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SUIPACHA, PRIMERA BATALLA VICTORIOSA DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA

 


Batalla de Suipacha, 7 de noviembre de 1810

Primera Batalla victoriosa de la independencia americana


Por: Sisinia Anze.


Nadie imaginó que las revoluciones de Charcas y La Paz iban a tener trascendencia en Buenos Aires y que, después de un año, convencidos de que era posible vencer al imperio español, enviarían un ejército auxiliar para llevar a cabo dicha empresa. Fue en territorio chicheño, al sur de Potosí, donde las tropas españolas se enfrentarían al ejército auxiliar, primero en Cotagaita y luego en Suipacha. Esta no es sólo la historia de una batalla, es la historia de la resistencia de un pueblo sin fronteras, la historia de la lucha por nuestra libertad.


Comparto con ustedes un capítulo de un libro inédito que pienso publicar en el fututo, donde se da un pantallazo de lo que ocurrió ese miércoles 7 de noviembre de 1810. Espero lo disfruten.


Población de Nazareno, 6 de noviembre de 1810.


En el campamento, reunidos en una de las tiendas, se congregaron los comandantes de las diferentes tropas patriotas.


-Señores, permítanme presentarles al mayor González Balcarce, comandante del ejército auxiliar de Buenos Aires -dijo Martín de Güemes, capitán del ejército argentino, señalando al oficial que acababa de asomar por la puerta-. Mayor, le presento al comandante José Antonio Larrea, teniente coronel del Regimiento Tarija, en representación del marqués de Yavi.


-A sus órdenes, general -saludó, Larrea estrechando la mano del oficial-. Quiero presentarles a don Pedro Arraya, ahora comandante de las valerosas tropas chicheñas.


-Señores -saludó, Arraya, agarrando el ala de su sombrero.

Todos los presentes daban a conocer sus impresiones sobre la inminente contienda y parecía que no lograban llegar a un acuerdo.


-Señores, les agradezco estar aquí reunidos para tomar revancha contra los infames realistas.  entenderán que abordaremos temas de alto secreto militar, tanto así que deberemos abordarlos con la mayor discreción -dijo Balcarce, dirigiéndose a Larrea, Güemes y Arraya, y mirando de soslayo al grupo de indígenas que conversaban a un lado del patio.


- Señor, con el mayor respeto, los señores aquí presentes son nuestros hermanos y representamos a las valientes tropas chicheñas y puedo asegurarles su incondicional lealtad…


-Uno nunca sabe -interrumpió Güemes, ocasionando el disgusto de Larrea.


-Si es que podemos escuchar de sus excelencias cuáles son sus sinceros propósitos.


-Por supuesto. Soy el mayor general Antonio González Balcarce, he sido designado por el doctor Juan José Castelli y la Junta de Buenos Aires para hacer entender a los señores realistas que estas tierras hace mucho que tienen el ímpetu de gobernarse por sí solas. La revuelta del 25 de mayo en Buenos Aires ha asentado todas las bases de lo que será la nueva forma de gobierno de nuestra América.


-Con las disculpas, aquí en el norte tampoco hemos sido huérfanos de ideas, mi general. Tomando en cuenta el levantamiento de julio en La Paz -opinó Larrea-. No se olvide que en Chuquisaca se dio la primera revolución de toda  nuestra América, desde entonces estas tierras no han dejado de ser sedientas de libertad, pero hemos tenido que tener mucha paciencia.


-Por eso estamos aquí, mis señores, para encontrar la fórmula de repeler el inminente ataque que ansía Córdova -ratificó Balcarce.


***


Fuera de la tienda, un grupo de indígenas esperaba a que terminase la reunión para hablar con Arraya.


-El río, la pampa, toda la intemperie -dijo uno de ellos, menando negativamente la cabeza.


-No entiendo cómo quieren combatir ahí -contestó otro.

-Nos van a aniquilar. 


-El río no representa una ventaja táctica.


-Nuestras fuerzas están en las montañas y en los cerros.


 -Sí, pero desde arriba podemos ser de mucha ayuda.


***


-Capitán, Güemes, infórmeme, ¿cuál es el estado de esta situación? -preguntó Balcarce.


-El doctor Castelli nos envió 200 hombres desde Yavi, más dos piezas de artillería que arriban esta noche. Tengo 60 jinetes gauchos leales a mi confianza desde salta, y 300 hombres que José Antonio Larrea reclutó en Tarija.


- ¿Las tropas han estado recibiendo su paga?


-Hemos reducido la paga de los soldados para que no caiga en manos del enemigo.


-Tenemos a los soldados lejos de casa, desmoralizados y sin un peso en el bolsillo -reclamó Balcarce.


-Y la plata de Potosí entera a disposición de Córdoba, mi general.


- ¿Éstas son órdenes de Castelli o suyas? ¿Por qué no se me informó?


-Caballeros, por favor. No se olviden que tenemos un ejército de patriotas, conformados por hombres de Tarija, Cinti, lugareños, chicheños, todos con la única ambición de recuperar su libertad -apuntó Larrea.


-Aunque estamos armados de hondas, flechas, machetes y lanzas, tenemos a nuestro favor que conocemos el terreno como la palma de la mano, y puedo jurar por mi vida la lealtad de estas tropas -agregó Arraya.


-Confío en que la lealtad de la que me habla se convierta en nuestro principal aliado -sentenció Balcarce.


- El enemigo desde Cotagaita nos duplica en número, tienen el triple de artillería y nuestros informantes nos indican que están mandando refuerzos desde Charcas -reportó Güemes.


-Seguro Córdoba ha llegado a Tupiza siguiendo nuestras huellas, y así como ha debido ver la misma gente que nosotros vimos, también ha de haber hablado con alguno de ellos -afirmó Arraya.


-Sigo sin entender su argumento -manifestó Balcarce.


-Por aquí muchos me conocen a mí y a mi familia, y he dado las órdenes a mis tropas de que les indiquen la forma en la que tienen que responder si preguntan por nosotros. El escenario que les he contado sobre nuestra situación no es nada alentador -aseveró Arraya.


***


En el campamento realista el general Córdova estaba ultimando detalles con sus hombres, cuando interrumpió uno de sus soldados que escoltaba a un indio del lugar.


-¿Es usted el que andaba metido con el ejército  traidor? -preguntó el general realista Córdova. 


-Su excelencia, yo no tengo nada que ver. Voy llevando la cosecha para vender en potosí -contestó el indígena.


-Tiene sus papeles al día, mi general -intervino un oficial realista.


-¿Qué más tiene para informar? -preguntó altanero Córdova. 


-Lo que ya le he dicho, el comandante Güemes me ha implorado unirme al Ejército. Me ha preguntado si mis hermanos podrían luchar.


-Y ¿con qué van a luchar? Con tomates -se burló el oficial.


-Los mismos sol-Lo que ya le he dicho, el comandante Güemes me ha implorado unirme a la hueste. Me ha preguntado si mis hermanos podrían luchar.dados me han aconsejado que vuelva a mi pueblo. Están en una campaña sin sentido.


-Sabio consejo, hijo. Haces bien en escucharlo.


-Gracias su excelencia. 


- ¿Qué más?


-Hay dos cañones en malas condiciones. Municiones muy pocas. Señor, los soldados no están preparados para el Ejército, la mayoría de los reclutas son indios y campesinos con poco conocimiento militar. Todos quieren volver a sus casas.


-Están acabados -musitó Córdova-. ¡Déjalo ir! 


-Vete, hijo, vete.


El indígena alzó su bulto, lo acomodó sobre el hombro y se fue al trote por el campo abierto.


***


-Le agradezco sus intenciones por levantar la moral del enemigo, pero con rumores no se ganan batallas -dijo Balcarce al indio que regresó del campamento realista-.  Hagamos que los 200 hombres que llegan de Yavi esta noche descansen todo lo que puedan para que por la madrugada sean los primeros que vea Córdoba en nuestra vanguardia -planificó, mirando a Güemes. 


-Voy a cubrir el flanco izquierdo con mis jinetes, si hay una posible embestida de Córdoba con su caballería, ahí vamos a estar nosotros -aseguró Güemes.


-Larrea, usted formará detrás de nuestra vanguardia y esperará nuestras órdenes para apoyar nuestra ofensiva. Las tropas de nativos de las tierras altas esperarán nuestras órdenes para seguir apoyando la ofensiva o, de ser necesario, cubrir la retirada.


-No tenemos por qué retroceder -contestó el jefe de la tropa de indios.


-¿Pero qué es esto? -se sorprendió Balcarce.


-Mi señor, con todo el respeto, creo que no nos ha escuchado cuando le dijimos que tenemos a favor toda la lealtad y el conocimiento del terreno -aseguró Larrea.


-Antes de tomar una decisión déjenos contarle las características de estas tierras que se convertirán en el principal aliado en el campo de batalla, general -solicitó Arraya.


***


Esa noche, extrañado de ver una cantidad inusual de fogatas, el general Córdova escrudiñaba con su catalejo el campamento patriota, al otro lado del río.


-Habla, hijo. ¿Qué hacen? -preguntó el general a un  prisionero custodiado por un soldado realista.


- Se llama vela de armas. Es para que mañana funciones bien sus armas si ningún contratiempo.


-Yo creo que se arrepienten de todos sus pecados y que mañana, nuestro señor, les conceda gracia de tropezar y caer sobre su misma bayoneta -sentenció con ironía-. ¡Retira! -ordenó de un grito.


Un soldado se llevó al prisionero del brazo.


***


Suipacha, campo de batalla, 7 de noviembre 1810


El ejército auxiliar, los Chicheños, los gauchos de Güemes, los tarijeños y los lugareños voluntarios se acomodaron en los campos de Suipacha, separados del enemigo por el río Suipacha. 


Un oficial realista, a caballo y sosteniendo una bandera blanca, se acercó a los patriotas que ya estaban formados en el campo de batalla y entregó a Balcarce la carta del general Córdova. Éste la tomó y la leyó.


“Soldados del ejército de Buenos Aires: El Mayor General del Perú, Comandante de las tropas de operaciones, está a la vista y os habla por este papel, para deciros que teniendo a su mando las tropas aguerridas que os vencieron el 27 del pasado, y la fuerte guarnición veterana de Charcas que se le ha unido posteriormente, os va a atacar de firme y en término que no podéis dejar de ser envueltos: si queréis disfrutar de los bienes que están gozando vuestros compañeros pasados a mis banderas en el acto de la acción, venid a mí. 


El que me traiga fusil percibirá en el acto 30 pesos, el que venga sin él 15, y el que me conduzca un oficial le daré 500, el que despreciare mis consejos sufrirá la muerte irremisiblemente. Voy a levantar dos banderas, luego que esté a vuestra vista, la una será blanca, y señal de paz, la otra es roja indicando guerra; elegid y tened entendido, que si antes de recogerlas no os presentáis, arbolaré la negra que es la señal de ataque, sin dar ni admitir cuartel: vuestra suerte pende de vosotros mismos, y luego que venciéndoos estéis en mi poder como lo espero, no os quejéis pues cierro los ojos al perdón”.


El general Balcarce, ofendido, arrugó la hoja de papel y la tiró al suelo .


-¡Levantar los pendones  negros! -gritó Balcarce-. ¡Tropas del ejército auxiliar, al ataque! -arrancó a todo galope, levantando en alto su sable.


-¡Por la patria! -gritó Güemes, sable en alto.


-Envíen la caballería -ordenó enérgicamente Córdova, al ver a los chicheños retroceder.


Las tropas de Córdova se posicionaron a la derecha y al frente de los patriotas, en los taludes y barrancas. Una parte de su infantería se puso en la delantera, se atrincheró en las cunetas, y desde ahí prendieron fuego provocando el retroceso de los patriotas. 


Balcarce, que tenía la masa de su ejército oculta en una hondonada y estaba a la espera de lo planificado, cayó improvisadamente derrotando a los realistas que huían desordenamente, perseguidos por la caballería patriota.


A lo que quedó de aquel ejército español, no le quedó otro camino que correr por su vida, abandonando armamento, mulas, monturas, toda su artillería y sus municiones. Después de esta derrota Córdoba se sometió a la junta de Buenos Aires y sólo fue cuestión de tiempo para que siglos de despotismo también se sometan a la voluntad de la patria. Si la historia siempre nos enseñó que la independencia no las regaló un hombre que blandía su sable montando un caballo blanco, hoy podemos dejar de creer solo en leyendas y tener la certeza que nuestra libertad la consiguieron hombres con sueños tan reales como lo fueron sus palos y sus piedras.


Cuadro de la Batalla de Suipacha

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