Por: Ricardo Sanjinés Ávila - Periodista / Página Siete, 27 de agosto de 2020.
El Presidente va al Estadio Siles en medio del gentío, elegante el porte, la perilla engominada, cubierta la calva por un sombrerito tirolés. Sujeta un pastor alemán con una correa en la mano derecha a la que le falta un dedo. No tiene guardaespaldas, pese a decenas de enemigos dispuestos a eliminarlo. En consecuencia, el plan consistirá en atraparlo cuando vuelva al Hotel Sucre, donde se aloja. Luego, los conjurados tomarán el gobierno.
Cuatro personajes caracterizan a este año de 1950. Mamerto Urriolagoitia Harriague, 55 años, político conservador nacido en Sucre. Hernán Siles Zuazo, 37 años, paceño, diputado y subjefe del MNR. Oscar Únzaga de la Vega, 34 años, cochabambino, también diputado y jefe de FSB. Víctor Agustín Ugarte, 24 años, tupiceño, que encandila al Estadio Siles donde se disputa el primer campeonato de fútbol profesional de la historia.
La Paz tiene 321 mil habitantes, Cochabamba 81 mil, Oruro 63 mil, Santa Cruz 44 mil, Sucre 40 mil. En la ciudad del Illimani está la modernidad con luz eléctrica, agua potable, tranvías, vuelos regulares del LAB, tres periódicos, prestigiosas emisoras de radio. Se expande Sopocachi, el barrio chic; Miraflores es el refugio dominguero en razón del fútbol.
Hernán Siles está exiliado, luego de protagonizar la reciente guerra civil de pocas semanas y muchos muertos. Hubo un gobierno revolucionario en la capital cruceña, bombardeada desde el aire, cruentos combates en ciudades y zonas mineras. El presidente Enrique Hertzog no soporta el estrés y pide licencia indefinida, siendo reemplazado por el enérgico vicepresidente Urriolagoitia, llamado El chivo, quien ingresa en un carro de asalto a Cochabamba, último reducto revolucionario.
Don Mamerto es un personaje singular por su origen aristocrático e indudable valor personal. En alguna ocasión sale a la esquina de la Plaza Murillo armado de una ametralladora para contener una manifestación opositora y en otra se bate a balazos en El Prado contra gente armada. Pero su atractivo público se va debilitando por la tenaz prédica opositora, aunque cuenta con el Comandante del Ejército, general Ovidio Quiroga y el director de Policías, coronel Isaac Vincenti, coincidentes ambos con la visión de Washington en esta parte del mundo. Stalin es el amo de la URSS, Mao tiene en un puño a China y ambos provocan la Guerra de Corea, poniéndose al frente Estados Unidos.
El gobierno persigue a los emenerristas, cuyas andanzas son estimuladas por Perón desde Argentina, donde está exiliado Paz Estenssoro con su familia. Surge un sentimiento de solidaridad en FSB respecto al MNR. Un fuerte movimiento estudiantil toma las directivas estudiantiles de la UMSA y en ausencia de Juan Lechín, asilado en Chile, un Comité Obrero de Emergencia genera huelgas y protestas, bajo el liderazgo de una atractiva empleada de banco llamada Lydia Gueiler, junto a un poeta beniano y falangista, de nombre Ambrosio García.
Los capitanes cochalas René Barrientos y Juan José Torres, de fuerte raigambre entre sus camaradas, son juramentados por el jefe de FSB, Oscar Únzaga. Serán piezas centrales en el intento de expulsar a Urriolagoitia y reemplazarlo por el jefe del Estado Mayor, coronel Ricardo Ríos, para luego convocar a elecciones. El servicio de inteligencia sigue sus pasos. El presidente Harry Truman anuncia su apoyo a la negociación con Chile para dar una salida al mar a Bolivia, pero no basta para amainar el torbellino.
El domingo 9 de julio comienza el fútbol profesional en Bolivia. Asiste al Estadio Siles el presidente Urriolagoitia y se emociona con el juego espectacular del maestro Ugarte; Bolívar gana 2-1 a Always Ready. El sábado 15 se repite la escena con una goleada de Unión Maestranza a Northern. El chivo retorna a su hotel caminando. Ojos falangistas lo siguen discretamente. En una casa de San Jorge, Únzaga y un grupo de civiles y militares dan los toque finales al plan subversivo. El 21 de julio se reivindicará el martirio de Villarroel y caerá “el gobierno restaurador”. Siles intenta ingresar al país vestido de fogonero.
Es noche de viernes y está listo el comando revolucionario dirigido por Únzaga. Pero en Miraflores, el embajador americano Irving Floreman se encara personalmente con el coronel Ríos, jefe del Estado Mayor, desarticulando la movilización militar, apresando a varios oficiales. El grupo que debe capturar a Urriolagoitia es interceptado en las gradas laterales del Hotel Sucre. En tanto, el batallón de cadetes del Colegio Militar a órdenes del capitán Juan José Torres, cruza la ciudad en vehículos militares. Va con ellos falangistas y otros se desplazan en Sopocachi y los barrios populares.
Los cadetes se apostan en las alturas de Killi Killi, Únzaga les dirige una arenga, mientras esperan armas y municiones, pero un súbito despliegue militar los rodea. El jefe falangista evalúa la situación: un combate los diezmaría. Pide al capitán Torres ordenar el retorno al Colegio Militar, mientras busca desesperado la forma de advertir a Cochabamba, donde el capitán René Barrientos toma la base aérea. Recibe la llamada telefónica: “Salgan… todo está perdido…”. Es tarde, una maniobra militar lo acorrala. En Santa Cruz Mario R. Gutiérrez toma rumbo a El Palmar, donde se esconde. El gobierno declara estado de sitio y toque de queda en todo el territorio nacional. Únzaga se esconde en los Yungas, dejando una declaración: “No busco eludir sanciones, el único responsable soy yo…”. Explica los móviles: “Queríamos amnistía general; gabinete de pacificación nacional; elecciones…”.
Al dia siguiente, domingo 23 de julio, caminando con su perro, el presidente Urriolagoitia va como de costumbre al Estadio Siles, donde Víctor Agustín Ugarte hace un golazo de cabeza. Pero el público aplaude al vencedor de la víspera.
Se multiplican las detenciones de dirigentes de FSB y MNR. Una huelga general en la UMSA exige amnistía. Preso en la Prefectura, Alberto Maldonado, dirigente de la facultad de Derecho, en carta pública pide al Ministro de Gobierno, Ciro Félix Trigo, cumplir en la práctica lo que enseña en la cátedra sobre el derecho a la protesta. Y el célebre jurista, señalando que la protesta no es conspiración, cumple empero con el principio y abre las puertas de la cárcel a los universitarios presos. Cae el gabinete. Desde la clandestinidad, Únzaga presenta al Congreso un pliego acusatorio contra el gobierno. “Es la tiranía de la oligarquía contra los intereses populares…”. Ponen precio a su cabeza
La agitación política llega al punto de ebullición. Apresan a Siles y Oscar Únzaga corre la misma suerte. Ambos son expulsados a Chile y comparten la habitación de una pensión barata en Arica, donde conversan largamente sobre el futuro de su país. Se comprometen a humanizar la lucha política en Bolivia.
En 1952, ambos conspiran en una misma revolución aunque sin saberlo y rompen en la hora decisiva del 9 de abril, cuando Siles es el vencedor y hace posible la Revolución Nacional, de la que Lydia Gueiler, combatiendo armas en mano, es la gran figura femenina. El chivo marcha al duro exilio que se prolongará por 12 años.
Por esas cosas de la vida, justamente a Siles Zuazo, presidente de Bolivia en 1959, le tocará la desventura de reprimir otro alzamiento falangista, muriendo Oscar Únzaga. Al enterarse, don Hernán llora la suerte de su amigo y adversario en la amarga política boliviana. El maestro Ugarte alcanza la mayor celebridad en el fútbol boliviano y será campeón sudamericano en 1963.
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