Por: José Antonio Loayza Portocarrero, mayo de 2019.
Este es un libro que nos brinda una novedad historiográfica excepcional, y una
renovación espiritual en vísperas del bicentenario de nuestra y de las demás
independencias. En síntesis, es la evidencia objetiva del nacimiento de las
naciones hispanoamericanas.
En anteriores entregas comenté que de manera difundida se le asigna a Casimiro
Olañeta el mote de “dos caras”. Los que no leyeron la obra “Últimos días
coloniales en el Alto Perú”, de Gabriel R. Moreno, se permiten denostar a los
patriotas de entonces, sin saber que estos, por astucia o supervivencia, o eran
leales al Rey, o sufrían la sanción del poder virreinal. Algo parecido ocurre
hoy, por eso no es extraño que el fulano que antes era liberal por el favor
político hoy es indigenista; o el sutano que antes era trotskista por el giro
político hoy es pachamamista; o el merengano que antes era comunista por el
cargo político hoy es… Siempre hubo las dos caras, la apariencia, el
ocultamiento de la verdad tras el aspecto, que Heidegger llamó Fenomenología, o
filosofía de las apariencias. Pues eran tiempos de elegir al Rey o el cadalso,
tiempos de enmascaramiento, de cara y careta. Como hacen hoy los políticos que
usan mil caras que ya no recuerdan la propia, o como hizo hace unos días el
mismo Secretario General de la OEA, de una manera tan impropia para ocultar, no
sé qué.
Este ocultamiento de lealtad al Rey terminó en la Audiencia de Charcas el 23 de
septiembre de 1808, cuando llegó la noticia de la “feliz coyuntura”, o la
abdicación del Rey español Fernando VII ante Napoleón, y fue la Academia
Carolina, o los abogados de Charcas, los que fructificaron esa coyuntura para
que junto a los círculos intelectuales proyecten el porvenir de América, y para
ello asumieron un razonamiento o una justificación de validez universal, de ahí
nació el Silogismo de Charcas.
—Las colonias en América son del Rey, no de España; y habiendo abdicado el Rey,
las colonias son de sí mismas. Por tanto, América es libre de decidir su propio
destino.−
Con este anunció legal, se expuso al mundo el triunfo de nuestro más caro
anhelo: La libertad y el destino, y fue la Academia Carolina, la de los
heroicos abogados de Charcas, que conformada por el carácter de una enigmática
élite criolla y cosmopolita, nos dio con este silogismo, el arma jurídica que
incendió la audacia y la legalidad del reclamo americano que pasó de la
revuelta a la revolución, y el 25 de mayo de 1809, tras la detención de Jaime
Zudáñez, Chuquisaca y la Junta Patriótica se rebelaron contra el poder
usurpador, apresaron al Presidente de la Real Audiencia Ramón García Pizarro, y
ya libres, expusieron las ideas del cambio social y político, depusieron a las
autoridades peninsulares y conformaron el primer gobierno autónomo del
continente americano al mando del coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales,
nombrado Comandante General de Armas.
La Academia Carolina, inspirada por las ideas del siglo de las luces, se
atrincheró en el rigor del conocimiento, en las lecturas de los más ilustres
pensadores, repudiaron el régimen del cadalso, y se unieron a los descontentos
y sufridos. De esa sangre, de esa casta provenía el abogado platense Jaime
Zudáñez, más tarde Presidente del Congreso de Buenos Aires en 1818, y autor del
Catecismo Político de Chile; o Bernardo Monteagudo que fue asesor de San
Martin, O’Higgins y Bolívar; o los abogados Castelli, Paso y Mariano Moreno que
lograron la independencia de Buenos Aires; basta decir que en el Congreso de
Tucumán, que declaró la independencia Argentina en 1816, de los 31 diputados
participantes, 15 eran egresados de la Academia Carolina, y muchos otros
formaron la clase política y administrativa de los nuevos estados
independientes, como diputados, representantes asambleístas, congresistas, o
legisladores. En síntesis, la Academia Carolina fue el crisol de las
independencias de América.
A la revolución de mayo que fue la careta o la fase jurídica, le siguió la
revolución paceña el 16 de julio de 1809, esta fue la cara y la fase política
que actuó bajo la orientación e incitación del abogado carolino Mariano Michel,
con la acción directa de los otros carolinos y abogados de Charcas, José
Antonino Medina, Juan Bacilio Catacora, Bautista Sagarnaga Gregorio Lanza, y
otros, así nació la Junta Tuitiva, donde se habló abiertamente de
independencia, con una proclama de 19 bellísimas líneas, únicas y superiores a
cualquier otra proclama o discurso en su concepto político y en su espíritu
revolucionario.
—Compatriotas: Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno
mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos
sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador
injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha mirado como a esclavos;
hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye
por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los
americanos haya sido siempre un presagio de humillación y ruina. Ya es tiempo,
pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo
nacional español. Ya es tiempo, en fin de levantar el estandarte de la libertad
en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas
con la mayor injusticia y tiranía. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el
Imperio del Perú, revelad vuestros proyectos para la ejecución; aprovechaos de
las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro
suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos, para ser en
adelante tan felices como desgraciados hasta el presente.−
La “Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo”, es una expresión donde
el uso de los términos “Tuitiva” y “Derechos del Rey y del pueblo”, nos incita
a un análisis profundo en relación al tipo de pensamiento político de antes, y
el anuncio de una perspectiva en el pensamiento de hoy. En el primer caso, la
Junta ejerció la tuición para gobernar; y en el segundo caso, estableció esta
tuición sobre los derechos del Rey. Por tanto, esa “ingeniería estratégica”
transformó el tiempo colonial en un evento republicano, esa fue la revelación
del rostro verdadero concebido por los monumentales poseedores de esa singular
aptitud, en la que estuvieron adscritos, sin ninguna duda, los abogados de la
Academia Carolina.
Hay mucha historia que contar en esta magnífica obra de 160 páginas. Pero este
no es un homenaje ni al libro ni a los abogados, a quienes se los respeta si
respetan la Constitución. Lo que hago es implicar a los carolinos y su heroísmo
ferviente y revolucionario en el giro notable que dieron a nuestra historia.
Finalmente, mi abrazo y admiración a la hermosa Chuquisaca, a la tierra de José
Antonio Loayza Gumiel, de José Antonio Loayza Calvimontes, y de José Antonio
Loayza Torres, mi padre, que es el k’arapanza que me dio la vida.
José Antonio Loayza Portocarrero.
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