Por: Prof: Hugo Galarza Paz (†) / *Este artículo fue
publicado en el periódico El País de Tarija el 31 de julio de 2016.
La vida que tuvieron que llevar los primeros catequistas y
párrocos, llena de trabajos, peligros y sufrimientos, fue sumamente difícil, se
considera bajo el punto de vista apostólico, como de aquel económico y
psicológico.
Es cosa sabida: cualquier empresa material o religiosa,
civil o política en sus principios tropieza casi siempre con dificultades sin
número; Lo que en teoría parece cosa fácil y de pronta realización, cuando se
llega a quererlo poner en práctica ofrece mil inconvenientes y atrasos que pone
en serios apuros a las energías más grandes, a los hombres más valerosos y
fuertes, y en verdad, la lucha y privaciones que tuvieron que sostener los
curas Antonio de Almeida, Obregón, Andrés de Garnica, Lucas de Veira, Martín
flores, Juan de la Cava y muchos otros fueron extraordinarios, prueba de esto
fueron las órdenes impartidas por los Sres. Arzobispos, que ordenaban que los
curas que se encontraban en la villa de San Bernardo de Tarija debían servir en
la doctrina o parroquia de San Lorenzo, pues ya era difícil encontrar un
personal que espontáneamente se fuera a estos parajes.
Los reyes de España cómo los virreyes que vinieron a américa
para consolidar los dominios de la corona comprendieron que las armas, la
táctica militar, la valentía de los capitanes no era suficiente, ni a
propósito, para amansar a los indios, y comprendieron desde el primer momento
que no se podían usar los medios de destrucción como en otras partes, pues
eliminado el elemento humano del país era imposible poderlo sustituir y la
colonización se hubiera hecho absolutamente imposible. Los españoles no
sacrificaron a los indios porque sin ellos no hubieran podido disfrutar de las
concesiones de tierras que recibían de la casona: de allí, en toda américa,
consideraron indispensables y necesarios los misioneros, los ministros de Cristo,
para que grabasen en los corazones de los indígenas las doctrinas evangélicas,
las únicas que podían transformar aquellos bárbaros en elementos de
civilización y de progreso.
En nuestro caso, o sea en la región que llamaremos de San
Lorenzo era imposible que pudiesen sostenerse económicamente tres sacerdotes,
pues, siendo recientemente descubierta y conquistada, y confinando por demás
con tribus feroces y salvajes como eran los Chiriguanos que asaltaban,
asesinaban y robaban todo lo que caía en sus manos, teniendo a los pacíficos
tomatas en continuo cuidado sin permitirle que se dediquen a un trabajo seguro
y provechoso, resultaba muy difícil su situación. A resolverla, en parte,
pensaron los católicos reyes de España, ordenando que se pague a los párrocos
que se ocupaban en la evangelización y conversión de los indígenas un sueldo
anual, que el tesoro fiscal siguió pagándolo hasta que mandaron los emisarios
reales; más muchos españoles, buenos católicos, que conocían y sabían apreciar
los positivos y saludables beneficios que les proporcionaba la religión por la
labor civilizadora de los párrocos y catequistas. Fundaron varias capellanías
que con las rentas que producían aliviaban considerablemente la situación
económica de los sacerdotes que vivían en la parroquia.
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