Por: Sebastián Morales y Claudio Sánchez / Extracto
de: www.cinemascine.net
Marcelo Quiroga Santa Cruz fue brutalmente asesinado y
torturado el 17 de julio de 1980 durante el asalto a la Central Obrera
Boliviana, en un acto que formalizaba el golpe militar de Luis García Meza en
contra de la primera y única presidenta de Bolivia, Lidia Gueiler Tejada. El
nombre de Marcelo se incluye en las listas de desaparecidos de las dictaduras
militares en Bolivia y toda América Latina: ésta es una de las grandes deudas
de nuestras democracias con los pueblos, por lo que es necesario que exijamos
justicia, que no olvidemos a los hombres y mujeres que lucharon por un mejor
mañana, por un presente distinto.
EL INSTITUTO CINEMATOGRÁFICO BOLIVIANO Y OTRAS EXPERIENCIAS
EN LOS 50
La década del 50 en Bolivia está signada por un hecho que
transformó la estructura interna del país: la Revolución del 9 de abril marcó
un hito que aún proyecta su imagen sobre la realidad nacional. “La Revolución
de 1952 desató el proceso más profundo y multifacético de cambios que se
conociera en la historia política del país constituyendo el segundo proyecto
histórico de modernización de la economía y del sistema político en Bolivia”
(Mayorga: 1999, 339).
En tanto al apoyo institucional a la cinematografía, ésta es
una época fundamental por la creación del Instituto Cinematográfico Boliviano
(ICB) el 29 de marzo de 1953. “Uno de los pasos más importantes que dio el MNR
en lo referido al control y difusión de la información fue el de crear el
Ministerio de Prensa y Propaganda (1952) que contemplaba un Departamento
Cinematográfico. Quizás por las reminiscencias inevitables el nazismo, este
nuevo ministerio desapareció muy pronto, dejando en su lugar a la Secretaría de
Prensa, Informaciones y Cultura (SPIC), dependiente directamente de la
Presidencia de la República” (Mesa: 1985, 49). Las labores cinematográficas de
aquellos años, realizadas por este Instituto, contemplaban un carácter
propagandístico y su mayor representación se encontraba en los famosos
Noticieros. Según Pedro Susz, en su libro Filmo-Videografía Boliviana Básica
(1904-1990), el ICB, bajo la dirección de Waldo Cerruto, produjo entre 1953 y 1956
136 Noticieros. “El ICB, a pesar de su nombre, nunca cumplió una función
formativa desde el punto de vista académico. Era esencialmente un centro de
producción, y su trabajo primero era la realización de informativos semanales
de diez minutos para su difusión en las principales salas del país. A pesar de
ello, el sólo hecho de que el Estado contara con un organismo de este tipo
financiado y respaldado por la liberación de importaciones para el material,
además de ítems para los cineastas que lo hacían funcionar, fue un paso
decisivo que permitió, por primera vez, que se pudiera vivir de hacer cine, que
se pudiera aprender en la práctica de todos los días, que la producción fuera
constante y no esporádica y que, además, la función básica del trabajo tuviera
una impronta político - social que fue despertando en los realizados una nueva
conciencia ante el papel del cine en una sociedad en proceso de transformación”
(Idídem: 50).
Sin embargo, la producción no se limitó a aquello que se
hacía bajo la sombra del Estado, sino que también encontró espacios en
iniciativas particulares. Un gran ejemplo de esto es Vuelve Sebastiana (1953),
docu-ficción de Jorge Ruíz, con guión de Luis Ramiro Beltrán y el asesoramiento
del francés Jean Vellard. La película, que hace una aproximación a la cultura
Uru Chipaya a través de la historia de una niña, fue producida por Bolivia
Films.
Si bien Ruíz optó por el cine como forma de vida, durante la
década del 50 muchos otros realizaron películas –en su mayoría cortometrajes–
por el gusto de filmar aquello que ellos veían en el día a día. Las
posibilidades que brindaban las cámaras livianas posibilitaron una serie de
trabajos que fueron poco o nada difundidos, pero que, sin embargo, son de un
alto valor estético e histórico. El motor de muchas de estas iniciativas no era
el de producir una película de interés colectivo masivo, sino más bien el de
perpetuar ciertos momentos individuales para la memoria personal o familiar.
De esta manera, podemos dividir las experiencias
particulares en dos grupos: el de los aficionados y el de quienes trabajaban
independientemente bajo rótulos de productoras privadas. En el primer grupo
encontramos el nombre de uno de los intelectuales bolivianos más importantes y
trascendentales de la historia contemporánea: Marcelo Quiroga Santa Cruz.
LOS AFICIONADOS
A mediados del 50, Marcelo Quiroga Santa Cruz (1931-1980)
deja Bolivia para estudiar en Santiago de Chile. Allí, en 1955, conoció a
Enrique Arnal y Fernado Montes, jóvenes artistas bolivianos que también residían
en el vecino país. Con ellos entabló una amistad profunda y juntos realizaron
algunos cortometrajes con una cámara Kodak de 16 mm. El tiempo de estos
primeros experimentos cinematográficos estaba sujeto a la duración de cada uno
de los rollos de película. Según Arnal, el primer corto que hicieron “fue en
una estación de trenes y filmamos la llegada de un tren”. Un gesto juvenil que
nos aproxima a los inicios del cine y la experiencia de los hermanos Lumière.
Arnal recuerda que posteriormente filmaron los restos de un incendio.
Tanto Quiroga como Arnal y Montes siguieron caminos
diferentes por elección personal en tanto sus oficios así lo exigían. Éstos
últimos se abocaron a la pintura: “Fernando Montes (1930) ha desarrollado un
estilo sobrio con representaciones de figuras solitarias en paisajes
altiplánicos sintetizados; es autor de Altiplano, 1972, de Grupo, 1975, y del
tríptico Endurance (Persistencia), 1995, en La Paz. Enrique Arnal (1932) es un
creador de temas con un lenguaje plástico fuerte y duro, que ha influido en los
contemporáneos, es autor de Tambo, 1960, y de la serie Aparapitas, 1967-70,
Cóndores, 1975, y Montañas, 1985” (Querejazu: 1999, 561).
Marcelo optó por un trabajo político mucho más comprometido
con la realidad social boliviana. “Él supo unir a su condición de intelectual,
de estudioso de los problemas políticos, económicos y sociales del país y de
aquellos que tienen un destino común al nuestro, su lucha personal y de
militante revolucionario, su preocupación constante por el futuro de Bolivia:
la vida cotidiana de Marcelo y su prédica política son un ejemplo de
consecuencia” (Trigo de Quiroga Santa Cruz: 1982, VIII). Si bien la opción de
Quiroga fue la política, hasta su asesinato no dejó de cultivar su aspecto más
sensible, desde la escritura de poesía bajo el seudónimo de Pablo Zarzal, hasta
su oficio en la narrativa con trabajos indudablemente significativos en la
historia de la literatura en Bolivia. Los deshabitados (1957), que en 1962
obtuvo el Premio a la Novela Iberoamericana que otorgaba la Fundación William
Faulkner, es considerada una de las diez mejores novelas bolivianas y planteó
un quiebre en cuanto a las preocupaciones de la literatura boliviana. El año
1978, Marcelo declaró en el programa El informal de radio Nueva América “La
verdad es que mi vocación de escritor comienza a despuntar como una necesidad
de comunicación que rebase las limitaciones impuestas a un diálogo de carácter
individual. En suma, comprendí que no había otro medio que el de la palabra
escrita para entrar en relación, al mismo tiempo directa e indirecta, con una
colectividad y esto en razón fundamental de la necesidad de transmitir
observaciones, juicios que resultaban de la comprobación de una realidad social
inequitativa, profundamente injusta, necesitada de modificaciones
fundamentales”. Su segunda novela Otra vez marzo quedó inconclusa y fue editada
luego de su asesinato. Su obra literaria se combina con lúcidos ensayos, tales
como Oleocracia o Patria, editado póstumamente en México el año 1982, o La
victoria de abril sobre la nación (1960).
Como antecedente de la particular iniciativa de Quiroga por
participar de la cultura boliviana, podemos nombrar un par de ejemplos que nos
ayudarán a perfilar de mejor manera su figura. Él fue fundador del semanario
Pro arte y la revista Guión, en la que publicaba artículos periodísticos,
ensayos, poemas y presentaciones para las películas que se exhibían en el Cine
Club Luminaria, en el cual incluso impulsó algunas sesiones.
EL COMBATE
Pasaron los años y los amigos que se habían despedido en
Santiago se volvieron a encontrar en la ciudad de La Paz. En el fondo, Arnal,
Montes y Quiroga, parecía que no habían cambiado, ya que, en ese momento, a
todos ellos aún les interesaba filmar aquello cotidiano, eso que hacía que la
vida fuera lo que era: un tiempo para vivir.
Para 1959, Marcelo Quiroga Santa Cruz había comprado un
nuevo equipo de cine y tenía mucho interés en empezar a realizar sus propias
películas. Uno de los trabajos que figura dentro de la historia cinematográfica
boliviana es el cortometraje La bella y la bestia, que él dirigió. Ese mismo
año, Ande Films –productora fundada por Quiroga, figura legal para
emprendimientos como éstos, invención artificial de legitimización de un trabajo
que obedecía a la espontaneidad– termina produciendo El Combate. “[El] Combate
es un cortometraje en blanco y negro y 16 mm en el que Quiroga Santa Cruz hizo
todo el trabajo de realización, fotografía y montaje. El tema central es una
pelea de gallos, vista a través de los ojos de un niño que lleva su gallo
blanco a un reñidero. El gallo blanco se enfrenta contra un gallo negro, y el
blanco pierde, muere. El niño entra al reñidero, levanta su gallo muerto y se
lo lleva afuera. Se sienta, e imagina otra pelea en la que el gallo blanco
vence al negro” (Gumucio Dagrón: 1982, 269).
El corto El Combate nace de una idea compartida entre Arnal
y Quiroga: la película es un documental que cuenta con la participación de
Alfonso Morales como protagonista, un niño que en su papel sintetiza la tensión
que se vive ante la lucha de los gallos, un niño que por esas casualidades de
la vida se encontraba en el Club Asil cuando los entusiastas aficionados se
disponían a filmar, un niño de quién no se sabe nada más.
Cuando vemos el nombre de Marcelo Quiroga Santa Cruz,
inscrito en una pantalla e introduciéndonos a un film realizado por él, nos
esperamos una especie de manifiesto político y tratamos de entender lo que
vemos bajo esos términos. Gallo negro / gallo blanco, se enfrentan; en la
primera batalla gana el negro y en la segunda - en la imaginación del niño -
sale victorioso el otro. Fácil sería hacer las respectivas oposiciones,
clásicas, culturalmente aceptables, dar al color blanco valores positivos y al
color negro valores negativos y relacionar esto, de alguna manera, con una
temática política coyuntural, sobre todo si hacemos una interpretación algo
exagerada del papel del niño en la historia.
El eje narrativo es mínimo y la obra de Quiroga se acerca
mucho al registro documental, o mejor dicho, a un hijo muy pocas veces
reconocido de éste: el contemporáneo videoarte. Sin embargo, en el mismo film
no hay guiños un poco más explícitos que nos lleven a este tipo de conclusiones
y por tanto, preferimos una interpretación un poco menos sistemática y mucho
más cercana a la descripción. Para esto, empecemos relatando cuál fue el germen
que impulsó a hacer la película.
Cuenta Arnal (que cooperó ampliamente en la realización del
film), que en esas épocas él y Marcelo Quiroga Santa Cruz frecuentaban el club
Asil, un reñidero de gallos en la zona de San Pedro. Ahí, peleaba un gallo
blanco invencible, el campeón de todo el lugar. Un día cuando caía la tarde,
cuando parecía que todo había acabado, llega un hombre que llevaba bajo su
brazo, envuelto en papel periódico, un gallo negro destartalado al cual quería
hacer pelear para ganarse algún dinero. Por su (mala) suerte, le toca contra el
campeón. El dueño del gallo blanco acepta el reto y de esa manera se acomoda el
espacio. Una extraña atmósfera se apodera del lugar y sucede lo impredecible:
el gallo negro gana en el primer round dejando fuera de competencia al
contrincante. Arnal recuerda al oponente poéticamente, como “un enviado de la
muerte”. En la segunda parte de El Combate, la segunda pelea en la imaginación
del ñiño, el gallo blanco logra ganar la contienda.
Es a partir de este acto fortuito –de este hecho que sale de
lo común en el club Asil– que Arnal y Quiroga filman El combate. La edición de
la filmación dio forma al acontecimiento, construyendo elementos ficcionales,
como la aparición del niño que ayuda a redondear la idea y, sobre todo,
otorgarle un sentido a tal acontecimiento: el sentido de “la muerte y la luz”.
Por supuesto, se podría argumentar que el tema escogido por
Arnal y Quiroga vuelve, de alguna forma, a proponer las oposiciones que
criticábamos anteriormente: el negro, representaría a la muerte y el blanco a
la luz, blanco/negro, positivo/negativo. Pero la polisemia de estos dos
colores, dan para un número infinito de interpretaciones, las cuales terminan
siendo excluyentes entre sí. Además, este tipo de análisis no nos llevaría a
nada.
Si hay un verdadero acto político en el film de Quiroga
Santa Cruz éste está justamente en el hecho de filmar el acontecimiento y
darle, de esta manera, una cierta sistematicidad, comprenderlo, cargarlo de
sentimiento y lanzarlo a un público. Lo político, entendido esto
etimológicamente como la “cosa pública”, tiene también que ver con las
representaciones cotidianas que hacemos en la vida, es decir, con la forma en
que miramos las cosas mínimas. Filmar el acontecimiento cotidiano significa
plasmar una subjetividad e interpretar el mundo de cierta forma.
Para Eiseistein, por ejemplo, la realidad no tiene ningún
interés fuera del sentido que se da de ella. Bazin, en cambio, plantea que la
realidad es rica porque es ambigua. Si bien las dos concepciones son
diametralmente opuestas, creemos que logran describir a la perfección una
película como El combate. Hay algo del registro documental “realista” que
gustaría a Bazin, haciendo ambigua la obra, reticente a una interpretación
completa: hay algo que se escapa. Sin embargo, al mismo tiempo, el hecho de
filmar un acontecimiento tan mínimo, de dar un nombre al gallo negro que
destrona al campeón, es otorgarle un sentido a una realidad.
Ambigüedad/sentido concreto, pueden estar juntos en el film
sólo a partir de un elemento: la subjetividad, tanto del espectador como del
realizador. Hacemos del registro documental una ficción, pero sin olvidar el
poder de las imágenes per se, el ritmo que imprimen los gallos en el momento de
agredirse, los rostros, el niño, el animal tirado, muerto.
Hay un rasgo personal de Arnal en la película: su abuelo
criaba gallos en Oruro y él en su adolescencia también lo hizo. También es
importante destacar que, contextualizando históricamente la situación, el año
1959 el pintor trabaja insistentemente en la representación de estas aves. Por
otra parte, Quiroga también construye una relación especial con la situación,
desde su individualidad. La pelea de gallos, casi como tópico, podrá ser leído
muchos años después en la novela Otra vez marzo, donde Quiroga le dedica
algunas páginas y plantea al enfrentamiento entre el uno y el otro donde la
asignación de un significado excede la intención primera del autor. Algo que
escapa al solo recuento histórico, o al relato de los logros, tristezas y
finalmente la trágica muerte de Marcelo, sobrevive en El combate: su
subjetividad, su mirada más allá de lo estrictamente político. El cine hace
presente una ausencia y también nos hace presentes las subjetividades ausentes
y es, a partir del aparato fílmico y desde El combate, que comprendemos lo
terrible de la frase “Marcelo Quiroga Santa Cruz ha desaparecido”.
BIBLIOGRAFÍA
Gumucio Dagrón, Alfonso. Historia del cine en Bolivia. Los
Amigos del Libro: La Paz-Bolivia, 1982.
Mesa, Carlos. La Aventura del Cine Boliviano. Editorial
Gisbert y Cia.: La Paz, 1985.
Querejazu Leytón, Pedro. Bolivia en el Siglo XX. Harvard
Club de Bolivia: La Paz, 1999.
Quiroga Santa Cruz, Marcelo. Los deshabitados. Plural
Editores: La Paz, 1995.
Quiroga Santa Cruz, Marcelo. Otra vez marzo. Los amigos del
Libro: Cochabamba, 1990.
Susz, Pedro. Filmo Videografía boliviana básica (1904-1990).
Cinemateca Boliviana: La Paz, 1991.
Susz, Pedro. Cronología del Cine Boliviano. Notas Críticas
Nº 61. Cinemateca Boliviana: La Paz, 1997.
Trigo de Quiroga Santa Cruz, María Cristina.
"Presentación". En: Quiroga Santa Cruz, Marcelo. Oleocracia o Patria.
Siglo XXI Editores: México D.F., 1982.
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