Siles, Estenssoro y Lechín |
Por: José Antonio Loayza Portocarrero, publicado
originalmente el 15 de abril de 2019.
No es el 9 de abril de 1952 lo que hoy recuerdo, es al hombre que hizo posible
el retorno a la democracia aquel día, y el 8 de octubre de 1982. La primera
vez, cuando derrocó al Gral. Hugo Ballivián en su justa ley, y la segunda,
cuando el Gral. Guido Vildoso y la Junta de Comandantes, llegaron a la
conclusión de que esta vía era la más directa y rápida para deshacerse del
poder, para que sea el nuevo mandatario quien cargue sobre sus espaldas la
segunda mayor inflación ocurrida en la historia de Bolivia.
La gente que deseaba el retorno a la democracia, vieron como apareció detrás de
las montañas de los Andes, un punto difuso y reluciente del tamaño de un brillo
que creció y resplandeció entre un remolino de nubes y tierra, y dijeron que
era el avión que llegaba de Lima, este se posó suavemente sobre la huella negra
de la pista del aeropuerto de La Paz, y de salió Siles Zuazo, mostrando la V de
la victoria, con la mano izquierda, como 30 años atrás hizo Paz Estenssoro, con
la mano derecha. La multitud no tardó, lo subió a Siles en un camión y lo bajó
a la ciudad. El pueblo en las calles lo veía como al Mesías, igual que cuando
retornó de Laja el 9 de abril de 1952 con el documento de capitulación del
ejército, antes que llegue Paz Estenssoro y él lo acompañe como ahora hacía el
sobrino de Paz Estenssoro, Jaime Paz Zamora, elegido vicepresidente por voto
del pueblo.
Pero antes de irse a casa, Siles subió a una tarima gigante armada con tablones
entre parlantes descomunales que amplificaron y difundieron los himnos de la
patria desde la histórica Plaza de San Francisco, donde las alegrías de los
dirigentes de las organizaciones populares, incluso de las élites políticas y
empresariales, lucieron sus mejores sonrisas de cuanto te queremos. Luego
apareció el líder, y le habló al pueblo prometiéndole: “¡Una democracia que sea
viable para que nunca más vuelvan los gobiernos de facto, y para que nunca más
la prepotencia de las armas sea fratricida!”.
Siles sabía que debía impedir que vuelvan los gobiernos de facto, que debía
frenar la anarquía sindical, hacer frente a la debilidad política que se
reflejaba a través de la minoría parlamentaria, luchar contra el terrorismo y
el tráfico de drogas que en ese momento ganaba aproximadamente 2 millones de
dólares por año; porque ahora él era el buen señor y debía ser en adelante el
buen profeta para hacer de las causas desahuciadas un gran evento, tan
necesaria en nuestra aciaga política.
Muy pronto quedó al olvido el golpe de García Meza que cerró la legislatura de
1979, y anuló los resultados electorales de 1980, pero dos años más tarde,
Vildoso respetó el Congreso del 80 que lo consagró a Siles como Presidente
Constitucional de la República, Sin embargo muchos ocultaron sus dudas,
vacilaban, dijeron con tono de adivinos que pronto caería el conejo en la
trampa del cazador movimientista, porque gobernaría con un partido débil y sin
apoyo congresal, como quiso Paz Estenssoro, y como les dijo a sus partidarios:
“La UDP es un globo al que hay que desinflar. Por lo tanto es preciso darle el
poder”. Otro dijo al oído de otro: “Venga quien venga, esto no se soluciona
amigo, tenemos los genes de Casimiro Olañeta, el fundador de la patria, somos
extremistas.”
Siles llegó con la sabiduría del buen mandatario, y anunció que ajustaría el
sueldo presidencial al salario promedio de los trabajadores para que todos
ganen igual, y recorrió las calles repitiendo que nadie robaría nada a nadie
mientras daba la mano a cientos de trabajadores que formaron con los
representantes obreros un cordón de guardia a lo largo del camino desde el Alto
hasta la Plaza de San Francisco y hasta la casa de Siles en Obrajes, donde al
llegar, y después de los besos y abrazos, advirtió que en el trayecto le
sustrajeron la billetera.
El 10 de octubre asumió el Gobierno junto a la UDP, que según los analistas era
un entronque de buenas intenciones del MNRI, del MIR y del PCB Tradicional o
“moscovita”, integrado por políticos de segunda fila que le daba un sabor
insípido al acontecimiento tan apoteósico y tan esperado, que la militancia se
colgó hasta de los colores de la bandera con una buena dosis de audacia
queriendo demostrar que el partido estaba listo para deliberar con los
indiferentes que sonreían ante la promesa de Siles que le pidió al pueblo un
margen de 100 días, para resolver la crisis social y económica. La COB le
advirtió que cualquier correctivo económico debía decretarse para beneficio de
las mayorías nacionales, de lo contrario se movilizarían.
En la ceremonia de posesión, estuvieron presentes los presidentes de los
diferentes países. Siles abrió la carpeta para leer su discurso, y dijo: "
Aquellos que no creen en la democracia y la han interrumpido muchas veces,
privando a las personas de sus libertades, deben reflejar y entender que su
tiempo ha llegado a su fin." Por hojear la carpeta entremezcló su discurso
y leyó lo que le venía a la vista, como los asistentes ignoraban el incidente,
dijeron que el discurso poseía una visión filosófica heideggeriana, otros
opinaron nietzscheana, los más leídos dijeron Hegeliana, pero al final nadie
supo que Siles prefirió leer las hojas como venían y al final improvisó. Ese
fue un día con un feliz sentido y un significado simbólico, pues nunca un
militar había entregado el poder a un civil, era un gesto único en nuestra
historia maltrecha que luchó 18 años para reconstruir al país que vivió un
continuo desastre desde 1964.
En su gobierno, Siles hizo lo imposible por mantener su gobierno ante los
continuos ataques del MNR y la COB que lo acorralaron sin permitirle adoptar
ningún correctivo. Se declaró en huelga por 4 días dentro del Palacio exigiendo
que lo dejen gobernar, deportó a Klaus Barbie, fue secuestrado por miembros del
ejército y la policía, posteriormente, ante todo el cálculo premeditado,
anunció su renuncia patriótica y acortó un año su mandato presidencial. Llamó a
elecciones y entregó el Gobierno a Víctor Paz Estenssoro.
Once años después, Hernán Siles Zuazo, murió en el Uruguay a sus 82 años, a
causa de una embolia pulmonar, sucedió el día de la independencia de Bolivia,
el 6 de agosto de 1996.
Mi respetuoso homenaje a este gran líder, EL HOMBRE DE ABRIL, que contribuyó al
retorno de la democracia para el país, y no impugnó en ningún momento ni la
Constitución ni la libertad, pese a que conocía su premonitorio destino: “¡Voy
a que me crucifiquen!”.
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