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LA BODA DE LA HIJA DE SIMÓN I. PATIÑO

Por: José Antonio Loayza. / Agosto de 2018.

BODA DEL MARQUES DEL MERITO, RICARDO LOPEZ DE CARRIZOSA, CON LA SEÑORITA ELENA PATIÑO RODRIGUEZ

—Albina, escucha lo que dicen las noticias respecto a la boda de nuestra hija Elenita en la edición del 29 de mayo de 1929:

"El Ministro de Bolivia y la señora Albina de Patiño, han brindado una recepción con motivo del próximo matrimonio de la señorita Elena Patiño con el Marqués del Mérito don Ricardo López y Carrizosa".

Un mes después, Simón echado en la dormilona miró más allá de la puesta del sol, le pusieron encima una mantilla de lana de merino puro creyendo que durmió, y pensaba: Se casaron el día de mi cumpleaños, podían hacerlo antes, pero no hubieran exhibido en el Salón La Tour, las dos vitrinas con los regalos del Rey de España Alfonso XIII, como las Insignias de la Orden de Santiago, la cigarrera de oro y las llaves de la Cámara del Rey de España. Recuerdo que el novio le regaló a mi hijita para que no digan que no dio nada, una joyita de brillantes. Mi Mila, su bolsita de perlas; y yo otras perlas enhebradas en un collar de oro para caldear la curiosidad, y mi esposa un chequecito de cinco millones para que compren su casonita cerca a la mía, con una tropa de empleados negros y blancos para su servicio. No vi el otro salón, dicen que se exhibían cientos de objetos de los amigos más ilustres que ganaron su derecho a la comilona y su entrada a la ceremonia.

A veces me pongo a pensar, que hubiera sucedido si yo no sería quien soy, ¡hay de mí!, seguro mi hijita se casaba con uno de esos, en un patio adornado con farolillos de verbena, en vez de dos salones de regalos dos mesas con aguayo sobre las que hubieran puesto de obsequio platos de loza envuelta en celofán, alcuzas con tarjeta de tu compadre y tu comadre, viandas para los turnos de medianoche, y algún malicioso un catre de fierro para que los resortes crujan hasta desalambrarse. Pero ese sábado fue inolvidable, recuerdo que a las 10 de la noche, en mi majestuosa mansión parisina de la 32 Avenida Foch, el Nuncio apostólico Monseñor Maglione, recibió a mi hijita con su lindo vestido, y al Marqués del Mérito con su radiante uniforme de Caballero de la Orden de Santiago para unirlos en santo matrimonio y darles la bendición nupcial en el Salón de las Tapicerías… ¡Allá lo hubieran hecho en una chichería, con trajes semiarrugados, y una orquesta con tambor, acordeón y corneta!... ¡ah, y charango!

Vi a la nobleza y con mis propios ojos que somos lo que somos porque somos. Al Príncipe y a la Princesa Robert de Boglie, al Barón Maurice de Rothschild, al Barón Zuylen de Nievelt, a la Condesa de la Beraudiere, a la Condesa de Hautboul, a la Marquesa de Encinares, a la Duquesa de Fernán Núñez, al Barón Pellenc, al Conde y a la Condesa de Rostang, al Marqués de Casa Maury, al Marqués de Tenorio, al Marqués de Murrieta, al Marqués y a la Marquesa de Casa Valdez, a la Duquesa Sercales, al Duque de Lerma, al Marqués y a la Marquesa de Villavieja, al Conde de Torres Arias, y algunos paisanos tímidos que asistieron sin títulos nobles ni buenos regalos... ¡Allá, hubieran asistido! ¡Bah!, no quiero ni pensarlo. Ahora mi hijita es Marquesa. ¿Quién dice que el ajo lava la sangre, acaso no fue mi dinero y trabajo?

Simón temía que se la vayan los recuerdos. Recordó su encuentro con Adolfo Costa Du Rels, el diplomático boliviano nacido en Sucre, considerado uno de los escritores más representativos de la literatura boliviana. A quien lo sorprendió, según él, con un poema que sacó de su bolsillo y lo puso doblado como un chanchullo en el hueco de la palma de su mano.

—Señor du Rels, que gusto verlo "En nuestro valle más verde, / habitado por arcángeles, / un bello y fuerte palacio, / levantaba su cabeza."

—Du Rels, continuó: "Era de perla y rubí, / la gran puerta del palacio, / y a través de ella salían / y brillaban para siempre"… ¡Don Simón, los hermosos versos "En el palacio encantado", de Edgar Allan Poe! Me agrada que lo haya leído, y me siento contento de verlo feliz…

—"Pero el mal, vestido de pena, / tomó el castillo del rey"… ¿Sabía señor du Rels que en nuestro país los adictos a Saavedra, hablan de nacionalizar mis minas?

—¿Quién le comentó eso don Simón?

—"Viajeros allí llegados / vieron por claras ventanas / bailar duendes luminosos"... Las noticias vuelan como los versos, mi estimado amigo.

—Don Simón, sé que después de la crisis de metales de 1921, el gobierno de Saavedra denunció que la labor extractiva y exportadora de minerales, entorpece la diversificación minera, y no habrá una industria real en el país mientras se carezca de hornos de fundición.

—"Sobre sus muros flotaban / pendones de oro gloriosos"… ¡Si quieren hornos de fundición, que lo hagan con su dinero!

—Quizá lo harían, pero Bolivia sólo vive del 3% del impuesto por exportaciones de mineral, eso significa el 90% del presupuesto nacional. El 10%, son exportaciones no mineras.

—"¡Ay, lloremos, porque nunca el monarca verá el alba!"… ¡Que hacen mis managers, mis ejecutivos, mis abogados, todos son unos aficionados, unos tristes actores del parasitismo burocrático! ¿Usted cree que es conveniente y posible instalar hornos de fundición en Bolivia?

—Daría valor agregado a la producción minera, se incentivaría a la industria, habrían fuentes de trabajo, se reduciría la dependencia económica. Además usted ya lo verificó en 1913, con el Dr. Montes, don Pedro Suárez y un grupo francés. Recuerde que aportaron 100.000 francos y contrataron a una comisión de ingenieros para que busquen caídas de agua para subsanar la falta de carbón y combustible, y organizaron una empresa con 25.000.000 de francos, cuya ejecución se aplazó por la eventualidad de la Primera Guerra Mundial….

—"Es una muerta leyenda sepultada en el pasado"... ¡La leyenda de las fundiciones la escuché tantas veces que hasta mis mastines la ladran! Se dice que desde la época del Tiahuanaco los indígenas fundían minerales, que los españoles fundían plata en Potosí, que los hermanos Dupleich y Soux fundían con keñua en las faldas del Tata Sajama, que a principios de siglo el Ing. Gonzalo Artola fundía en Tupiza, que en La Paz la firma Obrits fundía hierro en crisoles para su industria manufacturera. ¡Lindo, portentoso, pero para fundir estaño se requiere de un tonelaje elevado de concentrados y bastante combustible! ¡Lo que buscan mis detractores no es fundir minerales, sino fundirme a mí, para apropiarse de lo mío... Dice bien Poe: "Los viajeros ven ahora / desde encendidas ventanas / vastas formas espectrales / bailando grotescamente"… Veré como sortear éste escollo, ahora dígame, qué le parece mi chaqué.

—Muy elegante y muy adecuado para un hombre de su investidura.

—Debo usarlo porque tengo el culo demasiado grande. Pasemos al salón, señor du Rels.

— ("Sobre tan bella mansión / jamás un ángel voló"… A pesar de su fortuna, de Poe, y de éste palacio encantado… nuestro Creso no dejará de ser un craso). —Pensó du Rels.

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