Por: Ricardo Sanjinés Ávila / 13 de septiembre de 2020. Página Siete.
Noche de sábado en el Club Sahara del Hotel Copacabana. Voces y carcajadas se confunden con el fondo musical. Todos fuman, fluye el vermut argentino y el Johnny Walker con soda. Elegante, el líder de los obreros, Juan Lechín, esparce aroma de fina colonia y dirige audaces miradas a las damas que lucen trajes de fiesta. Tras escueta introducción, arrancan los acordes del trío de guitarras y la voz de aquella encantadora mujer: “En mi vida no volveré a querer / porque una vez padecí / me enamoré sin saber por qué…”. Siente las frases, vive cada estrofa y descubre Santa Cruz ante el Illimani, logrando el milagro de la luna llena. “Lunita camba que nunca me escribió / tantas promesas que nunca me cumplió / sigo la huella paseando mi estrella / ya no soy buena, la ausencia me cambio / El guajojó, caminante en pena como yo…”. El respetable se transporta a “la pascana que quiero alcanzar”, buscando “amores nuevos en mi carretón”.
Pero afuera, en El Prado, dos grupos de hombres se muestran los colmillos, prontos a romperse el alma. ¿Movimientistas contra falangistas? Para nada. Muerto Únzaga, los compañeros se amasijan entre sí. Cabezazo insolente, puñete brutal, patada traidora, en cualquier momento aparecerá la navaja o el Colt definitorio, pero la Policía interviene evitando un descalabro mayor.
Es 1960 y habrá elecciones el 5 de mayo. El partido posee una maquinita irrebatible y el elegido en la convención del MNR será el nuevo presidente de Bolivia, pese a la oposición falangista, tan heroica como vana. La Revolución ha vencido porque concilia lo colectivo con la propiedad privada de los burócratas del partido; parece simpatizar con el socialismo, pero está financiada por los gringos; estatiza las minas pero la corrupción arruina el negocio, entrega la tierra a los campesinos pero estos se vuelven milicianos en las ciudades.
El régimen toma todos los poderes, interviene los medios, hace suyas las artes revalorizando las zampoñas, permitiendo que Alandia Pantoja y Solón Romero disputen los murales de los fastos y para que no quepa duda de su decisión no se privan de esporádicos baños de sangre, campos de concentración, exilio y espectáculos electorales con ánforas llenas semanas antes y New York Times dando fe del talante democrático de los dueños del poder que desfilan el día de la patria mostrando la “V”, incluidos los dedos del compañero embajador americano, que odia a curas y monjas, tanto como a las universidades donde se expresa la juventud en contra flecha.
Pero han hecho cosas buenas, entre ellas liberar a los indios e integrar al oriente y así lo expresa el canto de Gladys Moreno con letra del orureño Gilberto Rojas. “Viva Santa Cruz, bella tierra de mi corazón…”, o la magnética Palmeras en la voz de Raúl Show Moreno, orureño también, que triunfa internacionalmente en esas horas, luego de su pasantía con Los Panchos.
La Revolución tiene sus íconos. Hernán Siles es el coraje; Juan Lechín, las masas; Walter Guevara, los argumentos; Federico Álvarez Plata, el partido. Póker de ases, empero insuficiente ante el jefe, Víctor Paz Estenssoro. En el primer gobierno, Víctor hace lo que había que hacer. En el segundo, Hernán paga los platos rotos y ahora la disputa del poder es maquiavélica pero también a bala. Paz es embajador en Londres.
El presidente Siles, ya casi de salida, ofrece la candidatura a Lechín, pero la respuesta es elusiva. Entonces Siles reúne a Guevara y Álvarez Plata, lanzándoles la pregunta a quemarropa: “¿Cuál de los dos quiere ser el candidato? Federico responde: “Yo no”. ¿“Por qué?” .“Porque va a intervenir Víctor Paz y enfrentarse a él es cosa seria”. “Cómo sabes que va a intervenir?”.“Gente del partido me lo ha informado”. Entonces Hernán abre un cajón y saca una carta del Dr. Paz, en cuyo texto asegura que no será candidato. Walter dice “yo le creo y quiero ser el candidato”. Está seguro de Víctor, ambos se iniciaron en la Masonería junto a Villarroel al volver de la Guerra del Chaco, le cedió el discurso en los azarosos años parlamentarios pre-revolucionarios y ya en el gobierno obtuvo el reconocimiento de Washington junto al Chino Andrade.
Pero un día de marzo del 60, la abogado Rosa Lema, personaje fundamental del MNR, contrata camiones y los llena de compañeros con grandes carteles para dar la bienvenida al Dr. Paz, arribando a la Plaza Murillo empapado en sudor y gloria, mientras las trombones de la banda soplan incansables “Viva el Movimiento, gloria Villarroel, a Paz Estenssoro, le espera el poder… to-to-to-chon / to-to-to-chon / to-to-to-chon-chon…”.
Ha vuelto el jefe. Ni Derby ni Camel, él fuma en pipa, viste bléiser burgués de tweed y lo acompaña su bella esposa cruceña Chichina. Expeditivo, convoca a Federico para ofrecerle la Vicepresidencia. Este se resiste, sabe que el favorito es Lechín. “La embajada y los empresarios fruncirían el ceño”, dice Paz convincente. Pero, del dicho al hecho…
La convención del MNR se inaugura el 9 de abril con el boato correspondiente. Comida, cerveza, serpentina, lluchus, comandos armados, delegaciones fraternas, prensa internacional. Algaradas verbales apoyando a los dos aspirantes, Víctor Paz y Walter Guevara. Pero poco a poco, los oradores van coincidiendo en que nomás a Paz Estenssoro le espera el poder. En la hora nona el teórico de Ayopaya cae en cuenta de que le armaron un corralito y declara a la prensa que, a pesar de todo, será candidato contra Víctor Paz, de manera que la convención lo expulsa. El mono gana al conejo, al turco, al Fico y el más pintado, el tártaro, queda fuera de la baraja.
Queda el tema de la Vicepresidencia. Paz se la ofrece a Lechín y este la rechaza. “No quiero ser la quinta rueda del carro”. “Tendrás poder, te ofrezco cuatro ministerios” y quizás la presidencia dentro de cuatro años. El poderoso líder de la COB se deja convencer. La proclamación es monumental, la farra dura dos días. Pero hay más sorpresas. Clausurada la convención, el Comité Político Nacional se reúne con sus candidatos… ¡y Paz renuncia! ¿Qué ha pasado?
Paz: - No sabía que la situación del país era tan difícil. No puede haber dos gobernantes.
Lechín:- ¿Cómo dos, si tú eres el candidato? ¡Tú serás el presidente…!
Paz: - Renuncio. Te cedo la presidencia, nombras tu gabinete y listo.
Lechín- Creo que la verdad es otra Víctor. Tú quieres que te ceda los cuatro ministerios que me ofreciste… Está bien, te los devuelvo y me quedo en la Vicepresidencia.
Paz: -Bueno, todos salimos ganando. Viva la revolución…
6 de agosto de 1960. Víctor Paz Estenssoro y Juan Lechín Oquendo asumen los cargos más altos de la República. Casi en seguida, ante la necesidad de volver a la realidad y acabar con los mitos revolucionarios, se organiza una gira artística por los distritos de la minería nacionalizada, Catavi, Huanuni, Siglo XX y los hombres de guardatojo descubren la otra dimensión de la patria. “Reír, cantar, hartarme de luz, vivir en Santa Cruz…”. y la voz de Gladys Moreno endulza el drama de la mina con su canto: “Para decir ‘te quiero’ / no hay necesidad de hablar. / Se dice ‘te quiero’ / con sólo mirar…”. El Jefe no sólo quiso mirar la silla; la tiene una vez más.
// Disponible en: https://www.paginasiete.bo/ideas/2020/9/13/cuando-ases-son-insuficientes-267608.html
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