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¿QUIÉN ES ESE MISTERIOSO PERSONAJE CONOCIDO POR LA PRENSA DEL SUR, A FINES DEL PASADO SIGLO, CON EL IMPRESIONANTE APELATIVO DE ¿EL TEMIBLE VILLCA?



Los manuales de historia nacional lo ignoran. Los documentos políticos de la época se refieren a él muy brevemente bajo la simple designación de "el Villca". Las publicaciones liberales procuran ocultar los vínculos políticos de Willka con los principales gestores de la llamada revolución federal como si mediasen imperativos morales para encubrir el estigma de una vergonzosa infamia. Para los adversarios del régimen impuesto por esa revolución, Willka es una mancha que empaña la pureza de los medios utilizados por los rebeldes en la insurgencia del partido liberal.  
Comencemos por conocer la significación de su nombre más difundido: Willka. La voz indígena Willka, significa, primero, título de jerarquía, y constituye, después, nombre de familia.  Tomando en cuenta la primera significación, denota superioridad de rango social, político y militar y es voz habitualmente asignada a los jefes indígenas en una aceptación muy similar a la de príncipe. Así lo indican, por una parte, la filología de las lenguas aimara y quichua, y por otra, la etnología y la historia. Es palabra que los indígenas dice Garcilaso, sólo se la dieron "a cosas dignas de admiración". En nuestros tiempos, José María Camacho indica que, en aimara, Willka designa dignidad sacerdotal. Se trata de una voz reservada a personas sagradas, por oposición a la palabra huaca destinada a las cosas divinizadas. En la antigua constitución religiosa del Imperio Incaico, dice Rigoberto Paredes, los Huillcas siguen en jerarquía al Willac Huma, y ejercen la representación sacerdotal en las comarcas sometidas. Ellos, en todo el reino, alcanzaban apenas a diez. Arturo Posnansky afirmó que el vocablo aimara Willka es la forma primitiva y precursora de la palabra quichua inka, haciéndose responsable de una opinión desfavorablemente observada por Imbelloni. Alfredo Sanjinés, finalmente describe a los Vilcas simplemente como "jefes indígenas de la región aimara en tiempos milenarios". Lo históricamente demostrable y evidente, en cambio, es que la palabra Willka, cualquiera que sea el sentido al que se encuentre conceptualmente vinculada; fue utilizada para designar a una persona investida de superiores poderes civiles y militares.
En la historia de las rebeliones indígenas figuran muchos caudillos conocidos con el nombre de Willka.  Es un Willka, un noble varón "de la descendencia real", según expresión de Alcibíades Guzmán. Su mandato es acatado por miles de indígenas, pero la represión brutal no se hace esperar. Se producen expediciones punitivas rodeadas de contornos despiadados y vandálicos. La madre del rebelde Willka, anciana nonagenaria hasta entonces "reverenciada como soberana", es salvajemente inmolada por los soldados del general Leonardo Antezana, uno de los "sicarios más feroces del sexenio" y usurpador de más de cien "leguas de tierras" en la zona, del lago Titicaca. Algo más tarde, es también un Willka, el que dirige las masas campesinas contra el gobierno del general Melgarejo, investido de rango de "general en jefe de los indígenas comunarios de las provincias del norte", se presenta en Ayoayo, ante el coronel Agustín Morales, el 21 de diciembre de 1870, para ofrecerle los servicios de su ejército protestando "no atentar propiedad alguna, y someterse a las órdenes, de sus superiores: “los caballeros". Su poder es tan ilimitado que, el 15 de enero de 1871, según apreciación de Rafael Díaz Romero, jefe del estado mayor del ejército insurgente, un número superior a veinte mil indígenas cercó la ciudad de La Paz en defensa de los revolucionarios. Este es el mismo Willka a quien el general Quintín Quevedo se vio obligado a vitorear la noche del mismo día 15 para poder escapar a la furia de los persecutores indios. Veintiocho años más tarde, en los turbulentos días de la guerra civil más conocida por revolución federal, son varios los Willka que aparecen en el escenario del encuentro político de entonces. Un informe militar de la época nos refiere el choque de una fracción del ejército de Fernández Alonso, con una partida de combatientes "capitaneados por los tres Vilva". La figura indígena más descollante en esta jornada se encuentra representada por aquel personaje legendario a quien se le da, unas veces, el apelativo de "el Vilca", y otras, el de "temible Vilca".  Este Willka, tal vez el último caudillo de importancia en la historia de las rebeliones indígenas bolivianas, es un hombre de origen oscurecido por la preterición que se ha hecho de la cultura indígena. De su vida turbulenta y atormentada, se ha adueñado la fábula, y tras ella ha surgido la figura terrible de un jefe bárbaro sólo interesado en la desolación y la muerte, o la de un indio ingenuo seducido por los engaños dé los jefes interesados en servirse de él como dócil instrumento de sus propósitos. La realidad histórica se halla lejos de ambas deformaciones. Comencemos a segregar el mito de la realidad histórica.   
Tan ignorada y anónima ha permanecido la figura de este singular personaje, conocido casi exclusivamente con el nombre de Willka, que muy pocos contemporáneos suyos se enteraron de su verdadero apellido.  El paso del tiempo sepultó en los polvorientos anaqueles de archivos y bibliotecas los testimonios más inapreciables de aquellos años de encuentros crueles, y allí en las líneas de actuados manuscritos, de pruebas literales, de instructivas e indagatorias, de artículos de prensa y de folletos de genuina fisonomía forense, quedaron también indefinidamente sepultados los elementos esenciales y aptos para conocer algo de la existencia del Caudillo. Pero, mientras esos papeles permanecían arrinconados en rimeros de difícil localización y acceso, se abrió campo en la tradición boliviana, la espaciosa vía de las versiones orales. Estas versiones, como caudal de aguas esparcidas en distintas direcciones, llegaron, contradictorias y divergentes, a oídos de las inquietas generaciones del presente siglo, y cuando éstas, quisieron hacer evocación histórica de las hazañas de Willka, se produjo el curioso fenómeno de una modificación de nombre, y así como  fruto de un prolongado olvido de la verdad, apareció en páginas dignas del más merecido elogio el nombre de José Santos Villca cuya inopinada aparición es el más significativo testimonio de  las proporciones alcanzadas por la desfiguración histórica que  la tradición hizo de la fisonomía del legendario caudillo. Después de la tristemente célebre matanza de los dispersos ocurrida en Peñas, a poco del desastre de Paria, dice Fernando Loayza Beltrán, grandes multitudes indígenas se sumaron al cortejo del "caudillo José Santos Willca" que, en marcha a "la metrópoli" debía "ocupar el solio de la nueva Bolivia", sellando con su exaltación a la primera magistratura la restauración del “tronco de los Inkas". "Willca —añade el mismo autor— viajaba sentado en una gran silla de cardo que cargaban en hombros los aborígenes de Carangas, precedidos por avanzadas de Peñas que hacían sonar pututos y llevaban heraldos con trompetines de lata". Las líneas transcriptas fueron escritas en 1930, es decir:  transcurridos apenas tres decenios de la rebelión indígena del 99. El autor no indica las fuentes de la versión que expone, pero con todo, no es necesario conocerlas para inferir la falsedad histórica, a todas luces incuestionable, que ella entraña. De acuerdo con el estado actual de nuestras indagaciones y conocimientos, próximos a exponerse, los insurrectos de Peñas no obedecieron órdenes directas de ningún caudillo de ese nombre. Por otra, parte, si es cierto que existen relatos por los que parece que el jefe rebelde de 1899 fue objeto de la veneración indígena, habiendo llegado las multitudes indias a humillar el orgullo de los hacendados imponiéndoles la obligación de rendir a su jefe las reverencias reservadas a los soberanos, no tenemos noticia cierta, procedente de información oral o escrita, acerca de si se hizo conducir alguna vez en litera, a la antigua usanza incaica…El talentososo periodista orureño Rodolfo Salamanca Lafuente recoge la versión expuesta por Loayza Beltrán y acopiando tradiciones orales de distinto origen, presenta a José Santos Villca como el principal gestor de la rebelión indígena de fines del siglo XIX, aunque su descripción, más a tono con la verdadera personalidad del temible Willka, sólo adolece el defecto de asignarle un nombre que realmente no tuvo. La descripción expuesta por Loayza Beltrán, tanto por el nombre como por los rasgos exteriores de su personaje, se aproxima más a la figura de Santos Markathola, el curaca de Curawara que, según informaciones de Mariano Gonzáles, actual vecino de Umala, aspiraba a ejercer la suprema autoridad de la población indígena, a la usanza colonial, y a quien, en la estancia de llata sus pobladores conducían en una litera como si se tratara de un real heredero del trono incaico. Es posible que la tradición indígena posterior haya reunido en una sola ambas figuras dando a la una las peculiaridades de la otra, a semejanza de lo que, con frecuencia, ha ocurrido tanto en la formación de las leyendas de cualquier lugar de la superficie terrestre. A pesar de todo, nada puede afirmarse con seguridad en torno al origen del mito de José Santos Villca.  (Ramiro Condarco - Zarate,  El "Temible" Willka Historia de la Rebelión Indígena de 1899 en la República de Bolivia).

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