Tomado de: http://miantiguabuhardilla.blogspot.com
Sólo responden bosques
profundos Fuentes y sierras a mi clamor; Nadie comprende ya sobre el mundo ¡Ay!
mi quebranto ni mi dolor.
Quienes se asombran de
que en 1816 San Martín, junto a Belgrano, Güemes y otros patriotas, abogaran a
favor de la coronación en estas tierras de un descendiente de la dinastía
incaica, desconocen la profunda inserción que los hoy llamados ‘pueblos
originarios tuvieron en los sucesos de la revolución y la independencia de las Provincias
Unidas. Un caso peculiar en este sentido es el del indio Juan Wallparrimachi,
quien, además de luchar junto a las guerrillas de Juana Azurduy y Manuel
Asencio Padilla en el Alto Peal, puede ser considerado con justicia como uno de
los primeros poetas de nuestra América independiente.
Nacido en Macha, partido
de Chayanta, Potosí, en 1793, hijo de madre india y padre español, quedó
huérfano a poco de nacer. Como no conocía el apellido de su padre, adoptó el de
su abuelo materno, y así escribirá después:
Porque no conocí a mi madre, más que la fuente lloro, porque no hubo quien me
ampare mi propio llanto bebí”.
Recogido por los esposos
Padilla, se cuenta que en cierta ocasión Manuel Asencio enseñaba a sus hijos a
leer y escribir ante la mirada atenta y silenciosa del pequeño criado indio. De
pronto, ante el asombro de todos, el niño tomó un trozo de carbón y escribió su
nombre en la pared. A partir de ese momento fue otro alumno y un hijo más de
los Padilla Azurduy.
Al cabo de corto tiempo
leía y escribía a la perfección, no solo en castellano sino también en quechua,
el runa simi del imperio perdido:
¿Ima phuyu jáqay phuyu. ¿Qué nube puede ser aquella nube Yanayasqaj wasaimakun?
que entenebrecida se aproxima? Mamaipoj wacayninchari Será tal vez el llanto de
mi madre paraman tukuspa jamun. que viene en lluvia convertido.
“La estructura de su
poesía -dirá Néstor Taboada Terán- exhala un aliento lírico de notable
vitalidad. Es la misma que utilizaron los arawicus del pasado. Es decir,
escritos en pentasilabos distribuidos en estrofas de a seis versos, aunque
existen también unas pocas de a cuatro'. En cuanto a su temática es una, casi
excluyente y obsesiva: la nostalgia por el amor perdido. La habría inspirado
una joven muy bella, Vicenta Quiroz, casada contra su voluntad con un rico
minero andaluz, por lo demás tosco y anciano. Los jóvenes vivieron un tiempo
una apasionada relación clan destina, que al ser descubierta terminó con la
reclusión permanente de Vicenta en un monasterio de Arequipa.
Obsedido por el recuerdo
de ese amor frustrado, Wallparrimachi describirá su desdicha y la de su amante
en endechas plenas de ternura:
¿Cómo pudiera hacer para peinar con peine de oro tu negra y seductora cabellera
y ver cómo ondula alrededor de tu cuello?
¿Cómo pudiera hacer para que los luceros de tus ojos rompiendo el caos de mi
ceguera solo brillaran en mi corazón?
¿Cómo pudiera hacer para beber tu aliento y conseguir que la grana que está
floreciendo en tus labios se cubriera de flores aún más rojas?
¿Cómo pudiera hacer para que la pureza de tu mano avergonzando a la azucena
reverberara todavía más?
¿Cómo pudiera hacer para que el ritmo de tu andar en cada paso fuera derramando
más flores que las que hoy le veo derramar?
Y si me fuera dado hacer todo esto, ya podría plantar tu corazón dentro del
mío, para verlo eternamente verdecer”
Para 1814, Juan Wallparrjmachj es un joven de 21 años, quechua puro por su
color, por sus facciones y por su espíritu”, que lucha aguerridamente contra
los godos (“los tablas”, dirían allí y entonces) al lado de sus padres
adoptivos. Liderando un contingente de ochocientos honderos indígenas participa
de la reñida acción de Las Carretas, así descripta por un cronista de la época:
“Reforzado el enemigo, le atacó en el punto de Carretas, donde resistió con
treinta fusileros, y más de ocho cientos indios, guerreando cuatro días.
Murieron treinta tablas, se ganaron cinco fusiles, y una espingarda de cañón de
tres varas; no obstante, logró seducir el enemigo al indio gobernador Mamani, y
se introdujo por el punto que guardaba Padilla, a quien lo rechazó a traición,
pero se encaminó a atacarlo de noche en su campamento con doce fusileros en que
murieron otros tablas, y después se retiró Padilla a tres leguas de distancia,
solo con pérdida de un teniente hondero, donde permaneció tres días”.
Esa impersonal única
pérdida, ese innominado teniente hondero caído en la jornada del 7 de agosto de
1814, era Juan Wallparrimachi, el valiente guerrillero, el tierno poeta que
supo inmortalizar en sus rimas a la infortunada Beatriz criolla que amó y no
pudo olvidar:
“Solo en ti está mi
corazón y cuando sueño no veo a nadie sino a ti.
Solo en ti pienso y a ti también te busco si estoy despierto.
Igual que el sol fulguran para mí tus ojos.
En tu rostro se abren, para regalo mío, todas las flores.
La lumbre sola de tus pupilas me da la vida. Y tu boca florida con su sonrisa
me hace dichoso.
Ven, y ámame, tierna paloma, no temas nada, pese al destino, yo te amaré hasta
la muerte”.
Por:Juan Carlos JaraDe
GALASSO, Norberto. Los Malditos.: Hombres y Mujeres excluidos de la historia
oficial de los argentinos. Ediciones Madres de la Plaza de Mayo, Argentina:
Buenos Aires, 2005. Volumen I, p. 374-378.