Este artículo fue publicado en el suplemento cultural El
Duende del matutino orureño La Patria entre el 29 de mayo al 12 de junio de
2011.
I
La población negra nunca ha tenido en Bolivia un peso comparable con el de
otras regiones americanas (por ejemplo, zonas costeras de Perú, Ecuador,
Colombia, Venezuela, México; Cuba, etc.), aunque; en los siglos XVII y XVIII
llegaron a miles los que (esclavos en su mayoría), tanto en Potosí mismo (Casa
de la Moneda) como en las diversas ciudades, pueblos y haciendas de los Andes,
de los valles y de los llanos prestaban sus servicios en la agricultura, la
artesanía y la servidumbre doméstica.
Las razones de esta peculiaridad de Charcas serían, a primera vista, de orden
climático; pero lo fueron sólo de forma indirecta: en efecto, es fácil entender
que el clima riguroso de los centros mineros altiplánicos de Charcas (Potosí,
Oruro, Lipi, Chayanta…) impidiera su concentración en ellos; pero ¿por qué no
alcanzaron cifras más importantes en las zonas donde abundaban las haciendas
coloniales vallunas (Cochabamba, Chuquisaca, Tarija…), en el piedemonte andino
(sobre todo, en los yunka paceños) y en los llanos orientales (Santa Cruz de la
Sierra)? Sólo encontramos una explicación aceptable cuando aceptamos que la
escasa presencia negra en dichas regiones fue producto del limitado desarrollo
que en ellas alcanzó la agropecuaria tropical; esta marginalidad agraria
(verdadera variable independiente) es la que explica la de la población
africana.
Importante o no esta población, sólo en las últimas décadas han aparecido
varias obras dedicadas a explorar la modesta presencia negra en territorio
boliviano: los nombres de Wolff, Sempat, Pizarroso, Crespo, Portugal, Montaño y
Bridikhina son algunos de los que han publicado sus hallazgos; más
recientemente, Gutiérrez ha profundizado en el tema para la gobernación de
Misk’i. Salvo alguna excepción menor, se puede afirmar que en esa bibliografía
no se ha incursionado en las expresiones lingüísticas del grupo étnico negro.
Lo acaba de hacer un lingüista norteamericano con todo un libro: John Lipski,
Afro-Bolivian Spanish (Madrid–Francfort del M., Iberoamericana–Vervuert, 2008,
227 p., ilustracs.). El autor es un especialista en dialectología hispánica y,
dentro de ella, en las expresiones de las poblaciones negras de diferentes
territorios americanos o asiáticos (de su obra anterior puede verse una muestra
importante en las pp. 217-220). Estamos, pues, ante el libro de un especialista
perfectamente preparado para estudiar el caso boliviano. Y lo ha hecho con toda
dedicación, a lo largo de varias estancias en la zona de la población negra
yungueña (2004-2007); de esta forma ha podido combinar el análisis de las
escasas fuentes históricas con el trabajo etnológico y lingüístico de campo. La
monografía que acaba de publicar contiene diversos acercamientos a su tema.
Empieza, como no podía ser otra manera, con una contextualización histórica,
pero ya centrada en su actual hábitat de los Yunka (pp. 19-61). El resto de la
monografía va dedicado al análisis de la lengua española hablada por los negros
de dicha zona; y lo hace analizando sus sistemas fonológico, nominal, verbal,
fraseológico y léxico (pp. 63-157); dedica asimismo todo un capítulo a las
influencias (léxica, fonética y morfosintáctica) del aymara en el afroespañol
yungueño (pp. 159-175), acabando con su caracterización sintética (pp.
177-197).
En apéndice ofrece una antología de ocho transcripciones actuales de
afroespañol de los Yunka, cada una de ellas acompañada de una traducción
inglesa que el propio autor califica de ‘aproximada’ (pp. 199-207). A nadie
podría sorprender que a un historiador le resulten más interesantes e
iluminadores los capítulos que permiten un encuadramiento histórico (es decir,
diacrónico) del fenómeno estudiado; en concreto, tanto en el primero (de
carácter general) como en el último (sobre la hipotética evolución histórica
del afroespañol). Y merecen algún comentario.
II
Ya hace casi medio siglo que J. Lockhart propuso la tesis que otorga a la
población negra del Perú colonial un papel decisivo en la hispanización de la
cultura urbana (cf. Spanish Peru, 1532-1560, Madison, 1968, p. 230); para
Charcas existen dos importantes investigaciones recientes: la de C. López para
La Paz (1998) y la de A. Presta para La Plata (2000), pero no han visualizado
sus respectivas poblaciones negras; si bien otras dos, dedicadas a Potosí, la
de P. Bakewell (1984) y la de J. Cole (1985), sí se fijaron en ella, lo
hicieron de una forma marginal; todavía habría que recordar un pionero artículo
anterior de Wolf (1964; traducido y publicado en Bolivia en 1981), que sí se
centró en la población y comercio de esclavos negros en la Villa Imperial.
Pero Lipski no echa mano de esos precedentes, porque –en realidad– no se ha
propuesto perfilar el marco general de la presencia negra en Charcas, lo que no
podemos dejar de considerar una lástima, pues su verdadero centro de interés le
podía haber ofrecido una excelente ocasión de hacerlo. Situados en este ámbito,
reconoce una y otra vez que no se dispone de fuentes antiguas de conocimiento
de la lengua que hablaron aquellos esclavos y, tampoco, sus descendientes; pero
a la hora de la verdad, recurre a Fortún, Arellano y Eichmann, aunque lo hace
de forma demasiado incompleta; y más en general, parece descartar los textos
literarios coloniales por considerarlos estereotipos no fiables del español
negro histórico.
Entrabado en el tema con más detalle, es discutible que se pueda colocar
‘huasca’ (de clara pertenencia qhishwa) entre los préstamos léxicos del español
(p. 148). El Diccionario del Folklore Boliviano, que Lipski atribuye A. Paredes
Candia (p. 222), evidentemente pertenece a José Felipe Costas Arguedas; en dos
ocasiones (pp. 32-33) sitúa la Reforma Agraria en 1952, cuando debería leerse
1953; llama la atención que califique de "Afro-Bolivian writer" al
historiador Fernando Cajías (p. 36). Entrando en materia más lingüística, por
lo menos una traducción inglesa deforma un original español ya deformado:
"¡Ignorantes, ignorantes de mierda; apuren a los majo" debería ser:
‘apuren o los majo’; pero traducirlo como "Damm fools, work faster"
deja al lector inglés demasiado lejos del texto de Botelho; y lo más grave,
entonces Lipski se autocondena a interpretar enigmáticamente la frase como un
caso de "invariant or bare plural" (p. 61); finalmente, mencionemos
la dificultad que plantea el papel de los mayordomos de las haciendas
yungueñas, considerados mayoritariamente aymaras (pp. 32, 46): de ser así, los
esclavos negros ¿cuándo y de quiénes habrían aprendido español?
En un ámbito más general, condena como "racist" (pp. 34, 58, 60)
situaciones, conductas o actitudes, sin argumentación fáctica ni definición
previa del término (actualmente, un ‘comodín’ político y semántico, por este
orden); también a propósito de la ‘corrección política’, si ‘negro’ es la
autoetiqueta preferida en Bolivia (pp. 40, 48), resulta difícil de entender que
la expresión "suerte, negrito" haya dejado de ser "socially
acceptable" (p. 34); y de aceptar que haya etiquetado de ‘Afro-Bolivian’
el español estudiado (¿pecado de ‘racismo’ académico?)…
Resumiendo: creo que a Lipski le ha faltado conceder al ‘afroespañol boliviano’
(siglos XVII-XX) la consideración diacrónica que el tema merecía y pedía; de
haberlo hecho, tampoco habría quedado preso de la pequeña región yungueña de La
Paz. Y digo esto, aun reconociendo que, a) actualmente no hay otras comunidades
negras vivas; b) probablemente los esclavos negros de Charcas abandonaron muy
pronto sus lenguas africanas (factor estrictamente secundario cuando se busca
definir su ‘español’ peculiar); y c) hasta muy recientemente no se contaba con
fuentes documentales.
A pesar de las máculas y de los posibles debates mencionados, lo importante es
agradecer a Lipski su monografía, pues coloca, de golpe, la variante
lingüística negrohispana local a un nivel que no ha alcanzado ninguno de los
otros dialectos hispanobolivianos. Sus aportes y sus vacíos deben estimular a
una relectura del material pertinente que Arellano y Eichmann recentísimamente
han puesto en circulación; esto, acompañado de un buceo en los archivos
notariales de La Paz, Potosí, Oruro, Sucre y Cochabamba que permita constituir
un corpus del español de los negros de Charcas y de Bolivia, base de
explicaciones más convincentes y esclarecedoras sobre el derrotero de su habla
a lo largo de los últimos cuatro siglos.
Fin.
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