Por: Luis S. Crespo / Este artículo fue publicado en el periódico El Diario el
28 de Febrero de 2017.
En la aldea de Pomabamba, hoy Villa Azurduy, los realistas tomaron preso y
sentenciaron a sufrir la pena de muerte, al guerrillero patriota Manuel
Ascencio Padilla, y en momentos en que iba a ser ejecutado, apareció su esposa,
doña Juana Azurduy, y con valor extra-ordinario, arremetió contra los realista
y lo libró de la muerte.
¿QUIEN FUE MANUEL ASCENCIO PADILLA?
Uno de los guerrilleros mas notables de la guerra de la independencia, que
salieron de lo vulgar y que figuraron resplandecientes en el cielo de la
gloria, fue sin duda alguna, el esforzado patrio-ta don Manuel Ascencio
Padilla.
Nació este egregio varón en la hacienda Chiripina, de la provincia Chayanta, el
28 de septiembre de l774. Su infancia la pasó al lado de sus padres, que fueron
Melchor Padilla y Eugenia Gallardo.
En los viajes frecuentes que hizo a Chuquisaca el joven Padilla entabló amistad
con Moreno, Monteagudo, Lemoine, Arenales y otros patriotas, quienes lo
iniciaron en las nuevas ideas libertarias despertando en su alma el fue-go del
patriotismo.
Con Castelli estuvo en Guaqui, con Belgrano en Tucumán, Salta, Vilcapujio y
Ayohuma. Su vida no fue sino un continuo combate por la noble causa de la
libertad.
En Chuquisaca casó con una encantadora jovencita, Juana Azurduy, la que tomó
gran afición a la vida guerrera, siendo la inseparable compañera del esposo en
los campos de batalla.
Padilla en nuestra historia es una figura muy semejante a la de aquel Viriato,
que hacia temblar las legiones romanas luchando por la patria. En España
hubiera competido con Mina y en México con Morelos.
PADILLA CAE PRISIONERO DE LOS ESPAÑOLES
En febrero de 1816, acompañado de don José Ignacio Zárate, otro de los
guerrilleros notables de la independencia, se propuso librar al vecindario de
Tapala de los abusos que cometía el corregidor Carvallo en nombre del
Subdele-gado Manuel Sánchez de Velasco.
Al efecto, se dirigió al aposento donde dormía Sánchez de Velasco, tomó preso a
este y se apoderó de todas las armas que tenia en su poder. Armó con ellas a
sus partidarios, y de Tapala pasó a Pomabamba, donde también se apoderó del
alcalde Loai-za y de todos los elementos de guerra que este guardaba para
combatir a los patriotas. Como la jornada de Tapala hasta Poma-bamba había sido
larga y fatigosa, Padilla, Zárate y los que los acompañaban se entre-garon al
descanso sin tomar las precauciones necesarias para su seguridad, ni pensar en
sus enemigos a los que creían anonadados. Más el corregidor Carvallo, que sin
ser sentido por los patriotas los había seguido desde Tapala, con 25 hombres,
cayó sobre ellos y los sorprendió dormidos, sin darles tiem-po para defenderse.
No obstante Padilla y Zárate, repuestos de la sorpresa, intentaron la lucha,
que re-sultó infructuosa, por ha-ber sido abandonados por sus soldados.
“Padilla fue echado en tierra con mucha dificultad, porque para ello fue
pre-ciso manearlo; luego que lo aseguraron perfecta-mente, lo vejaron y
ultraja-ron de modo cruel, des-pués de apalearlo bofe- bofetearlo a su sabor”.
Otro tanto hicieron con Zárate.
UN MUERTO QUE RESUCITA
Un consejo de guerra, formado por Sánchez de Velasco, Carvallo, Loaiza y Carré
sentenció a Padilla a sufrir la pena de muerte. Colocado el reo en el
patí-bulo, Sánchez de Velasco pidió que se aplazase la ejecución hasta que
viniese un sacerdote a prestarle los auxilios de la religión. Carvallo y los
otros, contrariados por la indicación, y sin oír los razonamientos del
subdelegado, hicieron fuego sobre Padi-lla, pero con tan mala puntería, por el
estado de beodéz en que se encontraban, que no tocó al reo ni una bala.
Loaiza, como queriendo dar al ajusticiado el tiro de gracia, le asestó en el
ojo un tre-mendo puñetazo, dejándolo por muerto. “El bravo Zárate, contemplaba
esta escena ten-dido en tierra, sus enemigos le remachaban los grillos. Ya en
su corazón había elevado un plegaria por el eterno descanso de su compañero de
armas…”
Padilla que había extendido sus brazos, haciéndose el muerto, notó que en la
pretina del pantalón llevaba la daga arrebatada a Loaiza. Al tocar su
empuñadura, su corazón se dilató, brillaron sus ojos, desenvainó la daga, cortó
las ligaduras que lo sujetaban al patíbulo y brincando como un tigre
enfure-cido, hirió con cinco puñaladas a Loaiza. Aterrado este, y creyendo que
el muerto ha-bía resucitado, salió de la casa, dando alaridos de espanto y no
pa-ró hasta refugiarse en el templo.
PADILLA ARREMETE A SUS ENEMIGOS; PERO OTRA VEZ CAE PRISIONERO
Padilla se armó del mayor coraje, no obstante las heri-das que le mortificaban,
empezó a repartir puñala-das a derecha e izquierda, logrando dominar y vencer a
sus enemigos, quienes como se sabe, estaban em-briagados. Aprovechando la
confusión, Zárate consi-guió deshacerse de sus ligaduras y emprendió la fuga.
Los realistas, avergonza-dos de haber sido vencidos por un solo hombre
volvie-ron a atacarlo, aullando como aúllan los lobos enfu-recidos. Eran 28
contra el sólo y hubo de su-cumbir al número. Para dominarlo, lo enlaza-
ron como se enlaza un toro furioso; le ama-rraron los pies y las manos, con
ligaduras de cuero fresco, poniéndole un cepo en el cuello.
Asegurado de este modo, volvió a funcio-nar el consejo de guerra, que lo volvió
a sentenciar a muerte por unanimidad de vo-tos. Más había divergencia de opiniones
sobre el modo de ejecutar la sentencia: unos opinaban por la horca y otros
opinaban por-que fuese fusilado. Al fin acordaron aplazar la ejecución para el
día siguiente, por estar ya avanzada la noche, y además, añadían que el
escarmiento debía ser ejemplar y a vista de todo el pueblo.
Doña Juana Azurduy salva la vida de su Esposo
Dña. Juana Azurduy, que había seguido los pasos del esposo, sin que nadie se
diera cuenta, vio que esta vez, la vida del gue-rrillero patriota, estaba
verdaderamente en peligro. Entonces puso en juego un recurso supremo, que creyó
que le iba a resultar, como en efecto le resultó eficaz para salvar aquella
vida tan cara.
Acompañada de Huallparimachi, y de dos sirvientes, todos armados de fusiles, se
ocultó en los espesos tolares que cubren los alrededores de Pomabamba, y desde
allí empezaron a hacer fuego, gritando: “¡Ade-lante Zárate, adelante Zárate!”,
como ha-ciendo creer que este caudillo atacaba el pueblo.
Los españoles que sólo en este momento notaron la fuga de Zarate, salieron al
extre-mo del pueblo donde recibie-ron una lluvia de balas, que venían del medio
del bosque. Creyendo que este caudillo los atacaba con fuerzas numero-sas,
retrocedieron todos, y co-rriendo al lugar donde tenían amarrado a Padilla,
cortaron sus ligaduras y lo pusieron en libertad, rogando de rodillas, les
perdone los muchos ultra-jes que le habían inferido y evite el degüello por la
pobla-ción.
Padilla, noble y generoso como siempre, les ofreció per-donarlos y salió del
pueblo, a reunirse con los suyos. Se en-contró con su mujer, quien le explicó
la estratagema de que se había valido para salvarlo.
Al día siguiente se incorporo a ellos Zárate con una gruesa partida de
patriotas con quie-nes se proponía castigar severamente a los realistas. Estos
se habían encerrado en la casa cural izando bandera blanca en la puerta.
Intimados a rendirse, los relalistas lo hicieron en el acto, entregando por
las ventanas todos sus pertrechos de guerra. Luego salie-ron de la casa con la
imagen de la Virgen del Rosario, clamando misericordia y pidiendo se les
perdonase la vida.
Los patriotas no abusaron de su situación y sólo se limitaron a apresar a
Carballo y Carré, que eran los más peligrosos.
Aumentada la partida de patriotas y provista de armas y municiones, Padilla
reunió doscientos montoneros y los organizó en dos cuerpos, uno de infantes y
otro de caballos, a los que dió la nominación de Húsares y de cuyo mando se
encargo doña Juana para continuar la lucha por la libertad de las tierras
altoperuanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario