Soldados del batallon 3 de linea "Illimani", 1 Cazadores de la
Guardia.
Cochabamba se reponía de una hambruna y del paludismo; Manuel Claros García,
abogado y oriundo de Aiquile, encabezó la tropa cochabambina, junto a los
batallones Aroma, de vecinos de la capital, Viedma de cliceños y punateños.
Soldados bolivianos que participaron en la batalla.
El anuncio de la ocupación chilena a Antofagasta el 14 de febrero de 1879 llegó
a Cochabamba, que apenas se reponía de una desastrosa combinación paludismo y
hambruna que la azotó desde el año precedente. La sequía redujo las cosechas y
elevó los precios de los alimentos. La gente, la más pobre debilitada por el
hambre, moría por cientos en las calles. Se multiplicaron las protestas
callejeras y los saqueos de trojes de cereales, al grito de “Pan barato”.
En ese clima, el 28 de febrero se reunió un comicio ciudadano en el colegio
Sucre de la capital del departamento, al que concurrió la “clase decente” y
algunos artesanos. Rechazó “la actitud amenazante del Gobierno chileno”. Los
indígenas, situación propia del carácter excluyente de la sociedad oligárquica,
no fueron convocados al acto de repudio; simplemente se consideró que no
pertenecían a la patria en peligro.
El Diario de Guerra, de Manuel Claros García, abogado graduado en la
Universidad de Chuquisaca y hacendado oriundo de Aiquile, es una fuente
descriptiva de primera mano. Permite establecer que en las provincias, a
inicios de abril, se conformaron también grupos de Guardia Civil para marchar
en “defensa de la patria”. No pasaban de un grupo de voluntarios, cada uno de
los cuales debía contar con su propio caballo y arma. Una estructura similar a
la milicia colonial y muy distante al fogueado y profesional Ejército del que
disponía Chile.
Claros, oficial del Escuadrón Junín, partió de Aiquile a Cochabamba el 10 de
abril. De allí se enrumbó con la tropa junto a los batallones “Aroma”, de
vecinos de la capital, el “Viedma” de cliceños y punateños y el “Padilla” de
tarateños. Más adelante se sumarían los oriundos de Valle Bajo y Tapacarí, para
agruparse en la IV División. La conformación por distritos y provincias da
cuenta de la frágil unidad y la permanencia de clivajes y fragmentaciones
localistas que cruzaban las armas cochabambinas (y bolivianas) que impidieron
la alineación de la tropa bajo un mando único.
Sufriendo hambre y sed la columna cochabambina arribó a Oruro el 28 de abril y
el 3 de mayo nuevamente desprovistos de víveres y vestimenta adecuada partieron
hacia la costa peruana, considerado el teatro de operaciones. El 21 fue un día
negro para los cochabambinos, pues se enteraron del hundimiento del buque
peruano Independencia, que tras encallar en un banco de arena fue volado por su
propia tripulación para evitar que cayera en manos chilenas.
El 30 de mayo, a 27 días de su partida de Oruro -lo que da una idea de las
dificultades logísticas prevalecientes- ingresaron a Tacna, donde fueron bien
recibidos. La vida en la población, por lo menos para los oficiales fue, en
medio de las circunstancias bélicas, relativamente placentera. Contaban con
buena alimentación y acceso al agua, pieza vital para la supervivencia, la que
adquirían embotellada, mientras los soldados debían beberla de la inmunda
acequia que circundaba la población, de modo que las infecciones
gastrointestinales eran frecuentes. La distribución de las vituallas permite al
historiador constatar las diferencias sociales prevalecientes en la estructura
armada boliviana, reflejo de sus profundas divisiones sociales prevalecientes
en la Bolivia decimonónica.
Claros permanecía en esa vida algo monótona apenas salpicada por la noticias de
la guerra, todavía lejana. El 8 de octubre supo de la captura del Huáscar, el
buque insignia peruano, lo que dejó a Chile dominando los mares. El 2 de
noviembre, por las trasmisiones telegráficas siguieron angustiados el combate
de Pisagua, donde combatían tropas peruanas y bolivianas contra las fuerzas
invasoras. Al día siguiente, el presidente Hilarión Daza ordenó que el ejército
boliviano, aposentado en Tacna, marche rumbo a Camarones. La caminata, por
razones aún discutidas, no prosperó y la tropa regresó a Tacna. Claros refiere
que el retorno y la derrota de San Francisco el 19 de noviembre cambiaron la
actitud hasta entonces amigable de la población tacneña. “Cobardes”, “infames”
y “traidores” gritaban a los bolivianos en las calles y “se formaban reyertas
por todas partes”.
Claros permaneció en Tacna -sin combatir- hasta el 2 de mayo de 1880, cuando lo
trasladaron con su tropa a las polvorientas alturas que rodean la ciudad; el 8
se aposentaron en Pocolla, y luego a Tacna. La falta de agua los acosaba
constantemente”. ¡Qué sed! y ¡qué polvareda!”
El 22, a las seis de la mañana, se dio inicio a la esperada batalla conocida
como de “Alto de la Alianza”. Claros refiere que compró a una vivandera una sopa,
un asado y empinó el resto del coñac que poseía pues, como el resto, se
aprestaba a correr su suerte. El relato de la batalla que terminó con la
participación bélica boliviana en la guerra es tratada en varias páginas por
Claros.
Tras la derrota, como decenas de bolivianos, emprendió en retorno. El 9 de
junio ingresó maltrecho a Oruro y el 21 a Tarata, Valle Alto cochabambino. El 1
de julio se hallaba “descansando hoy en el hogar doméstico, con la satisfacción
de haber cumplido un deber, como hijo de Bolivia”.
Página Siete, Marzo de 2013.
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