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PLACIDO YÁÑEZ, Y EL ASESINATO DEL EX – PRESIDENTE JORGE CÓRDOVA

 

Jorge Córdova.

Es el 23 de octubre, a las cuatro de la tarde penetra en el histórico edificio del Loreto, por entre numerosas guardias y acompañada por un oficial una pequeña niña como de seis o siete años de edad. El oficial que la guiaba, la condujo hasta el coro del antiguo templo; el centinela los dejo pasar, y al entrar allí, se levanto de su asiento y dio un paso, tomando de sus brazos a la pequeñuela, un caballero alto, rubio, de ojos azules, rostro blanco, sonrosado, sin barba ni bigote: era el general Jorge Córdova, expresidente de la república, preso allí por orden del comandante general Yáñez, y la pequeña y graciosa niña que entraba a visitarlo, era su hija Margarita.

El general se consterno al verla, la abrazo y la cubrió de besos y la sentó sobre sus rodillas. Hablo largamente con ella, haciéndole muchas preguntas sobre su casa, y al despedirse, le dijo, abrazándola: dile a Edelmira que no se aflija, que yo estoy bien, que esta comprobada mi inocencia y la de los amigos que están presos conmigo, y que ya pronto me pondrán en libertad y tendré el gusto de abrazarla.

Córdova se sentó sobre su cama, y Margarita salió con el oficial que la acompaño hasta la puerta del edificio, que daba sobre la plaza, y un leve suspiro se escapo de su pecho al decir adiós a aquella tierna niña, que se alejaba tranquila, ignorando que había visto por ultima vez a su padre.

El noble y bondadoso general Córdova que en su gobierno constitucional proclamo y realizó el gran principio de la inviolabilidad de la vida humana, descansaba completamente tranquilo en su inocencia y confiaba en verse libre pronto. Sin embargo, cuando miró que se perdía la angelical figura de su hijita y notó que sus pasos se apagaban al alejarse en el silencio de su calabozo, le asalto un triste presentimiento, y una lagrima asomo a sus azules pupilas, “como una protesta muda ante el horizonte impenetrable del destino”.

En los mismos momentos en que en el Loreto la inocencia confiaba, la maldad tramaba y tendía sus redes desde el palacio de gobierno, en una de cuyas habitaciones, Yáñez daba la ultima mano a sus preparativos para simular el estallido de una revolución en la plaza y asesinar cobarde y traidoramente a los presos indefensos e inocentes que tenia en su poder y contra los cuales el proceso no había arrojado prueba alguna de culpabilidad.

La noche del 23 de octubre estaba serena, y La Paz parecía descansar confiada y tranquila bajo el azul de un cielo limpio. El reloj del Loreto acaba de dar las doce, cuando se oyó en la plaza un tiro de fusil, y un momento después, otro y otro, y un sordo vocerío, que parecía avanzar por la calle del Comercio y en la que se percibían de rato en rato, voces que gritaban: ¡viva Belzu¡ y ¡viva Córdova¡

El comandante general Yáñez, que dormía en el palacio de gobierno y tenia allí mismo una columna al mando del coronel Benavente, y algunos jefes y oficiales de toda su confianza, al oír tiros, se levantó de lecho, despertó a su hijo Darío y al teniente coronel Luis Sánchez y dejando a este en el palacio , en cada uno de cuyos balcones colocó dos tiradores , tomo sus pistolas, se ciñó la espada y salió de allí en compañía de su tierno hijo , dirigiendo sus pasos hacia el cuartel del Loreto.

Parece que los mismos agentes de la autoridad habían organizado aquella manifestación nocturna, en la que aparecían como manifestantes que vitoreaban a al partido belcista, comisarios de policía y soldados disfrazados.

Yáñez, dice la historia, penetro en el recinto donde dormían los presos, dando esta voces:  -cobardes¡ ¿Por qué no han tomado la guardia?  ¡Ahora me contestaran ¡

El capitán de guardia contestó: -Mi coronel, nadie se ha movido de su cama.

Y antes habían mandado a todos los presos ponerse boca abajo.

En esto un oficial de guardia gritó desde el coro: el general Córdova ha querido atropellarme; y la contestación del comandante general Yáñez fue: ¡péguenle cuatro tiros¡

¿Cumplo la orden, mi capitán? Dijo el oficial Núñez. Espere, le contesto el capitán Ríos.

Y saliendo Yáñez por la puerta principal del salón, se presentó el capitán Leandro Fernández, cuñado de Yáñez, en el coro que servía de prisión a Córdova, quien a la sazón se hallaba boca abajo, y le gritó: ¡siéntese, pícaro¡

Lo hace el general Córdova, y en el acto truena sobre él, una descarga de cuatro fusiles. Luego se hoye la voz de: péguenle otro, y otro más.

Y fueron seis los balazos con que se asesino al magnánimo expresidente de la república, general Jorge Córdova, cuyo cuerpo quedo en un lago de sangre, tendido en su mismo lecho.


Fuente: Doña Juana Sánchez, de Tomás O’connor d’Arlach


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