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BENEMÉRITOS EN LA TRINCHERA CONTRA EL TIEMPO

Sobrevivientes. Vivir y sortear el olvido. Esa es la guerra que los excombatientes pelean cada día. En Santa Cruz, de 37 exsoldados que se contaban en 2011 ahora solo subsisten 23.

18 de Junio de 2012 / Ruy G. D’Alencar Delgado 

Cuerpo a tierra, como gusanos del desierto. Decenas de muchachos vestidos de caqui militar arrastrandosé por el pajonal árido de La Penca (cerca de Boyuibe). A ocho pasos a la izquierda hay un camarada. Ocho pasos a la derecha está ese amigo con el que iba a la escuela en Uyuni (Potosí) y que ahora juega a matar. Espinas y las brasas de un sol asesino colgado sobre el Chaco. No hay agua y este uniforme y esta mochila de campaña y este fusil mauser 7,65 pesan demasiado. Se oyen tiros del otro lado del pajonal: son soldados paraguayos, muchachos que también están armados.
La emboscada está lista. El cabo Julián Palomino García, soldado del Ejército de Bolivia, acaba de recibir la señal que ordena disparar y él y sus camaradas abren fuego. En unos minutos hay decenas de cuerpos tendidos al frente. Huele a sangre. Es enero de 1935 y de aquí en adelante las tropas bolivianas van a retomar Boyuibe, Charagua, Mandeyapecuá, la Quebrada del Cuevo, Casa Alta y... Julián ha abierto los ojos. Tiene 95 años, vive en Santa Cruz y apenas puede moverse.

Es un hombre menudito, de voz grave, de ojos que casi se cierran. Camina encorvado, lento, arrastra los pies. Pero dentro de ese cuerpo que se rinde con el paso de los años vive encerrado un tigre. Un hombre que dice que la Guerra del Chaco fue una estupidez y que no vacila en calificar de mezquinos a los gobiernos de Daniel Salamanca de Bolivia y de Eusebio Ayala de Paraguay por haber ordenado una lucha armada que en tres años -15 de junio de 1932 a 15 de junio de 1935- dejó 100.000 cruces en las arenas del Chaco boreal, a nombre de la nación, a nombre del petróleo chaqueño.
Julián tenía 15 años cuando entró al combate. Fue un hombre de primera línea en una guerra que entonces no entendía del todo. Hoy, dice él, la única pelea a la que está dispuesto a sumarse es a la de conseguir una vejez digna para todos sus ex camaradas bolivianos e incluso para los paraguayos. “Nunca odié a los ‘pilas’”, confiesa, vestido de un traje negro y de medallas que le ha dado el Estado boliviano.
Julián es uno de los 23 hombres que quedan con vida en Santa Cruz luego de haber sobrevivido a la carnicería del Chaco. Hasta el año pasado, por estas fechas, había 37 beneméritos vivos afiliados a la Federación de Excombatientes de la Guerra del Chaco.
Se fueron 14 hombres en total y al coronel de servicio activo José Villarroel -que además es coordinador en la sede de los excombatientes de Santa Cruz-, le pesa saber que la marcha del tiempo está apagando lo que no pudo apagar la guerra.
El coronel está sentado en su escritorio y me está explicando que Julián Palomino, secretario de Hacienda de los excombatientes, y Rodolfo Cornejo Álvarez, presidente de los beneméritos, son los indicados para que me hablen sobre la guerra, sobre la política de entonces, sobre la vida que llevan ahora los sobrevivientes de entonces.
“Los demás tienen problemas de salud y no siempre están disponibles”, me explica Villarroel, momento en el que un subalterno de esa oficina interrumpe para avisar que ha llegado la familia de un excombatiente que acaba de fallecer.
Es el último año de secundaria y Rodolfo Cornejo tiene una rutina ajetreada entre la escuela de su natal La Paz y el diario La República. Rodolfo está haciendo sus primeras armas en el periodismo, mientras las tropas bolivianas chocan con violencia contra los soldados paraguayos en Boquerón, Nanawa, Alihuata y Charagua.
Ha caído el gobierno de Salamanca, luego del corralito de Villa Montes que gestaron los militares. Son los últimos meses de 1934 y el país ha quedado bajo el mando de José Luis Tejada Zorzano. Rodolfo acude al nuevo llamado de reclutamiento de apoyo a la campaña del Chaco. Algo sabe de primeros auxilios y por eso se va a enlistar como soldado del equipo de sanidad militar del frente de combate. Su primera parada: Charagua.
“Veo caer a mis compañeros de sanidad militar, mientras tratábamos de rescatar a nuestros heridos en el frente. Charagua está sitiada y los paraguayos ofrecen resistencia”, relata el excombatiente.
Ese día Charagua iba a volver a manos bolivianas y en adelante la campaña fue retroceso tras retroceso de tropas paraguayas.
“Nosotros defendimos el petróleo y el gas que hasta hoy dan de comer al país, pero ahora la gente se acuerda de nosotros o cuando morimos o cuando es aniversario del cese de la guerra”, reprocha y recuerda que fue buena parte de una generación de bolivianos la que murió en el Chaco: más de 60.000 hombres, muchos, como escribió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “de la heladera al horno, arrancados de los Andes y arrojados en estos calcinados matorrales”.
“Muchos murieron sin sentido alguno ese 15 de junio de 1935. Un día antes Tejada Sorzano ordenó cesar el fuego al mediodía y gastar toda la munición posible. Lo propio hizo Paraguay”, recuerda Julián, complacido, porque luego de las 12:00 de ese día hizo las paces y hasta abrazó a los paraguayos a los que nunca odió. Rolando, que ahora tiene 95 años, recuerda con orgullo ese momento: “Llegó la paz”. 
Todas esas piezas de la historia de la última guerra del siglo XX al interior de América Latina viven bajo la piel rugosa de estos hombres que hoy están guardados en sus casas, aquí en Santa Cruz.
Los defensores de un país con poca memoria
“Año tras año se van perdiendo vidas de estos héroes a quienes ahora queremos hacerles en vida un homenaje”, dice el gral. Marvin Molina, comandante III Brigada Aérea, durante el acto realizado por el 77 aniversario del cese de hostilidades con Paraguay (14 de junio de 1935).
Los 23 beneméritos que viven en Santa Cruz se han vestido con sus mejores galas. De boina, de terno, con medallas y bandas. Cada vez son menos, hace notar el general Molina. “Y cuando acaban los actos debemos volver a la modestia de nuestras casas, donde solo nuestra familia, nuestros hijos y nietos, saben qué hicimos”, cuenta Rodolfo Cornejo, presidente de la Federación de Excombatientes de la Guerra del Chaco.
Los excombatientes tuvieron que esperar hasta el gobierno del militar Juan José Torres, entre 1970 y 1971, para recibir un reconocimiento y una pensión vitalicia. Al margen de la coyuntura política, el otro gobernante al que recuerdan bien los excombatientes es Evo Morales, porque redondeó la pensión vitalicia a Bs 2.000 y construyó una sede para los beneméritos en Santa Cruz.
“Hay que esperar cada 14 de junio para que la gente se acuerde de nosotros”, asegura Juan Palomino, uno de los defensores del Chaco, que hoy vive en la modestia de una casita que comparte con sus nietos. “La guerra paga mal y en Bolivia la gente olvida fácil. Hasta olvidamos lo duro que fue Bánzer en su primer gobierno y lo elegimos presidente de nuevo”, opina Rodolfo. No hay memoria, insiste.
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