Tropas bolivianas con destino al Chaco. |
Por: Jenny Cárdenas Villanueva – Rascacielos / Página Siete,
14 de junio de 2020.
El mundo que nos toca vivir ha sido abruptamente
transformado en un mundo bizarro en el que la razón y la coherencia parecen no
tener el mismo mecanismo que daba marco a nuestras acciones. Desde las más
simples como dar un abrazo a nuestros hermanos y amigos, hasta las más
sofisticadas de toda cultura cuando se trata de rituales y celebraciones que se
brindan a los muertos.
En este mundo extraño que estamos viviendo, ya no se tocan
Boleros de Caballería para expresar que alguien ha muerto, ni se come algo
especial entre familias y con los amigos del difunto, ni se abraza a los
deudos. Hoy la muerte nos alcanza sin música, sin flores y sin discursos.
El Bolero de Caballería fue la música del ceremonial de la
muerte y ya no se lo escucha en ningún lugar, ni en el campo ni en la ciudad.
Hoy en Bolivia el Bolero de Caballería está de duelo; ahora se escucha un
silencio –más no la triste melodía del clarín que es casi oración más que
melodía- para todo duelo.
El Bolero de Caballería que acompañó a los combatientes de
la Guerra del Chaco en su último adiós, y que por extensión acompañó a sus
hijos y sus mujeres, es la música que pervivió en la memoria de varias
generaciones y de todos los sectores sociales de Bolivia.
Es la música de nuestros padres y de nuestros abuelos,
aquellos que combatieron en una lejana guerra. Podemos hablar de esa guerra
como un hecho que sucedió hace muchísimo tiempo; podemos contarla como una
ficción que ocurrió hace muchos años cuando los hombres morían cada día como
una ofrenda ritual: su propio sacrificio o inmolación por una causa mayor como
la defensa de su país. Pero esa narración está lejos, no por el tiempo que ha
transcurrido sino por el contexto de un ‘otro’ mundo en el que la muerte tenía
la connotación de un evento que podía sacralizarse y ritualizarse a través de
un Bolero de Caballería, entre varios otros elementos o artefactos de ese
preciso suceso.
El Bolero había sido amado por las élites y por el pueblo
durante el cambio del siglo XIX al XX. Era tocado en las hermosas retretas que
se realizaban en los quioscos de las plazas de todos los pueblos, pequeños y
grandes, y en todas las ciudades, como sucedía en toda Iberoamérica.
Este hermoso y misterioso Bolero de Caballería fue la pieza
de música que más realce alcanzó entre las generaciones que lucharon en la
Guerra del Chaco y la Revolución de 1952, por la música misma –tremenda
maravilla, monumento audible de epopeya-, y por sus asociaciones con varios
momentos fundamentales de la historia política del país durante el siglo XX.
Este 14 de junio, fecha del armisticio con el que se puso
fin a la Guerra del Chaco, queremos recordar este memorable y bello discurso de
música que hasta hace unos meses atrás todavía nos alcanzaba desde alguna
ladera de La Paz, para convertir mágicamente la tarde en un poema de Guillermo
Bedregal (1954-1974):
Y una música se arriesga a creerse origen…
El músico no ha podido dejar de rebelarte.
Se ha llenado de olvido algún silencio
mirando asombrado las distancias que forman el sonido…
(poema dedicado a Alberto Villalpando, p 25. Guillermo
Bedregal. La Palidez. 1975. La Paz, Bolivia)
Es remarcable su trascendencia, también, cuando descubrimos
que muy a inicios del siglo XX, fue de los géneros musicales más grabados en
discos de 78 rpm. De estos, hasta el momento hay catorce notables boleros.
Menciono algunos que testimonian su importancia señalando que fue justamente el
famoso y más conocido, El Terremoto de Sipe Sipe, del gran compositor
Daniel Albornoz (Cochabamba, 1872 – Tupiza, 1943) uno de los primeros en
grabarse -sino el primero- en 1916 (sello Columbia, patente brasileña).
También en 78 rpm fue grabado el otro famoso Bolero, Despedida
de Tarija, de Saturnino Ríos. Otros títulos como Tiahuanaco e Illimani,
del gran Francisco Suárez, El Glorioso Clarín de Ingavi, de Adrián
Patiño, Bodas de Julio, de José V. Zabala, Amistad y Recuerdo, El
pequeño Clarín, y los infaltables Boleros dedicados a mujeres –con certeza en
homenaje a sus madres y novias o esposas- Alicia, Angélica, Graciela y Sara,
hacen parte de estos memorables Boleros dando cuenta del encanto que tuvo para
las sociedades de esos primeros años del siglo XX.
A propósito de esas primeras grabaciones, algunos detalles
resultan interesantes como que en el correr del siglo XX su interpretación fue
cada vez más lenta, más cansina. Me explico: la primera grabación de El
Terremoto de Sipe Sipe dura apenas 3’27 minutos; Despedida de Tarija por
su parte dura 3’04. Pero en la grabación de 1967, ‘histórica’ por ser la que
hasta el presente se difunde en CD, la música dura 6’37 y 5’08 minutos
respectivamente. Casi el doble. Es decir, la densidad histórica se materializa,
se comprime en una percepción auditiva que cada vez hace de su emisión una
música más lenta, más pesada, como si arrastrase el peso de las batallas que en
tantas guerras peleamos en el país cotidianamente; en consecuencia, el Bolero
se escucha cada vez más triste. Como para pensar.
El Bolero de Caballería fue abandonado lentamente por
razones varias, entre otras, porque los músicos –de nuevas generaciones y
nuevas proveniencias sociales y culturales- creían que “siempre que lo tocaban
alguien se moría de entre la banda o sus parientes...” (entrevista), sin duda,
una razón muy comprensible. ¿Acaso nuestro Bolero es mágico?
El Bolero de Caballería, de proveniencia española, tiene en
un hermoso grabado de Gustav Doré (1832-1883) de mediados del siglo XIX, que es
una referencia del contexto en que fue bailado alrededor de la “muerte de la
niña” o de la Joya (en su traducción literal del catalán: el Mortitxol o Bolero
del Velatorio).
Este baile realizado en velorios de niños fue una
celebración muy difundida en América Latina. He ahí otra herencia colonial que
se practicaba hasta hace algunos años y es posible que aún se realice en
algunas regiones de nuestro continente. Sobre información más antigua de estos
bailes, recuerdo un dato curioso que señalaba que éstos se fueron perdiendo en
España a propósito, y muy ciertamente con razón, de haberse contagiado mucha
gente en tiempos de una epidemia. Toda una casualidad con estos tiempos que
vivimos. Estos bailes y velorios se prohibieron bajo sanciones drásticas, lo
mismo que la continuación de los rituales, perdiéndose así la tradición de
bailar en los velorios de angelitos.
Otra vez, la muerte no tiene ninguna gracia y mejor es
perder una tradición que la vida. Personalmente, creo que llegaremos a conquistar
nuestra libertad y recobraremos nuestras tradiciones como parte de la vida. Con
lo que acabo este mi homenaje a todos quienes en estos días del mundo bizarro
que nos toca, no debieron morir, y de ser un sino, al menos podrían haber sido
acompañados por un triste y bello Bolero de Caballería.
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