Foto: Manuel Isidoro Belzú 1874.
Por Juan García Orozco
¿Qué poder de persuasión tenía el arrogante y pálido Manuel
Isidoro Belzu, el cholo, como le llamaban, que fue presidente de Bolivia y
esposo de la ilustre argentina doña Juana Manuela Gorriti?
En la fragua de las luchas civiles se forjó su osada
personalidad y se acrecentó sin medida su sueño de poderío y de justicia
social: sentíase un predestinado, un salvador de su pueblo sufrido, harapiento,
esclavizado.
La palabra ardiente influyó como ninguna hasta hoy en la
raza de bronce, movida por la esperanza de un destino más humano y más justo. Y
Belzu, que sin duda era sincero consigo mismo y con su pueblo, pero que no por
eso dejaba de ser dominado por ambiciones de gloria y poder, no pudo lograr, como
lo anhelara, la redención de sus más humildes paisanos, los campesinos, por las
trabas de las luchas políticas y los sucesivos desquicios de los conatos
revolucionarios.
ÍDOLO DEL PUEBLO
Pero, como todo hombre ambicioso y osado, no logró frenar
sus impulsos de poder y sus ansias de celebridad. Pronto alcanzó los galones de
general. En 1848 se apodera de la presidencia de la República. Adula al pueblo
y le arroja, desde los balcones de la casa de Gobierno, los dineros públicos.
Mientras tanto, Juana Manuela Gorriti y sus hijas viven
alejadas de esa vida de sobresaltos, hasta que un día tienen que huir con él y
refugiarse en el Perú.
Las masas populares lo llaman incesantemente. De Perú trata
de pasar la frontera, pero es detenido. Por fin logra hacerlo y consigue
sublevar a los mineros y gente de otras poblaciones, a su paso. Se le espera
como a un mesías, como a un salvador, el único capaz de convivir con el pueblo
y de desvelarse por su bienestar. ¡Cuántas veces se codeó en la mesa popular
tendida por él mismo y cubierta por los más variados manjares, con el pueblo
bajo –pueblo de poncho y de chaqueta–, a cuyos postres se brindaba porque algún
día su sucesor fuera un hombre surgido de los de abajo!
En el ruedo de arena, manchado muchas veces por la sangre de
los toros y los hombres, estallante de entusiasmo, de la febril locura del
alcohol y de los impulsos alegres de la holganza, el nombre de Mahoma Belzu era
vitoreado y cantado por la plebe entusiasta y satisfecha.
–¡Viva el tata Belzu! –lo vitoreaban sus paisanos cuando
llegaba triunfante y bizarro después de las derrotas infligidas a sus
adversarios políticos.
Al margen de estas luchas vivía en la zozobra y el abandono
la dulce y bella argentina doña Juana Manuela Gorriti, una mujer de temple y de
talento, cuya vida dedicó por entero a la crianza y educación de sus hijas, mas
sin descuidar la enseñanza y la literatura.
FAMOSO SALÓN LITERARIO
Las revueltas en Bolivia –demasiado frecuentes– acongojaban
el corazón de la esposa y de las hijas. Manuel Isidoro Belzu, héroe de su
pueblo, vivía a la manera de un César en el palacio de gobierno de la ciudad de
La Paz, satisfecha su desmedida ambición, sintiéndose señor de su tierra. Las
gentes le arrojaban flores a su paso; y sus ministros a cada amenaza suya de
renuncia, le pedían que siguiera en el poder.
Juana Manuela Gorriti marchó con sus hijas a Lima, ansiosa
de olvidar el abandono en que su esposo la tenía y de rehacer sus exis-tencia
lejos de los oropeles y agitaciones que rodeaban a Belzu; allí, en su retiro,
escribió muchas obras para gloria de las letras ameri-canas. Nacieron, en
aquellos días turbulentos y dramáticos, muchas obras, entre otras: Güemes, o
recuerdos de la in-fancia; La quena, El guante negro, Álbum de Peregrina y La
hija del mazorquero. ¡Qué diferencia entre la vida de Juana Manuela Gorriti, cuyo
salón literario en Lima frecuentaron Ricardo Palma, Paz Soldán, Abelardo Gamarra,
Clorinda Matto de Tur-ner, Dolores Chocano y otras figuras de singular relieve
en las letras americanas, y la de Belzu, festejado por la plebe siempre
insatisfecha, igno-rante y ebria.
TRÁGICO FINAL DE BELZU
Pero el desmedido orgullo y la ambición ciegan a los
hombres. Los siete años de gobierno de Belzu termina-ron con su asesinato: uno
de sus más acérrimos enemigos, Melgarejo, valiente y ambi-cioso como él, se
presenta, acompañado de cinco hom-bres, en la casa de gobierno, y lo mata ante
el estupor de sus amigos que nada pudieron hacer para evitarlo. Así terminó
Belzu, el Mahoma boliviano. No podía ser de otra manera.
Juana Manuela Gorriti asiste al entierro. Una impresionante
multitud silenciosa y sollozante sigue el féretro: es el pueblo que él había
fana-tizado con su verba fogosa y sus desplantes de soldado. Juana Manuela
Gorriti, que acudiera desde Lima, sin perder su sin igual entereza, pronuncia
una oración fúnebre en el cemen-terio. Y enternece a la multitud y obliga a
do-blegar la cabeza a Melgarejo, al propio mata-dor; tal fue el poder
fascinante y doliente de la palabra emocionada de una mujer que nunca había dejado
de amarle, pero que jamás aplau-diera su excesivo afán de dominio.
El Mahoma boliviano, por muchos años, fue recordado y
llorado por los cholos, quienes vie-ron en él al único hombre capaz de
redimirlos.
La presente nota fue tomada de la revista ¡AQUÍ ESTÁ! N°
1102.
------------------------------------- CAÍDA DEL PRESIDENTE JOSÉ MARÍA LINARES LIZARAZU
- EL PEPINO DE LA PAZ, UNA HISTORIA CENTENARIA
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