...Acampamos en una chacra perteneciente a un ingeniero
inglés, que tenía una pequeña lancha a vapor. Este hombre ingenioso, llamado
Pearson, se las arreglaba para mantener en servicio un decrépito bajel, cuyas
partes estaban unidas entre sí principalmente con alambres o cuerdas. Cuando
llegamos, la embarcación estaba en el dique, y Pearson, orgullosamente, nos
enseñó su reparado mecanismo. La caldera en algunos lugares debe haber estado
delgada como un papel y, aunque se mantenía a una presión muy baja, significaba
en todo momento un peligro de muerte.
Durante la noche, repentinamente, hubo tormenta y un diluvio
tan intenso que parecía caer agua sólida. El rio subió nueve pies; la lancha
fué barrida de su astillero, volcada sobre un costado y arrojada contra los
árboles. Tuvimos mucho trabajo para evitar que se perdiera el equipaje.
Estábamos en plena estación seca, pero en las selvas del Amazonas la lluvia
copiosa viene siempre como anticipo de la luna llena o nueva, a menudo de esta
última. Frecuentemente va seguida por un surasu, viento sur o suroccidental,
que trae un frío tan intenso, que al amanecer del día siguiente puede
encontrarse una fina capa de hielo.
Casi con la misma rapidez que aumentó su caudal, el río
volvió a bajar, dejando en las riberas una cantidad de mígales moribundas —las
grandes arañas devoradoras de pájaros— y culebras medio ahogadas. Mientras
desayunábamos en la morada de Pearson, llegó José, un empleado de la lancha,
con aspecto muy asustado.
—Anoche estuvo un jaguar en mi cabaña —dijo—, Al despertar
lo vi en medio de la pieza observando mi farol encendido.
Estirándome en mi hamaca, podía haberlo tocado, señores.
— ¿Por qué no le disparó? —inquirió Pearson.
Nadie duerme en estos lugares sin un arma de fuego al
alcance de la mano y José tenía su Winchester muy próximo.
—Estaba demasiado cerca de mí, señor Pearson. Si yo hubiera
tratado de coger mi arma, él me habría atacado, y si yo hubiese fallado en
matarlo instantáneamente, me habría cogido. Yo yacía mudo y tranquilo, quieto
como un muerto, y luego la bestia se retiró tan veloz y calladamente, que
apenas podía creer que hubiese estado allí.
El Beni constituye en ambas orillas una guarida de culebras
venenosas, peor, en este aspecto, que muchos otros lugares, pues aquí se juntan
la selva, las llanuras y las montañas, abundando los montes bajos que tanto les
agradan. La más común es la cascabel, de la que hay cinco tipos diferentes,
pero rara vez miden más de una yarda de largo. La serpiente más larga es la
surucucu, esa enormidad de dobles colmillos, conocida en otros lugares como la
pocaraya o amo de la manigua, que a veces alcanza, según me dijeron, el largo
prodigioso de quince pies, con un diámetro de un pie en su parte más gruesa.
También existe allí la taya, una culebra grisácea de tono café claro, feroz y
muy ágil, que, como la hamadryad de la India, ataca a los seres humanos junto
con verlos, durante la temporada de cría. Las anacondas son comunes, no el tipo
gigante, pero sí de más de veinticinco pies de largo y, por lo tanto, bastante
grande. Estas serpientes constituían un peligro tan constante, que pronto
aprendimos a tomar precauciones contra ellas.
No lejos de donde estábamos vivían los bárbaros, salvajes
muy hostiles, sumamente temidos por la gente gomera del Beni. Contaban cosas
espeluznantes sobre ellos, pero posteriormente tuve ocasión de encontrarlos y
comprobé que había mucha exageración en lo que se decía. A alguna distancia en
la selva, cerca de Altamarani, vivía una vieja mestiza acompañada de su hija.
Esta anciana dama era una vidente natural. Poseía un globo de cristal y era
consultada por la gente a lo largo de todo el río, entre Rurrenabaque y
Riberalta. Parecía la bruja tradicional: sabía de botánica herbaria, decía el
porvenir y fabricaba pociones de amor. Aunque se creía que había acumulado una
gran fortuna, nadie se atrevía a molestarla, y los bárbaros la trataban con el
mayor respeto; ella, por su parte, los despreciaba.
Todos los años los nativos de aquí celebraban en la selva
una especie de sabbath. Se reunían en torno de un altar de piedras y elaboraban
la cerveza nativa, chicha, que bebían en cantidades enormes sobre bocados de
tabaco fuerte. La mezcla los enloquecía, y hombres y mujeres se entregaban a
una orgía salvaje. Esto a menudo se prolongaba por una quincena.
Los bárbaros empleaban arcos de madera de palmera de cinco a
diez pies de largo y flechas de la misma longitud. La cuerda del arco se
fabricaba de corteza. A los muchachos se les enseñaba el manejo del arco
disparando sobre una cabaña a una fruta de papaya situada al otro lado. A veces
emplean el arco verticalmente en la forma acostumbrada; otras, botados en el
suelo, cargándolo con ambos pies y tirándolo hacia atrás con ambas manos.
Adquieren experiencia en disparar al aire y acertar en tierra con una seguridad
mortífera. Colocan las plumas sobre las flechas mediante una trenzadura, para
obtener una rotación de éstas, proporcionándoles un vuelo más directo.' ¿Se
habrá originado de aquí la idea de las armas de fuego? Las mujeres y niños van
armados con lanzas de bambú de pinchante doble punta, cuya púa es de hueso de
mono amarrado con algodón y afianzado con cera de caucho. En tiempo de guerra,
generalmente untan las lanzas y flechas con veneno.
El batelón, calafateado con estopa, fue vuelto a cargar y
continuó su viaje río abajo. Nuestro camino pasaba por selvas llenas de
obstáculos, donde tuvimos, una tras otra, escapadas milagrosas. Estos
obstáculos eran los troncos y ramas de los árboles secos que caen al río y son
arrastrados por el torrente. En la lucha por la existencia en la selva
primitiva, los árboles son eliminados, ya sea estrangulados por crecimientos
parásitos o abatidos por las tormentas. A veces no pueden ni caer, sino que son
sostenidos por los árboles que los rodean, pudriéndose en esta posición. La
corriente de los ríos va carcomiendo las orillas fangosas, y una cantidad de
árboles se vuelcan sobre el agua y constituyen los obstáculos ocultos. A veces
presentan solamente sus copas a la vista, sobre la superficie; los más
peligrosos son aquellos que están ocultos, sumergidos a unas pocas pulgadas y
que no se divisan. Sus ramas retorcidas se pudren, formándose púas dañinas, y
como la madera es dura como hierro, estas púas pueden atravesar al bote que
pasa rápidamente, como si fuese de papel.
Navegábamos llevados por la corriente, a más o menos tres
millas por hora, día tras día, en un trayecto mortalmente monótono, pues jamás
cambiaba el escenario de la ribera. El más pequeño acontecimiento adquiría gran
importancia, y nosotros escudriñábamos ansiosamente la vasta lejanía, en busca
de una demostración de vida. Abundaban los patos y gansos silvestres y, desde
luego, los monos, entre los que predominaban los negros marimonos y martechis.
Este último es el mono aullador sudamericano, el bugio brasileño, y muy
temprano en la mañana despierta la selva con su rugido de desafío.
Es difícil encontrar algún animal de caza, y por eso en las
selvas se consideran apetecibles los monos. Su carne es de sabor agradable,
pero al principio la idea de comerlos me causaba repugnancia, pues cuando los
veía sobre el fuego, para quemarles el pelaje, se veían terriblemente humanos.
El recién llegado tiene que acostumbrarse a estas cosas y vencer su repulsión,
de otra manera se morirá de hambre.
En un lugar, en la orilla del río, vi una urna funeraria
completa. Ahora lamento no haberla llevado, pues en Rurrenabaque ha sido
desenterrada alfarería muy interesante y pudo haber resultado éste un hallazgo
de gran valor etnológico.
Dos días después de salir de Altamarani chocamos con un
obstáculo oculto; cuatro tripulantes fueron lanzados al río y el doctor, lleno
de pánico, se lanzó tras ellos, mientras que los pomposos oficiales de aduana
se tornaban verdes de puro terror. En el momento de chocar, el resto de la
tripulación saltó afuera instantáneamente. Y eso evitó que el bote se llenara
de agua. Para ellos fue una gran broma. Yo pensé que el batelón había quedado
inservible y me admiré de encontrar sólo unas pequeñas filtraciones.
Rápidamente detuvimos éstas con unas pocas libras de estopa y continuamos el
viaje.
Cuando la madera de un casco de batelón está nueva,
probablemente requiere una roca y una velocidad de veinte millas por hora para
rajar una de las planchas y arrancar los grandes clavos doblados. En cuanto
estuvimos de nuevo en nuestro camino, la tripulación comenzó a gritar con
excitación y a bogar frenéticamente hacia un gran banco de arena en que veíamos
una manada de cerdos. El bote fue atracado a la orilla, y todos los miembros de
la tripulación, armados de Winchester, se dedicaron a su persecución. Poco
después oímos el estampido de los disparos, como si estuvieran a millas de
distancia dentro de la selva.
Estos indios tumupasas son excelentes para seguir las
pistas, y antes de una hora estaban de vuelta con dos cerdos. En la espesa
jungla un europeo difícilmente evitaría perderse, si no hay sol ni tiene
brújula que lo guíe, pero estos indios, en cambio, parecían poder sentir su
camino a través de las plantas de sus pies desnudos.
Seguir la corriente era fácil, pero nuestro recorrido diario
no era grande, pues estábamos en la estación de los huevos de tortugas y a
menudo nos deteníamos para buscar nidos. La tartaruga o tortuga grande es común
en el Purus y en la mayoría de los afluentes del Amazonas, y pone más de
cincuenta huevos cada vez.
Por extraordinario que parezca, no se encuentra en el Beni;
en cambio, se encuentra la tracaya, o tortuga pequeña, que abunda y que pone
más o menos veinte huevos en cada nidada. Estos huevos son considerados un
bocado exquisito, pero el hombre comparte esta afición con las cigüeñas, y
estos pájaros son expertos en descubrir los nidos. La tortuga pone sus huevos
de noche y los esconde, emparejándolos en la arena, pero la naturaleza, al
enseñarle esto,- omitió proveerla de los recursos para borrar sus huellas y, a
no ser que esté lloviendo, es fácil descubrir el lugar en que están escondidos
los huevos. Se requiere algún tiempo para acostumbrarse a los huevos, pues
tienen un sabor a aceite. Son de cáscara blanda y más o menos del tamaño de una
pelota de golf...
Continuará.
Entrada anterior: https://www.facebook.com/photo/?fbid=611156271197180&set=a.558383623141112
Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison
Fawcett.
Foto: Rio Beni, a la orilla se observan construcciones
pertenecientes a Rurrenabaque.
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