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“EL MELGAREJISMO”, DESPUÉS DE MELGAREJO

 

Melgarejo

Por: José Antonio Loayza Portocarrero, publicado originalmente el 9 de abril de 2019.


“El peso del pasado a veces ha estado más presente que el presente mismo. Y una repetición del pasado a veces parece ser el único futuro previsible.” Enrique Krauze.

Vi en un canal de TV., la moribunda existencia de Venezuela, y de seguido observé que sorprendentemente, Maduro bailaba una champeta ignorando toda esa realidad.

¿Será que hay sujetos que sirven a un déspota sabiendo que los usa sólo para el aplauso, o por parecer fantástico, o para comprar sus conciencias con cheques o favores de modo que no insistan en su porfía ideológica, o se hagan los ciegos y no vean su gozo faraónico, o se porten distraídos y no opinen sobre sus fanfarrias, o escuchen a lo bobo sus discursos burlones y digan que es un ser divino sólo por cumplir con su oficio de soplones y alcahuetes orgánicos, será? Pues el fundamento para recoger las migas del poder está en la alcahuetería y la ladronería, y esa es otra forma de prostituirse.

Todo aquello me recordó el gobierno de Melgarejo, entre 1864 y 1870, cuando el país sufría grandes dificultades, y su más serviles sin decirlo, preferían que el tirano monte sobre Juana Sánchez que sobre Holofernes, pues cuando salía cabalgando en su caballo, los más y los menos vivían con la cruz en la boca y tiritando de terror ante los escándalos ecuestres del primer mandatario sin poder hacer nada. Pero cuando cabalgaba sobre Juana, la gente salía a disfrutar de un paseo mientras duraba la virilidad impetuosa de su Excelencia que gemía de amor toda la noche entre orinar y orinar, sin poder refrenar el sueño adeudado a todo el cuartel hasta la hora de los últimos gallos cuando se agotaban los delirios amorosos de su amante constitucional. Sin poder refrenar la codicia de María Manuela Campos Vda. de Sánchez, que empapada de sudor, oía los estragos amatorios de su Excelencia y de su hija a través de la pared, como correspondía a la suegra constitucional. O sin poder refrenar los abusos imbéciles de José Aurelio Sánchez, ascendido por su Excelencia a general de la patria, por el único y absurdo mérito de ser su cuñado constitucional. ¡Nada, nada se podía hacer frente a las agresiones de los Melgarejo-Sánchez, que sin un instante de tregua, escogían de veinte en veinte a los candidatos que iban a despellejar vivos por ser partidarios de la oposición!

El 15 de enero de 1871, fue el día del ahora o nunca, eso ocurrió cuando el ejército de Agustín Morales decidió enfrentar a Melgarejo. Eran 2.271 contra 2.238 hombres, ¡tas con tas, perro a perro! A las diez de la mañana Melgarejo bajó del Alto de La Paz, mostrando sus dientes demenciales que provocaron una gritería de pavor entre los sublevados. Dos horas duró el combate de extramuros. Pero él prefería que ellos mueran y así conservar su vida de tirano…

A la una de la tarde el ánimo era negro como los suspiros de una viuda, o era blanco como si hubiera pasado una boda tumultuosa sobre los huesos que pulverizaron los pisotones de los cascos de caballo, o era rosa por la sangre de las carnes que mancharon las calles por donde llegaron los leales de Melgarejo para tumbar la barricada de las Concebidas (calle Comercio), y cuando afinaban la voz para cantar victoria ¡retrocedieron, porque Juana, la amante, estaba presa! A las seis de la tarde los defensores del sitio sabían que el hombre que los contemplaba desde el frente (calle Evaristo Valle), con su traje de viajar, su poncho rojo y su sombrero alón, retorcía sus dedos de angustia pensando en su Juana, y debía elegir, entre la muerte de su ejército o la vida de Juana, y Melgarejo huyó por su Juana, no por los suyos que sonsamente murieron creyendo en él. Pero él prefería que ellos mueran y así conservar su vida de tirano…

Pese a estar cojo, con las botas de montar y las mulas cargadas con petacas, a las ocho de la noche, entre relinchos y rabiosos espuelazos, Melgarejo emprendió la fuga junto a Quevedo, sus dos comandantes y su mayordomo, e hipando de miedo treparon por los barbechos aprovechando que no había luna, subieron la cuesta al galope, llegaron a Viacha, donde atropellaron y embistieron con sus botas y herrajes a los indios que pututeaban sus cuernos con la intención de molerlos a garrote, hasta que saltando de aldea a otra llegaron a Laja, pasaron a Tambillo, cruzaron Tiahuanaco, y se refugiaron en el pueblo de Guaqui. De los 35 huyentes, 30 quedaron para el festín sangriento de las montoneras indias que los caían jalándoles las piernas. Pero él prefería que ellos mueran y así conservar su vida de tirano…

La diferencia con Maduro, es que Melgarejo no bailó la champeta. Meses después, el 23 de noviembre de 1871, a las seis de la tarde, fue en busca de su Juana que huyó a Lima con su familia y los baúles de sus raterías. Melgarejo golpeó el portón, salió su cuñado, aquel a quien amó como a un hijo, preguntó por su Juana, y éste le saludó con dos disparos a mansalva, fue cuando Melgarejo si bailó la champeta por el estruendo de los dos polvorazos que le destruyeron la cara y le hicieron retroceder desde el portón a la calle, donde dio tres pasos de joropo, dos de salsa, uno de cumbia, creo que uno de champeta, y cayó para no levantarse más.

Curiosamente, esa mañana Melgarejo despertó bailando y cantando, le pidió a Rosa Trujillo, una amiga casual, que toque en el piano algunos yaravíes y marineras, bailó tomando a la almohada como a su pareja, creyendo que la tenía abrazada de la cintura a su Juana, dando vueltas como en sus tiempos de sus dispendiosas lujurias y alegrías. ¡Ay Mariano, ay Juana!

El ministro Juan de la Cruz Benavente, representante de Bolivia en el Perú, adquirió un nicho a perpetuidad. Las exequias por el eterno descanso se celebraron en la legación, fue enterrado en el cementerio “Presbítero Maestro”, a 4 Km de la ciudad de Lima. Ay Mariano, si hubiera sabido que la vida se va a la tumba, no hubiera sido un tirano para su eterno escarnio.

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