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ABANDONADOS EN CALAMA

Por: Pablo Michel / La Razón, del 23 de marzo de 2015.

Este 23 de marzo se cumplen 136 años del combate de Calama, para los bolivianos: la defensa de Calama, que dio inicio a la Guerra del Pacífico que involucró a tres países: Bolivia y el Perú (los agredidos) y Chile (el agresor).
Bolivia es el país que más guerras ha tenido en América del Sur, 13 en total. Entonces por qué el episodio que estalló en 1879 lleva cada 23 de marzo a la recordación y a la autoflagelación. Por qué 136 años después los bolivianos recuerdan el Día del Mar. Justamente por el mar.
Un dato revelador de los censos poblacionales de la época muestra que en 1879 existían más bolivianos en Arica e Iquique que en Antofagasta.
Tal es así que estando ya en guerra batallones peruanos se nutrieron de soldados bolivianos. El héroe peruano Alfonso Ugarte se refería a los efectivos del batallón Iquique como “mis cochabambinos”. Chile había proyectado las fases de la guerra. En su discurso en el Palacio de Pizarro, en Lima, el general chileno Manuel Baquedano aseguró: “Nuestra campaña ha comenzado con la toma de Antofagasta el 14 de febrero de 1879 y termina hoy 14 de enero de 1881 con la posesión de Lima en nombre del gobierno y la nación chilena”.
Sin embargo, la defensa de Calama tuvo la particularidad del heroísmo. El sábado 22 de marzo de ese año, el puerto de Tocopilla fue ocupado por la tripulación de la escuadra chilena y el almirante Williams Revolledo dirigió una nota al subprefecto Manuel María Abasto, quien envió la respuesta con el mismo estafeta.
“Cábeme decir a usted, en contestación, que no teniendo más fuerza armada que cuatro policías de sable, no puedo oponer resistencia alguna a la determinación consignada en la nota que contesto, apoyada en la fuerza de cuatro vapores y me limito a este respecto a protestar enérgicamente de ataque tan violento, arriando el pabellón nacional de la República en el momento de entregar este oficio al comisionado por usted”.
Siguiendo el plan trazado por los defensores de Calama, se encomendó a Eduardo Abaroa junto a 15 ciudadanos bolivianos la defensa del puente Topáter sobre el río Loa, el último reducto antes de ingresar a Calama. Noche antes habían hecho volar puentes para evitar el paso de las tropas chilenas.
Según documentos, Eduardo Abaroa no estaba casado con Irene Rivero, la madre de sus hijos. Días antes de la defensa de Calama, Abaroa puso en orden sus asuntos personales, incluido el matrimonio. Esta actitud de Abaroa da una idea clara que aquello no sería una escaramuza, sino un combate y, por supuesto, tendría que sacrificar la vida.
La planicie de Calama ocupaba una extensión de tres y medio kilómetros cuadrados, cubierta de matorrales espesos. El río Loa la bañaba por el sur sirviéndole a su vez de defensa natural. El pueblo de Calama estaba situado en una meseta muy cerca de la Cordillera de los Andes que estaba rodeada de serranía que la preservaban del viento helado. Se halla a 250 kilómetros al noreste de Antofagasta. Calama, según el historiador militar Julio Díaz Arguedas, en 1879 representaba una posesión militar importante, porque facilitaba la guerra de emboscadas.
Es importante notar que sobre el mismo hecho armado del domingo 23 de marzo no existen relatos ni documentos, pues el resto de los defensores bolivianos que participaron en la acción tuvieron que retirarse, Ladislao Cabrera vio que todo estaba perdido. Por esa razón es que no existen detalles de la muerte de Abaroa ni de la columna encomendada a él. Las versiones conocidas son de corresponsales chilenos y, con el tiempo, de los combatientes del país invasor.
En una carta fechada el 26 de marzo de 1879 el corresponsal chileno Félix Navarra escribe: “En el vado del Topáter se habían realizado por ambas partes prodigios de valor. Abaroa el animoso jefe boliviano encargado de la defensa de ese punto, vio se acribillado de heridas (…) cual el noble gallo inglés que muere en la arena de la rueda sin dar un grito ni rendirse (…) el desprecio a la vida que se le ofrecía en cambio de su vasallaje y murió como mueren los bravos invocando a la patria (…) Siete de ellos cayeron exánimes entre zanjas y los chilcales (…) a pesar de nuestra victoria (…) nuestros ánimos están mal impresionados. La sangre de nuestros hermanos pesa sobre nuestros pechos y ahoga el júbilo y la alegría. La heroica resistencia de nuestros enemigos infúndenos cierta desazón, pues prevemos la gran cantidad de sangre que será necesario verter antes de obtener el triunfo definitivo (…) La dirección del ataque poco nos satisface y pensamos con cierta tristeza en los prodigios de valor que necesitarán desplegar nuestros soldados cuando llegue el día de sostener una gran batalla (…) si contra un poco más de un centenar de hombres tuvimos que batirnos varias horas, qué pasará cuando nos enfrentemos al ejército regular? (…) Calama, 26 de marzo de 1879”.
Qué importante es gozar hoy de cartas con contenido personal escritas y narradas durante esos días de 1879 para tener una idea más cabal de los hechos. Como la escrita por Abaroa a Ladislao Cabrera cinco días antes de su muerte, y encontrada en la década de los 80 en las oficinas del ferrocarril Antofagasta-Bolivia.

Don Ladislao Cabrera.

Apreciado amigo: Es en mi poder su grata 15 del actual en la cual me solicita junto con todos los vecinos de Calama una contribución para la alimentación de rifleros que defenderán el pueblo cuando ataquen los de Caracoles.
Mi hermano Ignacio y mi familia queremos contribuirle con los siguientes alimentos para la tropa y las bestias caballares y mulares. 1 arroba de azúcar, 1 arroba de arroz, 20 libras de fideo, 30 libras de charque, 1 quintal de papas, 10 libras de sal, 2 barriles de pan desharinado, 1 quintal de cebollas, 5 kilos de café negro, 10 amarros de tabaco, 23 amarros de papel de hilo, 10 cargas barriles de agua para tomar, 20 arrobas de pasto y cebada para los caballares, 9 turriles de pólvora, 1 revólver.
Ruego me avise usted para ayudarle en cualquier menester para organizar la defensa del pueblo sin titubeos para que mande usted a su amigo, atentamente su seguro servidor.
Eduardo Abaroa, Calama, marzo 18 de 1879”.
Al respecto, el propio Cabrera que organizó la defensa de Calama escribiría en 1896 lo siguiente: “Los días pasaban sin que el Prefecto del departamento ni el Comandante General se hubieran situado el primero en Cobija y el segundo en Tocopilla, remitiendo a Calama ningún recurso de guerra. Lejos de eso en Cobija se detuvieron 9 quintales de pólvora fina que remitían a Calama los patriotas Manuel Morris y el coronel Juan Balsa. De los 10 quintales remitidos solo se recibió en Calama uno. Los 9 restantes se detuvieron con la frase: ¿para qué el Dr. Cabrera necesita tanta pólvora? (…) con un quintal le sobra. Nueve quintales de pólvora fina habrían servido para la defensa de los tres puentes sobre el río Loa, donde tuvo lugar el combate (…) En la mañana del 23, destinado a la defensa del puente Topáter con el coronel Lara, mientras se atendía al otro puente, Carvajal, Abaroa con 12 rifleros que se le dieron, entre éstos Marquina, atravesó el río sobre unas vigas de madera y se batía en el campo enemigo, defendido por los escombros de un rancho. Se le hizo contramarchar de tan temerario arrojo y se le intimó perentoriamente, que su puesto era la defensa del puente. Ahí murió, después de haber consumado los 300 tubos que su rifle tenía de dotación.
(...) ¿Qué hacía el Gobierno mientras se preparaba con tan escasos elementos la defensa de Calama? Ocultó la noticia de la ocupación de Antofagasta por más de ocho días por razones fútiles y rehusó conceder permiso a los coroneles Julián María López y Ramón González, generales ahora, que solicitaron reiteradas veces para ir al auxilio de Calama. El general Daza no permitió que los cuerpos de ejército mandados respectivamente por López y González, regimiento Húsares y Batallón Illimani se pusieran en marcha sobre Calama. Decía: Cabrera es un ambicioso que no se propone sino hacer bulla”.

Ladislao Cabrera La Paz, 1896.

Estas afirmaciones hacen reflexionar sobre la improvisación e irresponsabilidad del país en su conjunto. Las mezquindades políticas, la falta de previsión de gobiernos anteriores prepararon el terreno y las circunstancias para una invasión concebida años antes por Chile y su patrocinador Gran Bretaña.
La famosa y hasta patética historia del presidente Daza celebrando el Carnaval en vez de afrontar la emergencia, que era obligación de cualquier gobernante con un poco de sentido común nos ha minado en la moral y hoy lo sigue haciendo en las escuelas. En la década de los 80 con la película Amargo Mar se ha tratado de cambiar la percepción boliviana de Daza y más bien volver “el villano de la película” a Narciso Campero.
Lamentablemente esta versión se ha vuelto historia oficial en los colegios, porque los profesores prefieren poner la película y evitar la lectura. En conclusión:
A Daza le tocó soportar una crisis, hambruna, sequía y, para terminar, una guerra internacional. La medida de los 10 centavos fue imprudente ¿Fue ingenuidad o hubo mano chilena? Respecto a que él conocía de la invasión y su postura de no autorizar la llegada de regimientos a Calama a pedido de Cabrera, López y González hace ver que ahí dio prioridad a la estabilidad de su cargo y se olvidó de su primer deber como militar y Presidente: “defender a la patria”. Sobre su asesinato en Uyuni cuando llegaba de Francia para enfrentar un juicio y mostrar documentos clave, posiblemente se debió a mafias mineras porque se tocarían intereses económicos; lamentablemente esa información se perdió con su muerte.
Los defensores de Calama, un centenar de patriotas bolivianos —en su mayoría mineros, comerciantes terratenientes e inclusive intelectuales— actuaron acorde a las circunstancias, no pensaron en la carencia de medios y armamento, no se preocuparon en el número de chilenos que estaban llegando a Calama. Por supuesto que algunos prefirieron no comprometerse y cuidar sus propiedades sometiéndose al país invasor, pero serían los menos, pues 135 bolivianos defenderían con sus vidas el territorio nacional.
Abaroa y todos ellos eran vecinos y amigos de los chilenos que luego invadirían nuestro territorio. Pese a ello actuaron y se comportaron a la altura del desafío histórico. La frase de Abaroa antes de morir: “¿Rendirme yo?... ¡que se rinda su abuela carajo! es el ejemplo más grande de cómo enfrentar al enemigo y a la adversidad con valentía y coraje.
Al respecto, el coronel Julio Díaz Arguedas, historiador militar boliviano de la primera mitad del siglo XX, se refiere con su análisis militar a que los defensores de Calama hicieron más de lo que tenían que hacer, soportando un combate de más de tres horas. Sin tener experiencia militar, sí individual pero no en conjunto.
Finalmente la “heroicidad”, que en nuestra historia parece una constante la aparición de los héroes en las guerras. Los héroes nacionales son un ejemplo de sacrificio, de renuncia, de ofrenda. Fueron, son y serán un ejemplo en las generaciones bolivianas. Pero también los héroes son el resultado del abandono, la falta de planificación.
Los héroes que llegaron al sacrificio perdieron sus vidas porque hubo un país que los abandonó, que los envió al matadero, porque no les llegaron refuerzos y suministros. ¿Acaso no fue así en Calama?, ¿en la defensa del Acre?, ¿o en Boquerón? Peligrosamente estamos enseñando a las nuevas generaciones que héroe es solo el que muere por su país. Y sí… son héroes. Pero también los son los comandantes que toman decisiones acertadas en el campo de batalla y reducen al mínimo las bajas, los que planifican una acción con inteligencia para lograr el éxito esperado.
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1 comentario:

  1. Jorge Edgar Zambrana Jimenez25 de marzo de 2018, 12:28

    Bolivia nació en 1825 con 480 kilómetros de costa entre el río Salado, antiguamente denominado río Santa Clara (25°28’ de latitud), y la desembocadura del río Loa. En ese litoral, hubo incursiones clandestinas de la peonada chilena en busca de riquezas, y que retornaba a su país para dar noticias de los descubrimientos fabulosos que realizaban de guano, salitre, cobre, plata, oro, yodo, bórax, azufre, y de la fatal ausencia de control por parte del propietario de ese suelo. Apercibido de ello, el astuto gobierno de Chile secundó eficazmente con medidas administrativas y con protección armada la codicia de sus connacionales. Sin contar con ningún título legal de propiedad sobre ese litoral ajeno, por un mero acto de gobierno, Chile se adjudicó la pertenencia de aquella zona, al aprobar una ley mediante una medida de hacienda sancionada el año 1842 por su Ejecutivo y aprobada por su Congreso, declarando por sí y ante sí que el nuevo límite norte de su país era el puerto boliviano de Mejillones (23°06’ de latitud). Ante el respectivo reclamo boliviano, la astuta diplomacia chilena logró que, vergonzosamente, los gobiernos de Melgarejo y Frias regalaran, escandalosa y falazmente a Chile, 183 kilómetros de costa, mediante los fraudulentos tratados de 1866 y 1874 que fijaron el nuevo límite en el paralelo 24°, obsequiando sin ningún motivo a Chile un grado y medio geográficos entre dicho paralelo y el río Salado.

    En el “libro del mar”, en los documentales de Diremar y en el libro ‘La historia del mar boliviano’ de Carlos Mesa, están denunciando que Chile invadió litoral boliviano en 1879 y se quedó con 400 kilómetros lineales de costa de su territorio. Ello es erróneo, ya que entre el paralelo 24° y la desembocadura del río Loa sólo hay 297 kilómetros que era la longitud costera del Departamento del Litoral de Bolivia que constaba con cuatro puertos, en el momento de la alevosa y salvaje invasión militar promovida por la oligarquía chilena, en connivencia con el imperialismo inglés, que ha significado nuestro encierro. El mundo no olvida que el 14 de febrero de 1879 dos blindados y una corbeta chilenos invadieron el puerto boliviano de Antofagasta, desembarcaron soldados y días después toda la marina chilena tomó por la fuerza asaltando el restante territorio marítimo boliviano, irrumpiendo en nuestro suelo con un ejército pertrechado con financiamiento y ayuda de Inglaterra, portando los mejores fusiles, ametralladoras y cañones de esa época, en buques blindados, los más perfectos de su clase, nunca construidos hasta entonces en el mundo, salidos de los astilleros ingleses para la marina chilena.
    Firmado : Jorge Edgar Zambrana Jimenez, Ingeniero Civil y Analista de Historia

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