Por: Liliana Carrillo V. / La Paz – Artículo publicado
en el suplemento Gente del periódico paceño Página Siete, el 22 de marzo de
2020. // Foto: Página Siete.
El 21 de marzo de 1919, hace un siglo y un día, el diario
paceño El Tiempo titulaba: “Los estragos de la gripe en La Paz”. Y
añadía: “El número de fallecidos ayer alcanza a 17. Un barrio muy amenazado es
el de Miraflores, donde se dice que hay muchos enfermos indígenas. Hay epidemia
en Obrajes”. El 20 de junio de ese año la portada del diario de la mañana
decía: “Las epidemias empiezan a hacer estragos en la población
infantil”.
Entre 1919 y 1920 murieron contagiadas unas 100 mil personas
en Bolivia, que para entonces tenía 1,7 millones habitantes. La asesina
-que recorrió el planeta como pandemia- se llamaba gripe española y se ensañaba
con los niños menores de dos años.
Esa no fue la primera ni la última de las
epidemias que asolaron el país a lo largo de su historia: viruela,
malaria, fiebre amarilla, cólera y dengue, entre otras, también dejaron luto a
su paso.
“La casi totalidad de las enfermedades
infecto-contagiosas se han presentado en el territorio que hoy ocupa Bolivia,
tanto durante la época de la Colonia como en la República. La variedad de
climas, desde el tropical hasta el polar, su diversidad topográfica
territorial: sus altas montañas, y la profundidad de sus valles; su
mediterraneidad, rodeada de varios países con una patología muy variada hacen
de Bolivia un país dotado de condiciones adecuadas para la propagación de las
enfermedades”, sostiene el doctor Antonio Dubravcic en el estudio Epidemias en
Bolivia. “Es poca la información que se tiene sobre la mortandad que causó cada
una de ellas, pero asolaron sin piedad”, complementa.
Si la Colonia dejó pestes como la viruela, la Independencia
sumó otras. “Las enfermedades dominantes al iniciarse la República eran la
viruela, el paludismo (chujchu), la tuberculosis (tysis), la sífilis (buba), la
peste bubónica, la leishmaniasis (uta), el bocio (ckoto) y la lepra” sostiene
el médico Gregorio Mendizábal en el libro Historia de la Salud Pública en
Bolivia. Vendrían después otras amenazas desconocidas hasta entonces: el
cólera, el dengue, el coronavirus.
La viruela
Cuando de Europa llegó la colonización (hace ya cinco
siglos) trajo consigo, entre otras cosas, a la viruela. El
cronista-soldado Cieza de León escribió en su Crónica del Perú que esa
enfermedad mató unas 100 mil personas, entre ellas el Inca Huayna Cápac,
durante la conquista de tierras altas.
Fray Mingo de la Concepción, quien llegó a lo que hoy
es Tarija en 1755, relata que entre 1790 y 1791 una de las armas para
evangelizar a los chiriguanos que habitaban en tierras chaqueñas fue la
epidemia: “Estoy convencido al verlos por los montes comiendo raíces y
contagiados por las viruelas que admitirán sin duda el evangelio”, registró en
sus crónicas publicadas después con el título de Historia de las misiones
franciscanas entre chiriguanos.
“En 1621 el gobernador de Santa Cruz, Nuño de Cueva,
refiere que la peste de 1620 diezmó la población de esa ciudad. En los
años de la República, 1861, se presentó una epidemia de viruela de
alarmante gravedad que comprometía los departamentos de Chuquisaca, Santa Cruz
y Tarija. En 1888-1889, se presentó en la ciudad de Sucre, una epidemia que
acabó con el 10% de la población”, refiere Dubravcic.
En 1902 llegó, finalmente, la vacuna y por Ley de 21 de
octubre se encomendó al Servicio Nacional de Vacunación distribuirla en todo el
país. En 1969, la Organización Mundial de la salud declaró
erradicada la viruela de Bolivia.
Paludismo o malaria
El cronista español Pedro Cieza de León relata que la
conquista de la zona de los Yungas fue difícil para el inca Huayna
Cápac primero y después para los conquistadores españoles debido a una extraña
enfermedad que empezaba con fiebres muy altas, escalofríos y mucha sudoración.
Los indígenas la llamaban chujchu, Occidente la bautizó como malaria o
paludismo.
Y aquí entra la leyenda: Dicen que los lugareños habían
recibido de la generosidad de la Pachamama la cura al mal y era una corteza: la
kara que devino a llamarse quina, que es hasta hoy el remedio para la
enfermedad.
Los quechuas se enteraron del secreto y pudieron continuar
su avance hasta los llanos de Moxos; pero los españoles nunca lo supieron
y emprendieron un plan de fuga del mal. Se alejaron de los ríos y se asentaron
en lugares altos como Coroico, Coripata e Irupana. Llevaron allí esclavos
traídos de África que habían sobrevivido al frío potosino y fracasaron. La piel
morena no era inmune al chujchu.
Lo cierto es que siglos después, a principios de 1920, los
registros oficiales establecen que en el pueblo cochabambino de Villa de
Taboada, rebautizado hoy como Mizque, sobrevivieron de un brote de
malaria sólo 750 de sus 3.000 habitantes.
En la Guerra del Chaco (1932- 1935), el paludismo fue otro
enemigo de las tropas bolivianas. “El brote fue desastroso y se calcula que el
70% de los soldados murió con paludismo y no como resultado del enfrentamiento
bélico con Paraguay. No fue todo, los sobrevivientes que retornaron a sus
hogares expandieron las fiebres y Bolivia llegó a un nivel de desastre
nacional. En 1941 se atendieron 81.000 pacientes infectados, pero no existen
registros del número de muertes”, sostiene Dubravcic.
Fiebre amarilla
El 7 de octubre de 1852, el periódico La Época
informaba: “Fuentes gubernamentales confirmaron que el expresidente
boliviano José Ballivián murió ayer en Brasil víctima de la epidemia de vómito
negro que asola la región. Sólo 13 personas acompañaron el cortejo, dice el
informe”. El primer registro de una epidemia de fiebre amarilla en Bolivia data
de 1856, está firmado por el doctor Manuel Cornejo y alerta sobre 1.000
fallecidos en las provincias Omasuyos y Larecaja del norte de La
Paz.
Ambos hechos son citados en el libro de Gregorio Mendizábal,
quien refiere que en febrero de 1887, otro brote apareció en la provincia
Cordillera de Santa Cruz y amenazó a poblaciones de Chuquisaca. A la zona
fue enviada una comisión conformada por tres médicos, de los cuales
enfermaron dos y uno de ellos -Federico de la Peña- falleció.
En 1932, los médicos Nicolás Ortiz y José Camó, a raíz
de un brote que mermó la población cruceña de Abapó, realizaron la primera
identificación científica de la enfermedad endémica en el oriente boliviano.
Ese mismo año, la Fundación Rockefeller inició una campaña de lucha contra el
mal -también llamado tifus o vómito negro- en el país.
“En los años 1949-50 se presentó una epidemia que abarcó las
tierras bajas, incluyendo Beni, Chuquisaca y Tarija. En 1991 se presentó un
brote en Santa Cruz y se registraron un centenar de casos en Nor Yungas y el
Chapare con un elevado porcentaje de mortalidad”, dice el estudio Epidemias en
Bolivia.
El cólera
En agosto de 1991 se diagnosticó el primer caso de cólera en
un agricultor del valle paceño de Río Abajo. A fines de 1992, la enfermedad
había atacado a 23.862 personas en el país y dejado 416 fallecidos.
Fue la epidemia más dura que le tocó afrontar al doctor
Rolando Gonzales, hoy miembro del Tribunal de Honor del Colegio Médico de
Bolivia. “La transmisión del cólera en principio fue incontrolable, de La Paz
pasó a Cochabamba y de allí a todo el país”, cuenta el galeno a Página Siete.
El cólera se transmite por el consumo de agua o alimentos
contaminados por la bacteria Vibrio cholerae. La insalubridad y falta de
servicios básicos fueron aliados de la epidemia que llegó desde el vecino país
de Perú. Bolivia se declaró en emergencia nacional en 1991.
No obstante, la primera semana de 1992 un brote explosivo
se presentó en Cochabamba. Rápidamente llegó a Santa Cruz y se expandió.
Finalmente se presentaron casos de cólera en ocho departamentos, sólo se salvó
Pando.
“Se combatió la enfermedad con un plan coordinado desde el
Gobierno, con el compromiso del personal médico y con mucha educación a la
población. Fue una batalla dura pero vencimos”, asegura el doctor Gonzales.
Males del siglo XXI
Con el nuevo siglo hicieron su aparición en el planeta
enfermedades transmisibles cada vez más resistentes que causaron epidemias como
la influenza H1N1 o el ébola. La primera fue contenida, la segunda
no llegó a Bolivia; el país en cambio sí reportó brotes de zika,
chikungunya y machupo.
Actualmente, América Latina sufre la epidemia de dengue más
grave de los últimos 30 años con un registro histórico de 3,1 millones de
casos. Y en Bolivia, en lo que va del año, se reportan más de 50.000
casos, con el saldo de una veintena de muertos.
El mal, que se transmite con la picadura del mosquito hembra
del Aedes Aegypti, es un viejo conocido en el país. El primer registro de una
epidemia de dengue está fechado en 1931 en Santa Cruz.
“Para derrotar al cólera trabajamos juntos: autoridades,
médicos, profesores y familias enteras”, asegura el doctor Gonzales. Y
recalca: “Así se combaten las epidemias: con un plan, con compromiso, con
solidaridad. Así derrotaremos a cualquier otra amenaza sanitaria”.
La amenaza del arenavirus
En junio pasado, una doctora interna y un residente en la
ciudad de Caranavi murieron a causa de una extraña enfermedad que se presentaba
con hemorragias profusas. Dos médicos que las atendieron se contagiaron. El
doctor Gustavo Vidales falleció en julio como consecuencia del mal; su colega
Marco Antonio Ortiz sobrevivió tras meses en terapia intensiva.
Tras la alarma, la enfermedad fue identificada como mapucho,
que es transmitida por una cepa de arenavirus. Y no era nueva en el país;
de hecho, fue bautizada como Fiebre Hemorrágica Boliviana ya en el siglo
pasado.
“Desde 1958 -refiere el doctor Gregorio Mendizábal en
Historia de la Salud Pública de Bolivia- llegaban noticias de que en
algunas poblaciones de Beni se habían presentado casos de una enfermedad
desconocida que producía muchas muertes. Entre junio y septiembre de 1961 hubo
brotes en la región de San Joaquín de la provincia Mamoré y en la isla Orobaya
en la provincia Itenez que dejaron 198 enfermos de los cuales fallecieron 70”.
Mendizábal fue parte la primera comisión médica que
fue enviada al lugar y logró identificar al virus y, entre otros hallazgos,
estableció: “Los reservorios probables son los roedores que pululan en
los campos y los vectores posibles: pulgas o garrapatas”.
En 1963, a invitación del Gobierno para que investigue la
enfermedad, llegó a Bolivia el científico Henry Beye, director de la Middle
American ResarchUnite. Recogió muestras en poblaciones benianas que registraban
brotes y sus estudios aislaron al virus del ratón Colomys Callosus. Beye
falleció poco después a causa del mapucho y tres investigadores se contagiaron
el mal.
Pero el arena -como todo virus- muta, se vuelve resistente,
se camufla y ataca. Así reapareció el año pasado y cobró tres
vidas.
El 26 de noviembre de 2019, después de 153 días
hospitalizado, el doctor Marco Antonio Ortiz fue dado de alta. “Soy un
sobreviviente al arenavirus y la prueba de que se lo puede vencer”, dijo.
La gripe y la peste
La década de los años 20 comenzó mal. La llamada gripe
española, que dos años antes había estallado en Europa, era ya una pandemia que
a la postre se llevó la vida de entre 50 y 100 millones de personas en un mundo
que aún no había desarrollado los antibióticos. Ese tipo de influenza llegó
también a Bolivia donde entre 1919 y 1920 causó unas 100 mil muertes, la
mayoría de niños.
En 1921, cuando el país aún afrontaba la epidemia de
gripe española, se registró un letal brote de peste bubónica en la población
tarijeña de Padcaya y de allí asoló el sur del país.
“Según contaron algunos testigos, a los enfermos los
quemaban junto a sus casas y depositaban sus restos en fosas comunes. Fue un
hecho sin precedentes que acabó con 1.000 de los 3.000 habitantes de Tarija.
Sólo se pudo contener con un cordón sanitario”, sostiene el doctor Álvaro
Ramallo en su libro Peste bubónica en Padcaya, terror y desolación el año 1921.
Unos años antes, en 1912, en La Paz se presentaba el primer
enfermo de lepra que nunca fue epidemia en el país pero causó pánico. El caso
fue registrado en el periódico El Comercio con un artículo firmado por el
doctor Félix Veintemillas.
“Después de la aparición de casos en Chuquisaca,
Cochabamba, Santa Cruz, Beni y Pando, el departamento de La Paz tiene un
foco leproso confirmado. El diagnóstico fue establecido en un enfermo que desde
hace varios meses ocupaba cama en el Hospital General y que de tarde en tarde
vagaba por las calles, sirviendo de lazarillo a un ciego”, refiere el reporte.
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