Por: Vicente González-Aramayo Zuleta. Escritor, cineasta. -
Académico de Ciencias Jurídicas.
Cuando no se cristalizó el movimiento revolucionario tras la
insurrección de Chuquisaca en mayo de l809 lo mismo que en julio del mismo año
en La Paz, se formaron las guerrillas en el cono Sud de América, concretamente
en el territorio de los virreinatos de Perú y Buenos Aires, específicamente en
el terreno de la Audiencia de Charcas, y se organizaron las republiquetas.
Manuel Asencio Padilla con su aguerrida esposa, doña Juana Azurduy, fue
comandante de una.
Los historiadores han escrito sobre la muerte de Manuel
Asencio Padilla desde diferentes puntos de vista, probablemente basándose en la
teoría de que el general realista Aguilera, siendo su archienemigo, fue quien
lo mató porque llevó la cabeza cercenada del líder revolucionario a la ciudad
de Chuquisaca.
¡La gente… claro que creyó!
Una novela es generalmente un género de ficción pero también
puede estar basada en algún capítulo de la Historia. Tengo a mano un documento
que, como fuente, probablemente merece bastante crédito y está inserto en el
epílogo de mi novela "Juan de los Indios". Lo considero evidencia
probable sobre la forma en que Padilla murió.
El texto que transcribo expresa:
"El guerrillero Manuel Ascencio Padilla murió en la
Batalla de El Villar el año l816. El libro de Miguel Ramallo cita un documento
obtenido del Dr. Tufiño, médico investigador, donde anota lo que recibió Tufiño
de Mariano Ovando. Dice:
"Sin pretender impugnar esa afirmación, me permito
transcribirle la revelación que me hizo en el pueblo de Tomina don Mariano Ovando,
en el año 1882, en presencia de los señores Francisco Robles, José Manuel Gil
Antonio Liendo, Luis Orosco y otros."
Oigamos lo que dice Ovando:
"Ruborizado por el hecho voy a referir a Ud. lo que
ocurrió conmigo y Padilla (Don Manuel Ascencio) en la jornada de El Villar. No
murió éste en manos de Aguilera sino en las del que habla. Le hago esta
declaración seguro de mi edad avanzada de 105 que cuento. No alcanzará ley
alguna a castigarme porque próximo estoy a descender a la tumba. Harto he
vivido y deseo hacer a usted mi confidente para que algún día se descubra cómo
y cuáles fueron los antecedentes para ejecutar un acto que perfectamente
encuadraban a mi edad y carácter de aquellos tempos."
Veamos el relato:
"Corrían los años de 1815 y 1816 en que en mi pueblo
(Tomina) se sucedían frecuentemente partidas de patriotas armados y de
realistas. Yo, joven, de carácter astuto, un tanto turbulento y aficionado a
aventuras de armas, jamás había pertenecido ni los independientes ni a los
realistas, me gusta servir a los unos y a los otros cuantas veces se ofrecía.
En una de tantas ocasiones el jefe realista N. Olmos (conocido como Umaña) me
tomó para desempeñar una comisión sobre el pueblo de Mojocoya con el objeto de
tomar una tropa de animales que estaba a cargo del patriota Aramayo, con orden
de batir a éste. Sin embargo de no haber sido nunca militar ni tener
conocimiento de esa materia, acepté la empresa confiado en mi agilidad y
destreza en manejar el caballo, pues que era jinete como centauro.
"Cumplí mi compromiso y le facilité un medio fácil y
efectivo de movilizar su gente cuya retaguardia estaba picada por Padilla.
"A los pocos días que Umaña (Olmos) desocupó el pueblo,
se posesionó de él Padilla con su fuerzas. Avisado por algunos vecinos, mal
querientes míos, de lo ocurrido antes y quizá con exageración, porque un pueblo
chico es infierno grande, obligaron al caudillo a tomar medidas violentas. En
efecto, por orden suya fuimos capturados. Don Bernardo Orosco, realista de
medianas comodidades y yo un infeliz, fuimos puestos en cepo e incomunicados,
privados de todo recurso, aun del alimento. Pasados algunos días de sufrir todo
género de hostilidades, fuimos notificados con la orden de que si queríamos
salir libres satisfagamos el impuesto forzoso de mil pesos cada uno. Don
Bernardo, mediante sus influencias, pudo conseguir su libertad entregando 500
pesos, mas yo, que no contaba con recurso alguno, fui condenado a ser
violentamente mutilado de ciertos órganos, a cuyo objeto noté que el operador
Becerra se preparaba para ejecutar tal orden; felizmente no faltaron personas
extrañas que componían el Estado Mayor del jefe patriota que interpusieron sus
buenos oficios, pero todo fue para sufrir otra humillante pena con la que se
conmutó".
"¡Cien azotes que por cada uno juré exterminar un
patriota!" Puesto en inmediata libertad, la idea de la venganza germinó en
mi cerebro".
"Cuando las armas patriotas flaquearon a las impetuosas
cargas de los realistas dejando un sinnúmero de muertos, emprendió Padilla la
fuga, así como los demás, por el abra de la bajada a Yotala.
"Nunca se hubiera presentado mejor ocasión para
realizar mi meditada venganza, no le perdí de vista al guerrillero en el
combate, tan luego que torció la brida y apretó los ijares de su mula, me apresté
a seguir a Aguilera que me propuso seguirlo personalmente, pero su bestia,
fatigada y sin aliento para tal acto se lo impidió. Es que entonces,
aprovechando el brío de mi caballo, me precipité tras el caudillo, él me
amenazó al darse vuelta con la pistola amartillada, la que en su desgracia
había estado sin cargar. Bajaba precipitadamente envuelto en su poncho de
castilla, color aurora, y de dos brincos me puse a corta distancia de él, en
media bajada a Yotala, donde le descargué dos tiros sucesivos de pistola, que
lo derribaron en tierra bañado en sangre, es que entonces descabalgándome y
encontrándolo exánime, me asomé con el puñal a cortar la cabeza, acto que trató
de impedírmelo el intruso padre Polanco que había fugado delante de él después
de la esposa de Padilla a pretexto de prestarle auxilios espirituales, pero una
amenaza enérgica y resuelta de mi parte, apartó al desgraciado sacerdote mi
paisano." (*)
Refiere luego que Ovando le entregó la cabeza de Padilla al
general Aguilera, quien la llevó a la ciudad y la puso en una pica.
Si así sucedió, analicemos lo que fue una terrible vendetta.
La muerte de un gran guerrero en manos de un perturbado y no en batalla.
Doña Juana, la valerosa guerrillera sobrevivió hasta la
independencia de El Alto Perú, viviendo en un pobre reducto urbano. Recibió la
visita de los libertadores Bolívar y Sucre. Le asignaron una pensión vitalicia.
(*) RAMALLO, Miguel: Mujeres en la Guerra de la
Independencia.
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Esta nota fue publicada originalmente en el suplemnete El duende del periódico
La Patria de Oruro el 7 de octubre de 2018.
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