Después de dos años y seis meses de haber convivido entre
heridos, cadáveres y fusiles, Domitila Miranda Jerez no tiene miedo a la muerte
y estaría dispuesta a agarrar un arma y disparar si alguien la ataca. Es que
después de toda la ‘carnicería’ que sus ojos observaron durante el combate
entre soldados bolivianos y paraguayos, ya nada le asombra. Sin embargo, su
coraje y valentía contrastan con la calidez y lucidez de esta mujer, que ahora
tiene 92 años y reside en una humilde vivienda en Boyuibe, junto a su esposo
Ascensio Suárez.
Tenía escasos 14 años cuando fue llevada por el médico Raúl
Ramos, pese a la oposición de su madre, para ser traductora del guaraní y
ayudante de enfermería en el templo de Cuevo, que se transformó en un
improvisado hospital para atender a los soldados heridos.
Desde un sillón, donde está postrada hace meses, debido al
dolor que siente en las piernas después de haber sufrido una caída, y bien
abrigada, empieza a retroceder su mente hasta 1932, cuando estalló la guerra
entre Bolivia y Paraguay por el ‘oro negro’.
Confiesa que desde niña se interesó por aprender esta lengua
nativa y para conseguir su objetivo, recurrió a las cuñas -como se denomina a
las mujeres guaraníes- que trabajaban en la casa de sus padres en Charagua. Les
daba algunas monedas, charque y queso, y a cambio las nativas le pasaban clases
de guaraní. Eso le valió para que pueda convertirse en la intérprete entre los
soldados paraguayos que caían prisioneros o heridos y los médicos bolivianos.
“Los ‘pilas’ eran renuentes a hablar en español, por eso les tenía que
preguntar en guaraní si querían que los curáramos, porque muchos se resistían y
pedían que los dejáramos morir en Bolivia”, dice la ex enfermera.
El asombro crecía en Domitila a medida que pasaban los días
y veía como algunos morían, otros luchaban por sobrevivir y no faltaba quien
pidiera que no lo auxiliaran, porque prefería marcharse de esta vida.
Entre las anécdotas que rememora está aquélla, cuando divisó
que uno de los uniformados paraguayos heridos guardó un palo debajo de su
almohada para atacar a los médicos que hacían la visita diaria. También está el
caso de un joven paraguayo que perdió sus glúteos por la explosión de una
granada, pero se recuperó y fue devuelto a su país.
Pero no sólo tenía que lidiar con la soberbia de los paraguayos,
sino también con la carencia de medicamentos, puesto que no había todos los
insumos necesarios para atender tantos heridos. Sólo contaban con agua
oxigenada y mercurio, pero eso era insuficiente para la magnitud de las heridas
causadas por las granadas y los fusiles. Por eso muchas de ellas se
'agusanaban', a tal punto que las colchas tenían que ser sacudidas
continuamente para eliminar los gusanos y piojos que se apoderaban de los
soldados heridos, comenta Miranda Jerez, sumida en el olvido de las autoridades
nacionales, pese a su colaboración en esta lucha bélica.
Después de recorrer tantas escenas en su mente, asegura que
no hay cosa más dolorosa para un país que una guerra. Recuerda que en esos años
de conflicto bélico no había alimentos, los niños sufrían días enteros
esperando que sus padres consiguieran pan. La gente que vivía cerca de los
lugares de combate era evacuada, dejando todos sus enseres. Ése fue el caso de
su familia, que fue evacuada desde la comunidad de Pailón hasta Cuevo, sólo con
la ropa que llevaban en el cuerpo, ya que los enemigos podían atacar y hacerlos
prisioneros. Los animales eran aprovechados para alimentar a los soldados, por
lo menos así fue en el caso de su familia. Diez vacas y cien ovejas fueron
sacrificadas y convertidas en comida para los militares bolivianos.
Otra de las cosas que siempre quedará grabada en su mente es
que de las catreras tiraban los cadáveres como sapos al suelo para que una
máquina los recogiera y los arrojara en una fosa común, donde eran enterrados
juntos, bolivianos y paraguayos. El tramo entre Charagua y Villamontes fue
donde se registró la matanza más grande de los paraguayos, ya que allí se
suscitaron los combates más sangrientos, que antecedieron el fin del conflicto
bélico. “Los pilas querían invadir Camiri y, con eso, lo demás era más fácil”,
explica.
También destaca el papel histórico que cumplió el cerro
llamado ‘la muela del diablo’, desde donde los soldados bolivianos se ubicaron
para eliminar a los paraguayos que se encontraban abajo. Por eso es que no duda
que debajo de las poblaciones chaqueñas haya varios paraguayos enterrados.
Cuatro meses antes de que finalizara la guerra, retornó con
su familia, para ayudar a su madre en el sustento de sus hermanos menores.
Hoy, después de 67 años, todavía anhela que las autoridades
nacionales reconozcan su participación en el conflicto bélico y le puedan
retribuir en algo su labor. “Por falta de recursos, en ese tiempo no pude
gestionar la resolución sobre mi participación en la guerra, pero quisiera que
las autoridades me ayuden, aunque sea en estos últimos días de vida que me
quedan”, aseguró.
Una mujer multifacética
De rostro siempre alegre, que devela sus arruga marcadas por
los años de vida que tiene, Domitila Miranda tuvo dos hijos, pero el mayor
falleció tras un mes de nacido por la llamada tos de ahogo o tosferina. El
menor vive actualmente en Francia, desde donde Domitila recibe cartas y algo de
recursos. Comparte su vida con su esposo Ascencio Suárez, a quien conoció,
precisamente en una de sus pasiones, como es la costura, que la aprendió de su
progenitora. Dice que él llegó hasta las tierras chaqueñas para trabajar como
sastre y ella también desarrollaba esta labor. Recuerda que se casaron en la
iglesia de Boyuibe. Una pequeña tienda de venta y alquiler de videos, atendida
por su esposo, les ayuda en su sustento diario. Gracias a su talento para la
sastrería, es que consiguió trabajo en las tiendas, en esos años manejada por
los turcos, donde se vendían prendas confeccionadas por ella. Eso también le
permitía ayudar a su madre en el sustento de sus hermanos, puesto que su padre
falleció cuando ella tenía seis años. Otras de las cosas que le encanta hacer
es horneado de maíz. Roscas, empanadas y bizcochos son sus preferidos. No se ha
dejado vencer con las enfermedades que la han atacado, porque asegura que su
padre en chica le dio leche de burra negra para que sea fuerte.
Extractado de El Deber : Roxana Escobar N.
// Artículo publicado el 3 de septiembre de 2010. Disponible
en: einzelgangersniper.blogspot.com/…/la-traductora-en-la-guerr…
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