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EL PRESIDENTE AGUSTÍN MORALES HERNÁNDEZ, SUS ACCIONES, SU PENSAMIENTO POLÍTICO Y SOCIAL

 


Fragmento del trabajo de la tesis de frado titulado: Ni tan caudillos, ni tan bárbaros: política y economía en la presidencia del General Pedro Agustín Morales Hernández, 1871–1872”. De Pastor Rafael Deuer Deuer. / UMSA 2018.

Agustin morales fue el décimo sexto presidente de Bolivia, desde enero de 1871 hasta que su sobrino Federico Lafaye lo asesinó el 27 de noviembre de 1872. Tomo el poder mediante un golpe de estado en contra de su exaliado Mariano Melgarejo.

Su pensamiento político y social

Es indudable que su situación humana tuvo una fuerte influencia en la generación de sus ideas político-sociales. Su autodefinición es breve pero clara: “Soldado de la libertad, republicano de corazón, y hombre de valor (…)” (Morales, 1851, p. 5). Sus años formativos en el ejército confederado son los responsables de las dos primeras características que dice tener. Y es esa imagen de libertad y de republicanismo, de sus primeros años como militar, la que luego quedará grabada en su mente y saldrá a relucir durante su Presidencia. Se reconoce a sí mismo como un hombre valeroso, es decir, que no mide el peligro: esta imagen de sí mismo es la que luego provocará los hechos que dieron origen a su asesinato.

Un fenómeno corriente en la política, es la que todos los caudillos se autonombran como representantes del “pueblo”: “Me he asociado al pueblo, he visto de cerca sus infortunios, he simpatizado con sus males: como ciudadano influyente por mi posición social, busqué el medio de cicatrizar las heridas de la Patria” (Morales, 1851, p. 5). Morales no quiere separar su destino del del pueblo, es decir de la gente con menor fortuna económica que la que la vida le deparó a él. La vida lo ha hecho así: por alguna razón, se ha elevado por encima de la media y por eso tiene la capacidad de “cicatrizar” las heridas que tiene la Patria. O quizás es el pueblo el que quiere tener alguien de una posición social influyente -léase económicamente pudiente-que abogue por sus derechos.

“Me cabe la gloria de haber sacrificado los goces pacíficos del hogar por salvar a mi patria: le debo la existencia y cuanto poseo para abandonarla en el momento del peligro (…)” (Morales, 1851; p. 4). La Patria está por encima de la familia; por lo tanto, está dispuesto a dejarlo todo para cumplir su elevada misión ya que se ha casado con el país.

“Hice el sacrificio voluntario de mi vida y de una gran fortuna adquirida durante muchos años empleados en el comercio” (Morales, 1851, p. 5).Conociendo al género humano, es muy improbable creer que una persona arriesgue todo lo que tiene por mero altruismo y que sólo esté buscando el bien común; pareciera ser que está buscando una justificación a sus actos. Por lo tanto, la conclusión a la que llega es obvia: “Yo me creía predestinado a sacar de [su] cautiverio a la patria” (Morales, 1851, p. 20). Otro típico rasgo caudillesco: creer que Dios y el destino los han señalado como salvadores de la Patria.

En un país convulsionado por las revoluciones como lo era la Bolivia de esa época, Morales plantea que el objetivo de las revoluciones -sobre todo en las que participó- era: “(…) devolver (...) al Primer Magistrado que el voto de la mayoría elijiese [sic], el sagrado depósito de sus derechos agredidos” (Morales, 1851, p. 5). Estas palabras parecen ser una premonición de lo que sucedería posteriormente en 1871 al convocar a una Asamblea Constituyente. La experiencia vivida en el país mostraba que el poder excesivo hacía que el caudillo se creyese dueño de vidas y haciendas ya que la Historia juzgaría los hechos malos de sus enemigos; no los suyos propios. “Todo gobierno que dejenere (sic) en el patrimonio de un amo, será efímero como lo es el imperio de la injusticia, sea Ballivián o Belzu la persona encargada de presidirlo” (Morales, 1851, p. 7). Estas palabras parecen ser un anticipo de lo que sucedió después de que se declaró dictador. Parece ser que las reglas sólo se aplican a otros.

“Bolivia no figurará entre las repúblicas civilizadas, mientras no imponga a sus mandatarios el respeto a la ley y la prescindencia absoluta del capricho y la arbitrariedad” (Morales, 1851, p. 6-7). Sorprende la lucidez que tiene Morales más de 20 años antes de tomar el poder. Qué fácil es asumir posiciones o decir lo que otros deben hacer: lo difícil es hacerlo cuando ha llegado el momento de la verdad: “La República de Bolivia, incierta en los experimentos que ha hecho de las instituciones republicanas, no ha podido consolidar la libertad, ni dar la suficiente estabilidad al poder público: ha marchado por la senda de las revoluciones (…) (Morales, 1851, p. 7).

El análisis es correcto: se debe reconocer también que el caudillismo ha sido el causante de todas estas inestabilidades: demasiados “iluminados” para un país donde nadie quiere obedecer. Todos los gobiernos que han nacido de una revolución han argüido su legalidad. La metamorfosis que sufre el caudillo cuando cambia la situación es evidente:

No temáis, les ha dicho, de mis transgresiones, no temáis mis abusos, porque no los volveré a cometer, sino aconsejado por mi conciencia y por la salud del pueblo, o más bien cuantas veces me dé la gana, especialmente contra los que hayan sido mis enemigos, de obra, palabra o pensamiento . Zambo me dijiste y, palo a todos los títeres de cualquier esfera o clase social que vengan . Obraré en todo caso con la ley y mi conciencia y cumpliré estrictamente el deber que la Patria me impone, satisfaciendo las necesidades del país, reprimiendo eficazmente las turbulencias que hasta ahora le han defraudado sus esperanzas, y su porvenir (Castro, 1873, p. 11).

La ironía de las palabras de Castro es evidente. Tratando de remedar lo que Morales -su adversario político- decía, alude a la amnesia que sufren los caudillos que toman el poder y que les hace creer que ellos no están equivocados. Los otros son los que están errados. Y es que este es el problema de los caudillos: lo que ellos hacen está bien. Los que no comulguen con sus ideas son sus enemigos y deben ser derrotados. La conciencia del caudillo es la única ley válida. Y si esta le dice que hay que romper la ley sin violarla -como si esto fuese posible- lo hará.

Morales en acción

Quizás lo más característico de un carácter impulsivo es la propensión a la acción: “no es diciendo, sino haciendo”, parece ser el lema que domina la vida y las acciones de estos hombres.

La revolución del 15 de enero de 1871, no hubiera triunfado si no hubiera estado de en medio la temeridad de Morales: “En vista de un cuadro desgarrante los mismos vencedores derraman lágrimas de dolor sobre sus propios laureles. El coronel Morales contesta a las felicitaciones que le dirigen, con lágrimas y sollozos” (Aspiazu, 1871, p. 44). No es fácil imaginar a un hombre hercúleo, curtido en el fragor de cien batallas, sollozando y llorando. Se supone que un militar acostumbrado a la vida ruda de los cuarteles, las revoluciones y los exilios y fogueado en muchas batallas donde ha arriesgado su vida, es una persona dura a la que nada le conmueve. Se podría pensar que, al igual que los médicos con muchos años de ejercicio profesional, se han vuelto insensibles al dolor y a la miseria humana. Empero el ser humano sigue siendo ser humano pese a que muchas veces lo quiera negar.

Agustín Aspiazu, uno de los protagonistas de dicha jornada, relata dos hechos que retratan completamente el temperamento de Morales. El primero

La confusión y la ajitación [sic] se estienden [sic] rápidamente por todas partes.

- ¿Por qué esa ajitación? [sic] pregunta el Coronel Morales que se hallaba en el Palacio.

- Han tomado la barricada del Comercio, le contestan

- ¡A la carga! ¡Todos conmigo! Esclama [sic], tomando una pistola. Su secretario hace otro tanto

Llega a la esquina; mira hacia atrás, mui [sic] pocos le siguen, porque la calle está cubierta de cadáveres, los balcones fronterizos apiñados de jente [sic] enemiga, y la barricada desierta.

- ¡Pensáis salvar la República de ese modo! ¡Esta es la cuenta que vais a dar al pueblo! - gritó el Coronel Morales. - Pues bien, ¡sepúltenme primero entre sus escombros, antes que ver mi Patria presa otra vez del vandalaje! Y se dirige hacia la barricada con revolver en la mano a detener la terrible inundación que amenazaba. Su sobrino, Federico Lafaye, el Reverendo Padre Ayala y otros se interponen, lo abrazan y le impiden un acto de inútil, como de estéril sacrifico. Pide un cañón, y hace algunos disparos contra los balcones. (…). Los defensores del pueblo, a la vista del Coronel Morales y de Daza, que con pistola en mano protesta hacer fuego a todo cobarde, cobran nuevo brío, y luchan cuerpo a cuerpo descubierto por encima del parapeto (Aspiazu, 1871, p. 18).

Ese es el carácter temerario: cuando las cosas se ponen difíciles, es necesario sacudir la modorra de los seguidores hasta las raíces; si no, las cosas no funcionan. Es evidente, entonces, que en situaciones de alto riesgo, como la comentada, se necesita un hombre que funcione emocionalmente y haga lo que tiene que hacer. Ahí se nota al líder. En el fragor de la batalla quiere dirigirse hacia la primera línea de fuego para alentar a los que están a punto de sucumbir. Nuevo remezón a los pusilánimes. Hay que dejar la comodidad del Palacio y dirigirse al sitio donde el peligro acecha. De esa manera se puede pedir a los demás que hagan cosas ya que se está demostrando que el líder no tiene miedo de hacerlas. Caso contrario, lo más probable es que los demás se refugien en la comodidad de pensar que como el que hace cabeza no toma acciones decisivas, ellos también lo pueden hacer. Estos son los hechos que hacen que los seguidores de un líder se vuelvan incondicionales de éste: “lo que hay que hacer se hace; sin miramientos ni contemplaciones”. (Escrivá de Balaguer, 2009). El ejemplo arrastra. El caudillo lo tiene claro.

Un hecho muy curioso: este mismo Lafaye que ha luchado al lado de Morales, es el que lo asesinará casi un año después y luego, en defensa de su acción, acusará a su tío de “cobarde e inepto”. El segundo hecho:

A las seis, en lo más recio del ataque, el Coronel Morales se resolvió a hacer una recorrida a caballo fuera de las barricadas, y ordenó le siguiera el escuadrón. Verificó su salida por la barricada de Santo Domingo, y se dirigió a Caja-del-Agua [que se encontraba un poco más arriba de la actual Plaza Riosinho], donde se encontraba el coronel Daza que, en compañía del coronel Clodomiro Montes y otros, había dispersado la columna enemiga situada en el cenizal de la Paciencia y que tanto daño nos hacía. El coronel Morales ordenó continuar la marcha por Challapampa a la Recoleta, para regresar por San Sebastián, centro de operaciones del ejército contrario. El coronel Daza y otros jefes le hicieron presente que en esos puntos se hallaban concentradas las fuerzas enemigas [En situaciones de peligro siempre aparecen los “sensatos” -eufemismo por cobardes- que intentan que el caudillo vuelva a la realidad].

A tal observación, el Jefe Supremo, sin contestar palabra, picó el caballo para emprender su marcha por Challapampa. Entonces Daza, echando mano de la brida le dice– “Señor Coronel, ¿qué gana Usted con esponerse [sic] inútilmente? Si Ud. muere, ¿de qué nos sirve la victoria? [La única forma de vencer la “sensatez” es demostrar que no tiene asidero real].

El señor Morales cedió a esta reflección [sic], atravesando con su comitiva por el frente de dos barricadas, cuyos fuegos aún no hacían cesado (Aspiazu, 1871, p. 35– 36).

Daza se da cuenta que, sin el líder, las cosas no tienen sentido. Por lo tanto, hay que proteger al que hace cabeza. Morales no hace lo que quería hacer, pero tampoco es tan “sensato” que se vuelve cobarde. Valiente entre los valientes.

La otra cara de la medalla

Habla Federico Lafaye, su sobrino. En un folleto publicado luego del asesinato de su tío, hace una rememoración de circunstancias en las que lo acompañó. Dadas las circunstancias en que fueron escritos estos comentarios, cuando ya era un reo rematado, simplemente se los tomará como hechos anecdóticos.

En todas sus declaraciones trata de menospreciar a Morales y de quitarle la aureola de valiente que le daban todos, intentando minimizar su figura. Califica a Morales como no merecedor del dictado de héroe que se le había dado luego del 15 de Enero de 1871; señala, también, que ha notado en él una absoluta falta de ideas que lo eleve de la vulgaridad (Lafaye, 1873). No es fácil saber si la apreciación es cierta; de ahí a decir que Morales tenía una total ausencia de ideas media una gran distancia. La apreciación más fuerte se refiere a un supuesto intento de suicidio de Agustín Morales en medio del fragor del combate. Este comentario no encaja con el texto de Aspiazu donde se destaca la temeridad del Coronel Morales:

(…) en un momento dado de aquel día de lucha, en el que desalojando las fuerzas de Melgarejo una de las barricadas que defendían la Plaza y de la que había logrado posesionarse, el Jeneral [sic] Morales creyéndose completamente perdido y en poder del enemigo intentó suicidarse volviendo contra si el arma que tenía en la mano. Advertido por mí este movimiento, logré asirle de un brazo y arrebatarle el instrumento de muerte con que atentaba contra su vida, preciosa en aquellos momentos supremos en que un pueblo tan generoso como valiente, derramaba su sangre por sacudir el yugo de sus opresores y prepararle a él el camino de la Presidencia de la República (Lafaye, 1873, p. 17).

Si Agustín Morales hubiera deseado morir, nada más fácil que internarse entre los enemigos y morir abatido por los disparos de los soldados del otro bando. Eso le hubiera dado una aureola de mártir. En este caso no hay donde perderse: sólo es una burda maniobra. Lafaye, tratar de echar sobre sí la responsabilidad de haber salvado la vida de su tío.

Las implicaciones del carácter impetuoso y temerario de Agustín Morales

Morales era un hombre “de armas llevar”. Cuando la situación lo aconsejaba, no tenía miedo de arriesgar la vida para dar ejemplo a los suyos. Sabe que los valientes y decididos son los favoritos de la diosa Fortuna, que se encargará de cuidarlos para que no les pase nada. Como buen caudillo, Morales actúa, no habla. Su instinto le ha dicho –acertadamente– que en momentos en que las cosas se ponen difíciles, los seguidores se arriman a quien parece ser capaz de resolver la situación. Baptista lo decía la noche siguiente al asesinato de Morales: “Por Dios, caballeros, actos, actos, actos, nada de discursos; digan aquí, en privado, cuanto quieran: pero delante del pueblo, actos” (Baptista, 1932, p. 226-227). La procesión debe ir por dentro.

Los hechos relatados muestran que a Morales se lo admira o se lo denigrar: no hay intermedios. Lastimosamente, en situaciones posteriores su carácter le traicionó. Ya lo había dicho Ortega y Gasset (1964), “(…) las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cuál tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter” ( p. 70).

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