Por: Arturo Costa de la Torre / Homenaje al Gran Mariscal de
Zepita Andrés de Santa Cruz en el centenario de su muerte – La Paz, Bolivia
1965.
Entre los grandes e inmortales soldados que profetizaron y
ejecutaron la independencia de América, esta sin duda alguna, el Gran Mariscal
de Zepita Andrés de Santa Cruz y Calahumana. Figura de dimensión continental y
una de las personalidades más egregias de la historia americana. La sonoridad
de su nombre repercute en todos los confines del continente, con una claridad
evocadora de aquel lejano tiempo heroico. Cerca de dos siglos de historia,
enaltecen su memoria y su estirpe. En su personalidad, se evoca el sueño y
grandeza de los incas, reencarnada en la sangre de su férrea contextura andina.
En el devenir del tiempo, su excelsa personalidad, se irradia y se agiganta
como una glorificación de su destino. Fue su vida, una consigna de unión,
progreso y libertad, cuyas cimiente surcaron por todas las frontera de América.
Existencia ejemplar, que lo sacrifico todo, en aras de la
unión y la felicidad de una gran parte del continente americano. Grande en el
pensamiento y más grande en la ejecución. Concibió en sueño visionario de la
Confederación Perú-Boliviana, queriendo dar a estos pueblos hermanos, la
cohesión, fuerza y grandeza, que son atribuidos a los grandes pueblos que
marcan sus destinos. Esta gigantesca aspiración de ascendencia continental,
llamada a la creación de un gran estado geográfico, con gravitación de razas y
lenguas, que tuvo proyecciones de hegemonía de unión continental,
lamentablemente, tuvo su trágica frustración con la derrota de Yungay, de
20 de enero de 1839, bajo el imperio de intereses antagónicos y los recelos de
inferioridad futura, manifestados por otros pueblos sudamericanos, que
declararon guerra a muerte a esa grandiosa concepción federativa de dos pueblos
andinos. Perú y Bolivia.
Sobre la imponente personalidad del Mariscal de Zepita, que
sobresalía ostensiblemente en todos los actos de su vida, la historia conoce
sobradamente, lo dicho por el embajador de la Gran Bretaña en aquellos tiempos,
Mr. Hugh Wilson, quien con mezcla de admiración y desdén, tuvo este severo
juicio: “Confieso que me acerco a este indio con más respeto que al Rey de
Inglaterra”.
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