Por: JUAN CARLOS GUMUCIO -
Cochabamba 6 de agosto de 2000 / Este artículo apareció en la edición
impresa del País de España el Domingo, 6 de agosto de 2000. // Fotos: 1) Suárez Gómez varios años antes de su muerte. 2) El "rey de la cocaína junto a "paisanos" de su pueblo en el Beni. 3) Los 6 narcotraficantes en Bolivia en la década de los 80s.
Es un nicho humilde. En un pabellón a la sombra de unos
cipreses inmensos, de una buganvilla tan cansada que cualquier día se va a
descuartizar con el viento que se bate con furia en el valle de Cochabamba en
esta época, yacen los restos del rey de la cocaína, Roberto Suárez
Gómez.Se trata de una figura legendaria cuyo nombre y las fechas de su
nacimiento y sorpresiva muerte (hace dos meses, a la edad de 68 años) es apenas
perceptible en la lápida del cementerio general. Enormes ramos de flores
eclipsan la tumba, porque todos los días manos anónimas colocan inmensos ramos
de claveles rojos y alhelíes perfumados. Es un cuadro apto para la gratitud del
pueblo hacia el llamado Robin Hood boliviano, cuya muerte a causa de un infarto
fue celebrada con algarabía en la DEA, la Agencia Antidroga estadounidense. El
festejo fue efímero.
Con o sin Roberto Suárez, el hombre que producía la cocaína
más pura del mundo, la droga continúa llegando al insaciable mercado de Wall
Street y a los más selectos clubes de Londres, Milán, Moscú, Roma y Madrid,
donde los "polvos bolivianos de marcha acelerada" se cotizan entre
los acostumbrados a lo mejor de lo mejor: al caviar Beluga iraní y los habanos
cubanos más preciados, amén de las cosechas del champaña añejo, de aquellos
dedicados a las grandes celebraciones de la opulencia sin límites. El circuito
de las limusinas a gran nivel, raudas naves en su recorrido para los clientes
de Beverly Hills y Hollywood. Millones y millones de dólares generados en los
campos de producción de cocaína en el amplio y fértil trópico boliviano, donde
hay que habilitar las pistas de aterrizaje constantemente ante el implacable
avance de la selva.
A Suárez le decían "el padrino", "el
taita" (factótum), y "don" y "rey". Y no es en vano.
Suárez se dio el lujo de poner en jaque al Gobierno boliviano y a sus vasallos
bien pagados, desde la policía a varios ministros y presidentes.
En una oportunidad Suárez se ofreció a pagar con parte de su
fortuna la deuda externa de Bolivia, el país más pobre de América Latina
después de Haití. Su afán era librar a los bolivianos del yugo del Fondo Monetario
Internacional (FMI) y tomar (o sobornar) a la jauría de acreedores del país
andino. La vehemencia del patriotismo de Suárez le convirtió en un adalid de
una independencia sui generis.Una idea revolucionaria para extraer a su
país del yugo económico. Revolucionaria y paradójica: con el dinero obtenido
con la coca en los países ricos, evitar el consumo de drogas entre la juventud
proletaria boliviana, a la que dotó con entusiasmo singular de escuelas y
quirófanos. Se trataba de llenar los vacíos donde el Estado ha fallado.
Poco antes de morir, el canoso Roberto Suárez Gómez posó
únicamente para un fotógrafo de la revista de La Paz Síntesis
Internacional. Se veía bien. Se destacaba su aplomo, la foto fue tomada
con el trasfondo de una imagen colonial de un Jesucristo de cara sufrida. La
versión oficial dice que don Roberto incursionó en la alucinantemente lucrativa
industria de la producción y exportación de la cocaína. Lo hizo inicialmente
con una flotilla de avionetas que partían del departamento amazónico de El
Beni, rumbo al Norte.
Y como sus habilidades fueron audaces, Hollywood las capturó
al vuelo: contrató a Al Pacino para darle una imagen cinematográficamente loca;
como para invitar a los excesos a un empresario con las fosas nasales abiertas
ante una montañita de coca. Fue un mensaje de independencia, venganza en un
sentido singular. Subversivo, inolvidable y fuerte.
Don Roberto había capturado la imaginación en entrevistas
concedidas a Síntesis, en las cuales abrió el corazón antes de que
éste le explotara. Habló de todo. Sus palabras fueron un escopetazo al establishment. Grande,
fuerte y guapo, con el conocimiento que sólo puede ofrecer un periodo de cárcel
meditativa, Suárez demostró su capacidad de tentación al ofrecer el pretexto
legal para crear una granja ganadera. Estamos hablando de 30.000 cabezas de
ganado que exportaba a Brasil. Su audacia lo convirtió en rico de la noche a la
mañana. ¿Hizo más dinero con el narcotráfico?, le preguntaron cuando su séquito
de vehículos se convertía cada vez en más largo y lujoso. La visión de los
Mercedes Benz blindados en la jungla no era sino el adelanto de la llegada de
"el taita", con un tigre con cadenas y hambre. Con orgullo les dijo a
sus coterráneos: "¿A quién le tiene más miedo, al Mercedes Benz o al
tigre?", una frase que invitaba a la carcajada, a la jarana y a la unión
en su tierra. A nivel mundial a Suárez se le puede atribuir el mismo poder que
al jeque saudí Yamani, el mago de las finanzas de la OPEP, que fundó la idea
del cartel del petróleo. Ahora se trata de un cartel más poderoso entre la
gente que maneja la política petrolera.
La ambición del difunto don Roberto era bastante simple:
subir los precios de la cocaína a los yuppies de Nueva York y, al
mismo tiempo, dar trabajo a los cocaleros del Oriente boliviano. El kilo de
pasta base de coca estaba en 180 dólares en Bolivia, la elevó a 6.000 dólares;
a 9.000 el volumen de la cocaína, y luego a 15.000 dólares el clorhidrato, la
coca más pura del mundo. "Mi objetivo era elevar el precio para resarcir
las necesidades y angustias de nuestros campesinos", dijo textualmente
Roberto Suárez Gómez.
El próximo capítulo de la lucha por el trono de un hombre
buscado, carismático y enterrado entre los muertos comunes del cementerio de
Cochabambase inaugura con la reciente llegada de un nuevo embajador de Estados
Unidos, un funcionario de segunda en Buenos Aires que en La Paz, la sede del
Gobierno de Bolivia, ya se ha puesto el sombrero de sheriff en un
país donde el término amigo es más fuerte que las obligaciones firmadas por los
ministros de turno.
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