La Razón de La Paz, Julio de 2005.
El cruento golpe de Estado del 17 de julio de 1980 ha dejado
una marca en el boliviano. Uno de ellos recuerda ese día fatídico, que la
democracia condenó con cárcel después.
Eduardo Ascarrunz R. Para La Razón
Al amanecer del 17, el invierno paceño mostraba una faz
apacible. La quietud de las calles era apenas quebrada por algunos borrachines
que aún vivían el festejo del 16 de julio. Nada presagiaba tormenta. Sin
embargo, al rayar el alba la actividad era febril en otros espacios distantes
del sueño de la población.
"Pachi, Pachi, hay un levantamiento militar en
Trinidad". La voz angustiada de mi hermano Carlos me sacó de mis
cavilaciones. Eran poco más de las 7.30 cuando la radio anunciaba la inminencia
de un golpe de Estado.
"No puede ser", me dije, como tantos otros se
habrán dicho al conocer la noticia, pese a que la posibilidad de una arremetida
militar, descabellada o no, era un secreto a voces en las calles.
Me vestí y salí deprisa hacia TV Boliviana, donde
desempeñaba funciones ejecutivas. Desde Canal 7 intenté comunicarme con algunos
miembros del gabinete de la presidenta Lidia Gueiler Tejada, pero ellos ya
estaban camino al Palacio de Gobierno.
Un par de contactos con colegas periodistas sirvieron para
establecer el cuadro de situación alrededor de las 9 de la mañana: el
alzamiento estaba comandado por el general Luis García Meza y el coronel Luis
Arce Gómez e involucraba a todas las guarniciones. En el Cuartel General de
Miraflores todo estaba en orden para que el terror se instale en la sede de
gobierno. A las 9.30, Víctor Hugo Sandóval, director de Noticias, organizaba la
cobertura periodística y recibía informes de los corresponsales del interior:
Trinidad estaba ocupada por tropas militares, Santa Cruz y Cochabamba vivían
horas inciertas. Cristina Achá, directora de Programación, fue al Palacio en
procura del ministro de Informaciones, Óscar Peña Franco. Félix Espinoza,
secretario ejecutivo del Sindicato de TV Boliviana, se reunía a esa hora con
don Juan Lechín, Genaro Flores, Edgardo Vásquez y otros dirigentes políticos y
sindicales en el edificio de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de
Bolivia (FSTMB) en El Prado, circunstancial sede de la Central Obrera
Boliviana.
Aproximadamente a las 10, la presidenta Gueiler analizaba
con su gabinete la dramática situación. Varias llamadas telefónicas, una de
ellas desde el propio Cuartel General, atirantaron aún más la angustia. No
obstante, la dignataria no perdía la serenidad. "La situación es realmente
grave —dijo a sus ministros—, en cualquier momento van a tomar el Palacio,
pueden retirarse si desean".
Todos los ministros permanecieron a su lado, menos el de
Defensa, contralmirante Néstor Núñez. De manera simultánea, convocados por
Lechín empezaron a llegar a la COB los miembros del CONADE, mecanismo
político-sindical creado para la defensa de la democracia; Marcelo Quiroga
Santa Cruz del PS-1, Óscar Eid del MIR, Simón Reyes de la FSTMB, Óscar Sanjinés
de la COB, el padre José Tumiri de la Asamblea de Derechos Humanos, entre otras
entidades.
Alrededor de las 10.30, los periodistas repartían sus tareas
en dos vertientes: unos abarrotaban el hall del Palacio de Gobierno, otros
aguardaban las medidas acordadas en el CONADE. Unos y otros comprobaron
finalmente que el propósito de interrumpir el proceso democrático, expresado
públicamente por García Meza desde el cargo de Comandante de Ejército, se
consumaba e incitaba a escribir una crónica de un golpe anunciado.
Frente a la gravedad de los hechos, me reuní en la gerencia
del canal estatal con personal de confianza: un ingeniero, dos técnicos y los
periodistas Félix Espinoza y Julio Barragán. Consulté a los tres
primeros:"¿Se puede desactivar el transmisor de la planta de El Alto?".
"Podemos volarlo en minutos", dijo el más joven. "No, no
–aclaré-, inutilizarlo sin causar destrozos". El ingeniero precisó:
"Es cuestión de sacarle dos piezas claves e irremplazables, o sea,
desactivarlo científicamente se podría decir". "¿Se animan?
—pregunté—, por lo menos dejémoslos sin televisión por un buen tiempo".
Los tres asintieron y se aprestaron a subir a la planta no sin antes acordar un
lugar seguro para reunirnos más tarde.
La reunión político-sindical concluyó minutos antes del mediodía
y se leyó el documento que en su parte esencial condenaba el alzamiento
militar, instruía el bloqueo de caminos y declaraba la huelga general e
indefinida en todo el país.
Mientras esto sucedía en la COB, en el Palacio de Gobierno
el doctor Hernán Siles Zuazo, ganador de las elecciones del 29 de junio,
acompañado por Antonio Araníbar, alto dirigente del MIR, y el general Samuel
Gallardo Lozada, expresaba a la Presidenta el apoyo pleno del CONADE.
A esa misma hora, al menos tres columnas de paramilitares
con armas automáticas en las manos, y aguardiente en las venas, ganaban las
calles a bordo de ambulancias de la CNSS, aproximándose velozmente a dos de los
tres objetivos determinados: 1. Asalto a la COB y apresamiento de dirigentes, y
2. Toma del Palacio de Gobierno, desalojo de la Presidenta constitucional y
captura de sus ministros. Una vez cumplidas ambas misiones, con escasos minutos
de diferencia entre una y otra, los paramilitares iban a cumplir el tercer
objetivo: la ocupación de las radios Panamericana y Fides además del matutino
Presencia.
De esta manera se ejecutó el plan concebido por Arce Gómez,
sus colaboradores militares y civiles, y los oficiales argentinos fogueados en
la tenebrosa Escuela Mecánica de la Armada Argentina (enviados meses antes por
el presidente Rafael Videla), cuya pericia criminal había sido demostrada en el
secuestro, tortura y asesinato del sacerdote jesuita y periodista Luis Espinal.
La toma de la COB fue facilitada, en parte, por un hecho
infortunado: cuando los dirigentes se aprestaban a salir, la llegada tardía del
personal de TV Boliviana determinó que se lea nuevamente el comunicado del
CONADE, lo que permitió a los paramilitares poner a punto el asalto al edificio
sin la menor resistencia, lo que se produjo unos 10 minutos después de
concluida la segunda lectura.
Las campanas del reloj del Congreso terminaban de dar las
12, cuando la Presidenta, el doctor Siles y sus acompañantes daban por
terminada la reunión. Los visitantes salieron del Palacio, seguidos a unos
pasos por Félix Espinoza, Julio Barragán y quien escribe esta crónica. Ellos
siguieron con rumbo desconocido, nosotros nos dirigimos a la COB.
Transcurrieron unos cinco minutos antes de que otro grupo paramilitar, al mando
de Mosca Monroy, ingresara al Palacio. En el trayecto hacia la FSTMB se
confirmaba en la radio la cruenta ocupación de la sede sindical en El
Prado.
Informada de la presencia de paramilitares, la Presidenta
instruyó a los ministros Óscar Peña (de Informaciones) y Carlos Antonio
Carrasco (de Educación) verificar el alcance de las acciones. Peña Franco fue
golpeado brutalmente y rodó por las escalinatas. Mosca Monroy puso el caño de
la metralleta en el vientre de Carrasco, pero al hacerlo sintió en su sien el
revólver del capitán Agustín García, edecán presidencial, quien con la voz
firme le dijo: "Si dispara, yo también disparo, ¡carajo!". El temible
Mosca Monroy bajó el arma; él y sus secuaces –envalentonados hasta ese momento
frente a un enemigo indefenso— frenaron sus ímpetus ante la actitud decidida
del único militar leal que defendía su plaza. La fugaz tregua fue aprovechada
por la presidenta Gueiler, Carrasco, el Canciller y los ministros Salvador Romero
Pitari (de la Presidencia) y Jaime Ponce (de Planeamiento) para subir al tercer
piso, ingresar a un pasadizo secreto, trepar al techo del Palacio y alcanzar el
tejado de la Catedral para poder salir.
"¡Sálvese quien pueda!", fue la muda consigna del
mediodía en la casa de Gobierno y en la sede del movimiento obrero organizado.
Los dos poderes civiles y sustentos de la frágil democracia boliviana devenían
impotentes frente al poderío de la bestialidad armada.
Mientras por los techos del Palacio Quemado la única
Presidente mujer de la historia boliviana y cuatro de sus colaboradores se
movían a rastras, nerviosamente, evitando ser alcanzados por las balas
disparadas por francotiradores apostados en las terrazas de edificios cercanos;
el líder minero Juan Lechín Oquendo, protagonista de fugas espectaculares, caía
preso al intentar un escape por las oficinas del fondo de la casa.
Cuando la fila de detenidos descendía por las escaleras del
edificio de la FSTMB, un paramilitar reconoció a Marcelo Quiroga Santa Cruz en
un descanso entre las gradas. El líder socialista no ofreció resistencia, según
recuerdan 30 años después Wálter Vásquez y Cayetano Llobet (del PS-1), Óscar
Eid (del MIR) y otros compañeros que vieron de cerca cómo un paramilitar
descargó una ráfaga de su arma automática sobre el cuerpo de Quiroga Santa
Cruz, alcanzando a herir de muerte, también, al joven intelectual Carlos Flores
Bedregal. Allí y entonces, de una manera cobarde y artera, se consumaba el
ajuste de cuentas anunciado por García Meza semanas antes y cobraba visos
criminales el odio visceral de Arce Gómez hacia un líder irrepetible de la
historia política boliviana de las últimas décadas.
Entre las 12 y la una menos cuarto se sintieron los peores
rigores de la arremetida golpista del 17 de julio de 1980. En ese lapso se
verificaron actos insospechados, seguidos de hechos no menos sorprendentes: si
bien la demora del personal de Canal 7 hizo que se leyera nuevamente el
comunicado, nadie se apresuró a salir. Todavía se abrigaba la esperanza de que
las cosas no fuesen tan extremas. El propio líder del movimiento obrero iba a
declarar años después a Última Hora: "Terminada la lectura nos quedamos a
tomar sol en la ventana de mi oficina que daba al Prado. A mi izquierda se paró
Marcelo Quiroga y a la derecha Simón Reyes". Al escuchar los primeros
disparos y sentir las balas rozando sus cabezas, entonces hicieron carne de la
gravedad de la situación que afrontaban.
Los irregulares de civil no repararon en la huida de la
señora Gueiler y sus colaboradores, o declinaron ir tras ellos, concretándose a
apresar a quienes estaban a su alcance en el segundo piso de la casa de
Gobierno. El Palacio fue desocupado cerca de las 13.30, según informó un
oficial a la Presidenta y al Canciller. De inmediato, ambos dejaron su
escondite del techo palaciego. Presas de miedo, promediando la hora 14, los
otros fugitivos bajaron del entretecho y al pasar por el comedor vieron al jefe
de la Casa Militar, coronel José Cueto, almorzando sin asomo de nervios junto a
edecanes y a otros militares. A bordo de un jeep que les facilitó Cueto,
recorrieron la periferie y vieron a los paramilitares de retorno al
Palacio.
Al filo de las 12.30, a unos pasos del edificio asaltado,
Julio Barragán frenó el vehículo y dio marcha atrás, evitando que asomáramos
hacia las ambulancias repletas de presos y prestas a partir rumbo a Miraflores.
Una hora antes, los tres técnicos del canal estatal ya habían desactivado la
planta transmisora de El Alto. En medio del horror, la misión cumplida con
maestría y coraje nos alegró el alma en una jornada en la que la suerte estuvo
de nuestro lado, puntualmente: nos salvamos de caer en manos de los
paramilitares a la salida del Palacio, primero; a unos metros de la COB
estuvimos a punto de ponernos frente a frente con las ambulancias, después, y
por último, casi en las narices del Mosca Monroy y sus cómplices nos refugiamos
en una salteñería cuando el grupo irregular pasaba raudamente por la puerta del
Teatro Municipal rumbo a la sede de la radio Fides.
En el asalto a Fides, el Mosca Monroy no reconoció al
sacerdote y periodista Eduardo Pérez Iribarne o, más bien, lo confundió con un
jesuita ligeramente parecido apresado junto a otros radialistas poco
antes.
Después llegó el toque de queda y, tras él, comenzaron las
noches y los días de terror. No en vano, Luis Arce Gómez advirtió a los
bolivianos que caminaran con el testamento bajo el brazo. La vida pendía de un
hilo.
“Por los techos del Palacio Quemado la única mujer
Presidente de la historia boliviana se movía a rastras evitando las balas”
“Terminada la lectura del comunicado nos quedamos a tomar el
sol en la ventana de mi oficina" (Juan Lechín Oquendo)
Perfil
Eduardo Ascarrunz R.
Periodista - Exiliado en Lima (1972/76) y en Caracas
(80/82). Trabajó en Reuters e Interpress Service, en la OEA y como gestor
cultural de Unesco. Fue nominado al premio Pulitzer en 1974 por denunciar los
horrores cometidos en Mozambique; ganó en 1997 el Premio de Periodismo por la
historia de las manos del Che. Recibió el premio Reina Sofía de España por la
campaña de educación antidroga y movilización social "Seamos".
Gerente - Ocupó el cargo en el gobierno de Lidia Gueiler y
vivió de cerca el golpe del 17 de julio. "Santa Juana de América" fue
una de las mayores producciones de la TV Boliviana que causó mucho malestar
entre los militares que conspiraban entonces.
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