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LA BATALLA DE TACNA DE 1880 Y LOS RESTOS EN LA ARENA


 

Por: Gustavo Rodríguez Ostria. 15 de agosto de 2020. 


La batalla del Alto de la Alianza, del 26 de mayo de 1880 en las proximidades de la ciudad peruana de Tacna, fue la más importante que libró el Ejército de Bolivia para repeler la invasión chilena al Litoral. Ese día aproximadamente 5.500 bolivianos y sus aliados peruanos con un contingente de 6.500 combatieron contra 19.660 chilenos. Allí se decidió en curso de la contienda bélica iniciada en abril de 1879.


Las tropas bolivianas, ante la inminencia de combate, reflexionaron sobre su suerte. Un soldado escribió a su esposa que vivía en Oruro: “Si algo pasa no llores, hoy hubo misa muy temprano en el campamento, los curas dan mucha fe. En la noche todo es silencio”. Escribían apresuradas cartas de despedida a sus familiares la entregaban con la esperanza que llegara a destino o se la guardaban en la mochila. Un soldado, pidió a su conyugue: ”Cuida a las guaguas, aquí estamos bien(…) hay mucho que hacer, esto será grande, habrá mucha pelea”. Otra misiva anticipaba un mal final ”parece que estamos en la víspera de una batalla, no sabemos cuándo. Tal vez el recuerdo te acompañe”. Según relató Manuel Claros en su Diario, los bolivianos quedaron invadidos por la melancolía y la tristeza. “mañana a estas horas cuántos estaremos muertos, dejaremos de existir por defender nuestra patria”. Los temores eran previsibles, dado que el resultado de la confrontación era incierto. Como en toda batalla, el desenlace dependía de la pericia de las armas y la suerte. “La bala no mata, sino el destino” se oía en boca de algunos oficiales y soldados en un rasgo de fatalismo. Un sargento del Batallón” Sucre”, confiaba que saldría ileso pues “la bala que debe matarme aún no está fundida”.


El miércoles 26 de mayo, víspera de Corpus Christi, en el campamento boliviano-peruano, las dianas sonaron temprano. La tropa corrió donde las vivanderas y rabonas a conseguir un buen plato de caldo y asado. Algunos brindaron. Claros diría, que “unos se abrazaban, otros vivaban a Bolivia y el Perú”. Miguel Ramallo, de los “Libres del Sur”, recordaría:”Había llegado el momento supremo(…)íbamos al fin al llegar al punto, a la meta de nuestras ilusiones, a luchar por ella(Bolivia), a vengarla, si era posible hacerlo”. Conscientes de que estaban en un momento decisivo, oficiales y soldados, daban apresurados encargos. Entregaban sus relojes, anillos, monedas de plata y oro con destino a sus familias o encargaban de cobrar deudas pendientes. Unos apuraban el último trago, coñac o chicha, “pijchaban” coca o consultaban a los “yatiris”.  Muchos se confesaban a los capellanes y recibían su bendición. Verificaban si colgaban de sus cuellos rosarios, escapularios de la Virgen del Carmen o el “detente bala”, último recurso divino contra el fuego enemigo que se colocaba en el parte izquierda del pecho, justo sobre el corazón.


El ataque chileno comenzó aproximadamente a las 9 de la madrugada con fuego de artillería. La batalla, como a las 15 horas, se decidió a favor de Chile. En el 2008 investigadores peruanos, pertenecientes a la Brigada Naval de Combatientes del Pacífico, una entidad civil, hallaron el cuerpo de un soldado boliviano. Años más tarde, en mi calidad de embajador, coordiné con Ministerio de Cultura y la Cancillería de Perú, la búsqueda y posterior excavación de los restos. Se halló no solamente al soldado sino otros dos, enterrados juntos, uno boliviano y el otro peruano. La zona de Tacna es seca y árida, y permite que los cuerpos se conserven al igual que las ropas. Por sus chaquetas amarillas, que no usaba otro Batallón en Bolivia sino el “Sucre”, se pudo establecer que el par boliviano pertenecía a esa unidad. Uno era un oficial y el otro un soldado; el que vestía ojotas. No tenían nada que pudiera identificarlos. Sus bolsillos estaban vacíos y dados la vuelta, signo que habían sido saqueados por los vencedores. No había tampoco armas, otro trofeo de guerra. Solo quedaron algunos proyectiles en sus cananas. Lo único que se halló fueron hojas de coca secas, pero aun reconocibles, Ambos murieron de sendos disparos en la cabeza; luego se establecería, por el ADN, que eran hermanos. El 17 de agosto del 2017, retornaron a su país con todos los honores militares del Ejército del Perú y el de Bolivia.

(Con este artículo cerramos el ciclo referido a la guerra del Pacífico).

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