Por: José Antonio Loayza / Septiembre de 2018.
Tenía 15 años, cuando observé desde el faro de Conchupata de Oruro, el avance de las fuerzas del Ranger por el cañadón de Sorasora para evitar la llegada de los mineros que venían de Siglo XX. Le pregunté a uno de mi lado qué ocurría y me respondió, que Paz Estenssoro insistía en prorrogarse en el poder, seguro tiene algo que ocultar. ¡Qué podía ocultar! Después del 4 de noviembre de 1964, nos enteramos que muchos hechos de ocultaron bajo la alfombra corruptible del Control Político de La Paz, y además un nombre: ¡Claudio San Román!
En uno de mis viajes a La Paz, tuve la curiosidad de conocer la casona de la calle Potosí y Yanacocha, al verla no me pareció nada señoreada pero si inquisitoria, allá funcionó el Control Político del MNR desde el 23 de junio de 1953, su jefe tenía nombre de mártir y de santo: Claudio San Román, nació en Caraza el 26 de noviembre de 1913, creció pobre, le decían el “negrito”, para evitar su miseria trabajó como lustrabotas, combatió en la Guerra del Chaco y obtuvo el grado de subteniente. Su amigo J. Escobar le consiguió trabajo en el Departamento de Investigación Especial, viajó becado a los EE.UU, con el grado de teniente de Ejército. Más tarde el Presidente Villarroel, hizo que una misión norteamericana lo contrate y se perfeccione en los métodos de espionaje y contraespionaje para controlar los trajines de la Embajada alemana. Se amistó con Paz Estenssoro que era Ministro de Hacienda, y cuando fue Presidente y él coronel, recibió instrucción en torturas físicas y sicológicas durante el régimen peronista argentino, igual que el chileno Luis Gayan Contador, o el español Francisco Lluch, entre otros.
Para conocerla crucé el zaguán y llegue al patio. Oí que en la planta baja había celdas donde “ablandaban” a los enfurecidos con duros suplicios antes de subirlos al segundo piso de largos corredores con balcones de hierro forjado y ventanas cubiertas para que no se escuchen los gritos, y que Dios me perdone pero sé que había ancianos y mujeres y mucha gente asustada y recién capturada para ser torturada. La primera sala tenía una silla de penitencia, donde las tenazas hacían su ritual sangriento de desuñado o desdentado en medio de gritos espantosos. Al fondo estaba la cámara de gases donde se encerraba a los que se resistían a revelar sus secretos, se les soltaban gases lacrimógenos, o fétidos, o vomitivos, o los que hacían reír hasta destrozar su sistema nervioso. En otra sala de amplias proporciones, estaban los aparatos destinados al castigo de los detenidos reacios a contestar las preguntas. El potro del tormento, la infaltable picana eléctrica, o los fierros caldeados al fuego. El “chanchito”, donde el pecho y la cara se cubría de vidrios rotos por el propio peso. En el rincón un camastro para las violaciones, una prensa para las sienes, un generador con terminales para los senos o testículos, una “roldana” para alzar al detenido de los pies y sumergirlo entre pataleos en un turril. En un recinto especial llamado “Cuartito Azul”, se bañaba al preso que no soportaba el castigo y se lo dejaba toda la noche desnudo y con el agua hasta el cuello. El tercer piso estaba destinado a las oficinas y almacén, donde se revisaba la correspondencia sustraída del Correo, y también los libros y folletos calificados como propaganda comunista o falangista por el experto español Francisco Lluch. Había en ese piso, un corredor para las prácticas de tiro de los agentes del Control Político, eso servía para simular fusilamientos y arrebatos nerviosos. ¡Así funcionaba en medio de la ciudad y la modernidad, la Santa Inquisición del MNR!
Y mientras el agente de la CIA, Philip Agee, preparaba espías en el Canal de Panamá, con el fin de regarlos como yuyos por todo Sudamérica, el Presidente reincorporó mediante el DS 2221 del 23 de octubre del 52, a varios jefes militares simpatizantes al Gobierno para que se adhieran a la temible maquinaria de represión dirigida por el mayor Claudio San Román, a la que se incluyó el mayor Luis Gayan Contador, el mayor Prudencio, el mayor Julián Guzmán Gamboa, y otros mayores de la tortura. Y desde ese silencioso encierro, y con el fin de custodiar a los que activaban su ideología perdidiza, se crearon los campos de concentración en Curahuara de Carangas, Corocoro, Catavi y Uncía, gracias al consejo de los matones extranjeros dirigidos por el alemán Wolf, un experto formado en la Gestapo, que confundía arrullo con arrollar; o Klaus Barbie, nacionalizado boliviano en 1952, pese a ser conocida su condena a muerte dictada en 1947 por ser el “carnicero de Lyon”, que decían era tierno porque les hablaba a sus víctimas como si les dijera secretos de amor antes de vejarlos.
San Román armó el aparato de represión mejor organizado y de acuerdo a las pautas del FBI, tanto en las técnicas de persecución humana, como el martirio y castigo con violencia extrema a sus enemigos políticos. Fue el creador de la policía política que fusionó otras técnicas de tortura de la Checka rusa y la Gestapo alemana. Modernizó los sistemas de control de archivos de seguimiento o información de cada ciudadano, de las asociaciones, sindicatos, empresarios, comerciantes, incluso de los militantes del partido o de la oposición. Contaba con un presupuesto altísimo que salía del Estado a través del ítem: “Gastos Reservados”. En el periodo del año 64 se asignó a este capítulo, 232 mil millones de bolivianos, que era manejado íntegramente por San Román, y 52 millones que recibía para pago de sueldos mensuales a los milicianos; más 4.500 dólares que se le entregaba por orden expresa del presidente de la república. El Control político empezó en 1953 sólo en La Paz, con un total de 150 agentes, y aumentó hasta llegar en 1964 a 600, sin contar confidentes y soplones que no ganaban sueldos pero si jugosas comisiones, al igual que las prostitutas, peluqueros, lustrabotas, taxistas y otros, por ser los escuchas y delatores de los potenciales enemigos del gobierno. Para San Román tener sus celdas llenas era su mayor satisfacción, solía gritar a sus esbirros que a su retorno quería ver por lo menos algunos dientes de los presos en el piso.
Cuando Paz Estenssoro cayó, el 4 de noviembre de 1964, San Román se asiló en la Embajada del Paraguay, y la casona del Control Político fue ocupada por las fuerzas militares que tomaron los documentos y el sistema de fichaje que fue trasladado al Departamento Segundo de Inteligencia del Ejército. A su retorno en 1986, San Román reclamó al nuevamente elegido presidente Paz Estenssoro, la devolución de su casa en Sopocachi convertida en entidad educativa, su ascenso al grado de general de división en el ejército, y el pago de sueldos que dejó de percibir durante su exilio. Murió en 1992, de muerte natural, su entierro fue sencillo después de haber tenido grandes situaciones de poder.
Al alejarme de la casona busqué una frase de sosiego, pero nada resuelve el ayer. Las tropillas de derecha o de izquierda alborotan pero no modifican nada. Los gobiernos de restauración, de cambio, o de reforma, sólo colocan cencerros al cuello de los arreados que marchan hacia los sueños lúcidos y vanos sin ver que tras de ellos se oculta la mutación cada vez más perversa de la publicitada democracia, y la gente grita su alocamiento mientras el país anda con la Constitución despreciada, y todo, porque no aprendimos hasta hoy que la ley vale por la voluntad del soberano y no por la violencia del poder. ¿Cómo conservar nuestra dignidad con esa disimetría que nos desciende y no nos trasciende? Somos un país de complejidades, de rencores antiguos y de menosprecios, pero ya es tiempo de hablar con el poder que nos da el derecho no de la justicia sino de la altitud humana: Nos han preguntado y hemos hablado una vez, y hemos hablado no con los ojos ni los sentidos cerrados, hemos hablado por encima del terror y del tiempo, y el mundo ya conoce el dictamen final y constitucional del soberano.
Foto: San Román.
// Historias de Bolivia.
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