Este artículo fue publicado originalmente en: Semanario El
Tunari (https://semanarioeltunari.wordpress.com/2012/02/05/poetas-del-siglo-xix-nestor-galindo-1830-1865/)
Poeta, sobre todo poeta de vocación, nació en Cochabamba, el
23 de enero de 1830, y murió fiel a sus ideales de libertad, fusilado por las
huestes de Mariano Melgarejo, luego de combatir en la Cantería de Potosí, el 5
de septiembre de 1865. Su vida tuvo las particularidades propias de un
artista de gran sensibilidad, en un tiempo frustrante para él. Según comenta su
biografista, Augusto Guzmán: “Escribió versos desde los 12 años, revelando su
inclinación natural por la poesía”. No podía haber sido de otra manera,
tratándose de un ser tan sensible a las cosas del espíritu.
Algo que fue decisivo no sólo para su encuentro con el amor,
sino también con los estudios que pudo realizar, es el destierro de su padre,
por lo que Galindo, a los 18 años de edad, luego de una corta permanencia en
Lima, residió en Tacna. De ello dice: “Bendito sea el día y el mes y el año, y
la estación y el tiempo, y la hora y el instante, y el hermoso papis y el
paraje mismo en que fui hallado por los lindos ojos que me tienen cautivo; y
bendito sea el dulce primer tormento que sufrí al juntarme con el amor, y
bendito el arco, las flechas que me clavaron y la herida que llega hasta mi
corazón”.
Sus padres, alarmados por el arrebato de amor, lo enviaron a
Chile para que continuara con sus estudios en un colegio de Valparaíso, donde
aprendió las lenguas francesa e inglesa. Su dominio no sólo le permitió leer a
los clásicos de esos idiomas, sino también traducir sus obras, especialmente
las de Víctor Hugo, Musset y Bayron. Al retornar a Bolivia, en 1851, teniendo a
Tacna y a su amada en el corazón, escribió estos versos a modo de despedida,
con Arica en el recuerdo:
Adiós, morro sublime. Allá en tu cumbre
una noche inspirado me sentí;
mas mi canción fue triste cual la lumbre
que la luna rielara del cenit.
Estando de nuevo en Cochabamba, Néstor Galindo fundó el 16
de abril de 1852, junto a un grupo de jóvenes intelectuales, la “Revista de
Cochabamba”, la primera en su género en el país. En esa revista se dio cabida a
los estudios y composiciones de muchos de los escritores de su generación.
Lamentablemente, casi un año después, esa revista tuvo que despedirse de sus
lectores. Ese mismo año (1853), el gobierno de Belzu persiguió a Galindo y lo
desterró, por haber publicado un canto fúnebre de la muerte del general
Ballivián; luego también sufrió una corta proscripción, en 1854, por haber
tomado parte en el alzamiento del Cnl. Achá.
El año 1856 se constituye en un año significativo para la
vida literaria de este poeta, al publicar en Cochabamba su poemario Lágrimas,
que a la postre resulta ser el único libro de versos que nos dejó. En él
aparecen poemas de variada factura y concepción, desde los de tema político,
marcial y patriótico; asimismo, tiene poemas sentimentales, elegiacos e
intimistas, que fueron reproducidos en 1860; sobre todo los políticos
provocaron críticas adversas, especialmente de Gregorio Víctor Amunátegui,
estudioso chileno.
De ese enfoque negativo se han valido los críticos
posteriores a Galindo, sin tomar en cuenta su obra ulterior; por ejemplo, la
que publicó en 1857, año en el que también sacó en forma anónima, en “La
Reforma”, N° 5, del 4 de mayo, su poema patriótico “El Pabellón”. Trata del
origen de la República, evocando a Bolívar en la cima del Cerro Rico de Potosí,
donde plantó el sagrado pabellón, dignado con la sangre de los mártires de la
Independencia. Dos versos nada más nos dan la calidad de su estro poético,
cuando nos lanza esta singular imagen, que va más allá de toda inspiración
romántica:
Despedazada vela que naufraga
al fragor de contrarios esquilones.
Pero mejor veamos un fragmento más extenso, para tener una
idea más clara sobre su capacidad creativa:
¡Oh mano impía! La rasgada enseña
De tantas glorias y victorias tantas;
Patriota el corazón, noble desdeña,
Que ya no es digna de ocupar las plantas.
Roto girón que nada al alma enseña
Ni le recuerda sus memorias santas.
No es pabellón, ni enseña, ni bandera,
Ni aún divisa de imbéciles siquiera.
Un año antes, o sea en 1856, Galindo compuso la siguiente
legía que la leyó en las exequias fúnebres de su maestro y amigo, el tribuno
Luis Velasco:
Mártir de libertad, su vida ha sido
Una lucha sin tregua y sin fin;
Un funeral y lúgubre gemido
Cuyos ecos repite el porvenir.
Alma esforzada, con sublime anhelo
Cruzó en borrascas de la vida el mar,
Y ya cansada remontó su vuelo
En pos de la anhelada libertad.
En vano los tiranos de la tierra
Tentaron abatir su altiva sien;
Sólo encontraron la sublime guerra
Con que combate el mal, rígido el bien.
(Fragmento)
Por último, no podemos acabar este estudio sin referirnos a
su extenso poema La mujer, que para su tiempo y medio tiene algunas
singularidades que lo distinguen del resto. Escrito en endecasílabos de rima
consonante, en estrofas de ocho versos, a modo de las octavas reales de Torres
y Villarroel, del siglo XVI. Galindo exalta a la mujer no propiamente por su
belleza física, como lo hacían los románticos becquerianos, sino por la
fortaleza y su rol en el mundo; para él la mujer es la celestial reencarnación
de la Virgen María en la tierra, con todos sus dones que la hacen madre,
hermana, esposa, hija y amiga. Veamos un fragmento para concluir:
Es la mujer un alma peregrina
que Dios envió sobre el erial del mundo
como un destello de su luz divina;
como un presente de su amor profundo.
Ante ella el hombre la cerviz inclina
y reverencia su poder fecundo,
que es ella el ángel que guardián aclaman,
arcángel bello que custodio llaman.
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