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OH COCHABAMBA QUERIDA…

 



Por: José Antonio Loayza Portocarrero / Septiembre de 2018.


El Comandante de Armas y Coronel del Regimiento Provincial de Caballería Gerónimo Marrón y Lombera que guarnecía la villa, pronto sería el suegro de su jefe, el Gobernador Intendente José Gonzáles de Prada, que desempeñaba esa función tras la muerte de Francisco de Viedma, sepultado en la iglesia de San Francisco y recordado por su filantropía en los años angustiosos del hambre de 1804.


Gonzáles de Prada tenía la orden de perseguir a los cochabambinos que tomaron parte en los sucesos revolucionarios del 25 de mayo en La Plata, empezó a hacerlo el 7 de marzo, obedeciendo órdenes superiores. Por su propio ingenio que no era mucho, envió a La Plata el 8 de agosto a 150 hombres, y el 11 del mismo mes a otros 150 a Oruro al mando del Teniente Coronel del regimiento de milicias provinciales don Francisco del Rivero, y de los oficiales Esteban Arze y Melchor Villa de Guzmán, con el pretexto de parar los abusos que cometía en Paria el cacique Manuel Victoriano Aguilario de Titichoca.


Mientras Rivero y sus hombres esperaban la llegada del Coronel Basagoitia que debía arribar del Perú para comandar las fuerzas por orden del Virrey Abascal. Rivero se enteró por doña Luisa Ascuy, que el Gobernador ordenó tomarlos presos y desterrarlos. Sin pensar dos veces abrieron un forado en el tapial, sacaron los caballos del corral y cabalgaron sin parar hasta Cochabamba. Allá, en la casa de Cangas, en el barrio de Buenavista, al norte del Cochi y al oeste de Collpapampa, situado no lejos del río Rocha, planearon como ayudar al Primer Ejército Auxiliar porteño, porque sabían que si tomaban Cochabamba y luego Oruro, impedirían que Goyeneche marche en auxilio del Mariscal Vicente Nieto, Gobernador y Presidente de la Audiencia de Charcas.


La madrugada del 14 de septiembre de 1810, los vallunos, que eran respondones y el santo cuete de la revolución, fingieron una modesta prudencia ante sus sicarios a quienes los unía un confesado odio. Nadie sabe que sucedió, pero los vallunos estaban prestos a castigar a todos los que enflaquecieron sus cuerpos y empañaron sus ojos con injurias y sin una confesión sacramental. Luego se cumplió lo que predijeron los profetas que llegaría el día que los siervos levantarían sus ojos contra los opulentos estómagos, las sonoras carcajadas, las papadas triples, porque ya tuvieron suficiente vida como para empezar a alegrarse de su muerte. Eso fue cuando todos los hombres e inteligencias estaban comprometidos en aquella vorágine que desde hace siglos y sin encogimiento alguno, tensó el músculo para buscar la libertad de América, y ese día de la santa profecía había llegado, y Cochabamba fue la elegida.


Hubo un plan magnifico, cierto es, como la representación de una tragedia Los indios de Tarata y los poblanos de los villorrios cercanos, ingresaron junto a sus capitanes con sus banderas voladoras hinchados como pechos de mujer por diferentes calles, la del Comercio, la de los Ricos, de los Pulperos, y se juntaron con los alzados en una acción fulminante y tomaron el cuartel con 150 mozos que gritaban:


“¡Traición, que viene el enemigo, nos han mandado a Oruro el Gobernador y el Coronel para que Goyeneche nos degüelle! ¡Viva el rey, muera el mal Gobierno!”.


Todo fue un sacudimiento, como una molienda que tritura lo que encuentra. Los hermanos Melchor, Bartolomé, Justo y Manuel Guzmán, atropellaron a la guardia con un galope violento y rompieron los frenos de cuanto había con los carapachos de cuero curtido de sus cabalgaduras, así se introdujeron con el espíritu vivo al cuartel, proclamando la revolución con sus lucientes espadas, chuzos y lanzas que levantaban en alto con aquella energía de protesta, arrancando, arrastrando e impulsando siempre, hasta chocar contra los hidalgos que esperaban su desayuno. Francisco del Rivero ingresó al cuartel como si fuera tan poderoso, y les dijo a sus soldados:


“Hijos míos, os quieren mandar a combatir contra la patria. No saldréis de aquí sino conmigo y para defenderla con vuestras armas ¡Viva la patria!” Y los soldados respondieron ¡Viva la Patria! Con esas palabras la revolución estaba dicha y hecha.


Al sudoeste de la Plaza principal, la gente empezó a concentrarse, dejaron a un lado su laboriosa tarea y sin entrar en batalla consumaron la revolución sin sangre. Gonzáles Prada fue encerrado en una celda de prevención, y cuando Lombera salió a la puerta del cuartel junto al Alguacil de la Inquisición, Melchor Villa de Guzmán le puso un trabuco cargado al pecho y Lombera le dijo: “Tira, no temo a la muerte”. En ese momento apareció el Alférez Esteban Arze con los suyos del Valle de Oliva. En la tarde muy tarde, en un momento de descuido, Gonzáles Prada huyó y desde Paria mandó el 24 de septiembre, noticias extensas al Virrey:


“Son individuos de malos antecedentes y de razas manchadas... La preocupación y vanidad de Rivero hacen su carácter, y la ignorancia que reúne le ha hecho entrar en esta negociación con influjos extraños y por un anhelo inmoderado por los honores y la representación”


Rivero ostentó el honor de ser llamado: “Presidente de la Patria, Gobernador y Capitán General constituido por el pueblo de la leal y valerosa Ciudad Capital de Cochabamba”. Aquel día la plaza se llenó de gente, todos vitoreaban a los tres cuando iban con el poncho a la espalda por la misma cuadra a la Catedral. Los jardines fueron invadidos y pisados por la gente, las manos arrancaron flores para adornar el pelo de las mulas, la torre del campanario cimbraba con los tañidos de las campanas avisando que el poncho de paño ahora era el nuevo pilcherío, que ya no había esclavos, ni menosprecios, ni llanto, ni sudor, ni muerto que duela a un ser querido, y que el viento negro se fue de sus vidas como si hubieran despertado de una pesadilla… Eso sucedió bajo el cielo plomizo que se hizo de pronto transparente, y luego celeste como nunca ocurrió.


¡Felicidades al valle de la ternura de nuestra Cochabamba adoptiva!


/ Imagen: pintura de la casa de gobierno de Cochabamba. 


// Historias de Bolivia.

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