Por: Ramón Rocha Monroy / Opinión de Cochabamba, 22 de julio de 2008.
Han pasado 62 años de la cruenta muerte de Gualberto Villarroel y uno no acaba de explicarse el encono que encegueció a sus victimadores. ¿Qué oscuros mecanismos influyeron en el ánimo de los agitadores y en la crueldad del populacho que se encarnizó de esa manera con un joven militar a quien se lo recuerda más bien por la corrección de sus actos?
La sombra de Chuspipata fue sin duda uno de los factores que pesaron en la vesania del 21 de julio: había que tomar venganza por el fusilamiento de ilustres ciudadanos, promovido y ejecutado por los miembros de la Logia Radepa. Pero ¿conocía Villarroel estos excesos?
Meses antes de su muerte había terminado la Segunda Guerra Mundial con la estrepitosa caída del nazifascismo. Hitler se suicidó en su bunker de Berlín pero Mussolini fue ajusticiado por el populacho que lo colgó cabeza abajo. La propaganda de la oposición a Villarroel se ensañó con su régimen tildándolo de nazifascista. ¿Habrá influido este detalle en la ejecución del 21 de julio?
Spruille Braden hizo un escándalo por una supuesta carta dirigida a Elías Belmonte Pol, oficial boliviano que ofició de diplomático en Berlín en el auge del nazismo. En dicha carta se hablaba de un putsch nazi en Bolivia, que serviría de cabecera de puente para el avance del nazismo en América, y según la carta, los aliados nativos eran precisamente los miembros del gobierno presidido por Villarroel.
Los Estados Unidos se resistieron a reconocer al gobierno de Villarroel, y éste cumplió los requisitos más insólitos para hacerse potable ante el Departamento de Estado, incluyendo la captura y deportación de los residentes japoneses que acabaron en un campo de concentración en los Estados Unidos y no volvieron más a Bolivia. El historiador boliviano Antonio Mitre estudió este capítulo triste de la migración japonesa a Bolivia, en la cual honestos nipones soportaron la confiscación de sus bienes y su expulsión de país. Quizá este factor influyó para que el gobierno norteamericano reconociera por fin al régimen de Villarroel.
Treinta años después se desclasificaron documentos secretos y apareció una confesión de Spruille Braden sobre la famosa carta del putsch nazi que había sido fraguada. Elías Belmonte intentó seguir un juicio para pedir indemnización al gobierno norteamericano, pero el procedimiento era costoso y acabó por desistir. Bueno hubiera sido que persistiera, para sentar un precedente.
La historia puso las cosas en su lugar, y al final quedó la memoria de un Presidente que sin ser enemigo de los ricos era más amigo de los pobres; un Presidente que propició la fundación de la Federación de Mineros, que fortaleció la legislación social y los derechos de los trabajadores y que celebró el primer congreso campesino, en el cual abolió el pongueaje, algo insólito en una época de latifundio y régimen de servidumbre. Al mismo tiempo, sus victimadores pagaron sus excesos con la desaparición de sus partidos políticos del escenario nacional.
Fotos: Braden y Belmonte.
// Historias de Bolivia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario