Fuente: La guerra entre el Perú y Chile. De, Sir Clements Robert Markham. /
Ediciones Tasorello, 1922.
En diciembre de 1878 el gerente inglés de la Compañía de Antofagasta, Mr.
George Hicks, fue notificado por el prefecto de la provincia (de Cobija) para
que pagase el impuesto que debía desde la promulgación de la ley. Mr. Hicks
rehusó el pago y el prefecto ordenó que se sacase a remate bienes de la
Compañía hasta donde se necesitase para cubrir la suma debida. Cabía plenamente
argumentar que Mr. Hicks y su representada, la Compañía de Antofagasta, eran
súbditos chilenos; que la injusta pretensión chilena sobre el territorio
boliviano no invalidaba un convenio posterior procedente de aquella y que la
negativa del Congreso boliviano a ratificar el Tratado de 1874 no afectaba su
obligatoriedad. De seguro nunca hubo disputa más obviamente sostenible a
arbitraje, si se hubiera deseado arreglo amistoso; mas no fue así. Sin previa
declaración de guerra, el gobierno chileno inició operaciones hostiles no bien
tuvo noticias de lo ocurrido en Antofagasta, y se apoderó de los puertos
bolivianos de Antofagasta, Cobija y Tocopilla, mientras su ejército invasor
penetraba en Bolivia por adentro y la guerra empezaba con la sangrienta acción
de Calama.
Entonces el Perú ofreció sus buenos oficios, como mediador. Todavía Chile no
había alegado pretexto alguno para declararle la guerra; pero buscó una
coyuntura de agravio para suscitar el casus belli. Veamos cuál fue ese agravio.
Años atrás, el entonces presidente del Perú, D. Manuel Pardo, en su afán de
aliviar las dificultades financieras de su país y apelando casi al último
recurso, resolvió convertir los yacimientos salitreros de Tarapacá en monopolio
fiscal. La ley que ordenó esto promulgóse el 18 de enero de 1873 y debía entrar
en vigencia dos meses después. El Estado pagaría un precio fijo a los
productores y había de ser el único exportador; pero tal medida resultó un
error financiero, y, en consecuencia, una nueva ley, promulgada el 28 de mayo
de 1875, autorizó al Estado a vender todas las oficinas salitreras. Esa
legislación relativa a Tarapacá pudo ser imprudente y desven-tajosa para los
capitalistas ingleses, chilenos y demás que habían empeñado su capital en las
obras salitreras; mas no puede pretenderse que el Perú careció de derecho al
dictarla.
No podía constituir justo pretexto para la guerra, aun cuando se la presenta
como un agravio en las largas notas diplomáticas que periódicamente publica
Chile, en descargo de su política agresiva.
Despojado de retórica y de motivos ficticios, el manifiesto publicado por el
ministro de Relaciones Exteriores de Chile en de-fensa de la guerra, cuando ya
estaba virtualmente terminada (21 de diciembre de 1881), encierra sólo ese
cargo contra el Perú. Se queja de que el Perú hubiese impuesto en sus propios
dominios un monopolio salitrero perjudicial a las perspectivas de los
capitalistas y trabajadores chilenos; pero no puede pretenderse que el Perú
carecía de derecho para dictar tal medida en su propio territorio, y, no
obstante, el verboso retórico manifiesto no da mayores razones ni aduce otra
causa. Es claro, pues, que la política adoptada por el Perú en lo referente a
sus peculiares asuntos internos fue el único motivo verdadero de agravio y que
no constituyó justo pretexto para la guerra. Y es inevitable concluir que Chile
la declaró a su vecino sin justa causa; por lo menos, así lo ha confesado. “El
territorio salitrero de Tarapacá”, admite el ministro chileno, “fue la causa
real y directa de la guerra”; por consiguiente, podemos agregar con razón que
la guerra fue injusta.
Sin embargo, la mediación ofrecida fue aceptada al punto, y D. José Antonio de
Lavalle recibido en Santiago como enviado especial. Parece que el diplomático
perua-no ignoraba la existencia del Tratado de 1873 y hasta negó aquella al
afirmarla el ministro chileno, si bien después recibió una copia; pero los
chilenos, más astutos, habían tenido pleno conocimiento de ella, desde 1876
seguramente, si no desde 1874, y procuraron hacer cuestión capital de la
ignorancia de Lavalle. Los esfuerzos del enviado peruano se concretaron a la
mediación. Chile había ya invadido el territorio boliviano y ante tan seria
contingencia, el Sr. Lavalle planteó las siguientes propuestas: 1ª. Que Chile
evacuase el puerto boliviano de Antofagasta mientras un árbitro zanjase la
cuestión en litigio; 2ª. Que una administración neutral se encargase del puerto
y del territorio evacuados, bajo la garantía de las tres repúblicas; 3ª. Que
los derechos de aduana y demás rentas de dicho territorio se aplicasen en primer
lugar a las necesidades de la administración local y el sobrante se dividiese
por iguales partes entre Chile y Bolivia.
De haber deseado Chile la paz, la pro-puesta peruana en excelente base de negociaciones,
pero Chile no la deseaba. Por el contrario, quería extender la guerra, buscando
querella al Perú. El tratado de-fensivo sólo obligaba a éste a hacer causa
común con Bolivia; en caso de fallar el arbitraje y otras vías de solución
pacífica. Chile se amañó para que no se intentasen y rechazó las propuestas del
Sr. Lavalle. Planteó, en cambio, demandas que no podían cumplir honrosamente.
El Perú debía abandonar toda preparación ofensiva; debía abolirse el Tratado de
1873 y declararse al punto la neutralidad. Ya todo dispuesto, el gobierno
chileno despidió al señor Lavalle y declaró la guerra al Perú el 5 de abril de
1879.
Las notas oficiales y las declaraciones emanadas de ambas partes son muy
contradictorias y difusas; pero los hechos hablan por sí mismos. Los motivos de
la declaratoria de guerra fueron injustos e infundados. Los propósitos de Chile
fueron la conquista y la anexión; los del Perú y Bolivia, la defensa de su
territorio nacional.
PODER MILITAR Y NAVAL DE LAS TRES REPÚBLICAS
La contienda que iba a ventilarse entre el Perú y Chile era tal que su
desen-lace dependía exclusivamente de la posesión del mar. En el Perú, todos
los ferrocarriles forman ángulo recto con el litoral y no hay más vía para el
transporte de tropas que el mar. Las distancias son enormes y las marchas han
de realizarse por dilatadas extensiones desiertas, sin sombra ni aguas, que
separan apartados valles. Por tanto, el invasor que domine el mar puede escoger
a su antojo el punto de ataque, y, si se trata de la zona comprendida entre los
Andes y el mar, su conquista es apenas cuestión de tiempo.
Durante los seis años anteriores a la guerra, Chile había ido, secreta pero
activamente, acrecentando y robusteciendo su marina y al romper relaciones con
sus vecinos, esta era asaz formidable. Componíase, en primer lugar, de dos
poderosos acorazados de muy reciente construcción, planeados por Reed y
fabricados en Hull entre los años 1874 y 75; tales son los dos buques gemelos
Almirante Cochrane y Blanco Encalada; de 3.560 toneladas y 2.920 caballos de
fuerza. Están artillados con 6 cañones Armstrong de 6 pulgadas de calibre y 12
toneladas de peso; con varios cañones pequeños y dos ametralladoras Nordenfelt.
Los protege una coraza de nueve pulgadas de espesor en la línea de flotación y
de seis a ocho en las baterías. Durante la guerra sólo llevaron mástiles
cortos. Ambos tienen hélices dobles.
Chile tenía también dos corbetas geme-las, la Chacabuco y la O´Higgins, de
1.670 toneladas y 800 caballos de fuerza, artilladas con tres cañones Armstrong
de a 150 libras y 7 toneladas, y cuatro de a 40 libras; la Magallanes,
artillada con un cañón de a 150, y dos cañoncitos; la Abtao, vieja cor-beta de
tres cañones de a 150, la Covadonga, goleta de madera (capturada a los
españoles en 1866) de 600 toneladas, artillada con dos cañones de a 70, y tres
cañoncitos; la Esmeralda, corbeta de ma-dera, construida en 1854, de 850
tonela-das, con doce cañones de a 40 en la cu-bierta superior, y diez
transportes.
Mientras Chile se armaba, el Perú, para aliviar sus crisis financieras, había
ido desarmándose. En 1878 vemos a su monitor convoyando a Paita a una comisión
de oficiales científicos de marina, compuesta por el capitán Camilo Carrillos,
director de la Escuela Naval, y profesor de Astronomía y Trigonometría Esférica
en la Universidad de Lima, por dos comandantes, dos tenientes y dos alumnos de
la Escuela Naval, que se dirigían a observar el paso de Mercurio por el disco
solar, el 6 de mayo. Los marinos peruanos interesábanse especialmente en esa
observación, porque era la misma que permitió al ilustre Humboldt, en 1802,
fijar la longitud de Lima. En el Callao se fundaban escuelas de grumetes;
varios oficiales jóvenes, como Juan Salaverry y otros, consagraban su atención
al estudio de los afluentes navegables del Amazonas. Las preocupaciones de la
marina eran, antes que guerra, pacíficos trabajos de ciencia. Hacía diez años
que no se adquiría nuevos buques de guerra. Los existentes eran de tipo
anticuado y ninguno de ellos podía enfrentarse eficaz-mente a los nuevos
acorazados chilenos.
El monitor peruano Huáscar había sido construido en 1866, en Birkenhead por los
Sres. Laird. Mide 200 pies de largo, desplaza 1.130 toneladas y tiene 300
caballos de fuerza. La coraza que ciñe su torre giratoria sólo mide cinco
pulgadas y media de espesor y tiene una plancha de cuatro pulgadas y media. Esa
coraza era peor que nada contra el fuego de los acorazados, chilenos, porque
sus proyectiles la perforaban y estallaban en el interior. Estaba artillada con
dos Dahlgren de 10 pulgadas y 300 libras y los Whitworths de a 40 libras.
También poseía el Perú un acorazado grande de tipo antiguo, construido en
Londres en 1865, según instrucciones del capitán García y García. Tal era la
Independencia, de 215 pies de largo, 2.004 toneladas, 550 caballos de fuerza,
protegido por coraza de sólo cuatro pulgadas y media. Estaba artillado con doce
cañones de a 70 libras en la cubierta principal y dos de a 150, cuatro de a 32
y cuatro de a 9 en la cubierta superior. A este buque se su-maban dos corbetas
de madera. De éstas, la Unión media 242 pies de largo, despla-zaba 1.150
toneladas, tenía 400 caballos de fuerza y estaba artillada con doce cañones de
a 70 y uno de a 9. Podía desarrollar trece nudos por hora. La Pilcomayo,
propiamente la Putumayo, afluente del Ama-zonas, cuyo nombre debió tomar y que
fue cambiando por equivocación del pintor, medía 171 pies de largo, desplazaba
600 toneladas, tenía 180 caballos de fuerza y estaba artillada con diez
cañones: dos de a 70, cuatro de a 40 y cuatro de a 12.
Esos cuatro buques componían la escuadra peruana, pues los anticuados monitores
Atahuallpa y Manco Cápac no deben incluirse en la lista de buques navegantes.
Eran naves gemelas, construidas en los Estados Unidos y adquiridas a precio
extravagante, en 1869. Medían 253 pies de largo, desplazaban 2.100 toneladas y
la coraza que protegía sus torres era de diez pulgadas de espesor. Dichas
torres estaban artilladas con dos cañones Rodman de ánima lisa, de 15 pulgadas.
Ambos no eran sino fuertes flotantes. La Atahuallpa estaba anclada
permanentemente en el Callao y la Manco Cápac en Arica.
Los dos acorazados chilenos, con tripulación suficiente y comando eficaz, eran
rivales demasiado pode-rosos de la flota peruana. Tenían los chilenos número
doble de buques, dos veces más tonelaje auxiliar y más del doble en peso de
metal. Su escuadra contaba con varios oficiales que habían servido durante
ciertos años en la armada británica. Algunos eran de origen inglés, y es
sorprendente la cifra de nombres ingleses que figura en los despachos oficiales
de guerra chilenos, tales como Condell, Cox, Christie, Edwards, Leighton,
Lynch, Macpherson, Pratt, Rogers, Simpson, Smith, Souper, Stephens, Thomson,
Walker, Warner, Williams, Wilson y Wood.
El ejército chileno, aunque en pie de paz, había sido cuidadosamente ejercitado
en el servicio de campaña y provisto con los últimos inventos y mejoras. Las
clases bajas de Chile descienden de los mestizos del Coloniaje; su idioma es el
castellano y no conservan la menor tradición de su as-cendencia indígena. Son
buenas máquinas de guerra, y en los días del conflicto, hallábanse en excelente
estado de disciplina; pero carecen de compasión o escrúpulos, cuando los excita
la bebida o el triunfo. La extraordinaria preparación de muertos sobre heridos
que dejaron en los campos de batalla claramente acreditó su crueldad. Estaban
bien vestidos y comidos y su uniforme consistía en una casaca, pantalones y
kepí, hecho de una especie de karker u holanda cruda, y un par de bo-tas de
cuero cabritilla, basto, muy adecua-do para la naturaleza del país que habían
de recorrer. Estaban armados con rifles de sistema Gras, Comblain, ambas buenas
marcas.
Su caballería se compone de soldados fuertes y arrogantes, admirablemente
montados y armados con sables y carabinas Winchester de repetición. Están muy
brutalizados a consecuencia de la guerra de escaramuzas que sostienen con los
indios araucanos y acostumbrados a dar muy poco cuartel. La artillería es
especialmente eficaz, tiene muy buen equipo y es halada por mulas de muy bella
estampa. Los cañones de campaña, de fábrica euro-pea, son principalmente Krupps
y Armstrongs y también hay Gatlings y Nordenfelts. Los Krupps de a 12 libras
tienen alcance de 4.000 yardas, que les permite iniciar la acción sin poder ser
contestados. Tan enormes ventajas del ejército chileno sobre el peruano bastan
para explicar el triunfo de las armas chilenas. En pie de paz, el ejército de
Chile se componía de 2.500 infantes, 800 artilleros y 700 jinetes, además había
una fuerza considerable de 25.000 guardias nacionales o milicianos, que crecía
hasta 55.000 al declararse la guerra. Las milicias de Atacama y de Copiapó se
componían principalmente de mineros, los navales eran fleteros de Valparaíso,
al paso que el regimiento de Valparaíso se reclutaba entre los mecánicos de ese
puerto.
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