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¡UN PUTSCH "CHAPACO"! la jocosa historia del golpe militar-policial de 1940 en Bolivia



Por: Ricardo Sanjinés Ávila / Periodista. / Este artículo fue publicado origuinalmente en: Pagina Siete de La Paz, el 20 de agosto de 2020. / Disponible en: https://www.paginasiete.bo/ideas/2020/8/20/tras-suicidarse-busch-un-putsch-chapaco-265086.html


Noche de singani en la trastienda de un boliche amigo de la calle Yungas. Como a la una y media, el coronel Ichazo anuncia que se retira porque al día siguiente debe darle un capítulo de gloria a la patria. El más achispado se pone de pie cuadrándose militarmente y dice enérgicamente con fuerte acento tarijeño: -“¡buenos días, señor presidente…!”. Todos apuran la última copa y se dispersan por diversas rutas.


Dos años antes, el presidente Germán Busch acelera la revolución socialista y nacionalista con la que sueñan sus amigos de Radepa y políticos nóveles como Víctor Paz Estenssoro, Augusto Céspedes y Walter Guevara Arze, quienes secundan al presidente en la Convención Nacional de 1938, aprobando una nueva Constitución, cambiando la orientación liberal anterior hacia el concepto de propiedad social.


Acoge la propuesta de vender goma y minerales estratégicos a Alemania, en medio de la tensión internacional por la Guerra Civil española y recibe un Mercedes Benz descapotable, obsequio de Adolf Hitler, quien le promete potenciar bélicamente a Bolivia. Surge entonces una fuerte campaña opositora. Pero Busch es hombre valiente, terror de los soldados paraguayos en la guerra y ahora se enfrenta a la gran minería decretando la entrega de divisas por exportación de minerales. 


Pese a su admiración por el Tercer Reich, Busch dicta una medida excepcional con la que salva a unos 15 mil judíos, protegidos en Bolivia gracias al millonario Mauricio Hoschild, con la ayuda del embajador boliviano en París, Rodolfo Virreira, humanista y encumbrado hombre de la masonería boliviana. 


La oposición es abrumadora porque Busch también asume formalmente la dictadura y comete el desatino de golpear al escritor Alcides Arguedas, quien lo recrimina en carta pública por sus actitudes totalitarias y la ciudadanía se vuelca contra “el camba ignorante”. Pero el 23 de agosto de 1939, esa misma gente sale a las calles mesándose los cabellos y dando gritos desesperados por la muerte del presidente que, sintiéndose incomprendido, comete suicidio. 


El sepelio es una demostración inédita de dolor popular. Le extraen el corazón para entregarlo a la Legión de excombatientes. Ante el cuerpo depositado en la Catedral, se forman inmensas filas para ofrecerle una oración y besar su ataúd. (La escena se repetirá 30 años después al morir el presidente René Barrientos y en 1995, cuando falleció Carlos Palenque.)


El vicepresidente Enrique Baldivieso comete el error de no lanzarse de inmediato al Palacio escoltado por un regimiento. Cuando lo hace, ya está ocupado por el Comandante del Ejército, Carlos Quintanilla, quien asume la “presidencia provisoria”, explicando que no existe la figura de vice-dictador y por ello la Presidencia vuelve al origen del poder: el Ejército.


Cinco días después de las exequias, Hitler invade Polonia en alianza con Stalin, mientras en La Paz el presidente interino organiza un gabinete que desanda el proceso revolucionario. Carlos Quintanilla Quiroga es un cochabambino cincuentón, grande y corajudo, típicamente militar al que no le interesa la política y convoca a elecciones.


Está cantada la candidatura del general Bernardino Bilbao Rioja, el mayor héroe de la Guerra del Chaco, apoyado por los oficiales del Ejército. Pero socialistas, liberales y republicanos desean el retorno a la democracia, lejos de revoluciones y soflamas nacionalistas. La guerra mundial envuelve a Bolivia, productor de materias primas y los hombres de la minería creen que el país no necesita un segundo Busch.


Bilbao es hombre maduro, de notable sentido común y patriotismo. Pero los partidos tradicionales no pueden evitar la inquietud que les inspira, agrandada cuando la Legión de excombatientes, lo reconoce como su jefe, entregándole el estandarte que antes estuvo en manos de Busch. El Mariscal de Villamontes, denominado así por sus seguidores, viaja en campaña a los centros mineros donde es aclamado, haciendo temer una futura reimposición del decreto de entrega de divisas. Aparece entonces la figura del general Enrique Peñaranda, quien comandó al Ejército en la pasada guerra y los partidos democráticos lo convocan para candidatear a la Presidencia. Será el choque de dos héroes de uniforme. // (Según nuestro criterio, es un gran error llamar héroe a Peñaranda, "A Bilbao y Peñaranda no se les puede poner en el mismo saco")


El gobierno, comprometido con el retorno a la civilidad, ordena el control de las actividades del general Bilbao. Pinchan sus teléfonos y siguen sus pasos. Pero Quintanilla hace algo más y azuza al Jefe de Estado Mayor, coronel Antenor Ichazo, oficial tarijeño, también héroe del Chaco, haciéndole consentir de “tener posibilidades”, si logra anular a Bilbao.


 Convocado éste a Palacio, cuando asciende las gradas al segundo piso es interceptado por un grupo de tarijeños armados de cachiporras. Intenta defenderse dando gritos y repartiendo golpes, pero cae sin sentido. Enmanillado y sangrante, lo expulsan a Arica e Ichazo, asume la responsabilidad del atraco palaciego argumentando que Bilbao preparaba un golpe de Estado. 


Nadie cree en tal versión. No iba a dar un golpe el candidato que tenía la victoria electoral al alcance de la mano. Pero salen a relucir “los huevos de los Bilbao”. El Tcnl. Sinforiano Bilbao, de gallarda actuación en el Chaco, comanda el Colegio Militar y se levanta con los cadetes, plegándose unidades amenazando bombardear el Palacio Quemado.  Quintanilla se reúne con el insurrecto y promete el retorno de Bernardino, pero al salir del Palacio, Sinforiano es obligado a reunirse con su hermano en el exilio. Volverán años más tarde para incorporarse a la Falange Socialista Boliviana de Únzaga de la Vega. 


El 10 de marzo de 1940, Enrique Peñaranda gana las elecciones frente al comunista José Antonio Arze. La posesión de los nuevos poderes Ejecutivo y Legislativo será el 15 de abril. La gente se pregunta ¿qué ganó el coronel Antenor Ichazo al defenestrar tan violentamente al general Bilbao? 


No se llega a establecer si alguna fuerza política lo estimuló, o si sólo fue una seguidilla de conciliábulos con chuflay. El caso es que el 26 de marzo Ichazo se alza en armas con el Cuerpo de Carabineros, donde militan muchos tarijeños, copando las bocacalles de ingreso a la Plaza Murillo. Lo increíble es que fracciones del Ejército secundan la acción, pese a que hay un Presidente electo por el voto popular.


Cuando el líder de la asonada se dirige de su casa a Palacio –a pie, porque no encontraba taxi–, menudearon los insultos de la gente y trataron de agredirlo. De manera que llegó abatido a la Plaza, cuando también arribaba Quintanilla, enorme y bufando de enojo. El diálogo es de antología:


–¡¿Contra mí, coronel Ichazo… car… coj… y mier…?!


 –¡Con usted m-m-mi Presidente!


 –¡Entonces ordene el repliegue de estas tropas!


 –¡Es su orden mi Presidente!


El prestigio varonil de Ichazo queda en ruinas. La investigación revela que se trató de un putsch chapaco. Ichazo debía nombrarse presidente. El teniente coronel Luis Campero, también tarijeño, asumiría la jefatura del Estado Mayor, su hermano Antonio Campero la secretaría de la Presidencia y el teniente Gilberto Campero el Ministerio de Gobierno. Le llamaron “la camperada” y fracasó porque en el último minuto le fallaron los nervios al coronel, que estaba de chaki. 


El general Enrique Peñaranda asume la Presidencia, en el capítulo final del proceso de la revolución militar socialista abierto por Toro, continuado por Busch y truncado por su muerte. El general Carlos Quintanilla es designado ministro Plenipotenciario en El Vaticano, con residencia en Roma, la ciudad eterna donde manda il Duce Benito Mussolini. Hitler invade Francia y ocupa París.

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