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LA RABONA

 

Soldado y su compañera (rabona)

Publicación de: José Antonio Loayza Portocarrero, mayo de 2019.


(Eloy Perillán Buxó.
Lima 23 de agosto de 1890)

Y las indias cantan, en el delicioso idioma de Manco-Cápac, esto, que es pálida traducción de su triste favorito...
No entres, no, corvo chilenoen el pecho de mi indio.. descaminate, homicida,y ven á rasgar el mío!
¡La rabona! ¿cabe nombre más prosaico y vulgar dada la estructura de nuestra lengua?
Y, sin embargo, con este nombre y todo, ¿concíbese un ser más abnegado, más virtuoso, más ideal y adorable que aquella débil criatura, que abandona el nativo rancho y la soledad de sus inaccesibles montañas, para vivir en los cuarteles, y tal vez para morir en los campos de batalla?
La rabona tiene la misma historia: su génesis y su biografía siempre coinciden, así preguntéis á diez, a ciento, a mil de ellas, buscando alguna diferencia que no encontrareis. Es la india prometida del indio; viene la leva, arranca de las grietas de los Andes á todos los pastores, chacareros y peones que necesita; les convierte en soldados; y por cada hombre que recluta, tiene que llevarse una mujer que le sigue, primero llorando como una Magdalena, á pocos días resignada y sonriente como un ángel de consuelo.

Entra el indio en el cuartel, recibe allí su equipo, y la dócil rabona improvisa un hogar con algunos palitroques, y una frazada que por la noche es el cobertor del tálamo conyugal.
Desde entonces, la compañera del soldado tiene que multiplicar sus labores; guisa, barre, cose, plancha, limpia las armas de su cholo, recoge sus haberes, asiste a sus ejercicios; y en cuanto hay orden de emprender una macha, carga con todo aquel ajuar formando el quipo que se hacha a la espalda....
A las veces el quipo es tremendo, abultado y pesadísimo; en él entran el colchón de la cama, la vajilla para los guisos, una mesa, un taburete, la ropa del militar, los palitroques del tenderete, la despensa más ó menos abundante.... y si la rabona tiene un par de chiquillos, también estos van revueltos en el equipo de campaña.
Los jefes de los cuerpos armados ya saben que las órdenes de marcha y el itinerario del batallón, han de darse á las rabonas antes que á los soldados.
Enteradas ellas, alistan sus trebejos en un periquete; ayudándose unas á otras, repartiéndose buenamente la carga, y salen del cuartel algunas horas antes que las tropas expedicionarias.
Ellas marcan la distancia de cada jornada y escogen á su gusto el sitio que mejor les parece para que descansen ó pernocten los hijos de la guerra; cuando éstos llegan á la pascana, todas las cocinas humean, y junto á cada cocina hay un lecho.
El amor ha hecho aquellos prodigios de actividad.

En el fragor de los combates, es donde su voz alienta al soldado, mil veces más que las marchas guerreras de bandas y clarines.
La india habla al corazón de su compañero, recordándole el premio de las batallas, el laurel de las victorias, la chacarita de aquel pajizo rancho donde nacieron y se amaron, la limpidez de aquel cielo, cuyo manto rasgan los penachos de los volcanes encendidos; cuanto para aquel hombre quiere decir amor y ventura, primavera de la vida y esperanza de la felicidad.
Y el indio se bate como un león, mientras escucha aquella voz hermana que es para él mandato del cielo.
Si le hiere el plomo enemigo ¿qué falta hacen allí médicos ni practicantes; ni camilleros de esa bendita institución que se llama la Cruz Roja?
La rabona se adelanta á todo y á todos; apoya en sus rodillas la cabeza del herido, y apronta vendas y ligaduras, restañando con sus labios la sangre que quiere correr, para llevarse los alientos del desventurado cholo.
Si éste muere, la que ha sido su esposa, su hermana y su acémila, queda allí al pié de su cadáver desafiando con sus arranques de valor las iras del enemigo.
Cuando las rabonas corren hacia atrás, desesperadas y llorosas, la derrota de los suyos es inevitable....
Los generales más experimentados en las guerras sud-americanas temen cien veces más el pavor de las rabonas que la indecisión de sus batallones.
En cambio, cuando la victoria da la cara, y el enemigo esta vencido, no preguntéis quien ha sido el primero en ocupar las posiciones tomadas, la población sitiada, ó la trinchera perdida por los derrotados: antes que los soldados entran allí las rabonas, para destrozar los restos de la fuerza vencida, ó para clavar los cañones, ó para armar sus tenderetes y armar sus cachivaches.

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