CARLOS "CALICA" FERRER, JOSE MARIA NOGUES Y OSCAR
VALDOVINOS EVOCAN Al AMIGO A 38 AÑOS DE SU MUERTE
Walter Curia y Ricardo Rios. -
wcuria@clarin.com; rrios@clarin.com / Este artículo fue extraído de:
http://www.elortiba.org
Cuidámelo mucho a Ernestito". A Carlos
"Calica" Ferrer todavía le resuena el pedido, casi un ruego de Celia
en la estación Retiro del Belgrano, cuando el tren arrancaba rumbo a Bolivia.
Era el reclamo propio de una madre que no se resignaba al destino nómade de su
hijo. Calica, el amigo, asintió casi de compromiso. Había una precaria hoja de
ruta, pero se respiraba en el aire que ese viaje sería más que una colección de
anécdotas y que iba a terminar en un punto no calculado por nadie. Era
comprensible: ni Celia, ni Calica, ni el entusiasta puñado de amigos que fue a
despedir a los viajeros, podía imaginar que esa travesía iba a convertir al
entonces flamante médico Ernesto Guevara de la Serna en el Comandante Che
Guevara.
Pasó mucho tiempo desde aquel 7 de julio de 1953. Pero el
recuerdo aparece con nitidez en un living de un departamento en el barrio de La
Boca, hoy escenario del reencuentro —después de más de 50 años— de tres de los
compañeros de aquel recorrido que tuvo para Guevara como estación terminal,
tres años más tarde, la inhóspita Sierra Maestra, en la isla de Cuba. Ninguno
llegó tan lejos.
Calica, el que subió en Retiro, quiso cumplir con el plan y
siguió viaje a Venezuela, separándose de su compinche de la infancia en
Guayaquil, Ecuador. Frustrado estudiante de medicina, hoy está retirado de la
actividad mercantil. Nunca se retirará de la evocación de su amigo.
José María Nogués, ex ministro de Economía de Tucumán y hoy
asesor en finanzas, formó parte de esta historia mientras duró la escala
boliviana. Asesor legal de sindicatos y ex hombre fuerte del Partido
Intransigente, Oscar Valdovinos compartió el destino de Ernesto hasta la hora
del adiós en Guatemala. Fue el último de ellos en verlo con vida.
"Cuando vi Diarios de Motocicleta llevada al cine, me
emocionó escuchar a Celia cuando le pide a Alberto Granados (el otro gran amigo
del joven Guevara) lo mismo que me pidió a mí", rememora Ferrer. Y agrega:
"Mirá qué nene me tocaba cuidar", riéndose de sí mismo. Ernesto y
Calica se conocían de una infancia común en Alta Gracia, Córdoba. Ya
adolescentes vivieron a pocas cuadras en el barrio porteño de Palermo.
Para los tres, que ya pasaron la barrera de los 70, el Che
Guevara es Ernesto. Para los tres, Ernesto era un joven inteligente, culto por
encima de la media, de humor cáustico. Para Valdovinos, más directo, cultivaba
un "humor jodido".
Pasajeros de segunda clase, en Tucumán subieron a su tren a
Nogués. Ya no quedaban rastros de las botellas de vino Toro y el pollo que
otros amigos les habían arrimado en Córdoba. Nogués, universitario como ellos,
era la llave para entrar a Bolivia: su padre daba cobijo a quienes como él eran
exiliados antiperonistas No era éste el caso, sin embargo.
La Argentina despidió a Guevara en La Quiaca con un ataque
de asma que estremeció a todo el grupo. No habían servido, estaba visto, los
improbables cigarrillos del "Doctor Andreu", que Ernesto fumaba
"por prescripción médica".
Bolivia garantizaba emociones fuertes: el gobierno
revolucionario de Víctor Paz Estenssoro pretendía cambiar el mundo. Había
disuelto el Ejército y se aprestaba a repartir la tierra entre los campesinos,
una mayoría indígena que resultaba un enigma para los aventureros, impotentes
para franquear el muro de silencio que les presentaban. Ninguno de ellos le
encuentra hoy sentido a la decisión del Che de regresar a ese mismo escenario,
donde encontraría la muerte una década más tarde.
"Lo de Bolivia se torna inexplicable", dice
Valdovinos, que cuando era el joven "Valdo" asegura haber hablado
mucho con Ernesto de sus experiencias con los indígenas. Valdovinos ya había
pasado por Bolivia en un "tour militante" que arrancó en la Facultad
de Derecho de La Plata y terminó en virtual exilio del régimen de Perón.
También se apunta Nogués: "Para mí fue un
suicidio". Nogués, el "chicato vendutto" para Ernesto, cuenta un
episodio que consigna cualquier biografía rigurosa sobre el Che.
"Espolvoreaban a los indios con DDT en los pasillos del ministerio de
Asuntos Campesinos para matarles los piojos". Esas cabezas blanqueadas de
veneno tornarían crítica la mirada del grupo sobre la revolución.
"Nosotros decíamos que era la revolución del DDT", recuerdan hoy.
Ernesto no era fácil de impresionar. Relata Nogués que un
día lo encontró haciendo una cola en espera de una cuchara y un plato con los
que un grupo de collas comía en la calle. Calica no compartía esos hábitos.
"Vos sos un pituco de mierda", le recriminaba Guevara. Empezaba a
abrirse una grieta entre ambos.
¿A donde iba Guevara? El plan original era reencontrarse en
Venezuela con Granado, que le garantizaba trabajo en un leprosario igual que
durante el viaje de la motocicleta. De ahí en adelante todo estaba abierto:
"Una noche en el cabaré Gallo de Oro, Ernesto me confesó que quería
trabajar allí dos años, hacerse de un toco de guita y luego viajar a París a
especializarse en alergia", recuerda Nogués. "Mi asma es
alérgica", me decía Ernesto.
En el living de La Boca se amontonan los recuerdos. Bolivia
los conectó con otro exiliado: Ricardo Rojo, un radical
"progresista", como lo definen hoy, que se había escapado de una
comisaría porteña. Rojo no pasa inadvertido en la vida del Che. Muchas veces se
cruzaron sus caminos. Pero es un personaje que despierta controversias entre
estos hombres. Hablan de una historia negra, de una posible pertenencia a los
dictados de la CIA y de un libro sobre el Che plagado de imprecisiones. Jon Lee
Anderson, autor de una biografía definitiva de Ernesto Guevara coincide en
subestimar el valor de "Mi amigo el Che", de la pluma de Rojo.
Ni las juergas con la alta sociedad paceña de la mano del
tío de Nogués ("Gobo", un bonvivant latinoamericano) ni las
experiencias en las minas de wolframio detuvieron a Ernesto, el
"jefe" de la expedición para Calica.
De los aires revolucionarios de Bolivia pasaron a la
dictadura de Odría en Perú, donde los de Alta Gracia conocerían la cárcel, unas
horas apenas. Los pocos libros sobre la experiencia boliviana que llevaba
Guevara no fueron la mejor carta de presentación y se los confiscaron.
Hay coincidencia en que Ernesto no era por entonces un
militante político. "Todos éramos gorilas. Y así como Ernesto era
antiperonista, también era anticomunista. Tenía sí una gran sensibilidad
social", dice Valdovinos, que conocería a Guevara en Guayaquil, en
setiembre de 1953.
Más, Chancho (como le gustaba a Guevara que lo llamaran) se
fastidiaba con el calor de las discusiones políticas entre Rojo y Valdovinos,
declarado entonces como trotskista. "Déjense de joder, siempre con lo
mismo", recuerdan sus rezongos en la pensión de mala muerte que compartían
en Ecuador.
Perú había pasado como una exhalación con escalas en Machu
Picchu y Cuzco. Las condiciones en Guayaquil eran miserables y ya no había
objetos que vender. Pero al menos tenían todo el tiempo del mundo para buscar
algún modo de supervivencia.
Valdovinos daba conferencias sobre tango y reforma agraria,
tema que le costó algún mal momento con la oligarquía de Cuenca. Ernesto
consiguió un conchabo en el puerto de Guayaquil, midiendo las entradas de los
buques bananeros. Junto a Valdovinos aparecieron otros dos viajeros también
universitarios de Derecho de La Plata: Eduardo "Gualo" García y
Andrews "Andro" Herrero, ya muertos.
El proyecto Venezuela se fue al diablo para Ernesto. Los
platenses y Ricardo Rojo lo persuadieron de no perderse la experiencia revolucionaria
de Jacobo Arbenz en Guatemala. Calica no cultivó resentimiento por el cambio de
planes de su amigo. "Sí me dio bronca cuando me envió un telegrama a
Quito: ''Llegó barco bananero. Nos vamos con Gualo''. Era el barco de la United
Fruit". Enemigos íntimos a bordo.
Valdovinos no sólo se les había adelantado: en la escala
Panamá, contrajo un matrimonio relámpago, con Luzmila, la hija de un empinado
diputado panameño. Sin autorización del padre de la novia, Valdovinos se fugó y
la pareja se reencontró en Guatemala.
Entre la llegada de Ernesto, el 31 de diciembre, y la caída
de Arbenz pasaron ocho meses, en los que Guevara contactó por primera vez a
exiliados cubanos que escaparon de la muerte en el fallido asalto al Cuartel de
la Moncada que lideró un joven abogado en Santiago de Cuba: Fidel Castro.
Habían pasado apenas cinco meses de ese episodio, que coincidió con el inicio
del viaje aventurero de Guevara mucho más al sur de la región.
La revolución guatemalteca necesitaba médicos. Y los
viajeros necesitaban comer, mucho más Ernesto, de un hambre voraz y que solía
aconsejar cuando los platos estaban llenos: "Hay que comer por las
dudas".
Valdovinos recuerda la expectativa con la que lo mandaron a
Ernesto para su primer día de empleo en el Ministerio de Salud, dominado
entonces por el comunismo local. "Lo vestimos y lo peinamos como a un
chico. Queríamos vivir todos de ese trabajo durante meses", dice.
La ilusión colectiva se derrumbó en días: Guevara se negó a
hacer una contribución de su bolsillo, "los sacó cagando" y se mandó
a mudar. Cambió el ministerio por la venta ambulante. Ofrecía con singular
éxito entre los indígenas locales unos cristos negros que encendían una
lamparita en su interior.
Valdovinos no se quedaría a ver el fin de Arbenz y la
transformación de Guevara. Volvería a Panamá, ya indultado por su suegro y
casado por Iglesia. Ernesto fue el testigo religioso de esa boda.
El gesto le valió que Valdovinos le regalara su traje . Lo
bautizó "Oscar", siguiendo la insólita costumbre de ponerle nombre a
sus trajes. Dos números más grande de lo que pedía su talla, Valdovinos
recuerda a Guevara metido en ese ambo agitado por el viento en la pista del
aeropuerto. El hombre que flameaba en ese traje gris tiza tenía por delante en
Guatemala sólo un mes más. Lo esperaba un exilio en México y un traje de
comandante de la revolución cubana.
LA REVOLUCION CUBANA, LAS MUJERES Y EL AMIGO
Cuando tres hombres de setenta se ponen a hacer memoria
Pero vos has comprado la historia de la CIA!". Calica
Ferrer se indigna frente a una insinuación de José Nogués sobre el destino
trágico de Camilo Cienfuegos, uno de los líderes de la revolución cubana muerto
en condiciones nunca claras, a poco de la caída de Batista.
La discusión se tensa entre los viejos compañeros de viaje
de Ernesto Guevara, quienes van a tener visiones diferentes sobre el rumbo del
régimen de Castro y hasta sobre los motivos que llevaron al Che a la muerte en
La Higuera, Bolivia, hace hoy 38 años.
Ferrer es el más apasionado, el hombre que alimenta al mito
del Che contra todo cuestionamiento y quien va a defender cada una de sus
decisiones. "El destino quiso que Ernesto muriera así para que hoy sea
quien es", dice Calica. Y acuña un comentario agudo: "La clase media
argentina admira a Guevara, pero al mismo tiempo el Che los incomoda". Se
confiesa "no comunista".
Nogués es un hombre de espíritu crítico y va a hablar sin
contemplaciones sobre la revolución. "Ya en 1964 Ernesto publica un
artículo en la revista económica de Oxford, en Londres, con críticas muy duras
a los errores económicos de Castro".
Valdovinos, que fue funcionario de Frondizi en los sesenta,
se declara un "entusiasta defensor" de la revolución cubana y elogia
los logros sociales. Pero cuestiona "la poca flexibilidad de Fidel para
instrumentar una política de adecuación" ante la caída de la Unión Soviética
y habla de "resquebrajamientos" en el entorno de Castro. Nogués
coincide con él: "A su edad, Castro no puede manejar las luchas internas.
El sistema es perverso: he estado con cubanos en Londres, respetabilísimos, que
han sido liquidados por el poder en La Habana".
Tres hombres de más de 70 años hablan de lo que fueron sus
vidas a los 20. Mencionan al primer peronismo como "una democracia
fuerte", una figura que va a ser festejada, hablan de las dictaduras de
derecha y de las experiencias "populistas" en los 50. Cambian ironías
sobre sus actuales estados.
—Nunca he podido escribir sobre Ernesto. Me niego —admite
Valdovinos.
—¿Por qué? —colabora Calica con los periodistas.
—Tendría que ser crítico de su pensamiento político.
Valdovinos fue el único de ellos que alcanzó a ver al Che
como personaje. Fue en la casa de Celia, la madre del comandante, el 18 de
agosto de 1961, cuando llegó de incógnito a la Argentina para entrevistarse con
el entonces presidente Frondizi en Olivos. Fue apenas un abrazo: Guevara debió
huir ese mismo día de una Argentina y un Gobierno sometidos por el partido
militar.
Aparece en la conversación la peruana Hilda Gadea, la
primera mujer de Ernesto, clave en su formación política. "Era fea como un
susto", asegura uno de ellos. Los tres justifican el casamiento de un tipo
exitoso con las mujeres en la contención que Gadea sabía darle durante sus
feroces ataques de asma. Pero en la pareja había un magnetismo intelectual
indiscutible.
Fin de cena y brindis. "Por los amigos. Y sobre todo,
por aquel que nos convocó". Ernesto.
Fuente: Clarín, 13/10/05
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