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http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/internacional/internacional-chile-guerrilleros-de-fiesta.htm
Para las fiestas de Carnaval, los ascéticos habitantes de la
Cordillera chilena descienden a la ciudad de Arica, un Eldorado del
contrabando, en el límite con Bolivia. Bajan cantando, con sus tradicionales
instrumentos domésticos, para gozar de una semana excepcional que sólo admite
lugar para la música. Este año, desgastado por la altura y por caminar más de
1.000 kilómetros, el remanente de la guerrilla boliviana comparte la alegría de
los resignados montañeses.
Ese es el rosado fin de una historia, ya parte de una
leyenda, que relataban las agencias noticiosas desde Santiago (Chile) y La Paz
(Bolivia). El viernes de la semana pasada, aún no acertaban con la cantidad de
guerrilleros frustrados, ni con el lugar de paso. Sin embargo habían estimulado
una certidumbre, alimentada por declaraciones de militares bolivianos y de
lugareños, que encontraron eco en el Presidente socialista del Senado, Salvador
Allende. El 20 de febrero estaba en Arica y, entre múltiples inconvenientes,
preparaba una apoteótica bienvenida a los remisos guerrilleros.
Los esfuerzos del declinante Allende comenzaron en Santiago,
cuando entrevistó al Ministro del Interior, Bernardo Leighton, para exigirle
seguridades al núcleo insurgente. El Ministro prometió que "los
guerrilleros bolivianos van a disfrutar de todas las garantías que otorga la
legislación chilena a quienes llegan a su territorio". Es decir, admitió
que el Gobierno no otorgará la extradición. Una posibilidad que los bolivianos
ya habían cercenado por intermedio de su Embajador Tomás Guillermo Elio: "Es
un paso en falso realizar el trámite, pues pasaría a manos de la Corte Suprema
chilena, que, naturalmente, lo calificaría como delito político". Chile
continúa siendo un santuario para los exilados de Bolivia.
Los conocidos son cinco: Arturo Martínez, Pombo; Soberón
Pérez, Benigno; Urbano Tamayo Núñez (cubanos); Guido Peredo Leigue, Inti, y
David Adriazola Veizaga, Darío (bolivianos). Pero algunas noticias aumentaban
el número a seis y otras a 20. La última fuente, los retrató disgregados y los
ubicaba en Pisagua, un centro pesquero a 200 kilómetros al sur de Arica.
Después de atravesar Bolivia, desde la tropical zona de La
Higuera, los cinco fugitivos aparecieron, con la ayuda de un guía, en el pueblo
de Sabaya, casi en la frontera con Chile, No se tenían noticias concretas sobre
su ruta o destino, desde la célebre muerte de Ernesto Che Guevara, el 8 de
octubre del año pasado. Durmiendo de día, caminando de noche, ocultándose de
las denuncias campesinas, desfigurados por el apunamiento, perseguidos por el
hambre, acceden a Chile para desempolvar la verdadera historia de la guerrilla
boliviana. Si es cierta la presencia de Inti (es decir Sol), no habrá dudas
sobre el esclarecimiento del entuerto.
Tal vez, por esa razón, el miedo puede correr por algunas
casas de Bolivia, especialmente en las propiedades de algunos dirigentes
comunistas. La traición tiene una sola respuesta en los labios del Inti Peredo,
un hombre que a los 18 años ya había cruzado balas en conflictos gremiales y
universitarios. Pero en Bolivia, la peor situación es la de Rene Barrientos.
Desde que se clausuró la etapa guerrillera, el Presidente tuvo que mostrar los
reales engranajes de su Gobierno, y en consecuencia, sus errores. Ya no hay
cortinas de humo y comienzan las crisis y los golpes de estado. Barrientos
clama por otra hilera de guerrilleros para mantenerse otro año en el poder. A
pesar del clima subversivo, su pretensión es inútil.
El casamiento militar
El coronel Fernández fue el padrino y la cónsul de Francia
la otra testigo. Las risas de los habitantes de Camiri, el lunes 12 a las nueve
de la noche, eran efecto del negro Fernández, un militar adicto a las chanzas y
al tenis. Las bromas cayeron sobre los novios: Regis Debray y Elizabeth Burgos.
No hubo más de doce invitados, pero fue la boda del año para los camirenses.
Hubo champaña para todos, y después de media hora de fiesta la pareja se retiró
a una celda del Casino de Oficiales, para discutir las ventajas de la prisión.
Al otro día, el flamante matrimonio fue conducido a la casa
del general Efrain Guachalla (el que condenó a Debray a 30 años), que los
esperaba con un suculento almuerzo. Charlaron sobre el clima de Camiri y
después de una torta casera los recién casados partieron a Choreti, la cárcel
donde los militares bolivianos le preparaban la luna de miel a Regis. Sin duda,
la intransigencia del hosco francés con los oficiales causó indignación al
principio; ahora, respeto. Fue la primera vez que la publicidad no rondó al
ideólogo castrista; también fue la primera vez que los militares son halagados
por la prensa.
No hubo fotos de la boda, y las autoridades bolivianas sólo
amagaron una como comentario. Todo en silencio. Hasta los padres de Regis se
hicieron cómplices. Los movimientos castristas de América latina proclamaron su
orgullo ante el casamiento de su "maestro" de 28 años, y por la
aparición heroica de los prófugos. En casi todos los países, y cuando la
literatura sobre el Che estaba en su apogeo, estallaron las manifestaciones.
Los conservadores salieron a la palestra porque "aunque esté muerto
Guevara, no significa que ha desaparecido el peligro de la subversión".
Para muchos, los guerrilleros reaparecidos son héroes: sus
accidentes en la selva y en las montañas bolivianas son comparados con el
desafío del aviador Guillaumet a la nieve. La fiebre no quiere detenerse: el
miércoles 21, el Gobierno chileno debió dispersar por la fuerza a una multitud
de estudiantes que vitoreaba a los guerrilleros y en sus manos aferraban
carteles con la sonrisa de un hombre muerto: Ernesto Guevara.
27 de febrero de 1968 PRIMERA PLANA.
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