Cochabamba |
Por: José Antonio Loayza / Publicado en mayo de 2019.
Lunes 25 de mayo. Las fuerzas de don Esteban Arze se
apostaron en el Quehuiñal para frenar el ingreso de los realistas dirigidos por
José Manuel de Goyeneche, pero sus disparos resultaron impotentes para oponer
resistencia al ejército realista. Ese mismo día, Goyeneche se dirigió a
Cochabamba.
Martes 26. Cochabamba se enteró de la noticia y la ciudad entre en pánico hasta
llegar al caos. En la tarde hubo Cabildo abierto. Mariano Antezana gritó con
ardiente celo tratando de levantar siquiera un tanto a los espíritus
derrotados:
“¿Cumpliréis lo que habéis dicho de defender la patria y a la excelentísima
Junta de Buenos Aires?”.
Algunos respondieron que sí, pero no había más de mil hombres. La desganada
turba se retiró y abandonó perspicazmente el lugar. Solamente quedaron las
mujeres que se veían cara a cara, y desde sus entristecidos corazones, dijeron
que querían morir por lo que Dios quiso morir, y junto a la ciega Manuela
Gandarillas, gritaron erguidas:
“Si no hay en la tierra un hombre capaz de declarar su valor, ¡aquí estamos las
mujeres para defender el sitio!”
Los curas de San Francisco salieron en procesión por las calles pidiendo
serenidad. Se oían plegarias y rezos desesperados, hacían posta en cada esquina
y rogaban al altísimo que Goyeneche se apiade de ellos y entre sin espada y con
un crucifijo hasta el altar dando muestra de su fe. Alguien sugirió que los
santos sean sacados y llevados a las entradas de la ciudad, pero el claustro
rechazó la idea.
Miércoles 27, a las siete de la mañana, Goyeneche partió de Tarata y llegó a
Cochabamba a las dos de la tarde, y ordenó el
ataque…
No existe un testimonio de lo sucedido en la colina de San Sebastián el 27 de
mayo de 1812, a excepción del relato del soldado Francisco Turpin al General
Manuel Belgrano. La parte que corresponde a éste suceso, dice así:
RELATO DEL SOLDADO FRANCISCO TURPIN AL GENERAL MANUEL BELGRANO, SOBRE LOS
SUCESOS DEL 27 DE MAYO DE 1812
Jujuy, 4 de agosto de 1812
Señor general:
Francisco Turpin, soldado de la primera Compañía de fusileros del Regimiento Nº
6 dice a vuestra señoría:
Esa misma noche caminamos de regreso, y al día siguiente encontramos todos con
dicho Antezana, y entonces empezamos a reñir con el general Arze y el dicho
Antezana, tanto que hubieron de pelearse entre los dos y se dijeron que cada
uno vaya a defender el lugar donde vivía, esto es, el gobernador Antezana,
Cochabamba y el general Arze el valle de Torata.
Habiendo quedado yo en Cochabamba, y en destacada de un lugar llamado
Colque-Pirgua dijeron que el general Arze se había situado en un lugar Pocona
con toda su gente, a los cuatro días vino la noticia de que el general Arze
habían sido derrotado, entonces don Mariano Antezana nos mandó llamar de dicho
punto de la destacada a la misma ciudad, y habiendo formado todas sus tropas
,les dijo: “Juran soldados defender la patria a que respondieron todos sí; pero
como todos los soldados creyeron que era sarraceno el señor Antezana porque había
mandado retirar las tropas del señor Arze de Soracachi y porque hizo entrar en
Cochabamba a los que estaban de destacada en Colque–Pirgua, distancia a media
legua de la misma ciudad, dijeron que los iba a entregar a así se fueron la
mayor parte de ellos.
En este día por la tarde hubo Cabildo Abierto y nuevamente Antezana dijo
“¿Cumpliréis lo que habéis dicho de defender la patria y la excelentísima Junta
de Buenos Aires?”. Algunos respondieron que sí, pues ya no habían más de mil
hombres escasos, y solamente las mujeres dijeron si no hay hombres nosotras
defenderemos: a poco rato mando el señor Antezana que él ya rendía, y que todas
las armas la pusieran en el cuartel, que él se iba, y que el que quisiera
seguirlo que lo siguiese, mandó al mismo tiempo que se aseguren las armas bajo
llave, y se aseguraron cincuenta fusiles y veintiún cañones de estaño y un obús
con una culebrina de los de Buenos Aires de bronce: echa esta diligencia
repentinamente se congregaron todas las mujeres armadas de cuchillos, palos,
barretas y piedras en busca del señor Antezana para matarlo, y otra porción al
cuartel y apenas quebraron las ventanas de la casa de dicho Antezana y no lo
encontraron luego vino un caballero Mata Linares, a quien dejo las llaves
Antezana, y este abrió , entraron las mujeres, sacaron los fusiles, cañones y
municiones, y fueron al punto de San Sebastián, extramuros de la ciudad, donde
colocaron las piezas de artillería.
Al día siguiente hubo un embajador de parte de Goyeneche, previniendo que
venían ellos a unirse como con sus hermanos, que desistan de esa empresa
bárbara: el pliego se entregó al único oficial capitán de caballería don
Jacinto Terrazas, y habiendo este preguntado a todas ellas, que si querían
rendirse, dijeron que no, que más bien tendrían la gloria de morir matando y el
embajador que vino a Cochabamba y murió en manos de las mujeres.
A poco rato se vio ya formado el ejército enemigo e inmediatamente rompieron el
fuego las mujeres con los rebozos atados a la cintura, haciendo fuego por espacio
de tres horas: el enemigo acometió por cuatro puntos y mataron treinta mujeres,
seis hombres de garrote, y tres fusiles, ya cuando nos vimos muy estrechados
pensamos reunirnos en la misma plaza; pero ya no fue posible, porque la
caballería enemiga estaba sobre nosotros, entonces se quemó toda la pólvora que
había, así de cartuchos de fusil, como de cañón, escapando solo seis cajones
para el monte y los cincuenta fusiles, y en estas confusión me hicieron
prisionero, manteniéndome atado a la cureña de un cañón y lo mismo a dos
mujeres; a los seis días de mi prisión prendieron también al señor Antezana del
convento de San Francisco, le dieron tres días de termino y lo pasaron por las
armas después; después de muerto le cortaron la cabeza, y colocaron en la plaza
mayor de la ciudad, y el cuerpo llevaron al punto de San Sebastián adonde salía
todas las noches una compañía de fusileros de reten.
Después que se había posesionado el enemigo de la ciudad empezaron a saquearla,
cada división con sus respectivos jefes, quebrando todas las puertas y
ventanas, los de caballería salieron a las estancias o haciendas a hacer otro
tanto, quemando las sementeras, así de maíz como el trigo; salí de la prisión
agregándome a las tropas del enemigo, llego el tiempo de que marchásemos a
Chayanta donde pensaban hacer el Cuartel General, y en la primera jornada que
hicimos en el lugar nombrado Capinota, encontré a los indios lanceros de
Pumacahua y vi que mataron niños, viejos, viejas, a excepción de las mujeres de
buen parecer, y decían que al fin habían de defender la causa nuestra, de la
segunda jornada que llegamos a un lugar de Secaya hice mi deserción por el lado
de Arque a sepulturas para venirme por el despoblado como lo he ejecutado.
Jujuy, 4 de agosto de 1812
Es copia
Manuel de la Baquera
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