Foto: Monolito Bennett publicado en La Razón. / Por: Carmen Beatriz Loza (parte
del artículo publicado en http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-10432008000200006)
Todo comenzó en La Paz el 19 de mayo de 1932, en un ambiente turbulento,
incierto y hostil. Bolivia se hallaba asolada por una gran depresión
socioeconómica debido, entre otras cosas, a la baja de la demanda de minerales,
lo cual generó despidos masivos de mineros. Todo ello provocó una amenaza
de los insurgentes marxistas encargados de acosar intensa, continua y
eficazmente al gobierno de Daniel Salamanca (1931-1935). En términos más
globales, la eclosión era producto de la crisis económica de 1929 que fue el
punto de quiebre más importante en la historia de América Latina del siglo XX.
Empero, sus efectos se ahondaron a nivel de política exterior por la revisión
de los límites fronterizos que separaban a Bolivia de Paraguay exacerbando el
sentimiento nacionalista (Arze Aguirre 1999: 55-29). En esas circunstancias, el
Presidente de la República y su Ministro de Instrucción, Alfredo H. Otero
(1892-1932), emitieron una Resolución Suprema autorizando al arqueólogo
estadounidense Wendell Bennett (1905-1953), del Museum of Natural History de
Nueva York, para excavar las ruinas de Tiwanaku (El Diario 1932 n° 8942).
Esta Resolución Suprema marca con admirable contundencia un hito propiamente
inaugural: autorizar a los estadounidenses la primera excavación de las ruinas
de Tiwanaku, a pesar de la oposición de la "sociedad civil". Esta
última, entendida como el conjunto de sociedades, asociaciones voluntarias que
no son parte del Estado y sin embargo ejercen alguna forma de poder social.
Así, los movimientos ciudadanos, las instituciones, los partidos políticos se
consideran parte de dicha sociedad que vanamente intentó disuadir al gobierno
de una denegación para los estadounidenses. Esa fue la tentativa de la Academia
Nacional de Historia que luchó por impedir sin éxito esa autorización al
considerarla como un acto "lesivo a los intereses nacionales" -tal
como lo expresaron a la Cancillería de la República (El Diario 1933 n° 8994).
Postulo la hipótesis de que tal autorización fue conseguida por la mediación de
las autoridades del servicio diplomático y consular de los Estados Unidos de
Norteamérica, a la cabeza del diplomático Edward F. Feeley (AMRE,
Correspondencia recibida 1932-1933). Fue él quien consiguió dicha aprobación,
dada su especial habilidad diplomática, puesto que en el pasado (1894) se había
negado el permiso al representante de una expedición del Museum of Natural
History de Nueva York, el etnólogo suizo-estadounidense Adolph Bandelier
(1842-1914) (Bandelier 1910; Loza 2004).
La opinión pública paceña se pronunció inmediatamente después de conocerla
autorización gubernamental. En efecto, destacados intelectuales bolivianos
elevaron sus voces de protesta. Hubo otros entendidos en arqueología que
abogaron por la misión estadounidense, asegurando sus beneficios para la
ampliación del conocimiento científico. Por ejemplo, el arqueólogo boliviano
Maks Portugal (1906-1984) argüía que era una oportunidad para preservarlos
restos tiwanakutas de dos principales depredadores: los turistas, quienes
pretendían perennizar su viaje guardando fragmentos de las esculturas que
habían admirado, y los indígenas de Tiwanaku, que buscaban ser protegidos
reteniendo los fragmentos de los monolitos. Así las cosas, los comuneros y
vecinos con "cincel en la mano" quitaban fragmentos y grabados para
conservarlos como "amuletos" en la lucha por la vida o para
"cultivar la religión del pasado", exactamente como reliquias de los
santos (Portugal 1932; Tamayo 1933). Sea como fuere, las esculturas de Tiwanaku
eran destruidas lenta, pero eficazmente, por diversos actores sociales.
BENNETT Y LA ESTELA-DEIDAD
Las protestas directas y públicas no cambiaron la política arqueológica estatal
de apoyo y protección a la primera excavación estadounidense. Por lo tanto,
entre marzo y septiembre de 1932 Bennett y el geólogo estadounidense John G.
Phillips examinaron las posibilidades arqueológicas para excavar en Tiwanaku
(del 15 de junio al 10 de julio) sobre la base de una descripción precisay
documentada de sus monumentos. En esa época existían relevantes publicaciones:
datos recogidos por el geólogo alemán Alfons Stübel (1835-1904), el arqueólogo
alemán Max Uhle (1856-1944) y el ingeniero naval austríaco-boliviano Arthur
Posnansky (1873-1946). Evaluando toda esa información, advirtieron la inexistencia
de una serie estratigráfica a pesar de las buenas posibilidades presentes en el
terreno; de ahí su interés por ejecutar una excavación de este tipo bajo el
control del Director del Museo Nacional Tiahuanaco y otros funcionarios
bolivianos
Para localizar los sitios, Bennetty Phillips fueron asistidos por tres tipos de
acompañantes: comisionados bolivianos encargados de supervisarlas excavaciones
-Luis Herzog y Alberto Villegas (1897-1934)-, Posnansky, y todos ellos
secundados por los lugareños. El conjunto de entendidos bolivianos sugirieron a
los estadounidenses ciertos sitios donde se podía excavar con buenas
expectativas. Al final, realizaron 10 pozos en distintos puntos de las ruinas
-de 10 m2 de superficie cada uno-, los cuales fueron determinados en función
del grosor de los estratos culturales (La Razón 1932 n° 3395).
En cada pozo se halló cultura material tiwanakuta, la cual pasó a formar parte
de una colección de cerámica y líticos que quedó en instituciones
estadounidenses. Por ejemplo, la sistematización del material comenzó con una
clasificación de 14.500 tiestos de cerámica, precediéndose a la selección de lo
encontrado en los pozos. La inteligibilidad de ese material fue posible gracias
a la utilización de la estadística simple, pues la variable cuantitativa era la
cantidad de material, mientras que las variables categóricas eran el grosor, el
color, la técnica de elaboración, entre otros. El estudio de la cerámica fue
emprendido muy rápidamente, tal es así, que el 8 de julio ya se había procedido
a clasificarla en seis de los primeros pozos excavados. La premura se debía al
deseo de identificar los distintos estilos cerámicos asociándolos con
proveniencias estratigráficas, lo cual permitió a Bennett dividir la secuencia
estilística en tres periodos: Temprano, Clásico y Decadente. Bennett también
identificó un intervalo post-Tiwanaku que denominó Post-Decadente, así como un
período Inca -llamado inicialmente Chullpa- para designar el período situado
entre el Decadente y el Inca (Bennett 1954 [1933]).
El lunes 27 de junio de 1932 empezó el sondeo del pozo 7 y el martes en la
tarde una trascendental localización estaba hecha, pues a 0.5 m de profundidad
los picos de la cuadrilla de excavadores indígenas golpearon una piedra
antropomorfa que era nada menos que la cabeza de una gigantesca representación
de la estela-deidad de arenisca arcosa roja -de 7.30 m de alto (incluida la
base de 1.80 m) y 1.27 m de ancho máximo. La misma se encontraba caída y
ligeramente inclinada en sentido norte-sur, desviado 20o al sesgo en dirección
este. De ese modo, Bennett, en compañía de Phillips, fueron quienes localizaron
la porción delantera de la estela, así como sus dos flancos, pero no la espalda
que permaneció cubierta de tierra; posteriormente Posnansky, una vez que
Bennett terminó su trabajo y salió de Bolivia, se dedicaría a excavar la pieza
en su integridad y a dar a conocer su parte posterior.
Se aclara que Bennett exhumó otros artefactos arqueológicos adicionales junto a
los pies de la estela-deidad: una pequeña estatua monolítica que estaba ubicada
al este; una piedra tallada ligeramente, situada todavía más distante, ubicada
también en dirección este; dos cabezas de piedra de distinta dimensión y una
presunta piedra de moler (Bennett 1954 [1933]: 121). Se insiste en ello porque
recientes publicaciones omiten las piezas citadas y, lo que es peor, el actual
montaje museográfico continúa con esa visión (0stermann 2002:17-32; Ponce
Sanjinés 2002: 51-57; Villagómez 2002: 104). Este procedimiento no es neutro,
más bien brinda una imagen incompleta de su contexto.
En suma, todo indica que Bennett, pese a su trascendental descubrimiento, nunca
se apartó de su objetivo principal de investigación: definir una secuencia
histórico-cultural basada en criterios de cambio estilístico en la cerámica. En
ese sentido, basado en las excavaciones realizadas definió los estilos
tiwanakutas temprano, clásico y decadente.
EXCAVANDO LA ESTELA-DEIDAD
Las excavaciones arqueológicas de los estadounidenses motivaron reacciones
espontáneas, rápidas y concretas, tanto de parte del gobierno como de la
rebelde opinión pública paceña. Ambos reaccionaron rápidamente ante la eminente
excavación arqueológica estadounidense. Por ello, el gobierno tomó
disposiciones administrativas denominadas pomposamente: "Gran Proyecto
para el Resguardo de la Arqueología Boliviana", cuyas bases pragmáticas es
necesario conocer con más detalle en vista del silencio existente respecto de
su existencia en la literatura arqueológica boliviana.
El 29 de junio, el gobierno sostuvo que Tiwanaku "era propiedad de la
nación", en consecuencia, determinó que el Poder Ejecutivo proveyera el
cuidado y resguardo. Dicha medida no sólo era de interés nacional, sino que
estaba destinada a favorecer a los estadounidenses a fin de ofrecer condiciones
oportunas para el "mejor estudio de la arqueología americana" en un
territorio bajo tuición del Estado (República de Bolivia 1932: 89; El Diario
1933 n° 9021). Estas condiciones determinaron la "expropiación forzosa de
las tierras" en cuatro zonas de Tiwanaku.
Tiwanaku, durante varias semanas, pasó a formar parte de los lugares más
concurridos y la sociedad paceña se precipitó a constatar con "sus propios
ojos" la monumen-talidad del descubrimiento olvidando el proyecto estatal
y la zonificación propuesta desde el gobierno (APACLP 1933). Un gran
espectáculo se realizó en el sitio gracias a las gestiones de la Oficina de
Turismo que organizó un viaje de divulgación arqueológica en tren bajo los
auspicios de The Peruvian Corporation.
Muy temprano, la mañana del 1 o de julio, partieron los viajeros de la Estación
Central para almorzar en el pueblo de Tiwanaku. Posteriormente, escudriñaron
entre las piedras, mientras Posnansky ofrecía una conferencia introductoria a
las "milenarias ruinas" y acompañaba a los visitantes al pozo de
excavación , donde yacía la estela-deidad. El conferencista hizo toda una
representación pública a sabiendas de que Bennett se llevaba el reconocimiento
del público paceño y también internacional. Una frase suya rescata ese
sentimiento:
"Desgraciadamente en Bolivia se da mérito agente extraña y se colma
inmerecidamente de honores y facilidades, cosa que nose hace jamás con los
hijos del país y a los que se dedican durante largos años a estudiar su propia
tierra" (Posnansky 1940, 12.287: 7; énfasis nuestro).
Pocos días después, los miembros del regimiento Ballivián, acantonado en
Guaqui, se hicieron fotografiar en una zanja sin desagüe donde la estela estaba
tendida horizontalmente, mostrando su faz delantera. Esta visita muestra un
cambio de mentalidad de los militares con relación a Tiwanaku, pues esta vez su
presencia no estaba destinada a depredar los líticos a tiros, como lo hicieron
en el siglo XIX hasta que fueron denunciados por el arqueólogo alemán Max Uhle
(1839-1945).
Los turistas, por supuesto, también se precipitaron a visitar Tiwanaku. El 8 de
julio, un vagón con importantes políticos y empresarios estadounidenses llegó
hasta la estación de Tiwanaku y los pasajeros, una vez descendidos del vagón,
se dirigieron al área arqueológica. Entre los visitantes de más prestigio,
estuvo presente el senador por Penssilvania, Fritz Gibbson, así como el
importante manufacturero de Bedford, H. C. Heckermann. La visita fue por demás
insólita, pues "muy pocos bajaron a tierra" y, para sorpresa de las
autoridades bolivianas, los turistas tardaron "más en bajar que en
subir" a su transporte.
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