Por: Huascar Rodríguez García /
Septiembre de 2007
Prolegómenos
Continuamente y en cada lugar, el mismo drama ante el mismo decorado, sobre el
mismo estrecho escenario: una humanidad turbulenta que vive en su calabozo.
¡Cuánta monotonía!
Louis Auguste Blanqui. (La eternidad por los astros).
Exceptuando cuatro valiosas investigaciones realizadas en la década de los
ochenta1, el anarquismo en Bolivia ha sido un tema al que los historiadores no
han prestado atención pese a su importancia en la formación y luchas del
movimiento obrero antes de 1952. Ante este parcial vacío de conocimiento la
presente narración se ha propuesto realizar una genealogía y una muy resumida
reconstrucción histórica de la experiencia anarquista boliviana ¾en su forma sindical¾ , desarrollada entre 1912
y 1964.
Pintando con brocha gorda se puede decir que el anarcosindicalismo en Bolivia
tuvo presencia ¾primero
mediante la FOI (Federación Obrera Internacional), y después mediante la FOL
(Federación Obrera Local) y la FOT (Federación Obrera del Trabajo) de Oruro¾ desde la década de 1910
hasta el inicio de la década de los 50. La FOL ¾la
más importante de estas federaciones¾
fue creada en la ciudad de La Paz a principios de 1927, fruto de la acción de
minorías actuantes que desde 1923 contribuyeron con la organización de los
primeros sindicatos base de la Federación entre albañiles, carpinteros,
mecánicos y sastres. Después de su fundación, la FOL fue incluyendo a
heterogéneos sectores mestizos, los cuales al estar localizados en distintos
puntos de la economía presentaban una compleja diversidad de matices internos:
desde indígenas aymaras, niños vendedores de diarios, mujeres cholas culinarias
y comerciantes minoristas ¾contrabandistas,
vendedoras en los mercados, floristas y verduleras¾, hasta una amplia gama de
estratos artesanales y trabajadores asalariados de cervecerías, curtiembres,
fábricas de fósforos, velas y cartones.
El gran auge de este movimiento se sitúa en la breve etapa comprendida entre
1927 y 1932, pues en este corto e intenso periodo de casi 6 años de duración se
produjo una gravísima crisis económica de vastas consecuencias. Dicho momento
conflictivo estuvo vinculado a la gran depresión de la economía de Estados
Unidos y del mundo capitalista a fines de 1929, lo que constituyó un escenario
adecuado para el despliegue del influjo ácrata en el país.
Pese a que la guerra del Chaco (1932-1935) determinó un paréntesis para los
órganos sindicales en general y para los libertarios en particular, estos se
reorganizaron de a poco a través de sus organizaciones femeninas una vez
concluida la contienda bélica. De ahí en adelante la FOL recobraría parte de su
vigencia, la que empero nunca alcanzó otra vez el esplendor de fines de los 20
y comienzos de los 30, debido al nacimiento, durante la post-guerra, de un
sindicalismo corporativista y manipulado por los partidos nacionalistas y
marxistas que cooptaron a varias entidades laborales. También es llamativo que
los miembros de la FOL articularon sus demandas con reivindicaciones indígenas
en varias ocasiones, especialmente en la década de los 40, cuando promovieron
la formación de la FAD (Federación Agraria Departamental), organización india
que llevó a cabo importantes luchas en el altiplano paceño durante 1947. Sin
embargo, desde ese momento los sindicatos anarquistas se vieron fragmentados
por la dura represión oligárquica, reduciéndose cada vez más y navegando a la
deriva de los acontecimientos sociales hasta su desaparición gradual en las
décadas de los 50 y 60.
Pero fue la revolución de 1952 la que marcó el punto sin retorno de la
disolución, paradoja que ha sido una constante en los movimientos de este tipo,
pues recordemos que, desde sus orígenes en la Europa del siglo XIX, la
vulnerabilidad más evidente del anarquismo provino de haber designado como
enemigo principal al Estado-nación en el preciso momento histórico en que este
se desarrollaba como centro y principio de organización social. En el caso
boliviano, fue justamente el surgimiento de ese Estado nacional lo que vino a
echar por tierra al anarcosindicalismo y a sus sueños de manumisión colectiva,
por lo que los ácratas quedaron aquí, al igual que en todo el mundo, no sólo
maltrechos o anulados, sino también cubiertos con un manto de misticismo
trágico y coronados con los laureles del olvido.
Considero que todo lo dicho puede darle pertinencia a este obsesivo ejercicio
de escrutar a los movimientos sociales a través de las brumas del pasado, ya
que una mirada retrospectiva desplegada sobre nuestra historia puede ayudarnos
a pensar el presente, en este caso, el momento actual que vive el movimiento
sindical y popular boliviano, en un nuevo contexto de cooptación corporativista
bajo el gobierno del primer presidente indio.
Estaño y crecimiento de los sectores laborales
Al iniciarse la república en 1825
la base laboral del país estaba todavía sustentada en el trabajo manual de una
gran masa de artesanos, a la que se añadía en importancia el trabajo agrario de
los indígenas dentro un sistema latifundista que los mantenía sujetos a relaciones
de servidumbre y explotación. Estas características configuraron un panorama en
el que el proletariado, o los obreros industriales propiamente dichos, no
aparecerían sino muchas décadas más tarde y de forma muy lenta y paulatina.
Hay que tomar en cuenta que la destrucción ocasionada por los largos años de la
Guerra de la Independencia dejó al naciente país una situación de pésimas
condiciones económicas, dado que el comercio era deficiente y la minería, tan
próspera durante la colonia, estaba totalmente abandonada. El estancamiento
económico y la depresión comenzaron a modificarse desde fines de la década de
los sesenta del ochocientos, debido a un breve resurgir de la industria minera
de la plata que trajo consigo la construcción de vías férreas y nuevos caminos
para evacuar los minerales hacia el Pacífico. No obstante, el auge de la plata
duró poco ¾menos
de 25 años¾, y a
mediados de la década de los 90 sus precios declinaron hasta convertir a esta
explotación en un negocio poco rentable, siendo reemplazado por el estaño, cuya
producción, iniciada a partir del último lustro del siglo XIX, repentinamente
se convirtió en una gigantesca fuente de dinero, pues este metal fue desde
entonces uno de los más requeridos por las naciones industrializadas.
Tal bonanza minera determinó el crecimiento de los sectores laborales y provocó
también, como no podía ser de otra manera, el aumento del trabajo asalariado y
la formación de un incipiente “proletariado” minero, compuesto por indígenas
despojados de sus tierras con la privatización del agro y de territorios
comunarios2. A la industria estañífera se sumó la expansión de los centros
urbanos y el lento progreso del sector privado de la economía, todo lo cual
contribuyó a constituir un nuevo sistema de clases produciendo a la vez un gran
crecimiento de la población en las principales ciudades del país. El desarrollo
gradual de las ciudades se notó particularmente en La Paz, Cochabamba y Oruro,
convertida esta última en un importante eje ferroviario y en una de las
primeras urbes que contó con luz eléctrica, pavimento y teléfono. Al propio
tiempo empezaron a emerger algunas pequeñas factorías en rubros como cerveza,
textiles y alcohol en La Paz, Cochabamba, Oruro y Santa Cruz. Otros sectores
importantes desde principios del siglo XX fueron también el de la construcción
y el de los obreros de la imprenta, llamados gráficos, pioneros de la
organización laboral.
En síntesis, antes de 1900, Bolivia contaba con poquísimos obreros
“proletarizados”, pero con el inusitado auge de la industria extractiva del
estaño y el desarrollo de las redes de transporte y comunicación, esta
situación se transformó gradualmente y algunas industrias fueron emergiendo
como islas en un mar de pequeños productores artesanales. Es en el transcurso
de esta ola de cambios que se va gestando el movimiento obrero a la vez que van
surgiendo también los primeros conflictos entre capital y trabajo.
Paralelamente al muy lento desarrollo de la industria se fue consolidando una
estructura de poder basada es una elite criollo-minero-terrateniente que tenía,
al iniciarse el siglo XX, las siguientes características generales que se
mantuvieron con ligeras alteraciones hasta 1952: a) Económicamente, las clases
dominantes basaban sus ganancias en la orientación primario-exportadora de
minerales, y en el usufructo de tierras expoliadas a quechuas y aymaras
sojuzgados bajo relaciones de servidumbre b) Políticamente, dichas elites
mantenían su poder amparadas en una democracia formal y parlamentaria, a través
de partidos y una minoría letrada acostumbrada a la corrupción. c)
Ideológicamente, esta casta se basó en el darwinismo social, el positivismo y
el racismo, ya que el Estado boliviano se constituyó, desde sus inicios, a
partir de la exclusión de los indígenas, considerados “inferiores, sórdidos y
bárbaros”.
El mutualismo pre-sindical
Antes de entrar al tema en cuestión se hace preciso mencionar que, en términos
generales, la historia de la organización laboral desde la formación de la
república puede dividirse en dos grandes periodos: un periodo pre-sindical ¾entre 1825 y la primera
década del siglo XX¾, y
otro sindical propiamente dicho a partir de 1912 hacia adelante.
En la etapa pre-sindical los organismos laborales ¾mayoritariamente artesanales¾ conservaron
características heredadas del gremialismo europeo de la Edad Media y del
mutualismo decimonónico, es decir adoptaron una forma orgánica basada en la
beneficencia y la ayuda mutua sin cuestionar los aspectos políticos de las
relaciones de trabajo o de la lucha de clases. Durante este tiempo embrionario
del movimiento obrero el artesano, por su condición de maestro y propietario
del pequeño taller, llegó a tener cierta autoridad moral que le permitió asumir
la dirección de las primeras formas protosindicales o mutualistas y de los
primeros sindicatos modernos hasta la guerra del Chaco.
El movimiento mutualista estuvo compuesto por una enorme cantidad de diversas
agrupaciones y sociedades obreras que no vale la pena enumerar aquí. Lo que sí
es digno de mención es la organización de la Federación Obrera de La Paz (FOLP)
cuando corría el año 1908 (Lora 1969: 96,98), asociación de vida escasa
cooptada desde su fundación por el liberalismo gobernante. La FOLP fue promovida
por los trabajadores gráficos y estuvo integrada por las hasta entonces
dispersas mutuales artesanales que por vez primera decidieron federarse en una
entidad matriz de forma efectiva.
1) La etapa “larvaria” o de incubación (1906-1927)
A lo largo de la investigación he logrado establecer las etapas por las que
atravesó el anarcosindicalismo y estas a mi entender son cinco. La primera
etapa, que podría llamarse “larvaria” o de incubación, se divide a la vez en
dos sub-periodos: a) una fase temprana situada entre 1906 y 1918, y b) una fase
de expansión entre 1918 y 1927.
a) La fase temprana (1906-1918)
Zulema Lehm y Silvia Rivera mencionan la aparición de una “Unión Obrera Primero
de Mayo” en Tupiza ¾población
potosina cercana a la frontera con Argentina¾
durante 1906 (1988: 22,23), hecho que abre la fase temprana de la etapa
incubatoria del anarcosindicalismo. Sábese que dicha “Unión Obrera”, formada
naturalmente por artesanos, editaba un periódico llamado “La Aurora Social” y
mantenía una biblioteca en la que figuraban libros clásicos del anarquismo de
autores como Proudhon, Reclus, Bakunin y Kropotkin, en traducciones castellanas
obtenidas seguramente de Argentina. Lamentablemente no se tiene ningún dato más
acerca de esta organización tupiceña, pero es probable que su efímera y casi
ignorada existencia haya influido en la tenue difusión de las ideas anarquistas
entre el artesanado de la época. También se debe tener en cuenta que Tupiza era
un lugar de tránsito: pueblo intermedio que se caracterizó por tener una
notoria actividad cultural debido al ir y venir de artistas, activistas
anónimos, prófugos y crotos3 provenientes de Argentina, los que desde esta
temprana etapa difundieron periódicos, panfletos e ideas anarquistas.
Aquí es necesario señalar que las doctrinas socialistas y de “izquierda” en
general, llegaron a Bolivia con retraso en relación a lo ocurrido en repúblicas
vecinas como Chile, Uruguay o Argentina, donde el anarquismo se había arraigado
a partir de la década de los 80 del siglo XIX. Esto puede atribuirse a las
reiteradas y masivas inmigraciones de obreros europeos a esos países, quienes
llevaron consigo las ideas y prácticas emancipatorias más avanzadas del viejo
continente. En el caso boliviano, y como sugiere Irma Lorini, la introducción
del ideario socialista ¾y
anarquista¾ se
dio por un canal diferente a las repúblicas vecinas, donde se puede hablar de
una vía directa abierta por la llegada de masas europeas, mientras que a
Bolivia las nuevas ideas llegaron por distintas vías indirectas.
Aparte del flujo de activistas y crotos argentinos, otro canal para la llegada
de las doctrinas obreras ¾en
sus distintas vertientes¾
fueron las inmigraciones de trabajadores bolivianos repatriados, cuyos orígenes
se remontan al inicio de la primera década del siglo XX, periodo en el que la
insipiencia de la industria generó que grandes contingentes de desempleados se
trasladasen a otros lugares, sobretodo a las salitreras del norte de Chile, en
busca de un futuro mejor. No obstante, la estadía de esta masa laboral migrante
en Chile no duró demasiado, puesto que buena parte de los obreros bolivianos no
tardaron mucho tiempo en volver a los centros mineros y otras ciudades del
país, trayendo consigo las novedades socialistas entre 1914 y 1920 (Lora
1969:27; Lehm y Rivera 1988: 23).
Pero las nuevas ideas no sólo eran introducidas por los bolivianos repatriados,
sino también por los propios obreros chilenos que venían a trabajar a los
centros mineros en busca de prosperidad seducidos por la fama de la rica
explotación del estaño. Como gran parte de la inversión en la industria minera
fue anglo-chilena, varios inversores de Chile llegaron a Bolivia para asumir la
gerencia y otros cargos jerárquicos en algunas empresas, trayendo tras de sí
trabajadores de ese país que estimulaban el descontento social y/o la
organización laboral (Mendoza 1976: 176; Delgado 1984: 56).
A la par de todo este proceso las nociones de independencia política entre los
trabajadores se iban expandiendo poco a poco, más aún cuando la FOLP era
prácticamente un cadáver viviente que ya no representaba a nadie. Frente a
esto, grupos radicalizados de artesanos fundaron la Federación Obrera
Internacional (FOI) durante mayo de 1912 (Lorini 1994: 107; Barcelli 1956: 66),
iniciándose así la transición del periodo pre-sindical hacia uno propiamente
sindical ya que, pese a que en este organismo existían todavía asociaciones
mutuales, llegó a rebasar sus límites planteando demandas características de
los sindicatos modernos.
La FOI existió hasta 1918 adoptando un nuevo tono de conciencia de clase y
evitando, a diferencia de la FOLP y de las mutuales tradicionales, envolverse
con partidos políticos y con el gobierno. Algunas de las demandas más
importantes planteadas por esta federación a lo largo de su existencia fueron:
la jornada de 8 horas de trabajo, la creación de una caja de ahorros para la
vejez de los trabajadores y el establecimiento de universidades populares (Lora
1969: 171, 172). Respecto a su filiación política, no cabe duda que la FOI
adoptó al anarquismo como parte de su base ideológica (Barrios 1966: 39; Lorini
1994: 138; Barcelli 1956: 66; Ponce, Shanley y Cisneros 1968: 12), aunque lo
cierto es que al interior de la organización convivían varias corrientes
políticas progresistas sin contornos muy definidos, probablemente porque en
esta etapa los trabajadores encaraban por primera vez un proceso de asimilación
de las nuevas doctrinas importadas de los países vecinos, además de que el
anarquismo recién empezaba a difundirse poco a poco. Sea como fuere,
efectivamente hubo una influencia anarquista en la FOI, y esta se fue perdiendo
gradualmente, según Barrios: “en la medida en que los trabajadores adquirían
madurez política y un concepto exacto de su papel” (1966: 38,39). Al margen de
este tipo de interpretaciones lo que se debe tomar en cuenta es que esta
federación jugó un rol determinante para la conciencia de los trabajadores de
aquélla época, pues estos se convencieron de la necesidad de emanciparse de la
influencia estatal y liberal.
La siguiente organización importante que se creó fue la Federación Obrera del
Trabajo (FOT) en 1918, a raíz de la decisión de los miembros de la FOI quienes
creyeron oportuno modificar el nombre de la organización pensando que la
denominación “Internacional” no correspondía a un organismo regional. Esta
transformación de la FOI en FOT es un hecho harto relevante para el movimiento
laboral dado que la FOT ¾junto
con la Federación Obrera Local (FOL) fundada igualmente en La Paz, nueve años
más tarde¾,
será una de las principales centrales obreras del país hasta 1936.
b) La fase de expansión (1918-1927)
Cuando la FOI se disolvió para convertirse en FOT, durante 1918, los marxistas,
que empezaban a crecer en número, consiguieron encaramarse en la nueva entidad,
la cual se expandió a las principales ciudades del país estableciendo en ellas
sedes y sucursales. La paulatina consolidación de FOTs dirigidas por el
marxismo en las urbes centrales produjo que los pocos pero vigorosos
anarquistas decidieran intensificar su actividad con sus propias
organizaciones. De este modo vemos nacer, al iniciarse la década de los 20 en
la ciudad de La Paz, pequeños grupos y círculos de propaganda netamente ácratas
como el Centro Obrero Libertario y La Antorcha, entre otros varios. Fue La
Antorcha, fundado en 1923 por una pléyade de trabajadores entre los que se
destacaban Luis Cusicanqui y Domitila Pareja, el más importante y activo de
estos pues, a pesar de haber sufrido persecuciones y destierros, su febril
actividad consiguió fundar cuatro sindicatos que serían los pivotes de una
nueva federación obrera: albañiles en 1924, carpinteros y mecánicos en 1925 y
sastres en 1927.
2) La etapa del esplendor y la gloria (1927–1932)
La Federación Obrera Local, la crisis del capitalismo y las 8 horas de trabajo
Como se ha dicho, los cuatro sindicatos creados por La Antorcha y por otras
minorías actuantes determinaron fundar su propia federación matriz: la
legendaria Federación Obrera Local (FOL), durante una fecha ignota a principios
de 1927 (Alexander 1967: 136; Lehm y Rivera 1988: 29). A partir de entonces la
FOL fue incluyendo en su seno a varios otros sindicatos de artesanos pero
también de obreros asalariados de textileras, así como trabajadores en fábricas
de cerveza, cartones y fósforos. El mismo año se creó la Federación Obrera
Femenina (FOF), aglutinando inicialmente a unas pocas organizaciones de
verduleras que trabajaban en los mercados; sin embargo, la FOF se convertirá, después
de la guerra del Chaco, en la vanguardia y el sostén de la FOL en una época de
división y cooptación estatal según veremos luego.
Con el correr de los años la FOL
no cesó de engrosar sus filas entre distintos estratos plebeyos extendiéndose
también a Oruro, donde un puñado de dirigentes reorganizó la FOT de dicha
ciudad bajo los principios del anarcosindicalismo en marzo de 1930 (Lora 1970:
86; Lehm y Rivera 1988: 48). El crecimiento anarquista en parte puede
explicarse por el ambiente de crisis que vivía el país al finalizar la década
de los 20, debido a la depresión de la economía mundial que ocasionó la caída
internacional de los precios del estaño, produciendo a la vez desocupación,
hambre, bajos salarios y convulsión social.
Es precisamente en este contexto cuando los folistas lograron materializar la
rebaja de la jornada laboral para una gran parte de los trabajadores. Creo
haber identificado la huelga y la movilización precisas que arrancaron tal
conquista en la ciudad de La Paz: el 10 de febrero de 1930 la FOL, a iniciativa
de sus trabajadores en madera, inició una huelga general acompañada de
manifestaciones provocadas por los operarios de la Maestranza Americana de
Maderas contra la gerencia, en demanda de la jornada de 8 horas y un aumento
salarial de 30%, pedidos que inmediatamente se extendieron a los patrones de
diferentes industrias y fábricas. En el pliego petitorio los huelguistas
argumentaban acertadamente que para aquella época en todos los países del mundo
ya regían las 8 horas, siendo Bolivia el último lugar donde se planteaba esta
petición (“El Diario” 11 de febrero 1930: 9). Luego de algunos incidentes y
altercados entre obreros, patrones y policías, se acordó una negociación que
duró tan sólo unos días y que finalmente estableció, por primera vez de forma
real, la jornada laboral de 8 horas para una gran cantidad de trabajadores.
Pero el sabor de esta victoria se disolvió rápidamente en medio de la crisis
económica que se agravaba con el transcurrir de los días: la depresión continuó
y por tanto la agitación popular, en vez de reducirse, se incrementó.
En el caso de los albañiles, los efectos de la crisis se sintieron en forma
particularmente dura ya que las construcciones se paralizaron y muchos maestros
calificados tuvieron que trabajar hasta de peones y ayudantes si no querían
engrosar las larga filas de desocupados. El clima social se puso realmente
crítico, al punto de ocasionar violencias y saqueos:
Ya no hubo trabajo, algunos maestros buenos se han puesto a trabajar hasta de
ayudantes de albañil, crisis terrible ha habido, entonces yo he visto
claramente el año 1930 cómo la gente se convulsionaba, había un mercado en San
Francisco frente al templo, he visto que han saqueado, no solamente el sector
de constructores sino todos los desocupados; entonces sí que la lucha era
fuerte contra la policía, la policía montada en caballos era, los rondines les
decíamos, ellos resguardaban el mercado (Guillermo Gutiérrez en THOA 1986: 56).
Como la convulsión volvíase cada vez más grande el presidente Siles tuvo que
ceder subvencionando por un tiempo algunos comedores públicos llamados “ollas
del pobre”, acción filantrópica que evidentemente no resolvió nada. Por el
contrario, las organizaciones laborales se fortalecieron y, bajo el lema “pan y
libertad”, salieron furiosamente a protestar en las calles incentivados por los
incansables anarcosindicalistas de la FOL, pero particularmente por su
sindicato de albañiles y constructores.
Revueltas, armas y guerra
Ante la inminencia de un levantamiento masivo el gobierno optó por imponer el
orden a través de la persecución, el destierro, y la cárcel. Mas los
trabajadores enfrentaron la tenaz represión de forma creativa y audaz: el
albañil Juan de Dios Nieto relata que, durante una manifestación en aquél
fatídico año, los obreros movilizados asaltaron una fábrica de jabones y, tras
haberlos humedecido, procedieron a untar con estos una calle empinada por la
que los policías a caballo resbalaban siendo arrojados por los suelos (en ibid:
58), tecnología de lucha que se repitió en otras movilizaciones.
La represión obligó a los obreros a buscar formas imaginativas para reunirse,
deliberar y movilizarse, utilizando todos los espacios posibles: desde los
cerros cercanos a la ciudad donde se concentraban para realizar asambleas,
hasta las iglesias:
...no nos dejaban reunir, entonces nosotros nos reuníamos en diferentes
lugares. Hasta en el cerro nos hacíamos la asamblea para que no haya
descubrimiento (Juan de Dios Nieto y Guillermo Gutiérrez en ibid: 47).
El año 1930, la policía nos agarraba en cualquier lugar, entonces nosotros
hicimos una gran asamblea en el templo, en San Agustín, al lado de la Alcaldía;
con pretexto de ir a escuchar misa se concentraba toda la gente, entonces el
cura se sorprendió: ¾¡Qué
milagro que venga tanta gente!¾,
porque estaba repleto. De ahí nomás se salía en manifestación con su cartelón
(Juan de Dios Nieto en ibid: 59).
El catalizador para el desborde total fue un intento de autogolpe de Siles
quien pretendía lograr una prórroga en su mandato; empero, lo único que consiguió
fue que el descontento se haga general: del 22 al 28 de junio sucedieron
diferentes enfrentamientos callejeros entre manifestantes agitados por los
folistas y otros sectores obreros y estudiantiles, contra agentes del orden en
las principales ciudades del país, situación que se agravó con una división
ocurrida en el seno del ejército. De modo que, una vez defenestrado Siles, el
abigarrado levantamiento terminó siendo aprovechado por los militares quienes
se hicieron con el gobierno a la cabeza del General Blanco Galindo. No
obstante, los anarcosindicalistas continuaron sus actividades de agitación y
convocaron con éxito al Cuarto Congreso Obrero realizado en Oruro durante
agosto del mismo año. El control mayoritario del evento resultó fácil para los
ácratas debido a su insistente labor organizativa y a la legitimidad adquirida
por su participación en la reciente revuelta; de esta manera, no tuvieron
problemas en imprimir a las deliberaciones y resoluciones el sello de sus
propuestas doctrinarias, aislando completamente a los marxistas que abandonaron
la gran reunión. Por otra parte, en el congreso se dio nacimiento a lo que
pretendió ser una macro entidad matriz llamada Confederación Obrera Regional
Boliviana (CORB) de influencia casi nacional, dirigida desde luego por la FOL y
la FOT orureña.
La Junta Militar, dándose cuenta del crecimiento del anarcosindicalismo, desató
una cacería descabezando a la FOL y a la FOT de Oruro, lo cual no fue
suficiente para detener el impulso organizativo, pues la fuerza y el arraigo de
los ácratas radicaba en los sindicatos de base y no en cúpulas directivas. De
todos modos la persecución fue feroz, y como producto de los allanamientos y
detenciones muchos dirigentes y miembros de base fueron trasladados a distantes
confines de la selva oriental.
Entretanto, en Oruro y La Paz los coordinadores clandestinos continuaron
movilizando a las bases y convocando acciones para resistir la ofensiva de la
Junta Militar y para boicotear las elecciones en las que se perfilaba como
seguro ganador el candidato Daniel Salamanca, nueva punta de lanza de la
oligarquía terrateniente. Como veremos en seguida, las acciones propuestas no
excluyeron el camino de las armas.
La reivindicación de la acción directa en su forma violenta caló por un tiempo
al interior de la FOL: al iniciarse 1931 un grupo de dirigentes y miembros de
base consideraron necesario recurrir a la “propaganda mediante los hechos”,
práctica orientada al uso de las bombas y de la violencia selectiva como medio
para acelerar procesos de insurrección en las masas. En esa dinámica algunos
folistas abrazaron el anarquismo conspirativo, creando una red de activistas
que desató una ola de explosiones y tiroteos cerca del cuartel de Miraflores y
otras zonas de La Paz, en una confusa y oscura acción durante la noche del 11
de febrero. Este acto subversivo fracasó y hubieron varios detenidos, pero la
conspiración continuó desarrollándose subterráneamente: la madrugada del 11 de
septiembre miembros armados de la FOL, utilizando un automóvil, intentaron
asaltar el cuartel de Miraflores con la ayuda de una parte del regimiento
Colorados que se amotinó para dicho objetivo. El cuartel fue convulsionado por
los conscriptos rebeldes quienes después de ocasionar la muerte de un subteniente
se lanzaron al ataque de la comisaría seccional de la policía de Miraflores. El
nuevo intento de generar una rebelión popular de gran magnitud también fracasó
y otra vez el resultado de la acción fue la detención de varias personas,
particularmente de los amotinados del cuartel que fueron sometidos a un
escandaloso juicio y sentenciados a varios años de cárcel (“La Razón” 12 de
febrero 1931: 12; 11 de septiembre 1931: 8; 6 de febrero 1932: 12). Pero por
circunstancias azarosas los agitadores anarquistas más importantes no fueron
capturados y todos tuvieron la precaución de no involucrar ni comprometer
directamente a la FOL dado que, de forma inteligente, las acciones nunca fueron
reivindicadas y al parecer ninguno de los detenidos mencionó a la federación.
Sin embargo, la FOL exigió públicamente la liberación de los conscriptos en una
gran movilización realizada el 4 de octubre de 1931, que terminó en una
violenta y anecdótica revuelta popular engrosada por la participación
espontánea del lumpen (“Ultima Hora” 5 de octubre 1931: 1,8; “La Razón” 6 de
octubre 1931: 8).
A mediados de diciembre de 1931 el Ministro de Gobierno de Salamanca, ya en el
poder desde febrero, presentó al Congreso un proyecto de Ley de “Defensa
Social”, medida a través de la cual se pretendía otorgar al presidente poderes
represivos extraordinarios contra la oposición política y los trabajadores: la
idea básicamente era prohibir huelgas y acallar protestas sociales. Frente a
esto, la FOL y la FOT de Oruro decidieron realizar una alianza táctica y
temporal con la marxista FOT de La Paz, y juntas detuvieron la aplicación de la
Ley de “Defensa Social” en enero de 1932 con propaganda y esforzadas
movilizaciones callejeras. La agitación de las federaciones obreras continuó
hasta mayo denunciando esta vez los afanes belicistas de Salamanca, quien de
forma palmaria pretendía llevar a cabo una “solución final” al estado de
inquietud que vivía el país a través de una guerra contra Paraguay. Pero nada
detuvo el desastre y en junio el gobierno boliviano precipitó una larga y
absurda guerra que destruyó temporalmente al movimiento sindical mediante el
paroxismo patriótico, la cárcel, los fusilamientos y el envío de presos
políticos al frente de batalla4.
3) Lasitud, cooptación y luchas femeninas (1935-1946)
“Socialismo militar” y sindicalismo para-estatal
Luego de tres años de infernales combates en una atmósfera pesadillesca,
Bolivia perdió el extenso territorio del Chaco Boreal y casi el 25% de su
población, es decir más de 65.000 jóvenes entre muertos, desaparecidos o
cautivos, sin contar con los inválidos y mutilados (Klein 1995: 211). Tal
catástrofe generó una nueva conciencia crítica en las clases medias e incluso
al interior del propio ejército donde surgió una oficialidad joven inconforme
que, convertida en la encarnación del sentimiento de frustración nacional
frente a la ignominiosa derrota, asumirá el control del gobierno en la época de
post-guerra como observaremos después.
Las organizaciones laborales se fueron reestructurando poco a poco una vez
finalizado el conflicto bélico; en el caso de la FOL, esta se reorganizó en
julio de 1935 (Lorini 1994: 122), y el contexto de post-guerra hizo que entable
una nueva alianza con la FOT de La Paz para encarar las nuevas movilizaciones
laborales. Casi un año después, en mayo de 1936, una masiva huelga general
convocada por la FOL y la FOT paceña derrocó al gobierno de turno generando un
vacío de poder que fue aprovechado por el ejército: los militares ingresaron
triunfalmente en la política una vez más, sintiéndose llamados para resolver
los problemas del arruinado país. Fueron David Toro y Germán Busch quienes
asumieron el poder estatal entre 1936 y 1939, estableciendo un modo
organizativo corporativista bajo el rótulo de “socialismo militar”. Este
curioso régimen de tinte populista consideraba como aliado al movimiento
sindical: creó, por primera vez, un Ministerio de Trabajo poniéndolo en manos
de un dirigente laboral proveniente de la FOT paceña, y organizó un gran
Congreso Obrero para fundar la nueva matriz organizativa de los trabajadores
llamada CSTB (Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia), disolviéndose
definitivamente las antiguas FOTs. Dicho proceso de cooptación ocasionó una
primera gran crisis en las organizaciones anarcosindicalistas, pues varios
sindicatos abandonaron la FOL para ingresar a la CSTB ¾manipulada por el Estado y más
adelante por los nacientes partidos de izquierda¾,
mientras otros se vieron en un ir y venir entre una organización y otra. En el
caso de la FOT orureña por ejemplo, los dirigentes no dudaron en renunciar a su
anarquismo de preguerra y participaron de forma entusiasta en las altas esferas
del sindicalismo oficial, también denominado para-estatal. Con todo, el
“socialismo militar” se vio interrumpido en 1939 debido al suicidio de Busch,
momento que resultó propicio para que el sector más reaccionario del ejército,
liderizado por Quintanilla, convoque a elecciones facilitando la restauración
oligárquica cuyo nuevo representante fue el General Peñaranda, nefasto
personaje que gobernó entre 1940 y 1943 imponiendo nuevas violencias sobre el
movimiento obrero y popular.
Entre la cooptación y la represión, la post-guerra hizo que la vieja fortaleza
de la FOL se convierta en una nostalgia desmembrada, debido a la euforia
provocada por los gobiernos populistas de Toro y Busch, y luego a causa de la
represión de sus sucesores. Este proceso inició un camino laxo y errático para
la federación anarquista, que sin embargo permanecerá vigente gracias al
sorprendente resurgimiento, casi espontáneo, de un tipo único de sindicalismo
libertario en el mundo: el anarquismo de las cholas.
El anarquismo de las cholas
Transversalmente a todo lo que ocurría desde la guerra, la actividad de los
sindicatos anarquistas de mujeres fue adquiriendo un papel protagónico
generando diversas luchas autónomas en la etapa de cooptación y clientelismo
del sindicalismo para-estatal, en la época de Peñaranda y en el nuevo
corporativismo de Villarroel del que hablaremos después. En efecto, y debido a
la muerte de muchos hombres, la guerra implicó para las mujeres una mayor
participación en la fuerza laboral y las convirtió en el sostén principal de
una gran parte de los hogares plebeyos, además de que las cholas fueron siempre,
casi por definición, un sector que habitualmente participó en actividades
económicas que rebasaban el ámbito doméstico (Medinaceli 1989:82). Así, en el
contexto de la crisis de post-guerra ¾crisis
inflacionaria y de abastecimiento¾,
las mujeres trabajadoras mestizas vinculadas con el artesanado estaban en
mejores condiciones para una labor de reorganización retomando la experiencia
de la primera FOF de 1927, cuyas actividades se vieron interrumpidas por el
conflicto bélico. La reconstitución de los sindicatos anarquistas femeninos se
inició con la fundación del Sindicato de Culinarias (SC) durante agosto de
1935, entidad que surgió a raíz de una prohibición municipal decretada a fines
de julio, que proscribía a las cholas subir a los tranvías bajo el pretexto de
que incomodaban a las “señoras” rasgándoles las medias con sus canastas y
ensuciando sus vestidos. Este hecho generó la reacción indignada de las
trabajadoras cocineras, quienes se concentraban masivamente en los mercados
cuando iban a realizar las compras, siendo así que, a la cabeza de aguerridas y
hábiles organizadoras como Petronila Infantes ¾conocida
popularmente como “Peta”¾,
Rosa Rodríguez y muchas otras, las culinarias movilizadas lograron vencer dicha
prohibición y poco a poco, mediante un activismo casa por casa, fueron
incorporando en el sindicato a algunas sirvientas, niñeras y mancapayas5.
Un aspecto a destacar es que, en su condición de vendedoras de servicios a la
oligarquía, el trabajo de culinarias tenía cierto status superior en relación a
otros oficios, lo cual lamentablemente no impedía que las cocineras sufrieran
abusos, maltratos y violencias simbólicas. De todos modos, a pesar de las
dificultades que tuvieron que atravesar, las culinarias generaron un fenómeno
muy particular con su organización avanzados los años: si a un principio el
sindicato era mal visto y rechazado por sus contratantes ¾las casas de la elite
paceña¾, posteriormente esta
susceptibilidad cambió y las cocineras sindicalizadas se convirtieron en las
más requeridas y garantizadas por su honestidad y sobretodo por la calidad de
su trabajo. Entonces el sindicato, que a un principio aparentó ser perjudicial
para sus afiliadas, pronto se convirtió en una verdadera ventaja que aseguraba
una fuente permanente de empleo y buenos sueldos, invistiéndose además de un
gran prestigio y reconocimiento social. Como puede suponerse, la paradoja de
trabajar en las casas de la oligarquía y a la vez ser agitadoras anarquistas
ocasionó a las culinarias más de un incidente con sus contratantes, sobretodo
en el caso de Peta que por un tiempo llegó a trabajar en la casa del Prefecto
de La Paz, quien en alguna ocasión tuvo que sacarla de la cárcel para no
quedarse sin comida, sin mencionar otros sabrosos sucesos anecdóticos (Wadsworth
y Dibbits 1989: 124,125).
Por otro lado, a mediados de la década de los 30 muchas mujeres de los estratos
pobres incursionaron en los mercados buscando generar más ingresos para su
economía desgastada por la crisis y la guerra. Con el repentino engrosamiento
del sector de verduleras callejeras surgió la demanda de construcción de nuevos
espacios de venta, más aún cuando, a fines de 1935, un desborde del río
Choqueyapu arrasó con todo el antiguo mercado de frutas y verduras. La
inundación provocó la muerte de una treintena de vendedoras de flores y generó
una gran congoja en las mujeres que quedaron sin puestos de trabajo, impulsando
a la vez la conformación de la Unión Femenina de Floristas (UFF) en mayo de
1936, bajo la dirigencia de la radicalísima Catalina Mendoza (Dibbits y Volgger
1989: 21). Esta nueva organización contribuyó con el SC en la formación de
otros sindicatos que se fueron creando entre 1938 y 1940. Organizados por
gremios ¾verduleras,
pescaderas, abarroteras, etc.¾
a los nuevos sindicatos se sumó un grupo de contrabandistas aglutinadas en un
Sindicato de Viajeras al Altiplano: singular organización que concebía su
actividad como un servicio a la colectividad, además de que era nómade, pues se
desplazaba junto con las afiliadas actuando tanto en la ciudad de La Paz como
en el camino y en la frontera con Perú. La actividad de las viajeras consistía
en el transporte de mercaderías y en la realización de gestiones ante las
autoridades, para eliminar los abusos de policías fronterizos y mejorar de esta
forma las condiciones de viaje (Peredo 2001: 91).
La dirigencia de la debilitada
FOL rápidamente hizo suyos los planteamientos de las organizaciones femeninas,
a través de las que todavía podía desarrollar los principales temas
doctrinarios del anarquismo, particularmente la lucha contra el autoritarismo
estatal. En 1940 los distintos sindicatos femeninos se dieron cuenta que ya
tenían la fuerza suficiente para aglutinarse en una organización matriz y
decidieron refundar la FOF, manteniendo la afiliación con la FOL, pero desarrollando
una existencia autónoma en sus decisiones y acciones. A partir de este momento
la FOF dio vida a la FOL, llevando a cabo varias luchas victoriosas y
planteando demandas concretas, algunas de las cuales fueron: el reconocimiento
del arte culinario como profesión, la creación de guarderías gratuitas para los
niños de las trabajadoras, el derecho al descanso los domingos por la tarde, la
abolición de la obligatoriedad de tener Carnet de Identidad y “Carnet de
Sanidad”6, el derecho al divorcio, la igualdad entre hijos legítimos e hijos
naturales y la destitución de autoridades municipales que abusaban a las
vendedoras de los mercados mediante agentes policíacos.
Fue esta la manera en que la FOF mantuvo vivo al anarcosindicalismo,
constituyendo un movimiento multitudinario y altamente combativo: los
periódicos de la época hablan de movilizaciones de 2000 y hasta de 5000
mujeres; movilizaciones marcadas además por la creatividad ¾cuando por ejemplo echaban
agua jabonosa en las calles por donde bajaban los policías a caballo (Dibbits y
Volgger 1989: 60,61)¾ , y
por el escándalo, ya que el hecho de ser cholas era reconocido con orgullo por
estas trabajadoras, lo que causó la sorpresa e indignación de las clases
dominantes que se veían impotentes y temerosas ante este gran despliegue de
autovaloración y autoafirmación. Dado que es en la chola donde se cruzan más
notoriamente las dimensiones de etnia, clase y género, esta identidad brindó a
las luchas de estas mujeres un sello único, caracterizado por el coraje para
enfrentar a una sociedad colonial racista y patriarcal. Además, la FOF se
constituyó en una instancia que mejoró efectivamente la calidad de vida de sus
integrantes pues, partiendo de necesidades básicas, inmediatas y cotidianas, se
logró frenar las agresiones policíacas en los mercados y se usó dinero
colectivamente recolectado para atender a las compañeras necesitadas o
enfermas, sin contar que muchas afiliadas aprendieron a leer y escribir en
veladas culturales organizadas junto a la FOL. Con todo esto, las cholas
anarquistas generaron un movimiento inédito en la historia del sindicalismo
femenino boliviano, que conquistó, en su tiempo, un lugar social y económico
como nunca antes ¾ni
después¾ lo
hiciera ningún grupo de mujeres trabajadoras en el país.
4) El último ascenso y las
rebeliones indígenas (1946-1947)
A fines de 1943 el teniente Coronel Gualberto Villarroel, en alianza con el
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR)7, logró llevar a cabo un exitoso
golpe de Estado contra Peñaranda estableciendo una nueva versión del
“socialismo militar”, pero en esta ocasión considerando a la masa india como
una valiosa base de legitimación. El nuevo experimento militar de “izquierda”
patrocinó el Primer Congreso Nacional Indígena en mayo de 1945, magno evento en
el que por primera vez se abolió el pongueaje ¾la
servidumbre gratuita a que estaban sometidos los indios¾, aunque sólo de forma nominal y
además sin tocar el tema de la propiedad de la tierra. Como sea, la aparente
abolición del pongueaje llenó de entusiasmo a los indígenas y fue interpretada
como una oportunidad para recuperar las tierras con el aval estatal. De ahí
que, frente al incumplimiento de los decretos del congreso indígena por parte
de los hacendados, veremos estallar una serie de insurrecciones en el agro que
llegará a su máxima cima durante 1947. Por ahora es menester señalar que el
régimen de Villarroel estuvo signado por una gran ambivalencia: si bien apoyaba
al campesinado indio, al mismo tiempo atacaba a los sectores laborales urbanos
representados en la CSTB y la FOL-FOF, lo que generó, entre otros factores, un
ambiente de tensión y una nueva revuelta durante julio de 1946 que tuvo como
espectáculo final el cadáver desnudo de Villarroel colgado de un farol en la plaza
principal. Frente a las críticas de algunos, los anarcosindicalistas
participaron en estos acontecimientos porque consideraban que una insurrección
a gran escala estaba por venir, y efectivamente vino. Sin embargo, también
creían que esa revuelta era parte de un proceso que inevitablemente tendía
hacia una revolución, que influenciada por sus prédicas y su retórica
anarquista, podía conducir a un cambio profundo y verdadero en los factores de
la dominación social y económica. Al darse cuenta de que esto no iba a ser así,
pues el defenestramiento de Villarroel sólo sirvió para que la vieja oligarquía
volviese al poder hasta 1952, los anarquistas iniciaron una desesperada campaña
para fortalecerse y desplegaron su actividad hacia el agro altiplánico de La Paz.
En la nueva coyuntura de restauración oligárquica y agitación india se crea la
Federación Agraria Departamental (FAD) durante diciembre de 1946, afiliándose a
la FOL y aglutinando a varios sindicatos indígenas recientemente creados (Lehm
y Rivera 1988: 84). La FAD fue fruto de la labor organizativa de esforzados
folistas como Modesto Escobar, Pastor Chavarría y Hugo Aguilar, quienes junto a
una nueva generación de jóvenes libertarios y artistas forjados en Tupiza
reestablecieron antiguos contactos con líderes indios colaborándoles en sus
nuevas actividades. Llama la atención que uno de los objetivos principales de
la FAD fue la educación indígena concebida como una vía para la emancipación,
objetivo alcanzado parcialmente y con relativo éxito, ya que para el primer
semestre de 1947 la FOL y la FAD habían conseguido levantar medio centenar de
escuelas rurales que funcionaban autónomamente. De esta extensión hacia el agro
se puede colegir que los anarcosindicalistas vivían su última fase de ascenso e
importancia, en alianza con no pocos indígenas aymaras.
Con estos antecedentes llegamos al gran levantamiento indio de 1947, que no se
limitó a una hacienda o provincia, sino que se dio en las áreas rurales más
importantes de los departamentos de La Paz, Oruro, Cochabamba, Sucre, Potosí y
Tarija. La rebelión tampoco estuvo organizada bajo un mando único ni ocurrió de
forma simultánea o coordinada: se trató mas bien de una ola de sublevaciones de
diferente intensidad, producidas en varias zonas durante casi todo 1947, que
sólo pudo ser derrotada mediante la movilización masiva de fuerzas de la
policía, del ejército y de la aviación militar. En este ambiente de
efervescencia india sucedieron dos levantamientos en la zona de influencia de
la FOL-FAD, uno en mayo y otro en junio, provocando la muerte de algunos
hacendados y sus parientes, lo que ocasionó que el gobierno lance todo el peso
de la represión sobre los folistas y sus aliados indios. La respuesta fue
contundente y 200 indígenas fueron recluidos en campos de concentración
ubicados en la selva oriental, como parte de una campaña cínicamente denominada
“Plan humanitario de colonización del oriente”: infernal destierro en el que
murieron 30 detenidos, entre ellos Marcelino Quispe y otros dirigentes de la
FAD víctimas del hambre, la violencia y las enfermedades tropicales. En cuanto
a los folistas urbanos, muchos fueron encarcelados en el panóptico de La Paz
por varios meses, y en otros casos por varios años, siendo algunos liberados
gracias a las movilizaciones y gestiones de la FOF. Estos golpes represivos,
que continuaron hasta 1952 con allanamientos y nuevas detenciones, diezmaron
totalmente a los anarcosindicalistas, tanto así que nunca más volvieron a
alcanzar un nuevo impulso organizativo de importancia.
5) La agonía y la disolución final (1947-1964)
La caída de una oligarquía
Después de que los folistas sufrieron la gran represión por las rebeliones del
47 las tareas de agitación en el campo y las ciudades quedaron a cargo de otras
fuerzas, entre las que se destacaba con mayor nitidez el MNR por medio de sus
propagandistas reclutados entre dirigentes mineros e indígenas. En este clima
de invariable inquietud llegaron las elecciones presidenciales en mayo de 1951:
para escalofrío de las clases dominantes el MNR ¾presidio
por Víctor Paz y ahora con el apoyo de la clase media¾, ganó la contienda electoral. En
un último esfuerzo las elites políticas y económicas, junto con el ejército,
decidieron luchar hasta el final: a los pocos días de las elecciones el
presidente Urriolagoitia renunció a la presidencia transmitiendo ilegalmente el
mando del país al jefe del Estado Mayor quien a su vez nombró al General Hugo
Ballivián presidente. El nuevo gobierno anuló inmediatamente las elecciones
ilegalizando al MNR bajo el pretexto de que el “comunismo” no tenía cabida en
el país debido a la “Guerra Fría”. Esto no hizo otra cosa que catalizar la
insurrección definitiva: después de tres días de intensos combates que cobraron
más de 600 vidas, la plebe en armas, compuesta por masas indias, mineros y
obreros en general, logró destruir al ejército el 9 de abril de 1952. Los
miembros de los escasos sindicatos de la FOL lucharon en las calles
permaneciendo en el vórtice de los acontecimientos durante los días de
revolución, pero las masas armadas estaban obnubiladas por el MNR, de tal
suerte que Víctor Paz se hizo fácilmente con el poder iniciando un nuevo
periodo de cambios para el país.
Pese a que la revolución puso al movimiento obrero, como nunca antes, en medio
de los centros del poder político, coincido con Herbert Klein en que dicho
suceso fue un lance incompleto y que compartió más cualidades de la Revolución
Francesa que de la Revolución Rusa, ya que destruyó a una elite tradicional de
ribetes feudales ¾o, en
este caso, mas propiamente coloniales¾,
y llevó al país hacia la corriente de la sociedad moderna sin destruir el orden
de clases (1995: 9,10). Esta revolución fue de carácter nacional y se planteó a
partir de la contradicción general entre “oligarquía” y “pueblo”, o entre la
“nación” y la “anti-nación”, no a partir de contradicciones de clase; por
tanto, los actores sociales que llevaron a cabo esta transformación eran
concebidos por los nuevos gobernantes como partes indiferenciadas del “pueblo” (Mayorga
1993: 105).
El MNR no tardó en deformar los contenidos del proceso y constituyó una nueva
burguesía, esta vez “nacional”, realizando reformas que no evitaron el ingreso
de capital transnacional al país: los dirigentes emenerristas, miembros rebeldes
y “parientes pobres” de la vieja casta criolla, estaban convencidos de la
modernización del país dentro los marcos de la economía capitalista. Y es que
la denominada ideología del “nacionalismo revolucionario”, elaborada en los 40
por una elite de intelectuales y que se consolidó con la revolución, se basaba
en el proyecto de construir un Estado-nación “inclusivo” y moderado, pero sin
cambiar las relaciones racistas y económicas de dominación, conciliando a las
facciones tanto de derecha como de izquierda en torno a la idea de
modernización del país. Con tales objetivos, el “nacionalismo revolucionario”
levantó un capitalismo de Estado logrando abortar el proceso de rebelión
permanente iniciado en la primera mitad del siglo XX, y condujo al país hacia
nuevos y largos periodos de autoritarismo y privatización. De hecho, como marco
ideológico, el “nacionalismo revolucionario” tuvo tanta influencia en los
procesos políticos bolivianos que su vigencia sigue hoy presente aunque con
matices disímiles. En una palabra: la revolución destruyó a una oligarquía para
poner en su lugar a otra, que aunque inicialmente compartió funciones de
gobierno con dirigentes del movimiento laboral, no tardó mucho tiempo en
desembocar en una cadena de dictaduras anti-obreras.
Un nuevo corporativismo: la COB y los efectos de la revolución
Desde el inicio del nuevo escenario se produjo un gran proceso de cooptación y
manipulación sindical, creándose, durante los últimos días de abril del 52, una
nueva, poderosa y burocratizada entidad laboral: la Central Obrera Boliviana
(COB), instancia que se constituyó en la organización más importante aliada con
el régimen. La flamante Central terminó nombrando tres ministros obreros y uno
de ellos fue Juan Lechín, Secretario General de la FSTMB8, quien convertido en
jefe de la COB a la vez se hizo cargo del Ministerio de Minas y Petróleo.
La estructura jerárquica, patriarcal y clientelista de la COB ¾que “co-gobernó” el país,
constituyendo una forma de administración estatal que algunos llamaron “poder
dual” entre los obreros y el MNR¾,
aceleró el desmantelamiento del agonizante anarcosindicalismo cuando se
estableció que todas las organizaciones laborales tenían que afiliarse a la
nueva central. Así, los pocos sindicatos libertarios todavía existentes hasta
ese entonces empezaron a desaparecer o a integrarse a la COB, determinando todo
esto la muerte de la FOL durante los meses que siguieron a la revolución de
abril.
Respecto a los sindicatos indígenas que antes estuvieron federados en la FAD,
estos se diluyeron integrados en una instancia oficial creada desde el Estado.
Otros sindicatos, como los de sastres y carpinteros, fueron igualmente forzados
a afiliarse a la COB del mismo modo que los demás sectores vinculados antaño con
el anarquismo (Lehm y Rivera 1988: 99). Y es que en la temprana etapa
post-revolucionaria algunos dirigentes y miembros de base de la FOL se
sintieron frágiles frente a las alternativas de ascenso social que les brindaba
el MNR y la COB, cayendo rendidos a la casi irresistible cooptación. En
relación a los albañiles por ejemplo, dicho sector se encontró profundamente
dividido desde la revolución, y los antiguos constructores anarcosindicalistas
terminaron renunciando a sus postulados e integrándose en las estructuras
burocráticas de la COB durante 1953 (THOA 1986: 73).
En el caso de la FOF, la otrora poderosa organización femenina se mantuvo
autónoma tres años después de la revolución, pero por la naturaleza de sus
sindicatos tuvo que afiliarse a la Confederación Sindical de Trabajadores
Gremiales (CSTG) nacida en 1955 y dependiente de la COB, entidad que relegó a
un segundo plano a las cholas libertarias, produciéndose finalmente la
desaparición definitiva de la mayoría de los sindicatos de recoveras (Dibbits y
Volgger 1989: 83,84).
Otra muestra de cómo el anarcosindicalismo se fue perdiendo en tanto identidad
colectiva es lo ocurrido con el SC. Tal sindicato existió hasta 1958 y algunas
causas para su muerte se deben a los grandes cambios sociales producidos por la
revolución de 1952, que incidieron en que el servicio doméstico fuera cambiando
debido a la pérdida de prerrogativas de la oligarquía. Al bajar el nivel de
vida y los privilegios ¾como
la efectiva abolición del pongueaje por ejemplo¾
de los estratos dominantes, estos tuvieron que renunciar a ciertas comodidades
reduciendo su personal de servicio sobretodo doméstico, lo que ocasionó que el
oficio de culinaria perdiera su anterior status en cuanto a remuneración y
condiciones laborales, por lo que muchas de las integrantes del SC no tuvieron
otra opción que convertirse en empleadas domésticas o dedicarse al comercio
informal. Al mismo tiempo se amplió la oferta de mano de obra para el servicio
doméstico, debido a la migración rural-urbana de mujeres indígenas que
empezaron a vender su fuerza de trabajo por sueldos cada vez más bajos
(Wadsworth y Dibbits 1989: 201,202,203).
Para 1964 lo único que quedaba del anarcosindicalismo era la FOF, que a pesar
de hallarse condenada a la esterilidad y a la inacción al interior de la COB,
todavía afirmaba su existencia con un par de sindicatos afiliados. Pero es en
1964 cuando el “nacionalismo revolucionario” ingresó en su etapa de
autoritarismo militar: René Barrientos, ex-aliado del MNR, consolidó un nuevo
golpe de Estado alejando a la COB de las estructuras del Estado, poniendo fuera
de la ley a los sindicatos que no se sometían a una reordenación nacional y
enterrando para siempre lo que quedaba de la FOF.
Añádase a todo esto la desvalorización y desplazamiento del trabajo manual de
los artesanos, elemento no menos importante para la destrucción del
anarcosindicalismo que fue observado por los propios folistas en sus
conversaciones con Lehm y Rivera (1988: 141-148). No olvidemos que la mayor
parte del movimiento libertario boliviano estaba compuesto por artesanos, quienes
con el cada vez más rápido desarrollo de la industria comenzaron a vivir un
proceso de descalificación de su trabajo, acelerado desde mediados del siglo
XX. Se trata de un fenómeno que se ha dado siempre como efecto del desarrollo
industrial y de las técnicas estandarizadas de producción: no es que el
artesanado desaparece abruptamente y para siempre, sino que se encuentra sujeto
a un complejo proceso de cambio. Este hecho en Bolivia se incrementó con la
derrota de la vieja oligarquía y estuvo acompañado por la “invasión” de
migrantes rurales a los centros urbanos, como producto de las reformas de la
revolución que concedieron ciudadanía a los indígenas. Los migrantes
contribuyeron a marginar a los artesanos “cultos” cuyo trabajo de mayor calidad
dejó de ser importante, pues a poca gente ya le interesaba comprar muebles o
trajes manual y prolijamente producidos. Dichos factores también incidieron en
la erosión de las bases artesanales del anarcosindicalismo, las que al ser
obligadas a diversificar su forma de vida se vieron imposibilitadas de
reagruparse quedando con las raíces en el aire.
A modo de corolario podemos decir que la emergencia del MNR como partido de
masas y su victoria con la insurrección de abril estableció una nueva etapa de
reformas inéditas: liberadas las masas indígenas de la servidumbre y la
explotación, y consolidado un nuevo Estado corporativista apoyado en una
poderosa central obrera, el anarcosindicalismo quedó obliterado como un resabio
anacrónico. ¿Cómo hablar de abolición del Estado si las multitudes plebeyas
veían el triunfo de sus seculares aspiraciones en el gobierno del MNR? Era un
proceso en el que los folistas ya no tenían cabida. Además, en la medida en que
la FOL no pretendía participar en la política formalmente, es decir, no
pretendía “tomar el poder”, poco a poco se fue marginando frente a los
horizontes estatales del resto de las agrupaciones obreras y organizaciones
partidarias de izquierda que se convirtieron en hegemónicas. Finalmente, el
crecimiento de las industrias y las fábricas, incrementado desde mediados del
siglo XX como parte de las políticas de modernización del país, determinó la
descalificación de la labor artesanal, aplastada igualmente por la competencia
de la fuerza de trabajo rural barata venida en masa a las ciudades. Todos estos
temas se conjugaron determinando la muerte del sindicalismo libertario y el
triunfo definitivo del Estado y el capitalismo con la revolución.
Epílogo
La certeza más importante que sale a la luz de la presente narración es que el
movimiento sindical anarquista jugó un papel de primer orden en la formación
del moderno movimiento obrero boliviano, puesto que inició el proceso de
transición del mutualismo hacia el sindicalismo, contribuyendo así a consolidar
una forma de organización que es hasta hoy uno de los pilares fundamentales de
socialización y participación política en el país. De hecho, el sindicato es en
Bolivia una estructura casi irremplazable de movilización y ciudadanía, y su
modelo impregnó a varios sectores de la sociedad, asalariados o no, como los
campesinos y algunos segmentos de las clases medias. No obstante, la forma
actual de organización sindical difiere abismalmente del paradigma planteado
por los anarquistas, ya que estos insistieron siempre en la necesidad de crear
modos de gestión horizontales, manteniendo la autonomía de los trabajadores
frente a los partidos y al Estado, a diferencia del sindicalismo jerárquico que
hoy conocemos como producto de la revolución del 52 y de la creación de la COB.
Por otra parte, resulta llamativo el escepticismo común que existe en relación
al potencial emancipatorio del artesanado: se supone que el artesano es dueño
de sus propias herramientas y que vende el producto de su trabajo; en cambio el
proletario es aquél desposeído de medios de producción que al vender su fuerza
de trabajo recibe a cambio el valor de esa energía bajo la forma de salario.
Según interpretaciones dogmáticas del marxismo esta condición “predestinaría” a
los proletarios a constituirse en la “fuerza natural” del cambio social, por lo
que se considera que el artesanado, en tanto pequeño propietario de
herramientas y en tanto trabajador libre, es una rémora del feudalismo que
desaparecería sin dejar huella debido a los procesos industrializadores.
Además, por estas mismas razones, el artesanado estaría incapacitado para jugar
un papel revolucionario (Barcelli 1976: 47,48). En contraste con esta visión
todo lo hasta aquí expuesto demuestra que este esquema no es válido para
formaciones sociales como la boliviana, pues en este país los artesanos se
constituyeron en el motor de la organización obrera, por lo menos hasta la
guerra del Chaco, y asumieron un rol contestatario y radical siendo dueños de
su tiempo y de su fuerza de trabajo.
También es interesante notar que el anarcosindicalismo vino a expresar una
suerte de aspiración de universalidad, en la que se mezclaron una sutil
hegemonía cultural occidental con contenidos y prácticas igualitarias y
humanistas (Lehm y Rivera 1988: 268). Pese a esto los folistas se esmeraron
también por incorporar en sus praxis y discursos un reconocimiento explícito de
las contradicciones coloniales, además de que ellos, como mestizos, también
sufrieron la discriminación y el desdén de la elites criollas. Es decir que, a
pesar del origen occidental del anarquismo y su tenue actitud civilizadora
hacia el mundo indio, los folistas, a diferencia de la izquierda marxista y
racista, tuvieron la certeza de que el grupo social fundamental que debía ser
tomado en cuenta para la emancipación social eran los indios. Con esta
convicción, los ácratas se involucraron en las luchas indígenas, apoyándolas en
varios momentos no sin muchos esfuerzos, sufrimientos y contradicciones.
Los anarquistas también asumieron sus postulados doctrinarios de forma
dogmática y devota, lo que limitó las posibilidades de ensanchar sus horizontes
estratégicos quedándose estancados en un activismo militante relativamente
estéril. Sin embargo, esto no impidió la creación de nuevas relaciones sociales
de horizontalidad en sus organizaciones, a través de las cuales los ácratas
apelaron a producciones de subjetividad capaces de resistir a las distintas
formas de dominación social en sus aspectos generales y sobretodo cotidianos.
Así, los anarcosindicalistas crearon una auténtica cultura obrera e hicieron de
sus sindicatos verdaderos focos de una sociabilidad alternativa basada en la
solidaridad, en las relaciones horizontales entre mujeres y hombres y en el
antiautoritarismo, prefigurando a la vez pequeños embriones de lo que
consideraban debía ser la sociedad futura producto de una revolución.
Pero cuando esa revolución llegó, en 1952, sólo vino para crear un Estado
nacional y una configuración social que nada tenía que ver con los anhelos
libertarios, los cuales chocaron impotentes contra una realidad de servidumbre
política voluntaria enraizada en lo más profundo de la colectividad humana: la
revolución mató al anarcosindicalismo boliviano para siempre, arrojando su
olvidado cadáver al depósito de los desperdicios de la historia.
Con todo, la reciente historia
del país iniciada el año 2000 nos plantea una paradoja que no siempre es bien
percibida: nuestra época, como sugiere Manuel Castells (2005), no es la del fin
de las ideologías, sino la del renacimiento de aquellas que encuentran cabida
en las experiencias sociales presentes. Este sería el caso del anarquismo, dado
por muerto hace mucho tiempo pero que hoy, bajo polifacéticas formas, irrumpe
nueva y subyacentemente en los postulados de los movimientos sociales mediante
la reivindicación de consignas y praxis como el asambleísmo, la horizontalidad,
la democracia directa, la organización de redes en sustitución de los partidos
políticos, etc. Por esto, podría verse la derrota de los anarquistas como una
derrota temporal, por lo menos en apariencia, ya que desde 2000 una nueva
emergencia plebeya e indígena desafió al sistema neoliberal boliviano con el
uso de formas organizativas cercanas al anarquismo: formas espontáneas,
autónomas y flexibles, y no siempre apoyadas en el viejo y anquilosado
centralismo cobista. Mas la paradoja adquiere ahora otro matiz con el ascenso
de Evo Morales al poder, porque el mencionado dirigente indio está consolidando
otro proceso de cooptación en los movimientos sociales similar al ocurrido en
1936 o 1952. Dicho de otra forma: la actual época boliviana iniciada siete años
atrás terminó siendo instrumentalizada por un partido político apoyado en una
base sindical y de clase media que, al igual que el MNR en el 52, ha logrado
abortar el gran despliegue de autodeterminación que comenzó con la acción de
diferentes y variopintos movimientos sociales el año 2000.
El nuevo gobierno tiene todas las características de un Estado nacional
corporativista ¾sustentado
esta vez en los sindicatos campesinos y cocaleros¾,
y ya ha absorbido a casi todos los sectores contestatarios mediante una
readaptación indígena del “nacionalismo revolucionario”. No es que la historia
vuelva con sus mismas características, pero como las ideas de que son capaces
los hombres encaramados en el Estado son de cantidad limitada, regresan siempre
bajo otra apariencia, dando así a un modelo de prosperidad y liberación
fracasado un aspecto de novedad y un barniz de rebeldía. Entonces, el verdadero
fracaso de construir una sociedad feliz no vino tanto de los anarquistas, sino
del Estado y del capitalismo que arrastran a la humanidad hacia un oscuro
abismo de sinsentido y autodestrucción. Todos hemos perdido en esta historia.
Después de todo lo señalado me siento en condiciones de afirmar que, en marcado
contraste con las formas del sindicalismo burocrático o para-estatal, un
movimiento social ¾y/o
laboral¾ sólo
puede contener potencia emancipadora si apunta a la realización de sus
objetivos disminuyendo lo más posible los hábitos de autoridad y paternalismo
que todos tenemos arraigados en nuestras enajenadas mentes; de donde se
desprende una segunda observación más importante aún: los nuevos movimientos
sociales no son tan novedosos como muchos analistas creen, y estos movimientos,
así como sus antecesores, son incapaces de producir una praxis de libertad
duradera para toda la sociedad; y es que, en suma, los factores de la
dominación a nivel macro son prácticamente inalterables. Por tanto, la materialización
de una manumisión social nunca se hará realidad, y todo este sufrimiento y
desesperación debería conducir a los seres humanos hacia la puesta en práctica
de un modo de vida más sencillo y enfocado en el goce de la libertad cotidiana
e inmediata, pues todo parece indicar que la esperada emancipación se
encontrará únicamente a nivel personal y espiritual.
Por último debo mencionar que esta narración ha dado como resultado una mirada
general que de ningún modo puede considerarse completa: se trata,
sencillamente, de “crear” un nuevo punto de partida para el debate y para
futuras investigaciones que exploren los movimientos eclipsados por el 52.
BIBLIOGRAFÍA
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El Diario (La Paz) 1930: 11 de febrero.
La Razón (La Paz) 1931: 12 de febrero; 11 de septiembre; 6 de octubre. 1932: 6
de febrero.
Última Hora (La Paz) 1931: 5 de octubre.
1 Los artesanos libertarios y la ética del trabajo de Zulema Lehm y Silvia
Rivera; Los constructores de la ciudad. Tradiciones de lucha y trabajo del
Sindicato Central de Constructores y Albañiles (1908-1980) del Taller de
Historia Oral Andina; Polleras libertarias. Federación Obrera Femenina
(1927-1965) de Ineke Dibbits, Ruth Volgger et. al. y Agitadoras de buen gusto.
Historia del Sindicato de Culinarias (1935-1958) de Ana Cecilia Wadsworth e
Ineke Dibbits.
2 Pese a su importancia económica y a su temprana aparición, el auténtico rol
protagónico del proletariado minero se dará recién a partir de la década de los
40 del siglo XX.
3 Los “crotos” fueron una especie de “anarco-viajeros” surgidos en Argentina:
personas libres que se dedicaban al ocio creativo llevando una vida nómade en
los trenes y en los pueblos por los que atravesaban.
4 Desde fines de la década de los 20 una serie de incruentos incidentes en
puestos fronterizos bolivianos colindantes con Paraguay pusieron en tensión a
ambos países en razón de un límite poco claro en la zona del Chaco. Finalmente,
el problema limítrofe sirvió como excusa al gobierno boliviano para lanzarse a
la guerra bajo el pretexto del “honor nacional”, aunque también, según afirman
muchos, hubieron en juego oscuros intereses petroleros ingleses y
estadounidenses que contribuyeron a impulsar el conflicto.
5 Vendedoras de comida en las calles.
6 La guerra también despertó temores sobre la propagación de enfermedades
venéreas, fiebre tifoidea, malaria y otros males contagiosos por el retorno de
miles de soldados y desertores. En alianza con el sistema médico vigente los
gobiernos empezaron a insistir en la higiene pública, enfocando su atención,
sobretodo, en la clase obrera y en las mujeres cholas (Larson 2004: 81). Como
parte de esta política las elites, apoyadas por el gobierno, empezaron a exigir
un denominado “Carnet de Sanidad” a las cocineras o empleadas domésticas desde
octubre de 1935, documento que debía tramitarse luego de un oprobioso chequeo
médico en la “Policía de Higiene” ¾dependiente
de la Policía Municipal¾,
que al mismo tiempo se encargaba del control médico de las prostitutas. El SC
se movilizó contra esto y también contra la exigencia del Carnet de Identidad,
debido a sus convicciones ácratas contra el control estatal y a los cobros de
dinero solicitados para el trámite.
7 El MNR, partido “policlasista” y nacionalista en sus inicios, se fundó a
principios de 1941, aunque sus orígenes se remontan hacia fines de los 30
cuando, a consecuencia de la guerra, nacieron nuevos partidos de izquierda que
se infiltraron en las organizaciones obreras pugnando por empoderarse sobre el
movimiento popular.
8 Federación Sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia. Fundada en 1944, bajo el amparo del gobierno
de Villarroel, durante mucho tiempo estuvo influida por el MNR y por el POR
(Partido Obrero Revolucionario) de raigambre trotskista.
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