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LUIS GAYÁN CONTADOR, EL CHILENO TORTURADOR DE BOLIVIANOS


 


Por: José Loayza. / Septiembre de 2018.


Charles Walker, en la 2ª edición de su obra “La rebelión de Túpac Amaru”, relata así: 29 de abril de 1781. Muy de madrugada, Túpac Amaru sufrió el rigor del tormento, su piel palidecía y sus ojos vagaban como demudados. Cuatro soldados de negro lo colgaron con cadenas y le torcieron el brazo hasta romper sus huesos, aun así, sediento y hambriento, con el brazo destrozado, se mantuvo firme y no reveló los nombres de los comprometidos. Pero gritaba: “Ay, ay, ay, misericordia Señor, ay, ay, ay, ya estoy perdido Vuestra Señoría. Ay, ay nada más, por María Santísima, no hay más, no he tratado con nadie, quíteme la vida”. Este tormento duraba media hora, y los alaridos y suplicas eran todo el día.


Pasaron 183 años y pasarán muchos años más, extrañamente, el hombre seguirá siendo lobo del hombre como sentenció Thomas Hobbes; y no miento, para ilustrarlo, recurro a la declaración sin omitir nada, de una de las víctimas del Control Político.


“A las 11 de aquel mismo día, yo, Hernán Landívar Flores, fui sacado de mi celda y llevado ante Gayán. Al ingresar a su oficina lo encontré sentado detrás de su escritorio, y me di cuenta que sobre él, con solo mirarlo, la leyenda de terror que sobre él corría en el pueblo boliviano era cierta.


Al primer golpe de vista uno comprendía estar ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un ojo desviado, la mirada fría del único ojo que se fijaba en uno, era trágico. Parecía un poseído.


Al levantarse de su asiento su figura me pareció grotesca. Hombre corpulento de más de 1 metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso. Sus ojos tenían una aureola roja de hombre habitualmente aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y salía de su cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un tirante especial del cuál pendía una cachiporra de goma con la punta emplomada.


El Chileno Luis Gayán Contador fue contratado por la llamada revolución nacional, de pésimos antecedentes, fichado en su propia patria por robos y crímenes y dado de baja del Cuerpo de Carabineros de Chile con ignominia, para torturar a los bolivianos.


— ¿Niega usted ser amigo del señor Unzaga?


— No, no niego, soy su amigo y lo estimo muchísimo, pero no sé dónde se encuentra. Luego Gayán suavizó la voz, se sentó y me dijo: El presidente Paz Estenssoro es magnánimo y le promete que olvidará sus trajines subversivos si usted nos indica dónde se encuentra el señor Unzaga y Ambrosio García. Le daremos un cargo en el Consulado de Bolivia en Buenos Aires y dos millones de bolivianos. ¿Acepta usted? No pierda esta ocasión que es la única salvación que le queda. Piense en su mujer y sus hijos…! Pueden quedar sin padre.


— Me es imposible indicarle el domicilio del Sr. Unzaga ni de García porque no sé dónde viven. Nadie puede confesar lo que no sabe. Además aun cuando lo supiera no se lo diría, pues no nací delator.


Gayán saltó de su asiento y se lanzó sobre mí. Caí al suelo por supuesto al recibir el impacto de semejante mole. Traté de levantarme y no lo conseguí. Me dio un pisotón en el estómago y quedé desmayado. Volví en mí al recibir un chorro de agua fría en la cara. Cuando traté de incorporarme, Gayán se echó sobre mí, puso sus rodillas sobre mi vientre y con sus dos manazas asquerosas me tomó de la cabeza y comenzó a golpearla contra el suelo. Yo pensé que no resistiría un minuto más. Luego con una brutalidad increíble introdujo sus dedos pulgares en mis ojos y me los oprimió lenta y despiadadamente. Yo no veía estrellas, veía venir la muerte, sentía un sudor frío y un desvanecimiento que me iba anestesiando el alma. El dolor era desesperante, el torturador no cesaba de decir:


— Dónde está el señor Unzaga….Unzaga… Unzaga, dónde está. Y me arrojaba a las narices su hedor y su saliva.


Cuando volví en mí, me encontraba completamente desnudo y con las manos atadas. Gayan estaba solo y me contemplaba con mirada siniestra. Luego tomó unos aparatos que no alcancé a precisar, pero que parecían castañuelas, me agarró con ellos los testículos y me los fue oprimiendo poco a poco, brutalmente. Fue terrible aquello. Nunca había sufrido dolor más grande. Me retorcía, me desmayaba, volvía a recuperar el sentido para seguir sufriendo la misma tortura y oír las mismas inquisiciones:


— ¿Dónde está Unzaga…. Unzaga?


Sus palabras ya no tenían felizmente sentido para mí. Saciado ya de haberme torturado y sin haber conseguido la delación que perseguía, Gayán volvió a llamar a sus ayudantes y les ordenó: llévenlo al Panóptico y si no habla mátenlo, y dirigiéndose a su principal secuaz Jorge Rioja, le dijo: Tú me respondes de este carajo. Las torturas siguieron en el Panóptico…”.


Esta declaración fue registrada por el periodista Gerardo Irusta en su libro “Espionaje y servicios secretos en Bolivia 1930-1980”. Dice: Luis Gayán Contador, no era boliviano, era chileno, fue jefe de la Sección Segunda de la Policía Nacional y de Interpol, contratado por el gobierno boliviano de Paz Estenssoro para realizar actividades represivas contra la oposición.


Gayan y sus hombres traficaban cocaína, un kilo de cocaína era convertida en tres kilos de mercancía adulterada o “pichicata”, que los distribuidores se encargaban de colocar en los centros nocturnos, hoteles y prostíbulos de la ciudad. Definió a Chile en otra declaración, como el puente de plata por donde pasaba la cocaína peruana y boliviana al resto del mundo.. Los envíos de Bolivia a Cuba en 1958, llegaron a ascender a 30 kilos mensuales. Buena parte era reexportada a Estados Unidos. En todo caso el triángulo USA, Cuba, Sudamérica, estuvo también en manos de emigrantes sirio libaneses. Gayan Contador murió en Arica.


Hoy podríamos pensar que hablar de tortura es cosa del pasado y no es así, la tortura del siglo XXI asume métodos para perpetuar el control social por parte de aquellos que ejercen el poder. La tortura psicológica, o los tratamientos vejatorios, o los castigos inhumanos y degradantes por la práctica policial, judicial o penitenciaria, utiliza técnicas más sofisticadas pero no menos cobardes para suplir la razón. Esta predisposición natural, esta moral inicua, deriva de la ignorancia y de una peligrosa apreciación del derecho a la libertad y a la vida, y su perversidad no es ningun hecho accidental o no razonado, es simplemente un crimen.


// Historias de Bolivia.

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