Una representación del grito del niño Mitaí (Paraguayo) que
vió a Marzana ingresando a Asunción. Extraído del libro "La Gran
Batalla".
Parte del artículo escrito por Dehymar Antezana, publicado en el periódico La
Patria de Oruro el 29 de septiembre de 2016.
"¡La Batalla de Boquerón ha terminado! El Comando paraguayo hace
desenterrar a nuestros muertos para contarlos. Colérico, no admite que Marzana
hubiera combatido solo con doscientos cuarenta hombres en los últimos días.
Interrogatorios de guerra sumarios.
- ¿Dónde están las ametralladoras?
- Están destruidas, la respuesta general
- ¿La Bandera del Fortín?
- Nadie sabe de ella.
Con los ojos cubiertos por el sueño agobiante, veo desfilar la otrora altiva
columna de mis soldados, rumbo al cautiverio, por los tortuosos senderos del
Chaco… del Infierno Verde.
El coronel Gaudioso Nuñez, Comandante de la II División Paraguaya, hombre
infinitamente humano y exquisito "gentleman", nos tiene en su Puesto
de Comando. Sus oficiales y soldados nos observan como ejemplares raros. Nos
ofrecen reparador mate con leche condensada y galletas.
Mezclo estos elementos con dos latas de "corned beef", de fabricación
argentina. Ninguno de nosotros se cuida de engullir raciones que por la fuerza
tendrán que enfermarnos…
De pronto aparece el coronel Marzana, saliendo de una picada, le conducen con
los ojos vendados. Le contemplamos absortos. Las gargantas se anudan. Las
lágrimas inflaman los ojos resecos, imposible de contener los sollozos…
Gaudioso Nuñez, ordena:
¡Oficiales y soldados del Paraguay, saludad las lágrimas de estos valientes!
¡Los guerreros también saben llorar… Atención!
Todos se cuadran y saludan. Ellos también lloran.
Son los soldados que por veintitrés días nos han atacado furiosamente, hasta
vencernos.
Luego todos son conducidos, primero a Isla Poi y luego a Asunción". Así
relataba con pasión el militar boliviano, Mayor Alberto Taborga, en su diario
de campaña del cuál extractamos ese fragmento.
El 29 de septiembre de 1932, fue el último día de combate del Fortín Boquerón,
fueron 21 días de intenso cruce de fuego entre soldados bolivianos y
paraguayos.
Los nuestros comenzaron con 619 hombres entre clases y soldados, además de 30
jefes y oficiales al mando del teniente coronel Manuel Marzana Oroza.
RELATO
Mientras caminaban, en la mente del soldado boliviano Salvador Wildó, llegaba
cada recuerdo desde el primer día que el Ejército tomó el fortín Boquerón, en
julio de 1932, momento del inicio de la Guerra del Chaco y que terminó el 14 de
junio de 1935 con el Cese de Hostilidades entre ambos países.
Pero el recuerdo más fresco que tenía, era del último día en Boquerón, era de
madrugada, ya no tenían municiones. La orden superior era de disparar sólo si
estaban seguros de bajar a un "pila". Mientras el enemigo avanzaba
cada vez más con la artillería pesada que tenía.
Cuando ya aclaraba, como a las 05:30 horas, observó desde su trinchera salir
como oficial parlamentario al capitán Antonio Salinas, acompañado del
suboficial Carlos de Ávila. En ese ínterin, desde el lado paraguayo se
escucharon gritos: ¡Cesar el fuego! e inmediatamente vivas y otros a favor de
ese país.
El oficial parlamentario que salió hacia el lado paraguayo llevaba una bandera
blanca, que para los "pilas" fue interpretado como rendición, sin
embargo, no lo era, ya que nuestro jefe y líder, teniente coronel Manuel
Marzana, los envío para concertar con su comandante en jefe una tregua para
enterrar a nuestros muertos.
De la misma manera se conoció horas después que del lado paraguayo también se
pretendía enviar a dos parlamentarios para pedir a Marzana, ingresar al fuerte
con el objetivo de la tregua a fin de enterrar a los muertos y evacuar a los
heridos en vehículo hasta el fortín Yucra.
Cuando se hacía ese cometido, un soldado boliviano disparó contra el oficial
paraguayo, lo hirió pero fue uno de los últimos tiros que se escuchó. Luego,
todo era griterío paraguayo que avanzó hasta nuestras filas y la bandera blanca
la confundieron con rendición. Su intención era más que obvia, querían matarnos,
pero al vernos casi esqueléticos, sus miradas de furia cambiaron por compasión.
Eran 9.500 fieras humanas que invadieron nuestro fortín, que por 23 días fue
nuestra casa. Todo había terminado, nos hicieron sus prisioneros, pero al mismo
tiempo nos tuvieron compasión porque nos invitaron agua, galletas, leche
condensada. A su vez estábamos rodeados.
Observé que varios oficiales paraguayos renegaban, porque nunca imaginaron que
los que les hicimos frente éramos 649 y terminamos 448. Desenterraron hasta
nuestros muertos para verificar aquello.
Una vez en sus manos, caminamos escoltados hasta Isla Poi y de allí nos
llevaron en camiones hasta Asunción. A la llegada en la cañonera
"Humaitá", escuchamos silbidos por todos lados, el ánimo de los
civiles paraguayos era hostil, pero la noticia era que los prisioneros de
Boquerón habían llegado.
Fuimos empujados a tierra, las fuerzas de sostenernos en pie eran vanas, éramos
unas verdaderas piltrafas humanas, con la ropa sucia, rota, ni que pordioseros.
En ese momento, ocurrió algo raro, la gente al vernos cambió de postura en
cuestión de segundos.
A medida que nos llevaban a pie escoltados, comenzamos a escuchar el llanto de
hombres y mujeres. Nuestras gargantas eran nudos, queríamos sumarnos a ese
sentimiento. En el recorrido, un niño descubre a nuestro jefe, el teniente
coronel Manuel Marzana y grita: "¡Bravo Marzana!", inmediatamente el
pueblo paraguayo rompió filas y nos atendió como a sus héroes.
No aguantaba la resistencia de las lágrimas, salieron de inmediato sintiendo
los abrazos de nuestros rivales. Tenía la cabeza gacha por el cansancio, pero
el corazón henchido de orgullo por haber defendido a mi Patria.
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