Por: Carlos D. Mesa G / Publicado en Los Tiempos el 18 de
marzo de 2012.
El pueblo ¿Quién encarna al pueblo? ¿Qué es el pueblo? El
pueblo en un sentido amplio somos todos. En una lectura más precisa, política,
sociológica, ideologizada, el pueblo es apenas una definición teórica.
Domitila Chungara nos exime de recorrer ese engorroso
camino. Ella era el pueblo literalmente ¿Por qué? ¿Por algún don especial? No,
porque representaba en estricto sentido a la mayoría de los bolivianos. Mujer,
madre, ama de casa, esposa de minero. Vivió y trabajó durante muchos años de su
vida en un centro minero. Tuvo que ver con todos los desafíos, los más duros
que la vida confronta a un ser humano. Jornadas de catorce, dieciséis,
dieciocho horas por día. Pero fue más que eso. En un momento dado,
probablemente sin proponérselo conscientemente, dio un salto sin retorno,
decidió salir a luchar por sus derechos porque no había otra opción que hacerlo
para seguir adelante. Luchó por los suyos, por su familia, por ella. Los suyos
acabaron siendo todos. En ese momento dejó de ser Domitila Barrios de Chungara…
y pasó a ser para siempre Domitila Chungara a secas.
No fue un camino hacia la demagogia. Ella sola no derrocó a
Banzer, lo derrocó un movimiento popular desde el mundo rural, desde el corazón
inflamado de las minas, desde la Central Obrera Boliviana, desde alianzas como
la Unidad Democrática y Popular, desde la política con el MIR, el MNRI, el
Partido Socialista, el Partido Comunista, desde las acciones del Ejército de
Liberación Nacional, desde la palabra valiente de periodistas, desde las ideas
provocadoras de intelectuales…Pero todo, sin duda fundamental, confluye siempre
en los símbolos, en aquellos que son capaces de reunir el impulso, los ideales
y las esperanzas de todos.
Domitila fue ese símbolo expresado en la huelga de hambre
que ella y otras cuatro valerosas mujeres -Nelly de Paniagua, Luzmila de
Pimentel, Angélica de Flores y Aurora de Lora- iniciaron para reclamar por algo
tan fundamental como la Libertad. Se escucha todavía el eco del Quijote: “Por
la Libertad Sancho, se puede y se debe aventurar la vida”. Ese gesto marcó la
historia. Quizás una acción equivalente de líderes políticos, incluso de
líderes sindicales, no habría quedado, como ésta, marcada como un tatuaje en la
conciencia del país.
Domitila y las mujeres que formaron el Comité de Amas de
casa Mineras a mediados de los años setenta del siglo pasado, demostraron algo
que ha sido una constante en la historia de Bolivia, el compromiso indeclinable
de sus mujeres por la vida, basado en la fortaleza de sus cuerpos y sus almas
insobornables, desde la pobreza, desde la conciencia de clase, desde la certeza
de que sobrevivir es una dolorosa pero intensa tarea de todos los días.
Domitila no hizo retórica, hizo de su acción una virtud
creadora. Dejo de ser esposa (nunca dejó de ser madre), y cuando los hombres
estaban o presos o exiliados, ella y tantas otras mujeres, tomó por asalto su
propio destino y el de todos. Enfrentó a un enemigo gigantesco, y hombro a
hombro con un pueblo combatiente, le planto cara. La dictadura se estremeció,
tuvo que cambiar su lógica, su “democracia controlada”, sus “candidatos a
medida” y abrir, como diría Octavio Paz, las puertas al campo.
Domitila se reveló en un libro extraordinario “Si me
permiten hablar” de Noema Viezzer, en el que contó su vida. Ese fue su
heroísmo, ser ella misma, pelear por ser y estar, por el hoy y por el mañana.
Fue ama de casa y dirigente combatiente ¿Es simple ser ama de casa? No, es lo
más difícil. La raíz heroica de la mujer boliviana es ser el centro, el
verdadero eje, la conciencia de la responsabilidad personal y colectiva, la celadora
del futuro, la seguridad del presente.
No fue una huelga, fue una vida entera. Domitila apareció
por primera vez en la emblemática película “El Coraje del Pueblo” que hizo
Jorge Sanjinés sobre la masacre de San Juan. No era una actuación, era el
testimonio de un circuito abrumador de las minas como zona militar, como
perímetro clausurado, en 1967 y en 1971 y en 1976 y en 1980…
De ese tiempo intenso, una fotografía se metió en nuestra
memoria para siempre. Domitila en un extremo, echada y cubierta por un poncho
gris de lana. En la otra punta de la imagen, al lado de varios huelguistas, con
una chompa adornada por dibujos de alpacas y una barba incipiente, Luis
Espinal. Es diciembre de 1977 en el edificio de Presencia. Espinal y Chungara
están allí juntos, pasando la experiencia de la huelga, del hambre, del
sacrificio. Ambos, inmortalizados en ese trance, estaban destinados a convertirse
en signos, símbolos, mitos.
Domitila vivió para ver el cambio, el fin de la dictadura.
Vivió para desgarrarse con la muerte de Espinal en la antesala de García Meza.
Vivió la ilusión del 82 y el desencanto de la democracia pactada. Vivió la
esperanza del Presidente indígena. Como parte del pueblo fue consistente como
persona, como mujer, como madre, como revolucionaria.
A Domitila quisieron mantenerla en silencio, pero habló. Su
voz fue la huelga. Fueron los años en que desde el viento de las calles
desoladas del centro minero, peleó siempre. En su caso el pueblo dejó de ser
una entelequia y se encarnó en una persona.
Le contestó en voz alta al dictador y le ganó la batalla de
la historia.
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