Por: Moisés Alcázar //
Este artículo fue originalmente publicado en SEMANA DE ULTIMA HORA. La Paz,
viernes 2 de mayo de 1986. Páginas: 10 y 11. // Fotos: 1)German Busch Becerra en un acto oficial. 2)
German Busch Becerra. 3) Enrique Baldivieso vicepresidente de German Busch.
Poco tiempo ha transcurrido hasta el 22 de agosto. Hace una
semana que el presidente no asiste a su despacho porque sufre de hastío y de
una afección dental que lo tiene molesto. En los gobernantes. Quiere apartarse
de esa cárcel sombría el palacio de gobierno. Su retraimiento no le impide
atender asuntos urgentes y recibir algunas visitas.
Algo denota cierto dejo de amargura, alguna sombra que
empaña la limpidez de su alma. Y hay motivo para su desencanto. Un familiar le
ha enviado, desde Cochabamba, copias de anónimos que circulan profusamente.
Cadena Patriótica se titula uno de ellos, escrito con premeditada perversidad y
está dirigido a los militares. He aquí su texto:
"Militar joven: La Patria está en peligro de
anarquizarse. El actual gobernante no sabe dónde está parado; lo rodean hombres
de mala fe a quienes por su ignorancia y falta de carácter no puede controlar.
El extremismo de izquierda avanza a pasos gigantescos; no olvide: que su
principal fin persigue al militar profesional para hacerlo desaparecer
sumiéndolo antes en el fango de crueles humillaciones. Considera usted, pues,
que a continuar este ritmo en el desenvolvimiento nacional lleno de
calamidades, en breve se verá pisado por la pezuña de la canalla que como en
Rusia, látigo en mano, lo obligarán a trabajos que dañen su decoro. ¿Es usted
inteligente? Pues bien: esa inteligencia póngala al servicio de la Patria;
piense que el régimen actual no entraña la aspiración de los buenos bolivianos
y está usted obligado a colaborar máximamente a borrar del escenario tan
grotesca pantomima. ¿Qué principios sustenta el gobierno de Busch...? ¿Es
socialista? ¿Acaso comunista o anarquista?
¿Qué cosa es pues, señor militar? Toda una merienda de
negros ridícula en desprestigio aciago de nuestra nacionalidad. Una danza de
títeres en que el muñeco más inocente hace de presidente, manejado por muchas
cuerdas al mismo tiempo y que siempre lo hacen brincar en falso.
Al leer el brulote un rictus de amargura contrae las
facciones del Dictador. Su alma sencilla y apasionada sufre un estremecimiento.
¿Por qué se le acusa Injustamente?
Ese día cumple años el coronel Eliodoro Carmona, hermano
político del presidente y jefe de la casa militar, a quien Busch llama
cariñosamente "la suegrita" por el cuidadoso control el que lo tiene
sometido. Carmona siente por él veneración. Admira en el joven caudillo su
nobleza, generosidad, desprendimiento y patriotismo. ¿Cómo no idolatrarlo si él
y los suyos le deben todo? Soldado rudo, simple también, cree que debe
corresponder a la confianza del presidente con sumisión y fidelidad.
No obstante la tempestad que arrecia en el alma de Busch,
desea que el natalicio sea festejado, otra pruebe de afecto por su lugarteniente,
Sugiere el mismo los nombres de los invitados a una cena de intimidad.
En el transcurso de la tiesta el presidente se muestre
alegre, decidor, bromista y juguetón. Pero en un aparte se desahoga con un
amigo: "Estoy cansado de tanta Incomprensión", le dice. Y luego
dirigiéndose al ministro Leitón, que no se aparte de su lado, le hable, desde
lo profundo de su desengaño y amargura, remarcando aquello de no ser más que un
juguete de quienes lo colaboran.
Le duele la ofensa. Pretende ahuyentar le tragedia que
germina en lo recóndito de su alma y disfraza
su tristeza" ríe, canta, baile, toca le guitarra. Se muestre alegre y
efusivo. Los presentes le miran con arrobamiento. Es el amo de Bolivia,"
hombre fuerte y valiente, generoso y cordial, sencillo y afable, de bondades
infinitas y cóleras terribles. Y ahora, cuando el caudillo está eufórico,
festejan sus ocurrencias. Busch esté aparentemente en uno de sus mejores
momentos, festivo, el entusiasmo desbordante, la fuerte y alegre vitalidad de
su optimismo contagioso.
No obstante, la lucha es intensa entre el fantasma que ronda
pertinaz y el que pugna por ahuyentarlo. Como Invisible cincel golpea su
cerebro el anónimo maldito: ¡Muñeco, Inepto, payaso! Y una vez más aleja los
sombríos pensamientos. Cariñoso se acerca al director de la orquesta, el
pianista Luna, y le dice con ingenuidad conmovedora:
— Mirá Chapicito, Se me ocurre que a vos siempre te han
llamado a las fiestas a tocar para que otros bailen y que tú nunca has bailado.
Pues ahora vas a bailar con la Maty...
Y ejecuta un vals en su mandolina al que acompaña Carmona
con la guitarra. El niño grande, el hombre generoso, se pinta de cuerpo entero
en esta oportunidad en la que, acaso por primera vez, un componente de orquesta
baila con la esposa del presidente de la República, al compás de una música
tocada por el propio mandatario. Pero todo esto es sólo disfraz de su tristeza.
Pasada la fiesta los invitados abandonan la residencia de la
calle Rosendo Villalobos, en el barrio de Miraflores tranquilo al por su
aislamiento. Es una casa amplia, modesta, sin guardias ni retenes donde
conviven fraternalmente reunidas las tres familias Busch, Carmona y Goitia. Son
las tres y media de la madrugada. Por las calles apartadas, de tarde en tarde
cruza veloz algún automóvil por la avenida Saavedra, la arteria principal.
En la sala de la casa del presidente, decorada con profusión
de flores, quedan, reunidos en la intimidad, los miembros de las tres familias.
Pero como es hora de buscar el descanso reparador, Busch se dirige a las damas
y les dice entre afectuoso y bromista:
— Las mujeres a la cama; déjennos a los hombres...
Graciosamente las persigue hasta la escalera, dándoles
palmadas a las que muestran poca agilidad en la subida. Después quedan solos
Busch, Carmona y Goitia. Comentan los pormenores de la reunión y luego
proyectan el programa para celebrar, en la próxima semana, el aniversario del
regimiento "Castrillo”, que en el puerto cercano de Guaqui comanda el
mayor Ricardo Goitia como hombre de confianza del mandatario.
Inesperadamente la conversación cambia de tema. Busch se
queja de la incomprensión, la perversidad de las gentes, la solapada campaña de
los opositores, que actúan en la sombra y no luchan de frente, donde querría
medir a sus adversarios. Los solícitos familiares le esfuerzan por ahuyentar
esos malos pensamientos afirmándole estar en marcha las reivindicaciones. Le
aseguran que todos los hombres de mérito han sido incomprendidos y a pesar de
ello le obra subsiste a través de los tiempos, bendecida por las generaciones y
consagrada por el fallo inapelable de la Historia. Busch concluye por ceder.
Acaricia sus oídos y estimula su vanidad ingenua, la cháchara cariñosa de los
íntimos: ¿por qué no creerles? Y levantándose, exclama optimista.
— A trabajar!
Pide los documentos para firmar, y cuando se le advierte lo
avanzado de la hora, insiste:
— Quiero tener el despacho al día...
La ciudad duerme tranquila. El viento que silba, batiendo la
copa de añosos eucaliptos, interrumpe la calma en el barrio solitario y triste.
Germán Busch llega a su escritorio. Toma la carpeta, lista
la estilográfica para comenzar la tarea. Inesperadamente se le nubla la vista
como si un manto rojo cubriera todos los objetos que le circundan. ¿Es el
anónimo maldito que estimula su neurosis? ¿Explosiona su amargura contenida por
la presencia del papel infame? Mira desorbitado a los dos únicos testigos de la
cena y cuando sus pupilas se dilatan como los del felino qua va a dar el salto
mortal, empuña su pistola, y confuso, envuelto en el delirio trágico del
poseído, dice:
— Mi trayectoria toca a su fin; ¡debe acabar mi vida...!
Carmona y Goitia se le abalanzan. Le hablan de Bolivia, de
sus hijos, su familia y de la obra que urge terminar, el destino de esta patria
que él quiere engrandecer. Y lo abrazan, le riegan el rostro con lágrimas, se
arrodillan para implorarle angustiosamente. Pero su mirada continúa extraviada.
El caudillo está fuera de sí, en el paroxismo del desequilibrio, herido
mortalmente en el sistema nervioso, afectado por la dura campaña del Chaco, el
trabajo agotador de doce horas diarias, la confabulación de los intereses
creados. Enajenado, la mirada perdida, Crispados los puños, los ojos
saliéndosele de las órbitas, los dientes castañeándole, Busch representa en
aquel momento la imagen del alucinado trágico. En un impulso incontrolado
pretende llevar el cañón de su arma a la sien, momento en el que Carmona, con
sobrehumano esfuerzo, logra desviar el disparo y el proyectil se incrusta en el
marco de la ventana.
Carmona y Goitia están pálidos y despavoridos,
especialmente, Carmona, cuyo terror y desesperación se evidencia por el temblor
y escalofrío que denota su frente sudorosa. Sabe que desaparecido Busch el sol
se pondrá definitivamente para él y los suyos Eliminado el caudillo, los
familiares que viven a su sombra protectora, volverán a la brega anónima del
montón, y por eso claman con sincera congoja.
Hay algo inexplicable, en este trágico episodio. Busch es
hombre de reacciones violentas, su propensión al suicidio, frustrado en dos
oportunidades, la conoce, mejor que nadie la esposa; vapores de alcohol han
nublado las mentes después de una prolongada fiesta y el tono de las voces
elevadas, confundibles con altercado, debieron percibirse claramente en esa
hora de completo silencio. Un disparo retumba en la casa, y lo que conmovería
al más flemático, no altera a ninguna de las damas que están cerca al teatro
del suceso. ¿Qué hizo la esposa y porque no acudió al lugar cuando oyó la
detonación?
Ella misma da la respuesta en su declaración de 29 de agosto
de 1939, ante el juez de la causa:
"Salté de la cama y bajé hasta la primera grada, en el
momento que salía el mozo del escritorio y me dijo: ¡EI Coronel ha disparado un
tiro en la pared! Le pregunté cómo estaba y él me dijo ¡Esta bien, pero el
Coronel está hablando de tiros! Mi intención fue entrar al escritorio, pero
temí que se disgustara de verme así...". (Se refiere a sus ligeras ropas
de dormir).
El esfuerzo que impone la lucha con dos hombres que intentan
arrebatarle el arma, parece haber agotado por unos momentos al hombre fuerte;
parece también pasada la crisis nervios. Busch ingrese a un aparente periodo de
calma, de normalidad, en sus ojos claros vuelve a brillar la luz de la
conciencia, los músculos faciales han recobrado expresión normal y hasta una
sonrisa se dibuja en su rostro congestionado. Asegura a sus hermanos políticos
sentirse bien. Ellos engañados aflojan la presión de sus dedos que se asían a
la fuerte musculatura del caudillo enajenado. La crisis no ha pasado. Busch
ensaya una estratagema, porque el fantasma de la muerte le persigue con
obstinación. Violentamente, con empellón de Hércules arroja a los dos intrusos
y se dispara, rápido como el rayo, el tiro mortal en la sien derecha,
protagonizando un drama que explotarán los interesados en obtener ventajas de
la memoria del gran muerto.
Según los informes médicos y técnicos la bala ha penetrado
por la región temporal derecha para salir por la región parietal media
izquierda. El proyectil hirió los centros cerebrales más importantes de ambos
hemisferios determinando un caso insalvable. La sien presenta el orificio de
entrada con el característico tatuaje del disparo inconfundible de los
suicidas.
A las 5 y 30 de le madrugada Busch se eliminó, con su
inseparable pistola, una Colt calibre 32.
La ciudad despierta sobrecogida por el vago rumor de la
tragedia. En las primeras horas de la mañana existe desorientación: no se sabe
con certeza lo ocurrido con el presidente, porque la fantasía popular se
desborda urdiendo historias inverosímiles y disparatadas. Los teléfonos han
dejado de funcionar por orden terminante impartida de no permitir comunicación
alguna. A pesar de todo, la noticia ha corrido veloz. En los semblantes se
dibuja rictus de dolor y desesperanza, ¿Qué nuevas desventuras esperan a este
pueblo marcado con el signo de la fatalidad?
Al palacio de gobierno entran y salen políticos, militares,
autoridades, en desordenada confusión, buscando al sustituto del Dictador, En
esa medio de civiles aplanados por el miedo donde la rebeldía parece haber
desaparecido, un golpe de audacia bastaría para encaramar a cualquiera a la
primera magistratura. En el Estado Mayor General el ajetreo es también febril.
Se trata de un caso trascendental, inmediato; decidir la suerte del país,
evitar la anarquía y resguardar el orden. El guardián de las instituciones —el
Ejército— quiere cumplir su deber…
El Hospital General se ha convertido en jubileo. En una cama
del pensionado de la pieza número 8, Busch opone la recia contextura física, la
admirable vitalidad de su cuerpo atlético, a las garras de la muerte que le
aprisionan tenaces. Médicos y cirujanos trabajan silenciosos. El ronquido
jadeante, el estertor que aprieta la garganta del suicida, denotan su agonía
desde el momento que se descerrajó el disparo fatal. La ciencia ha recurrido a
todos los medios a su alcance, pero se ve impotente porque Busch se muere irremediablemente.
Un sacerdote le da la extremaunción. El estado de
inconsciencia le impide cumplir los últimos deberes religiosos, para depurar su
alma y entrar con limpia credencial al reino de los justos. Humano al fin, tuvo
muchos errores en parte imputables a sus malos consejeros instintivamente
inclinado al bien, amó a los desheredados, a los niños, a los miserables,
distribuyendo los tesoros de su bondad y de su Corazón. Una multitud acongojada
asiste a la agonía del protector de los humildes y desposeídos.
Ahí está el vicepresidente de la República, su consejero y
amigo, empañados los ojos por el dolor de la inesperada desgracia. Acaso su
dolor sea de los más intensos por la sinceridad de vínculos afectuosos que le
ligaron al presidente. Visiblemente emocionado, Enrique Baldivieso no atina a
ordenar sus ideas. Confuso, aturdido, ni siquiera atiende a la advertencia de
un político que le comunica la actitud del comandante en jefe del Ejército, a
esa hora dueño del palacio de gobierno.
Y ya está Germán Busch en los umbrales de la eternidad. Son
las 14 y 30 del 23 de agosto de 1939. Al dejar de latir su corazón, se quiebra,
súbitamente, una esperanza para Bolivia. En los ojos de todos los presentes las
lágrimas corren silenciosas. Busch, el Camba, el Gran Capitán del Chaco, el
redentor de las clases oprimidas, ha muerto.
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