Por: Luis Oporto Ordóñez - Historiador. Docente titular de la Carrera de
Historia (UMSA). Director de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea
Legislativa Plurinacional.
La tradición castrense de documentar sus fastos, facultó al presidente Hilarión
Daza a instruir la redacción de un Diario de campaña al joven abogado José
Vicente Ochoa, documento de valor trascedental para la historia de aquella
guerra injusta, provocada y planificada por Chile para apoderarse de las
riquezas del guano, salitre y cobre en el Litoral boliviano. Es imperioso que
su contenido sea conocido por los ciudadanos de Bolivia, Perú y Chile, pues
permitirá comprender mejor la naturaleza íntima de ese conflicto internacional,
motivado por la ambición de la oligarquía chilena que buscaba ensanchar sus
fronteras por medio de una guerra de ocupación y conquista. El Diario fue
escrito en condiciones álgidas, "a vuelapluma, muchas veces sobre el lomo
de bestia ó en medio del vivac de la campaña y quizá tras del fragor del combate".
El joven cronista llevó el Diario de Campaña "con fidelidad estricta y a
medida que se producían los acontencimientos", responsabilidad complicada
y compleja pues debía mantener criterio independiente y procurar la revelación
exacta de hechos y tratar de capturar "los caracteres de los diversos
actores sociales". El Diario debía ser "un retrato de la situación
moral y material del Ejército de Bolivia, durante la Guerra del Pacífico".
Su autor, combatiente singular en ese insano conflicto, usaba la pluma más no
el fusil o la bayoneta. Siguió al Capitán General y al Ejército que se desplegó
de La Paz a Tacna; hizo viajes intermitentes con el presidente Daza y la Legión
Boliviana a Arica, y luego enrumbó a Camarones, de cuya inexplicable retirada
fue testigo.
En gran medida alcanzó su objetivo, pero como no podía ser de otra manera, su
visión se extendió al Ejército del Perú y a la sociedad de Tacna y Arica.
Revela las claves de esa campaña, desarrollada en medio de la miseria humana
escondida detrás de los uniformes militares de gala de los Directores Supremos
de la Guerra, los presidentes del Perú Mariano Prado y Bolivia Hilarión Daza.
Felizmente para la historia y el honor de Bolivia, rescata el desempeño de
pundonorosos jefes militares; de los jóvenes ilustrados de la élite de La Paz,
Oruro, Potosí, Sucre, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, que conformaron la
Legión Boliviana y de la noble tropa de artesanos que formaba el grueso del
Ejército Nacional, que enfrentaron su destino con genuino heroismo, honra,
valentía y temeridad.
Es cierto que su crónica adolece de un gran vacío, pues en ella no figuran los
soldados indígenas ni las valerosas rabonas, combatientes extraoficiales de la
guerra del Pacífico. No es de extrañar, pues ese ejército novecentista reflejaba
la condición de casta de aquella cultura señorial, patriarcal, racista y
elitista. Para ella, los indígenas y las mujeres no existían. Tacna bordeaba
los diez mil habitantes y con el Ejército boliviano aumentó una suma igual
"y quizá mayor", dice el cronista, refiriéndose implícitamente a las
Rabonas, mujeres del pueblo que seguían a las tropas del Ejército.
"Mestiza, baja de estatura, de formas turgentes, facciones incorrectas,
tez cobriza, cabellera de ébano, cortada al nivel de la nuca, y de tal modo
desgreñada que suele cubrir su rostro pálido, ajado, como el velo de la
viudedad, de la inocencia. Allá van cabalgadas en acémilas y asnos, llevando
pendientes, tanto por detrás y por delante, como por uno y otro costados,
útiles de cocina, comestibles, arreos harapientos de viaje, un niño de pechos a
la espalda, un kepi en la cabeza, un fusil en la maleta, una fornitura en la
montura o una bayoneta en la mano".(1)
Estrategia expansiva chilena: invasión y asalto del Litoral boliviano
Chile heredó una miserable franja aprisionada por la Cordillera de los Andes al
este y el océano Pacífico al oeste. La propiedad de Litoral boliviano nunca fue
puesta en cuestión por Chile hasta el descubrimiento de importantes depósitos
de guano y salitre en el desierto boliviano, por los hermanos Latrille, con
permiso del gobierno de Bolivia. Desde ese hecho, Chile desarrolló una política
de fronteras vivas:
La oligarquía chilena aprendió las lecciones que le dejó la amarga humillación
que le infirió la Confederación Peruano-Boliviana, en la que sufrió notable
derrota en Paucarpata, aunque en mala hora el magnánimo Mariscal Andrés de
Santa Cruz, les perdonó la vida y permitió que la flota enemiga zarpara íntegra
rumbo a Chile. Error que le costaría caro al Mariscal, pues la Armada chilena
regresó triunfante y fortalecida, obligándole a suscribir el Tratado de Yungay
en 1839, dando fin a la Confederación y forzando el exilio del gran estadista
de origen aymara. Error histórico para Bolivia y el Perú, pues desde entonces Chile
se preparó para la guerra de expansión, adquiriendo pertrechos, dotándose de
una escuadra naval, formando un ejército de línea, lo más profesional posible,
sin mucho recluta. Planificaron el asalto, metódicamente, con afán enfermizo,
para asaltar territorio ajeno.
Por ley del 31 de diciembre de 1842, declaró de su propiedad "las guaneras
que existen en las costas de Coquimbo, en el litoral del desierto de Atacama y
en las islas y lotes adyacentes". En 1846 invadió Punta Angamos. En 1853,
fuerzas militares ocuparon Chancaya, al norte de Mejillones. En noviembre de
1857, volvió a ocupar Mejillones. En 1863, cínicamente propuso a Bolivia ceder
su litoral y sus puertos, a cambio del apoyo de Chile para la ocupación por
Bolivia del litoral peruano hasta Sama.
El Tratado del 6 de agosto de 1866 cedió a Chile, como límite, el paralelo 24,
más la mitad de los productos de guano de Mejillones y de otros que se
descubrieran entre los paralelos 24 y 23, la mitad de los derechos de
exportación sobre minerales y la libre importación de productos chilenos por
Mejillones. Interpretando erróneamente su alcance, otorgó permiso a Melbourne
Clark y Cía, para explotar el litoral boliviano, provocando la reacción de
Bolivia que rechaza el Tratado de 1866.
Buscando impedir el asalto: un Tratado de Alianza Defensiva
La tradición marítima y el poderío naval del Perú detuvo momentáneamente los
aprestos bélicos de la invasión, pero paradójicamente esa supremacía motivó que
Chile se armara. En 1871, Chile encargó en Inglaterra la construcción de dos
poderosos buques blindados para imponer su supremacía naval: el "Blanco
Encalada" y el "Cochrane". Alarmado, el gobierno del Perú receló
del armamentismo chileno, afirmando que "Chile se ha contraído a preparar
sus elementos de guerra y fuerza naval, pues no tenía motivo ninguno especial
que le aconsejara precaverse de enemigos exteriores. No es pues, arriesgado
suponer que tales preparativos hayan tenido una mira hostil y agresiva, cuando
no se explican por la necesidad de la defensa".(2)
Ante esa coyuntura, el gobierno de Bolivia promulgó la ley de 8 de noviembre de
1872 que autorizó al ejecutivo para solicitar el apoyo del gobierno del Perú.
El esclarecedor análisis del Ministro de Relaciones Exteriores del Perú,
establece que: "permitir que la agresión se realizara y que Chile se
apoderara de ese territorio de Bolivia, hubiese sido una política suicida.
Bolivia abandonada por el Perú, se habría arrojado, sin escrúpulos, en brazos
de Chile; y habría tratado de recuperar en el norte, a expensas del Perú, el
litoral del cual Chile la despojaba. El dilema era inevitable: o el Perú
permitía la conquista chilena, y entonces en un futuro próximo, encontraría
aliadas contra él a Chile y Bolivia; o intervenía en defensa de esta última, para
obtener un arreglo equitativo que le asegurara su litoral, y entonces corría el
riesgo de verse envuelto en un conflicto con Chile".(3)
Ante lo inevitable, Bolivia y Perú suscribieron un Tratado Secreto de Alianza
Defensiva, para impedir cualquier agresión desde Chile, "deseosos de
estrechar de una manera solemne los vínculos que las unen, aumentado así su
fuerza y garantizándose recíprocamente ciertos derechos". Existía un
interés genuino del Perú para suscribir el Tratado de Alianza Defensiva, muy
diferente a lo que la historiografía tradicional ha señalado, es decir que
Bolivia habría forzado al Perú a suscribirlo.
Chile tenía dos alternativas: avanzar sobre el territorio de la Patagonia, o
invadir el norte, hasta el desierto de Tarapacá. Sólo con una guerra
internacional podrían cumplir con ese propósito, por lo que planificaron
cuidadosamente todos los detalles, antes de dar el golpe artero. Ante el
imponente ejército argentino, decidieron marchar al norte. Tan anhelada
oportunidad llegó cuando Bolivia usó su legítimo derecho de gravar una ínfima
gabela a la industria extractiva instalada en el territorio de su Litoral, como
afirma el joven Ochoa: "Sólo la perfidia de Chile, acosado por la fiebre
de su bancarota, podía provocar esta guerra por la codicia de unos escudos, a
fin de aliviar su caja pública y de extender su negra mano sobre territorios
riquísimos de Bolivia y el Perú ambicionados há mucho por el chileno".
Fue el pretexto que esperaba la oligarquía chilena para desencadenar los
acontecimientos, ordenando invadir a la indefensa Antofagasta el 14 de febrero
de 1879.
¿Provocó Bolivia la guerra? ¿Bolivia, honró sus obligaciones?
Al término de la guerra, el historiador peruano Tomás Caivano visitó Bolivia,
como requisito previo para la publicación de su libro. Redactada con discurso
victimizador la obra caló hondo en el imaginario y marcó impronta en la
historiografía de esa época, juzgando con dureza a Bolivia: "Bolivia fue
la causa principal o, por lo menos, el pretexto de la guerra del Pacífico; pero
su acción poco o nada se dejó sentir en los campos de batalla, no obstante las
solemnes promesas que hizo cuando, al principiar el conflicto, vio invadido por
sorpresa su territorio de Atacama, y pidió, a título de aliada, el socorro y la
protección del Perú".(4)
En la víspera de la salida de La Paz, el Diario registró el entusiasmo ardiente
de la gente: "Lloran los que se quedan, no los que van", afirmó a
tiempo de parafrasear a Lamenais: Benditas sean tus armas! y Castelar: Santo
glorioso es sacrificarse por la Libertad y la Patria. Vivir la vida de los
héroes y morir la muerte de los mártires ".
El Ejército nacional, formado para intervenir en la Guerra, salió de La Paz a
enfrentar su destino. Ese Ejército marchó durante 13 días, cubriendo un
itinerario que se mantuvo en secreto, pues los "espías de Chile en La Paz
informan que el ejército salía por Puno, pero se llevaron un chasco, al tratar
de cortar el paso". El historiador peruano, ignoró la verdad de estos
hechos, pues Bolivia envió su Ejército de línea, al que se sumaron artesanos
voluntarios, los repatriados del Litoral y reclutas de la élite nacional, como
el Murillo de La Paz, los Libres del Sud de Sucre y Potosí, Vengadores de
Colquechaca, Vanguardia de Cochabamba, Velasco de Santa Cruz, que formaron la
Legión Boliviana, bajo el mando exclusivo del Presidente Daza. Ese Ejército de
10.000 hombres, sin embargo, quedó estacionado en Tacna.
¿Por qué razón, el Ejército de Bolivia se mantuvo inactivo en Tacna?
El Diario revela que ese Ejército no se movió de Tacna por una estrategia
definida por el Director Supremo de Guerra, Mariano Prado, y el alto Mando del
Ejército peruano: "La permanencia en Tacna, que parece indefinida dice el cronista no hace más que aniquilar
nuestras tropas [..] La vida es carísima en esta ciudad; se ha triplicado el
valor de todo y para todo. Tacna decaía en su comercio y ahora parece
aprovecharse de nuestra estadía... Entre tanto cada día llega más gente
boliviana y se anuncia la llegada de mayores tropas, que han de consumir los
fondos de la guerra". Intiuitivamente la población de Tacna elucubraba en
torno a la presencia de la tropa boliviana. El inteligente cronista, en su
Diario del 8 de mayo, recoge ".. las hablillas que corren, como aquella de
que lo único que afanaba al Perú para que el ejército boliviano venga a Tacna,
era el peligro que esta ciudad y Arica corrían sin estar guarnecidos por el
valor boliviano".
El talante del Alto Mando boliviano era distinto. El 8 de junio, el Gral. Daza
escribe al Gral Mariano Ignacio Prado: "Ojalá [...] inicien pronto una
campaña más resuelta y decisiva que la actual, en la que parece que la inacción
nos mata". El 9 de julio, reitera "la necesidad de emprender de una
vez la ofensiva sobre el enemigo con el resto del ejército boliviano". La
respuesta de Prado y Montero hizo constar, desembozadamente, que
"desocupando el ejército boliviano a Tacna y Arica, este Departamento
quedaría expuesto a ser ocupado por el enemigo que se apoderaría de la llave de
comunicación entre el Sud y el Norte del Perú y de éste con Bolivia". Sin
embargo, la "lamentable y pasiva residencia en Tacna" provoca la
disminución notable de la Legión Boliviana, "por las muchas licencias que
se solicitan.
Es evidente que los generales peruanos hicieron lo imposible para mantener a
Daza en Tacna: El Director Supremo Prado le invita a conferencias secretas en
Arica; Montero organiza cacerías en la Isla de Alacranes, "en la barca a
vapor "Sorata". (5) Se le ofrece ágapes y obsequios diversos. El 5 de
mayo, el Gral. "Montero obsequió a Daza un rifle precioso, sistema
Winchester, diciendo que él deseaba que con esa arma derribara muchas cabezas
enemigas y coronara la obra de la victoria que el ejército unido ha de realizar
bajo sus órdenes". El 20 de mayo, "el Gral. Prado invitó a tomar dos
copas: una por el valiente ejército de Bolivia y otra por todo el pueblo, por
la nación, por la familia boliviana que le era tan simpática y tan querida, por
ver en ella a la hermana nata de la República del Perú". El 20 de
septiembre, la Sra. Rosa Elías, esposa del Gral. Montero, le obsequió una pluma
de oro "destinado al ilustre patricio [que] servirá para firmar los
Tratados de Paz con el enemigo común, después de haber castigado sus actos de
perfidia, y de hacer triunfar los fueros de la justicia y del
derecho....". El Gral. Luis La Puerta, primer Vicepresidente del Perú, le
entregó el 3 de octubre una "magnífica montura con sus accesorios de
obsequio".
Notas
1. Joaquín Lemoine: "La Rabona", en Diamantes sudamericanos. París,
Louis Michaud, [1908]: 29.
2. José Pardo y Barreda: Historia del Tratado "secreto" de Alianza
defensiva entre el Perú u Bolivia. Lima, Editorial Milla Batres, 1979: 23.
3. Ibid,pp.22.
4. Tomás Caivano: Historia de la guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia.
Callao, Lima, Museo Naval, 1977. Serie: Biblioteca del Oficial, Vol. 3. T. II,
p. 5.
5. El Diario revela que "esta embarcación, vino desarmada del Titicaca y
se ha echado a bogar en Mollendo, en las aguas del gran Océano"
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