Por: Isabel Velasco / 12 de octubre de 2010 Extracto de su
blog: http://www.isabelvelasco.com/
Hay momento indescriptibles en la vida de un ser humano,
hechos que no se pueden narrar pues la emoción, esa sensación de miedo, euforia
o incertidumbre que se siente al escuchar una sirena, o las campanas de los
templos anunciando el estallido de una guerra, son sentimientos que han quedado
entre los recuerdos imperecederos de aquellos que los vivieron.
Escuche muchas historias de la Guerra del Chaco, de
personajes que estuvieron allí, de bolivianos que lucharon por el país, esta
que estoy a punto de narrarles, es la que más me emociono!
Ver a las personas quedarse estupefactas o corriendo hacia
sus casas para llevar la noticia a sus familiares: “La guerra ha estallado”!
esa noticia sacudió el espíritu de toda una nación.
Fueron estos momentos en los cuales el valor y el
patriotismo se confundieron en un solo anhelo: el “Servicio a la Patria”.
Así fue que el 14 de Junio del 1932, ante lo inevitable se
produjo el llamamiento a los reservistas que ya habían cumplido su servicio
militar para que se presenten a los cuarteles.
En la ciudad de La Paz, el lugar de cita de toda la juventud
convocada, la cual sin distinción de clases sociales, acudió a presentarse, fue
el Cuartel de Miraflores.
La sirena de “La Razón” se escuchaba de uno a otro confín de
la ciudad, llamando a todos los jóvenes. Dicen que cada vez que se oía esa
sirena, todos los muchachos de esa época temblaban de emoción, la convocatoria
también producía en todos los hogares una gran euforia de patriotismo.
Todos querían ir a la guerra, la ansiedad en los jóvenes era
incontrolable, los deseos de servir a la patria tan vehemente e indisoluble,
ante este hecho las madres sumidas en el dolor más silencioso y disimulado no
podían hacer otra cosa que resignarse pues era BOLIVIA que necesitaba de sus
hijos.
Con mayor razón si estos jóvenes participaban de cualquier
demostración callejera en contra de la nación que nos había agredido. En esos
momentos no se sintió decadencia, solo el deseo abrasador de marchar al frente.
Todos deseaban ser los primeros y era tan grande el
entusiasmo de esos muchacho, que hubo muchos que no habían cumplido la edad
militar, no obstante se presentaron para ofrendar su vida y sacrificio a la
patria. De ahí tantos muchachos menores, casi niños, a quienes no los pudieron
rechazar y que combatieron en el Chaco.
Cuantas madres, con el corazón hecho pedazos, demostrando un
valor espartano, entregaron sus hijos, hubo algunas que despidieron hacia el
frente cinco hijos, quien sabe más, nadie podía eludir esa obligación sagrada,
todos estaban conminados a cumplir con su deber.
Después de haberse presentado en los cuarteles, los jóvenes
salían de allí bien uniformados, con lo que la gente de esa época llego a
llamar “la mortaja”, o sea el uniforme militar. Así llegaban a sus casas
orgullosas y contentas, sin presentir el dolor contenido de sus madres y
hermanas, los que disimulando las lagrimas tenían que arreglar los uniformes
que no siempre eran bien confeccionados. Una vez que se habían entallado las
chaquetas, subido las bastillas y recosido los botones, esos noveles soldados
lucían bien “pijes “con sus “mortajas” a la medida.
Días antes de la partida al frente, comenzaban las
despedidas e invitaciones que se ofrecían. No faltaba la nota social en la
prensa que anunciaba los ágapes en honor a los conscriptos que se iban a la
guerra, deseándoles mucha suerte y un regreso victorioso.
En esas circunstancias apareció la moda de nombrar “Madrinas
de Guerra”, la cual fue copiada también por los paraguayos, estos nombramientos
llegaron a ser una verdadera institución. Generalmente se nombraba “Madrina de
Guerra” a la novia o a la “polola”, así como a una dama distinguida de la
sociedad amiga de la familia.
Bien uniformados iban a visitar la casa de la “futura madrina”,
donde eran recibidos con mucho cariño y consideración, después de los saludos
de rigor, la tertulia obligada de la guerra, el regimiento al que debían
pertenecer, se procedía a nombrar a la Madrina, nombramiento que no se podía
rechazar, pues no era algo honorario sino que constituía un deber cívico, quien
se iba a negar proteger aun cuando sea con sus oraciones y sus desvelos, a un
joven que iba a defender el suelo que nos cobija, la patria amada que está en
peligro.
Una MADRINA DE GUERRA se comprometía a escribirle, rezar por
él, velar por su madre, por sus hermanas, visitarlas, acompañarlas. Era un
compromiso ir a despedirlos a la estación, llevándoles flores, fotos dedicadas,
escapularios, medallitas, detentes bordados, coca, dulces, cigarrillos y hasta
un mechón de sus cabellos. Es de imaginarse la emoción y el dolor de esas
valientes jóvenes quienes como Madrinas de Guerra demostraron su valor y
entereza al despedir a sus novios o enamorados a una muerte casi segura, pues
nadie tenía la certidumbre de que iba a regresar.
En esas épocas de la guerra, casi todos los días salía un
destacamento, a veces dos, según el movimiento de los trenes la Estación
Central se llenaba de gente, así como todas las calles de la ciudad.
Aquí se producía el último abrazo. Muchos soldados que no
solo tenían una “madrina de guerra”, se veían rodeados de jovenzuelas quienes
los llenaban de halagos y recomendaciones. Al despedirse de sus madres recibían
la bendición hincados, como un último testimonio de amor materno, algo que los
habría de acompañar hasta su regreso.
El tiempo pasaba volando, las recomendaciones, los abrazos
no eran suficientes, las miradas de amor entre esposos y novios fueron eternas,
queriendo retener los minutos, prolongar más la presencia del amado, inexorablemente
sonaba el silbato de la locomotora que anunciaba la triste despedida, ahí
temblaban los corazones, se estremecía el cuerpo de dolor…el ultimo abrazo y el
adiós.
Difícil imaginarse el momento enternecedor y sublime, las
lágrimas silenciosas preñadas de angustia rodaban por las mejillas de las
madres, novias y madrinas, el dolor oculto de esposas o hermanas.
Muchos valientes se hincaban para recibir una última
bendición de sus madres, aquellas que los trajeron al mundo y ahora los
devuelven:
Adiós hijo de mi alma…si Dios quiere volverás, si no, nos
veremos en el cielo…” El soldado conmovido con lágrimas en los ojos:
Adiós madrecita amada, he de volver te lo prometo!!
VIVA BOLIVIA CARAJO!
Suben al tren rápidamente, poco a poco se ven salir cientos
de cabeza por las ventanillas y ellos alegres dicen adiós con las gorras del
uniforme militar, las bandas de música se confunden con los hurras y vivas de
la gente que grita emocionada y retumba en toda la estación.
Al partir el tren afloran los pañuelos blancos en el aire y
las mujeres RECIÉN hacen saltar las lagrimas de toda la angustia reprimida en
presencia de los hombres, en ese instante saltan los corazones, mitad del alma
se va con ellos. A medida que avanza el motorizado se escuchan gritos
emocionados de la muchachada que gritando se va: Viva Bolivia!! Ganaremos a los
Pilas… Volveremos y triunfaremos!!
Pausadamente se aleja el tren, luego más rápido, más rápido
la locomotora se pierde en lontananza envuelta en una nube de humo, todos en la
estación esperan hasta que se esfuma en la mirada, muchas madres en el andén
han quedado postradas de rodillas con los brazos abiertos, sin soportar el
dolor siguen con el alma en los ojos a la máquina que se pierde como un punto
en la distancia.
Se fue mi hijo…Dios mío! Quién sabe si lo volveré a ver!!
El Soldado boliviano servidor de su patria se va a la
guerra, orgulloso, altivo, lleno de júbilo.. Si ellas pudieran verlos ahora en
el tren candando:
QUIEN TOCA LA PUERTA
YO SOY SENORAY
VENGO A DESPEDIRME
AL CHACO ME VOY!
Fueron muchos los soldados que tuvieron Madrinas de Guerra,
por todos los lugares donde pasaban o se quedaban, ya sea muchachas que habían
conocido allí o allegadas a la familia. Ellas los ayudaron, los recibieron y
despidieron, los confortaron, curaron sus heridas.
Fue preponderante en ese tiempo la labor de las madrinas
tarijeñas, ellas los recibieron y los siguieron hasta la frontera, curaron sus
penas y muchas se hicieron novias de ellos.
También se encargaron de escribir noticias a las madres,
contándoles que habían visto a sus hijos, que estaban bien, etc.…muchas veces
inclusive tuvieron la dolorosa misión de comunicarles que ellos habían caído
gloriosamente en acción.
Esta obra múltiple y compleja de la retaguardia,
especialmente en la labor que efectuaron las señoritas “Madrinas de Guerra”,
tuvo una eficiente labor de aliento, valor y entera, la misma que vitalizo el
corazón de los combatientes, sin ellas sus glorias aun siendo grandes no
hubieran sido completas.
A todos los soldados, madres y madrinas bolivianos, les
agradecemos. Son la gloria de la nación. Soldado reverente héroe anónimo, hijo
del pueblo que al conjuro de la palabra mágica “BOLIVIA” diste tu sangre y tu
vida a ti te saludamos héroe inmortal que defendiste denodadamente los más
sagrados principios de justicia y libertad de nuestra nación, que si bien es
pobre, jamás será derrotada en su espíritu!
Tus proezas legendarias serán cantadas por los poetas y tu
sombra vagara por las selvas y cañadas inmensas del Chacho, montara guardia por
los siglos de los siglos en beneficio de nuestra patria.
A todas las mujeres benditas que perdieron hijos, enterraron
solo la carta que recibieron del Comandante en Jefe del Estado, nunca supieron
donde quedo el cuerpo de su hijo! A esas mujeres que siendo “madrinas de
guerra” acompañaron a los soldados, curaron sus heridas y sacaron sus pañuelos
blancos para despedirlos en las estaciones del tren, a esas que los siguieron
durante la campaña GRACIAS! Mujer boliviana, fuerte, esposa, compañera,
guerrillera, madre de familia, madrina, profesional y activista la historia
dirá algún día cuan valiente fuiste, eres y lo serás.
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