Este artículo apareció en la edición impresa de El País de España el Domingo, 8
de julio de 1984
Foto: Hernán Siles Zuazo.
El embajador norteamericano en La Paz, Edwin Corr, jugó un papel decisivo en el
frustrado intento de golpe de Estado que tuvo lugar el pasado 30 de junio en
Bolivia. Los secuestradores del presidente constitucional, Hernán Siles Zuazo,
se quedaron solos cuando ninguna unidad militar de la capital se sumó al
levantamiento, posiblemente por la advertencia de Corr de que EE UU no
apoyaba el golpe. Siles Zuazo salió fortalecido de esta rocambolesca intentona,
pero los peligros para el régimen democrático boliviano, que aún no ha cumplido
dos años de vida, siguen existiendo y los rumores de golpe de Estado son algo
cotidiano en en el país andino.
No se sabe a quién hicieron más caso los comandantes de las un¡dados militares
bolivianas, si el jefe del Ejército, general Simón Sejas, que les ordenó el
estricto acatamiento de la Constitución, o al embajador de Estados Unidos,
Edwin Corr, que les advirtió que Washington no respaldaría ningún golpe de Estado,
pero lo cierto es que cuando en el frío amanecer del 30 de junio paceño se supo
la noticia del secuestro del presidente de la República, Hernán Silos Zuazo,
las calles permanecían vacías, sin tanques. El golpe había fracasado.Pocos días
antes, el cabecilla de la conspiración, el coronel Rolando Saravia Ortuño,
había invitado a una parrillada en su casa a varios militares y civiles, entre
ellos, algún funcionario de la Embajda norteamericana, a los que anuncié sus
intenciones. Saravia les aseguró que había conseguido el visto bueno
directamente de Washington, lo que parecen desmentir los hechos posteriores.
Los servicios secretos del Ejército boliviano y de algún país extranjero venían
siguiendo desde hacia algún tiempo los pasos de Saravia, que ya años antes
había planeado el secuestro de Hugo Bánzer, y finalmente decidieron sacarlo de
La Paz, donde ocupaba el cargo de director de provisiones del Ministerio de
Defensa, para enviarlo a mandar un regimiento en la ciudad de Cobija, a 680
kilómetros de la capital, en el borde de la Amazonía. Esta decisión aceleró
probablemente los planes del coronel.
Los conspiradores aprovecharon el malestar surgido 15 días antes del fallido
golpe en la Escuela Militar de Cochabamba para crear el clima de inquietud que
necesitaban para sus planes. Según se ha sabido por las declaraciones de los
detenidos, algunos de los participantes en el compló, militares y civiles,
entraron en contacto con los insubordinados en Cochabamba y les prometieron
respaldo parasu reivindicación de cese del general Sejas.
Un general 'comunista'
Para cualquiera que conozca mínimamente el ambiente militar boliviano de hace
dos meses resulta obvio pensar que la dimisión de Sejas, al que los altos jefes
militares consideran un comunista, sería una exigencia a la que rápidamente se
sumarían la mayoría de los comandantes de las unidades. El deterioro del clima
militar parecía, por tanto, conseguido de esta manera.
Las rencillas entre los partidos integrantes de la coalición gubernamental
(Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierdas y Movimiento de Izquierda
Revolucionaria), la grave crisis económica y el enfrentamiento entre el poder
ejecutivo y la Central Obrera Boliviana (COB) se habían encargado ya de crear
la imagen de desgobierno necesaria para la incubación de un golpe de Estado.
Sólo faltaba, por tanto, la chispa que encendiese la mecha y los hechos se
precipitarían de forma sencilla, casi espontánea. Éste era, al menos, el
pensamiento de los conspiradores. El viaje del vicepresidente Paz Zamora al
extranjero y el hecho de que Saravia debería abandonar pronto La Paz para
hacerse cargo de un nuevo destino hizo que los golpistas efigíeran el día 30
para ejecutar, quiza antes de lo previsto, lo que en teoría era un suceso
desestabilizador, que pocos países podrían resistir y menos aún Bolivia: el
secuestro del presidente Silos, de 70 años de edad.
El principal colaborador de Saravia para esta misión, el hombre que
probablemente tuvo contactos con los secuestradores y que montó la operación, fue
el jefe de la Casa Militar del vicepresidente, el mayor Luis Ardaya, que
debería haber viajado con Paz Zamora a Argentina y España, pero que finalmente
no lo hizo, alegando un falso accidente de su hermano.
El tercer eslabón en la cadena golpista fue el teniente Celso Campos Pinto,
responsable de la seguridad de la residencia del presidente, quien se encargó
materialmente del secuestro.
La dirección civil del golpe correspondía al ex ministro Marcelo Galindo,
dirigente de Acción Democrática Nacionalista (ADN), prolongación ideológica de
la dictadura militar del general Hugo Bánzer Suárez, fundador y jefe nacional
del partido. Galindo tenía ya preparado un Gobierno, integrado por ocho
ministros, y que presidiría el coronel Saravia. Según revelaciones de la
Prensa, el dirigente de ADN tenía también en mente la declaración de la segunda
república y contaba, al parecer, con Guillermo Bedregal, del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR), para conseguir apoyo intemacional para el
nuevo régimen.
Pocos minutos después de las cinco de la mañana del sábado día 30, el teniente
Campos, acompañado de cuatro soldados de la Policía Militar, se pre sentó en la
casa del presidente, explicó que iba a reforzar la guardia ante una amenaza de
atentado y encontró expedito el paso, no se sabe si por inocencia de los
guardias que custodiaban el local o por implicación de éstos en el compló. El
subteniente González, que mandaba la unidad que vigilaba la residencia
presidencial en aquel momento, se encuentra detenido.
Silos Zuazo fue conducido a una casa vacía en el barrio residencial paceño de
Miraflores, donde se encargaron de su custodia seis civiles, que habían sido
contratados por los hermanos Ceballos por una buena cantidad de dinero y
exclusivamente para la misión de vigilar al secuestrado.
Desde ese momento los sucesos se precipitan en contra de la conspiración. Dos
suboficiales y un sargento del Batallón Blindado número 1 Tarapacá, de La Paz,
que tenían la misión de detener al comandante de la unidad, coronel Sergio
Osinaga, y ocupar con sus tanques la capital, fallaron a última hora por
razones desconocidas; aunque, quizá, entraron en contacto con otras unidades y
descubrieron que estaban participando en una acción aislada. Existía también
una conexión, que no ha sido comprobada, con el Regimiento Ingavi, otra de las
unidades claves de La Paz. Los suboficiales y el sargento del Tarapacá están
detenidos.
En un plazo máximo de dos horas, los golpistas descubren que han fallado sus
aliados en La Paz, que el comandante de la importante Octava División, con sede
en Santa Cruz, el general Gary Prado, un institucionalista, se niega a
respaldar el golpe, que, en Cochabamba, fracasa una tímida acción emprendida
por el hermano del teniente Campos, el subteniente Eduardo Campos, que hoy se
encuentra en paradero desconocido.
En ese plazo de dos horas el embajador de Estados Unidos había telefoneado ya a
los más altos jefes militares y comandantes de unidades para comunicarles que
cualquier sospecha de que su Gobierno podría respaldar esa acción era una
ilusión. El general Sejas, que se jugaba en esta operación su puesto, y quizá
su vida, dio órdenes a sus subordinados de quedarse en los cuarteles.
Poco después de las siete de la mañana algunos partidos políticos habían
quemado ya sus archivos, numerosos militantes de izquierda habían abandonado su
casa y se disponían a pedir asilo en alguna embajada, como hicieron en la
representación española la hija y una nieta del presidente. A esa misma hora,
sin embargo, los círculos informados daban ya por fracasado el golpe e
iniciaban la estrategia de la negociación con los participantes en el intento.
Archivos quemados
Una primera operación combinada de la policía y el Ejército en las proximidades
del barrio de Miraflores fracasó. Como fruto de una negociación secreta, el
temente Campos Pinto, que alrededor de las nueve se había refugiado ya en la
Embajada de Venezuela, reveló al Gobierno el lugar en el que estaba escondido
el presidente.
Poco antes de las tres delatarde, unidades militares mandadas por el general
Sejas rodearon la casa donde se encontraba Siles. Entró en ella el ministro de
Finanzas, óscar Boñifaz, con intención de negociar con los secuestradores. Todo
fue muy fácil. Los seis civiles que vigilaban al presidente querían únicamente
que se les garantizase la posibilidad de refugio en una embajada; primeiro
propusieron la de Uruguay y, finalmente, la de Argentina, a donde los acompañó
personalmente el propio Siles Zuazo.
Para entonces, el coronel Saravia había ya desaparecido y el teniente Campos y
los cuatro hombres que le ayudaron a realizar el secuestro estaban en la
Embajada de Venezuela, donde se encuentran todavía, a pesar de que el Gobierno
de Caracas les negó asilo.
Siles volvió al palacio presidencial a las 15.15 horas, cansado, pero seguro,
como viejo zorro de la política que es, de que lo ocurrido esa madrugada se
volvería a su favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario