Eran las 13:32 del miércoles 13 de octubre de 1976. Nadie pensó jamás que la
tranquilidad de un vecindario acostumbrado al paso de los aviones, se vería
interrumpida por un estruendo similar al de una bomba. Algunos se preparaban
para almorzar y otros apenas empezaban su siesta, cuando de pronto un Boeing,
de 44 metros de largo, se llevó todo por delante hasta estrellarse en el lado
sur del estadio Willy Bendeck, hoy Ramón Tahuichi Aguilera.
Esa tarde, el avión de carga 707-131, con tres tripulantes estadounidenses,
provocó el peor desastre en la historia de la aeronáutica de Bolivia registrado
hasta hoy. A los pocos minutos de decolar del aeropuerto El Trompillo empezó a
descender bruscamente, una de sus alas destruyó el segundo piso del colegio
Plácido Molina (también llamado Julio A. Gutiérrez), donde además funcionaba la
experimental de la Normal Enrique Finot, atrás del estadio.
Allí murieron el portero, sus hijos y su esposa, que estaba embarazada. Los
estudiantes se salvaron, ese día estaban de paseo con los profesores.
Pero lo peor estaba por venir. A pocos metros, la aeronave terminó
estrellándose. Las llamas, los fierros y la sofocante humareda acabaron con la
vida de más de un centenar de personas que esperaban, como todos los días,
comprar querosén (especialmente para las cocinas) en un pequeño surtidor
instalado en la vereda del campo deportivo. Al menos dos equipos estaban
jugando fútbol en la cancha ‘C’, mucha gente mirando el encuentro y otros en la
piscina del estadio, cuyos restos terminaron flotando.
Humberto Calvo (30), funcionario del estadio, murió junto a toda su familia.
Con el paso de las horas y los días se llegó a informar de 116 muertos y casi
un centenar de heridos. Varios de estos, sobre todo menores, fallecieron en los
días posteriores por sus graves quemaduras y pese a haber sido asistidos en
hospitales y la clínica Lourdes de la ciudad, además de centros especiales en
Argentina y Brasil.
El 14 de octubre, cerca del mediodía, se celebró una misa de cuerpo presente en
la plazuela del Estudiante, donde caravanas de gente y vehículos se trasladaron
con los cajones hasta el Cementerio General, en un recorrido que duró cerca de
una hora. El cortejo fúnebre abarcó más de diez cuadras.
El Gobierno y la Prefectura declararon duelo de tres días.
Paola Rojas (58), que en ese entonces tenía 16 años y acababa de llegar de
Vallegrande, se salvó de morir. Puso sus tres galones en la cola para comprar
querosén y mientras esperaba cruzó a la vereda del colegio para refugiarse del
calor en la sombra de un penoco. Vio cómo el avión en llamas pasó sobre ella y
se estrelló al frente. “El humo del querosén era tan negro que no se veía nada,
pero Dios quiso que sople un poco de viento del norte y apenas vi algo empecé a
correr. No sé cómo llegué a la avenida Cañoto, tenía mi brazo derecho con
ampollas. Estuve una semana internada en el hospital”, relata.
A días del accidente, técnicos de la firma aseguradora y personeros de Boeing
iniciaron una investigación. Llegaron abogados estadounidenses de la Rodell
Enterprisses para indemnizar a heridos y familares de los fallecidos.
Juan Carlos Galarza, ingeniero de sistemas y analista de seguridad, investigó
las causas del siniestro y recabó durante años amplia información como la
publicación de la revista Flight International, del 7 de mayo de 1977. De
acuerdo con el reporte, las conclusiones de la comisión investigadora en
Bolivia que remitió su informe a la US National Transportacion Safety Board “la
causa probable del accidente en el despegue del 707-131 fue la falla de la
tripulación para alcanzar el suficiente empuje y lograr la aceleración
necesaria (el avión perdió energía). Un factor que influyó en esto fue la
fatiga de la tripulación”.
La publicación también indica que la nave había llegado a Santa Cruz de la
Sierra desde Texas, trayendo equipos de perforación petrolera. Estaba de
regreso a Miami, sin carga. Durante la escala en Santa Cruz, que duró 5 horas y
media, la tripulación se registró en un hotel por 2 horas 45 minutos, tiempo
total de su descanso en las 24 horas que habían transcurrido desde que salieron
del hotel de Texas hasta el accidente.
En los diarios nacionales de la época algunos testigos dijeron haber visto que
el avión solo recorrió la mitad de la pista, pero la publicación de la revista
Fligth International señala que “el recorrido de despegue fue visto como algo
más largo de lo usual. El avión cruzó el límite de la pista 33 a una altura de
seis metros. Luego fue golpeando postes, techos y árboles, giró a la izquierda
y finalmente, después de 560 metros, impactó en el campo de fútbol”.
En su investigación, Galarza pudo obtener los nombres completos de los
tripulantes y otros detalles del accidente que hoy se publican. La caja negra
que fue enviada a EEUU no aclaró nada, porque estaba desactivada.
Una escena de la tragedia
La cola del avión incrustada en el estadio, mientras militares y vecinos
intentan socorrer a víctimas en medio de las llamas. Una foto del diario Los
Tiempos de Cochabamba en 1976.
En la ciudad solo existían tres surtidores de querosén. Tras el accidente, el
prefecto Heberto Castedo ordenó que el servicio sea las 24 horas y no desde las
15:00 como antes. Así se evitarían colas. La capital tenía 374.605 habitantes.
Historias
‘Mi madre me salvó’
Antonio Revuelta / Vecino del estadio
Antonio, profesor de fútbol, soñaba con ser piloto, pero luego del accidente
que vio a sus nueve años, dejó de lado esa idea. Su casa estaba en la Av.
Ejército Nacional, todos los días a las 14:00 entrenaba fútbol. Poco antes de
la hora, su madre (Olga Ribera) le pidió que la acompañara a un teléfono
público y aunque él se negó, ella lo llevó con chicote en mano. A los minutos,
cuando Antonio subía la malla que rodeaba al estadio para saltar hacia dentro,
vio que el avión se estrellaba. Corrió a su casa y le avisó a su padre
gritando. Don Orlando Revuelta, militar, sacó su jeep y socorrió a varios
heridos. Antonio se subió para ayudar y aún recuerda que una señora quemada que
se apoyó en sus piernas, murió al llegar al hospital. También conocía a los
porteros del colegio, del estadio y al hombre “barbudito que daba manija a la
bomba de querosén”. Todos fallecieron.
Hoy dice: “Mi madre me salvó por tres minutos”.
Una película de terror; Vecinos del colegio
La profesora Guadalupe Liendo estaba en los últimos años de colegio, cuando
escuchó el estruendo corrió al lugar. “Había un personaje típico que le decían
Cachó Yolanda, bailaba en un pie y siempre venía a comprar querosén, era pobre.
Se cree que este señor estaba ahí, porque desde ese día nunca más se supo de
él”, relata.
Don Jaime Heredia acababa de llegar a su casa. Escuchó una especie de
explosiones y pensó que estaban “bombardeando” la pista, pero era el avión.
“Los que nunca pensaron viajar en avión, murieron como en un accidente de
aviación”, dice.
Beatriz Jiménez Céspedes, que entonces tenía siete años, fue una de las 15
personas quemadas de gravedad enviadas a Argentina y tuvo la suerte de volver
con vida. Hace poco contó su testimonio a este diario en el que describió ese
día como “una película de terror, como el infierno mismo”.
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