Desde los inicios de la civilización, la mujer sufrió un
trato discriminatorio en todos los ámbitos de la vida pública y privada.
Definida como un ser que no poseía las capacidades suficientes para emitir su
opinión referente a asuntos públicos, ni mucho menos formar parte de la vida
política de los países. Es que existía la creencia de que las mujeres no eran
aptas para trabajos intelectuales, solo debían dedicarse a las labores del
hogar y por ello se les negaba incluso la oportunidad de acceder a una
educación.
Existen monumentos, calles, plazas, donde se dice poco o
nada de ellas, de su lucha por la libertad a la par de los hombres, del
sacrificio de acompañarles a la guerra y sufrir junto con ellos las atrocidades
de los combates, aguantando las inclemencias del tiempo, ingeniándoselas para
cargar con suministros, comida, ropa y sus hijos, o haciendo el papel de
espías.
En fin, fueron tantos los papeles que siempre cumplieron
dentro de la sociedad donde la supremacía del hombre opacó la capacidad de la
mujer demostrada en los momentos más trágicos de nuestra historia.
ACTUACIÓN DE LAS MUJERES
En Villazón, población fronteriza, fin de la línea férrea y
comienzo del transporte en camión o a pie, sobresale el nombre de una gran
dama, la señora Laura Rodríguez de Flores (descendiente del conde de Oploca don
Calixto Yáñez) que se había educado en Francia y durante la Primera Guerra
Mundial fue voluntaria de la Cruz Roja.
Ella se encargó de reunir a las mujeres de Villazón y
organizar la Cruz Roja, entrenándolas para los servicios de enfermería y
ayudando a las autoridades civiles y militares, también creó el Hospital de
Sangre en el local de la escuela “Cornelio Saavedra” para atender a los heridos
y enfermos que llegaban del frente.
El Hospital fundado para la guerra por “Doña Laurita”
(conocida así por los soldados) es el mismo que ahora existe y funciona en
Villazón. El Cuerpo de Enfermeras fue fundado en base a la Cruz Roja Boliviana
por las señoras Betsabé Montes de Montes, la Dra. Josefa Saavedra y las
señoritas Concepción Deheza, Hortencia Montes, Angélica Merino y Olga Montaño,
quienes instruyeron a las voluntarias en los hospitales del interior para los
heridos que llegaban allí tras ser evacuados.
Una vez organizado y uniformado, el primer grupo de
enfermeras, en su mayoría jovencitas menores de edad, ingresaron al Hospital de
Sangre en fortín Muñoz el 2 de agosto de 1932, para después ser destinadas a
los hospitales de sangre de Laguna Forcelios, Ballivián, Samaihuate, Puesto
Burro, Villamontes, Tarairí, Macharetí.
Muchas de estas enfermeras murieron cumpliendo su deber en
hospitales de primera línea, la mayoría ascendidas al grado de suboficial y
algunas a subtenientes, continuaron en el hospital de Villamontes cuando esta
zona era amenazada por el enemigo. Esas enfermeras fueron condecoradas con las
medallas: Al Mérito; la Constancia; la Cruz de Ginebra y la Cruz Roja del Perú.
Un ejemplo claro de este valor es, sin duda, doña Juana
Mendoza, esforzada mujer cochabambina declarada benemérita de la patria por su
sacrificio como enfermera durante la Guerra. Ella se presentó en Roboré para
luego ser enviada al Fortín Ravelo, donde junto a sus camaradas Pablita,
Estafanía y Margarita se daba modos para atender a los heridos en precarias
camas construidas con troncos, colchones de hojas y la total falta de
condiciones y sin medicamentos necesarios.
Ella recuerda que los soldados llegaban al precario puesto
de sanidad agonizando, “unos sin manos, otros sin pies, daba mucha pena verlos
en ese estado. Poco se podía hacer para aliviar su dolor, solo contábamos con
yodo y vendas para hacerlo”, dijó.
También vuelve a su mente como si fuese ayer la instrucción
que recibían enfermeras y médicos de atender solo a aquellos que pudiesen
sobrevivir por la falta de insumos y tiempo.
Mientras Juana Mendoza se seca las lágrimas recuerda que su
participación no se limitaba a los puestos de sanidad instalados dentro de los
fortines, en primera instancia “El Palmar” y luego “Pozo del Tigre”, donde la
atención de los heridos se la realizaba en el campo de batalla, bajo la lluvia
de balas enemigas, mientras en el fondo del ambiente se escuchaba el doloroso
sufrimiento de los soldados que caían heridos.
Es de esta manera que la historia debe contar que además de
los soldados que acudieron a esta nefasta guerra, las mujeres mostraron su
coraje al enrolarse como enfermeras. Aun sabiendo que en el campo de batalla
podían perder su vida, como muchas que la perdieron en el cumplimiento de su
deber, otras cayeron enfermas, víctimas del ardiente y malsano clima de la
región y no faltaron quienes fueron capturadas por las fuerzas paraguayas, pero
en toda su labor desplegada estaba presente el amor por la Patria.
Al igual que en la Guerra del Pacífico, la mujer boliviana
acudió a cumplir su sublime deber con los combatientes, llevándoles alivio y el
amor maternal que solo ellas podían dar, emulando la abnegación de la Virgen
María a su hijo en la Cruz, calmando su dolor al tenerlo en su regazo o
escribiendo las palabras “Hijo Mío” en una carta destinada al frente de
batalla.
Estas mujeres seguían las interminables columnas de
combatientes que se dirigían al Chaco, los que eran padres, hijos, hermanos y
esposos. Imitando a las mujeres que siguieron a Bartolina Sisa detrás de los
guerrilleros de la Independencia, siguiendo el ejército del general Hilarión
Daza, pasando los Andes para enfrentar al invasor chileno, organizando “Las
Enfermeras de la Guerra del Pacífico”, a la cabeza de Andrea Rioja o aliviaban
a los varones cargando algunas armas, munición y alimentos.
Ellas concurrieron a la Guerra del Chaco con igual
patriotismo y mejor organizadas. Desde la partida del regimiento Azurduy con
400 soldados para reforzar el Chaco, las mujeres se volcaron a las estaciones
de ferrocarril desde Viacha, Challapata, Uyuni, Atocha y Villazón llevando pan,
café y té para los soldados. Levantando la moral de los que partían como la de
los que volvían evacuados del frente por haber sido heridos. Esta actitud fue
permanente e ininterrumpida hasta la desmovilización de las tropas que ocurrió
tres años después de iniciada la guerra.
RELIGIOSAS PONTIFICIAS
Las religiosas de la Congregación de las Hermanas
Pontificias ahora conocidas como las Misioneras Cruzadas de la Iglesia,
realizaron un trabajo importante en la contienda de la Guerra del Chaco,
atendiendo a los heridos que llegaban con vida a territorio boliviano y
preparándoles de forma espiritual eucarística en las parroquias del campo.
La fundadora de la congregación, madre Nazaria Ignacia,
dispuso que las religiosas realicen funciones de enfermería; es así como una de
las hermanas llegó a perder la vida porque llegó a contagiarse de una
enfermedad que causó estragos en el campo de batalla.
Esta fue una de las razones para que la Madre Nazaria
Ignacia abriera un primer banco de sangre en el hospital de Potosí.
La otra cara de la moneda, luego de una etapa de guerra, con
la muerte de los soldados es la niñez que queda en orfandad.
Y por ello la Madre Nazaria determinó abrir el Asilo de los
Huérfanos de Guerra, además de atender los requerimientos básicos de las
víctimas, que en muchos casos se quedaron desprotegidas.
MADRINAS DEL CHACO
Era un compromiso ir a despedirlos a la estación, llevándoles
flores, fotos dedicadas, escapularios, medallitas, detentes bordados, coca,
dulces, cigarrillos y hasta un mechón de sus cabellos.
Es de imaginarse la emoción y el dolor de esas valientes
jóvenes quienes como Madrinas de Guerra demostraron su valor y entereza al
despedir a sus novios o enamorados a una muerte casi segura, pues nadie tenía
la certidumbre de que iba a regresar.
Estas madrinas también se encargaron de escribir noticias a
las madres, contándoles que habían visto a sus hijos, que estaban bien y mucho
más pero inclusive tuvieron la dolorosa misión de comunicarles que sus seres
queridos habían caído gloriosamente en acción.
Cientos, sino miles de mujeres ofician de madrinas,
compañeras de abandonados combatientes, quienes intentan sobrevivir solo para
leer una nueva carta. Muchos romances nacen al calor de la correspondencia. Es
un hecho: solo el amor puede espantar a la muerte.
De todos los oficios, quizá el más noble y sentido es el de
Madrina de Guerra, mujeres de todas las edades toman a su cargo el apoyo de los
soldados.
En esas circunstancias apareció la moda de nombrar “Madrinas
de Guerra”, la cual fue copiada también por los paraguayos, estos nombramientos
llegaron a ser una verdadera institución. Generalmente se nombraba “Madrina de
Guerra” a la novia o a la “chica”, así como a una dama distinguida de la
sociedad amiga de la familia.
Los soldados iban a visitar la casa de la “futura madrina”,
donde eran recibidos con mucho cariño y consideración, después de los saludos
de rigor.
La plática se centraba en conocer el regimiento al que
debían pertenecer, el nombramiento que no se podía rechazar, pues no era algo
honorario sino que constituía un deber cívico, y quién se iba a negar proteger
mediante los rezos y desvelos a un joven que iba a defender el suelo boliviano.
Una Madrina de Guerra se comprometía a escribirle, rezar por
él, velar por su madre, por sus hermanas, visitarlas, acompañarlas.
EL “DESTACAMENTO L”
Dentro de los movimientos y estrategias en el campo de
batalla los soldados tuvieron que retroceder el frente de combate desde los
fortines de Alihuatá, Gondra y Nanawa a las proximidades de Ballivián.
Este movimiento les permitió acortar la ruta de acceso a las
trincheras y así se facilitó el aprovisionamiento del ejército; claro que
también contribuyó el mayor número de camiones y mejor organización del
servicio de etapas. De esta manera el “rancho” y el “repete” pudo substanciarse
con algo de carne y papa y en alguna oportunidad con arroz, cebollas y alguna
otra legumbre.
Pero el Comando Superior consideró que había llegado el
momento de atender a otras necesidades del regimiento. Un tema que poco se
hablaba pero que a la larga era considerado una necesidad. Durante la primera
mitad de la campaña, las penurias físicas y la pobrísima alimentación
adormecieron el deseo sexual de la tropa, pero ahora el ambiente era diferente
y la tensión se hacía evidente.
Es así como un día de abril llegó a la población de Ballivián
un avión con 13 prostitutas, dirigidas por una celestina. Los primeros días las
damicelas fueron invitadas a la casa del Jefe del Primer Cuerpo, donde él y las
primeras autoridades se entregaron a una desenfrenada fiesta que duró varias
jornadas.
La conductora del grupo, a quien aparte de su volumen físico
era conocida como “La Trimotor”, por su capacidad para atender y despachar
soldados, de tres en tres, se convirtió en una de las figuras más populares de
la campaña.
Luego tocó el turno a los oficiales que se encontraban en
las trincheras. Ellos fueron a visitar a las damas de compañia en la casa que
había sido puesta a su disposición y finalmente Ester, Lolita y sus compañeras
entregaron sus favores a la tropa del fortín.
Cumplida su tarea en el Primer Cuerpo ellas fueron puestas
bajo las órdenes del coronel “L” y trasladadas a otros sectores.
El hecho de que la Sanidad Militar supiese que padecían de
enfermedades venéreas, no fue el freno para que el “Destacamento L” continuase
su gira.
Luego de cumplir su trabajo frente al campo de batalla el
“Destacamento L” terminó en una casa de prostitución en Villamontes.
Fuente: Redacción: Periódico Opinión, 15 de junio de 2014
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