes el majestuoso Huayna Potosí, situado en la provincia Pedro Domingo
Murillo del Departamento de la Paz.
La imponente belleza de la montaña
El Huayna Potosí (Joven Potosí, en aymara), con sus más de 6 mil metros de
altura, se yergue como una roca cubierta de hielo y nieve, rasgando la cúpula
celestial que se impone con su propia majestuosidad. Apenas se lo contempla a
la distancia, entran ganas de coronar su cima en medio de un torbellino de amor
a la aventura y la naturaleza. Parece un lugar hecho para el deleite de los
turistas dispuestos a ascender la montaña por los agrietados glaciares, con
botines llenos de crampones en la planta, pantalones abiertos en mil
cremalleras, cazadoras abarrotadas de bolsillos y una mochila a manera de
equipaje.
Al borde de la carretera, entre Milluni y la población de Zongo, se encuentra
el campamento base del Huayna Potosí, que a diario es visitado por gente que
desea disfrutar del panorama de los glaciares y sus alrededores, a pesar de que
el efecto invernadero y los cambios climáticos aceleraron el deshielo en los
últimos años.
El Huayna Potosí, por su altura y belleza, es la preferida por los montañistas,
quienes son dueños de un estilo de vida suicida, que les permite contemplar el
mundo desde las alturas, luego de realizar ascensiones riesgosas en afán de
materializar sus sueños; es más, una vez que alcanzan la cima de la montaña,
que parece recortada contra el azulino aguayo del cielo, me imagino que se
lanzan al vacío deslizándose por la nieve sobre esquís sujetos a la suela de
los botines y haciendo escalofriantes proezas, gracias a la gravedad y la sensación
de estar jugando con la muerte.
El encanto de las lagunas
Si el andinismo se expresa con todo su poder de sugerencia en el Huayna Potosí,
no son menos espectaculares los glaciares que, desde siempre, se descuelgan por
la falda de las montañas, hasta confluir en las lagunas que yacen a sus pies,
conformando un paisaje que, a pesar de su escasa vegetación de altura, como la
paja brava y los musgos, y la presencia de algunas aves como las palomas y los
halcones, llama la atención de los visitantes que se enfrentan al macizo de la
Cordillera Real.
El terreno agreste de Milluni tiene rasgos peculiares, que lo diferencian de
otras regiones andinas, no sólo por estar situado cerca del nevado, donde se
sienten las rachas de aire frío, sino también por el ruido cantarín de las
corrientes de agua cristalina que confluyen en lagunas de colores, rodeadas de
rocas de la edad terciaria y montañas acariciadas por los rayos del sol que, en
los días de cielo despejado, iluminan los nevados con un fulgor que deslumbra
el alma y la mirada.
Se dice que las aguas de las lagunas son variables; es decir, los riachuelos
que las alimentan varían según la estación del año y las condiciones
climáticas. De ahí que no resulta casual que el nombre de Milluni provenga del
vocablo aymara millu, cuya connotación permite definir el color marrón claro,
rojizo, rubio, castaño y oscuro, que son las tonalidades características de
cada una de las lagunas que, además de su singular encanto, encierran la magia
y los misterios de una cultura milenaria.
Los campamentos mineros
En estas áridas tierras del altiplano, donde todavía se perciben las ruinas de
los campamentos, las chatarras del ingenio y las paredes de una casa que sirvió
como posta médica, se desarrolló una intensa actividad minera y se ejecutó una
de las masacres más horrendas registradas en la historia del movimiento obrero
boliviano a mediados del siglo XX.
En la cuenca de Milluni, que hoy es un centro minero fantasma desde el Decreto
21060 y la relocalización, los trabajadores aprendieron a soportar las
inclemencias del tiempo; el congelamiento del agua y las avalanchas de nieve
sopladas por el viento. Las condiciones de vida no eran las más favorables,
pero ellos aprendieron a ponerle buena cara al mal tiempo.
La mina empezó a funcionar como empresa privada en 1920, con escasos recursos y
pocas familias, entre ellas algunas de origen inglés que, tras haber invertido
su capital en la minería, explotaron y exportaron el estaño bajo la
administración de la Fabulosa Mines Consolidated, que entre sus socios
accionistas tenía nada menos que al príncipe Felipe de Gran Bretaña.
Desde entonces, y gracias al auge de la minería, la población se multiplicó y
se multiplicaron también las ambiciones de amasar fortunas. Se levantaron
oficinas de administración cerca de la bocamina, campamentos sobre la carretera
a Zongo y se fundó el Sindicato de Trabajadores Mineros de Milluni, el mismo
año en que se aprobó la histórica Tesis de Pulacayo (1946), ese documento
revolucionario que definió los principios ideológicos de la clase trabajadora y
la estrategia que debían seguir para conquistar sus reivindicaciones laborales,
sociales y económicas.
Se abrió también la mina Campana, ubicada en el camino hacia el nevado Huayna
Potosí, y se logró equipar un ingenio de concentración de minerales, al mismo
tiempo que se construyó, para cumplir con algunas de las necesidades básicas de
las familias mineras, una escuela, una cancha de fútbol, un frontón de pelota
de mano, una pulpería, un templo y un cementerio, donde eran enterrados los
trabajadores que fallecían con los pulmones destrozados por la silicosis.
Los mineros de Milluni, conscientes de que formaban parte del proletariado
nacional, participaron de la revolución de 1952 y se afiliaron a la Central
Obrera Boliviana (COB), con el firme propósito de defender sus derechos
sindicales y conquistar sus reivindicaciones socioeconómicas. Estaban
convencidos de que la fuerza radicaba en la unidad y que la liberación de
los trabajadores sería obra de ellos mismos.
La masacre minera de 1965
Todo transcurría con normalidad en los campamentos de Milluni, hasta que el
Ejército, por órdenes expresas de Alto Mando Militar Boliviano y con el
beneplácito del régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, hizo su ingreso
por tierra y aire la mañana del 24 de mayo de 1965.
Las tropas, llegadas en caimanes desde la ciudad de La Paz, tenían órdenes de
ocupar los campamentos, con la finalidad de poner en jaque a los supuestos
actos subversivos del sindicato.
Los pobladores, al percatarse de la presencia de los uniformados en las
cercanías, no tardaron en hacer correr la voz de alarma. Entonces los mineros,
movilizándose como un solo hombre, se armaron con dinamitas, fusiles Máuser y
explosivos (preparados con pólvora, arena y vidrios), y se aliaron con los
ciudadanos de la comunidad de Zongo, para organizar una resistencia armada
contra la intervención militar.
Como en todo conflicto beligerante, en el que se enfrentaban de manera desigual
los mineros y los organismos de represión del gobierno, se hizo circular el
rumor de que la Fuerza Aérea Boliviana tenía órdenes de bombardear los
campamentos.
El objetivo principal del ataque con avionetas y tanquetas, aparte de sembrar
el pánico y el terror entre las familias mineras, era acallar la Radio Huayna
Potosí, apresar a los dirigentes sindicales y frenar la huelga de hambre que
había declarado la Central Obrera Boliviana (COB).
Los mineros, para evitar el bombardeo contra la emisora, que por entonces
transmitía los acontecimientos en cadena nacional, detuvieron a cuatro soldados
y los ataron en las antenas de la radio.
Asimismo, mientras unos cumplían con la misión de custodiar
la radio y los campamentos, otros se daban a la tarea de derribar al menos a
una avioneta que sobrevolaba como un moscardón de metal entre montaña y
montaña.
La lucha fue enconada en los sectores de Trapiche y Viudani, lugares donde los
trabajadores hicieron sus trincheras y levantaron barricadas para enfrentarse a
las tropas del ejército que, levantando nubes de polvo a lo largo del camino,
llegaban en caimanes, prestos a posesionarse del centro minero y declararlo
bajo jurisdicción militar.
Los trabajadores, sin contar con armamento apropiado, cedieron en sus
posiciones, sin poder resistir el ataque de las avionetas Mustang, que
empezaron a disparar ráfagas de ametralladoras. La derrota de los mineros era
inminente. La furia de los interventores se intensificó al ver a cuatro de los
suyos atados en las antenas de la radio. Las avionetas descargaron su arsenal contra
los mineros y los soldados, en cumplimiento de las órdenes emanadas por sus
superiores, no dudaron en disparar contra los mineros atrincherados en la
oposición.
Una vez doblegada la resistencia, se desató la masacre. Las bajas de los
mineros fueron muchas y la sangre saltó por todos lados, como por todos lados
estaban los cuerpos de los muertos; en los ríos, las montañas, la cuenca e
incluso enterrados en sus propias trincheras por el impacto de los explosivos.
No en vano algunos de los sobrevivientes cuentan que las rocas, las lagunas y
los nevados del Huayna Potosí fueron testigos mudos de esa horrenda tragedia en
la que los mineros ofrendaron sus vidas a la causa de la justicia social,
mientras resistían con valor y coraje a los embates de la dictadura militar de
René Barrientos Ortuño.
El desolado cementerio de los mineros
Los cuerpos de las víctimas de la masacre fueron sepultados en el cementerio
general de Milluni, donde también descansan los restos de sus viudas, hijos y
compañeros que, aun a pesar de haber sobrevivido a la matanza, murieron
vencidos por la vejez, las enfermedades y el mal de todos los mineros: la
silicosis.
Todos los que visitan el nevado Huayna Potosí pueden ver, cerca de la tranca de
Milluni y frente a una renovada cancha de fútbol, el cementerio solitario y
abandonado sobre una loma. El camposanto, que es lo primero que salta a la
vista cuando uno llega a la cuenca minera, no tiene entrada ni salida, pero sí
un principio y un final.
En medio de las tumbas llama la atención un letrero en homenaje a los
asesinados, con una leyenda que reza: "Gloria a los caídos en la masacre
del 24 de mayo de 1965”. Se nota que en este espacio, dedicado a los muertos,
trascurrió el tiempo de manera inexorable, porque en las derruidas tumbas, más
que vasijas con flores y placas conmemorativas, abundan los deshechos, la
vegetación silvestre y la tierra acumulada por las ráfagas del viento.
Este apacible y sagrado lugar, conocido como "el cementerio de los
mineros”, se caracteriza por tener las tumbas construidas al estilo de pequeñas
viviendas, como si se tratase de un pequeño pueblo, cuyo telón de fondo está
constituido por una cadena de montañas y la cumbre nevada del Huayna Potosí
que, con la cabeza cubierta por un blanquecino manto, parece un centinela
encargado de velar el cementerio las veinticuatro horas del día.
Preservar la memoria histórica
En la actualidad, y tras el decreto de relocalización firmado por el
expresidente Víctor Paz Estenssoro en 1985, la actividad minera acabó en manos
de una pequeña cooperativa integrada por algunos comunarios que, al
constatar que las galerías iban quedando abandonadas y los campamentos
desmantelados, decidieron reactivar la producción minera, no sólo porque
Milluni tiene aún recursos naturales escondidos en el vientre de las montañas,
sino también porque posee el mérito de haber sido testigo de la masacre de 1965
y del esplendor minero del siglo pasado.
Ya se sabe que el antiguo complejo minero, que fue reducido a escombros desde
fines del siglo XX, dejó una serie de consecuencias que afectaron tanto a los
trabajadores como al medio ambiente, pues mírese por donde se mire, la cuenca
de Milluni, como el resto de las regiones en las cuales se explotaron recursos
naturales, presenta graves secuelas en el ecosistema terrestre y acuático, como
es el caso de las lagunas y la represa, donde las piedras están cubiertas por
desechos químicos de wólfram y níquel, que en otrora se extrajeron de los
socavones. Lo increíble es que, a pesar del deterioro medioambiental en la
región, se ven manadas de llamas y ovejas pastando en las orillas cubiertas por
una flora escasa y contaminada por los químicos que se usaron en el ingenio de
concentración de minerales.
Ahora bien, sin sucumbir en el pesimismo ni la desidia, cabe señalar que la
cuenca de Milluni, debido a todo lo que representa en la constelación de la
minería nacional, reúne todas las condiciones para ser considerada como un
lugar de peregrinación turística; por ser una de las joyas patrimoniales con
las que cuenta el municipio de El Alto, por encontrarse a los pies del
impresionante Huayna Potosí y por la singular belleza del cementerio minero
que, a espaldas del olvido de propios y extraños, ostenta singulares tumbas en
medio de un paisaje que parece haber sido pintado por un artista de la paleta y
el pincel.
Por último -y esto a manera de sugerencia- valga recordarles a las autoridades
edilicias que si se quiere rescatar y preservar la memoria histórica de este
valeroso centro minero, será conveniente ejecutar un proyecto para construir un
museo o repositorio en la urbe alteña, donde puedan exhibirse las fotografías y
los documentos concernientes a la empresa minera de Milluni. Tampoco estaría
por demás que, a través de una Ordenanza Municipal, se institucionalice el 24
de mayo de 1965 como fecha histórica, en justo homenaje a la memoria de los
caídos en la masacre, que quedó escrita con sangre en los anales de la historia
del movimiento obrero boliviano.
La mina empezó a funcionar como empresa privada en 1920, con
escasos recursos y pocas familias, entre ellas algunas de origen inglés.
//Este artículo fue publicado en Pagina siete, con el título:
“Réquiem para los caídos en Milluni”, el 15 de julio de 2014.
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